Publicado por El blog de X. Pikaza
Juan José Tamayo ha publicado hace dos meses una obra importante, titulada Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo, Herder, Barcelona, 2011, 416 pp.
Aprovechando esa ocasión quiero ofrecer una síntesis de la obra, con una semblanza del autor, para dialogar después con él (partiendo de él) sobre la relación entre las religiones. Como verá el lector, he cambiado el título, poniendo “otra religión” donde Tamayo ponía “otra teología”.
Ciertamente, la teología puede y debe cambiar, pero es más importante que cambie un tipo de religión. Por eso, en contra de los que parecen cansados y desilusionados, sobre todo en España, con un tipo de religión, quiero decirle con Tamayo que otra religión es posible, partiendo de las mismas tradiciones religiosas, árboles añosos, llenos de experiencia, a los que empiezan a brotarles nuevas ramas, como dijo San Pablo en referencia al judaísmo (Rom 9), como dice A. Machado hablando del olmo viejo de Soria
.
Éste un libro panorámico, bien articulado y escrito, que ofrece una visión de conjunto sobre las tareas y retos de la teología en el fondo de la religión actual , desde una perspectiva de compromiso y esperanza. Es un libro denso, pero de lectura agradable; un libro respetuoso con todos, pero exigente a la hora de trazar tareas y de exigir cambios, en una línea cristiana y de encuentro de las religiones.
Es un libro “eclesial”, aunque abierto al conjunto de los creyentes (incluso más allá de las iglesias establecidas) y quiere ofrecer su aportación a todos los que desean conocer la tarea del cristianismo y de las religiones dentro un mundo cambiado (otro mundo posible). Es un libro bello, cuidadosamente publicado, por lo que quiero felicitar también a Ediciones Herder
1. Introducción
Éste libro replantea y reformula los núcleos fundamentales de las religiones, y especialmente del cristianismo, en el horizonte de de la búsqueda de sentido, el respeto al misterio, la interculturalidad y el diálogo interreligioso, respondiendo a los nuevos climas culturales y a los desafíos de este nuevo siglo, entre los que destacan el diálogo religioso, la liberación social y el respeto a la alteridad de género (el feminismo).
Es un libro “río”, una gran enciclopedia, donde J. J. Tamayo va ofreciendo una visión certera de la nueva situación creada por el gran cambio “epocal” en que nos hallamos inmersos, con las repercusiones que ello implica para la teología cristiana, partiendo del “descubrimiento” de las religiones, en un mundo en el que seguimos corriendo el riesgo de una guerra inter-religiosa, que podemos y debemos superar a través de un diálogo entre civilizaciones y religiones (caps. 1-3).
En este contexto plantea Tamayo la exigencia de crear “otra teología”, pero no cerrada en sí misma, sino para crear “otro mundo posible” (cap. 4). Desde ese fondo expone la experiencia (y la necesidad) de poner en marcha nuevos caminos de interculturalidad, en clave social y de género, en línea feminista, desde una perspectiva cristiana (caps. 5-7). A partir de aquí expone Tamayo las dimensiones y momentos de esa nueva teología, ejemplificada en P. Knitter (cap. 8), que él va concretando en el campo de la espiritualidad, la ética liberadora y una transformación política (caps. 9-11). El libro culmina con capítulo dedicado a la experiencia y compromiso de liberación en procesos históricos de América Latina, desde la colonización hasta la actualidad (cap. 12).
He dicho que se trata de un libro panorámico, una gran enciclopedia, escrita desde la “otra” vertiente del cristianismo. Por eso es imposible resumir su contenido. pues se expande y aplica a todos los contenidos de la teología. Por otra parte, más que los contenidos en sí, a Tamayo le importan las formas y medios de acercamiento, en perspectiva hermenéutica. En este contexto es preciso un giro total, movido por la certeza de que ha llegado el momento de trazar un nuevo rumbo teológico y cristiano, desde la modernidad (sin absolutizarla), en diálogo con las grandes religiones, como se dice al final de la introducción:
Otra teología es posible. ¡Y necesaria! Es el hilo conductor de este libro y la convicción profunda desde la que está escrito. Para ello, las religiones y sus respectivas teologías tienen que cambiar de rumbo, de lugar social y epistemológico, de metodología, en una palabra, de paradigma. Deben abandonar las seguridades dogmáticas y transitar por las tierras inexploradas de la complejidad y de la perplejidad, dejar de seguir por los caminos de la repetición cansina y abrir nuevas veredas al pensamiento teológico. Bajar de las altas cumbres donde descansan las verdades eternas e iniciar la búsqueda de la verdad en la historia, dejar de dar respuestas del pasado a preguntas del presente y reubicarse en el nuevo escenario sociorreligioso, cultural y científico. Caminar al ritmo de la historia y avanzar por las veredas apenas roturadas de la interculturalidad, el feminismo, la alterglobalización, el diálogo interreligioso, el pensamiento crítico, la ética liberadora y la descolonización. Y compaginar tradición y creatividad, experiencia y reflexión, teoría y praxis, razón y compasión, fidelidad y transgresión. Está naciendo un nuevo paradigma teológico. Esta obra quiere contribuir, siquiera modestamente, a su desarrollo (pág. 23).
2. Juan José Tamayo
Es un autor y teólogo bien conocido dentro del panorama cultural hispano, y ahora nos ofrece un buen compendio de su compromiso teológico y social, en línea de cristianismo. En esa línea, este nuevo libro es un signo y resumen de su extensa obra teológico-social (más de cincuenta libros), pues recoge y reformula, desde la perspectiva de la nueva situación teológico, la orientación y contenido de gran parte de sus libros, dedicados al despliegue de la comunidad cristiana y al sentido de Jesús, a la experiencia de la liberación y al encuentro de las religiones, dentro de un mundo pluriforme. Yo mismo presenté su vida y obra en el Diccionario de Pensadores Cristianos (Verbo Divino, Estella 2010, pág 853-854).
Juan José Tamayo Acosta (1946- ) ha estudiado en la Universidad Pontificia de Salamanca y enseña en la de Carlos III (Madrid). Se ha preocupado por la teología de la comunidad y de liberación, interpretándola desde una perspectiva social y religiosa. También se ha interesado por los temas que están más vinculados con la modernidad, procurando descubrir y describir el sentido de la religión (y de las religiones) dentro del nuevo contexto cultural. Forma parte de varias agrupaciones teológicas y de estudio de las religiones, y muchos le consideran portavoz de una línea teológica, eclesial y religiosa abierta al diálogo racional y a la comunicación inter-cultural e inter-religiosa, desde una perspectiva cristiana.
Los tres ejes de su pensamiento son el compromiso por los pobres (teología de la liberación), el diálogo con las diversas formas de modernidad y la expansión y cultivo de un encuentro religioso desde una perspectiva religiosa, social y política. Sus libros han marcado la conciencia cristiana de muchos hombres y mujeres, que quieren ser cristianos en tiempos de cambio, manteniendo un diálogo tenso con un tipo de religión y teología que (a juicio de Tamayo) corre el riesgo de cerrarse en sí misma.
En ese fondo se entiende su evolución teológica, desde su compromiso al servicio de una iglesia solidaria, expresada en la creación de comunidades laicales donde pudiera vivirse el compromiso con Jesús, hasta su colaboración en los diversos foros de diálogo universitario y social, en España y muchos países del mundo, al servicio de la creación de redes de comunicación religiosa, al servicio de la paz mundial. Su aportación ha sido muy importante en casi todos los foros y lugares de encuentro religioso, tanto en línea universitaria, como en perspectiva de diálogo teológico y social, con grupos feministas, liberadores y de encuentro de religiones.
Tamayo aparece así como signo de un tipo de teología y pensamiento religioso que se emancipan de la tutela dogmática y clerical, abriendo el pensamiento cristiano hacia espacios nuevos de diálogo cultural, social y religioso, con la novedad que ello implica (y con el riesgo que significa para los que quieren mantener la hegemonía cultural y dogmática en el campo del cristianismo o de las religiones).
En ese contexto se sitúan sus obras más significativas: Por una Iglesia del pueblo (Madrid 1976); Religión, razón y esperanza (Estella 1992); Para comprender la escatología cristiana (Estella 1993); Hacia la comunidad I-V (Madrid 1994 ss); La marginación, lugar social de los cristianos (Madrid 1995); Para comprender la crisis de Dios hoy (Estella 1998); Nuevo paradigma teológico (Madrid 2003); Adiós a la cristiandad (Barcelona 2003); Fundamentalismos y diálogo entre religiones (Madrid 2004); El Islam (Madrid 2009)… Han sido y siguen siendo fundamentales sus panoramas bio-bibliográficos: Para comprender la teología de la liberación (Estella 1989); Panorama de la teología española (con J. Bosch, Estella 1999); Panorama de la teología latino-americana (con J. Bosch, Estella 2001).
3. Un tema especial. Diálogo de religiones
Cómo he dicho, este libro de Tamayo constituye una verdadera enciclopedia y trata de muchos temas teológicos desde la perspectiva de la liberación, el diálogo religioso y el feminismo, de manera que es casi imposible recogerlos todos y mostrar con cierta dignidad su contenido. El lector que quiera hacerse una idea deberá acudir al libro, no quedará defraudado.
Pues bien, en este contexto, he querido aprovechar la ocasión para retomar y matizar algunos elementos de la conversación que mantuve con Tamayo el pasado 9-10 de Octubre (2011), con ocasión de un congreso sobre Jesús en Oporto. En aquel contexto, Tamayo disertó Jesús y las religiones, ofreciendo una síntesis precisa y profunda del tema, en la línea de las páginas centrales de este libro (267-289).
A partir de lo que él dijo en Oporto, de nuestra conversación posterior, y especialmente de las páginas centrales de este libro, quiero presentar aquí mi interpretación del tema, para seguir dialogando con él, “si Dios quiere”, como decían nuestros antepasados.
No me limito a repetir los argumentos y tesis de Tamayo, sino que los interpreto, desde mi perspectiva, pensando que soy fiel a su inspiración de fondo (aunque quizá disienta en algunos detalles). Dejo para otro momento las "cuatro teologías cristianas de las religiones", tal como él las elabora partiendo de P. Knitter (págs. 276-282), para ir quizá más allá, desarrollando algunas implicaciones de su planteamiento. Uno de los valores de su libro está en que me permite seguir pensando con él (a partir de él).
Gracias, Tamayo. No intento repetir exactamente lo que dices (en la línea de lo que pudiéramos llamar la "ortodoxia tamayana"), sino exponer lo que a mi juicio son implicaciones de su pensamiento.
1. Introducción, un arco iris de religiones.
Siguiendo un modelo de “arco iris” (cada color es bello estando al lado de los otros), la verdad de una religión no se opone a la verdad de las otras, sino que las “grandes” religiones son verdaderas precisamente por ser distintas, en la medida en que unas ayudan a las otras, de manera ellas se permiten (y nos permiten) descubrir mejor “los colores de Dios” y compartir su belleza, no a través de un tipo de “mercado monetario” (donde unos quieren dominar a los demás), sino a través de una comunión de amor, siempre al servicio de los más necesitados.
En ese sentido, podemos decir que cada religión es verdadera en cuanto “aporta” un “color” al arco iris de belleza y vida de las restantes religiones. Eso significa que ninguna religión debe dominar a las demás, sino que las diversas religiones deben mantenerse en comunión/comunicación, pues al principio no está el Uno que se impone sobre los otros, sino la Comunión o diálogo de las varias religiones que dialogan entre sí, al servicio de la humanidad empobrecida. Desde ese fondo podemos decir que las religiones se definen, distinguen y vinculan por tres cosas (en tres planos).
(a) En plano vertical o “místico”, las religiones se distinguen y se unen por su experiencia de “profundidad”, es decir, por su manera de escuchar, acoger y expresar el “color” de lo divino (de Dios o lo sagrado). En ese fondo, podemos decir que las religiones son “experiencias místicas” distintas y complementarias (aunque siempre vinculadas al misterio divino que sobrepasa a los hombres y les fundamenta). Sólo puede ser intransigente una religión que piensa que ha “agotado” el ser de lo divino, de manera que las demás son falsas. Pues bien, precisamente esa religión que se considera única y no ayuda a las demás a penetrar en el “misterio” (no lo comparte con ellas) deja de ser verdadera.
(b) En un plano horizontal, las religiones se definen también por su capacidad de diálogo gratuito y no impositivo de unas con otras. Así podemos decir que una religión es verdadera en la medida en que no se impone sobre las otras, sino que le ofrece su experiencia, en gesto mutua implicación, dialogando con ellas (a las que considera también verdaderas). Así, por ejemplo, el Islam será (o es) “verdadero” en la medida en que “renuncia” a su verdad aislada, ofreciendo su riqueza cultural y simbólica a creyentes de otras religiones, sin que ellos tengan que hacerse musulmanes; el Islam es verdadero en la medida en que acoge también a su vez la experiencia y palabra que le ofrecen otros grupos religiosos (como pueden budistas, cristianos o hindúes). Si no se abre al diálogo interhumano, una religión es siempre falsa.
c. Finalmente, en un plano de “encarnación”, una religión sólo es verdadera en la medida en que se pone (pone a sus fieles) al servicio de los más pobres, de los excluidos sociales, en línea de liberación. Como dice desde el cristianismo Sant 1, 27, la religión pura y verdadera consiste en “visitar a huérfanos y viudas”, ofreciendo un espacio de dignidad y sentido a los que no caben dentro de los círculos de poder del mundo. Eso significa que las religiones han de vincularse desde el servicio a los pobres.
Eso significa que, en el momento en que una religión dice que es “única” (que las demás son falsas) se vuelve mentirosa e impositiva, dejando de “ver” el color de Dios, para fijarse sólo en su color, apoyando y/o imponiendo su dictadura. Ciertamente, cada religión que en concreto ha de afirmar que es “verdadera”, pues de lo contrario sus fieles no podrían tomarla en serio, confiar en ella; pero es verdadera manteniendo su verdad en diálogo con la verdad y experiencia de otras religiones.
Así, para nosotros, cristianos, la religión de Jesús es “verdadera”, es el camino de Dios, es la experiencia más honda de luz y color que hemos recibido. Pero, siendo “verdadera”, esa misma religión de Jesús nos impulsa a reconocer el valor y la verdad de otras experiencias religiosas, para dialogar con ellas, queriéndoles ofrecer nuestro gran tesoro (el Sermón de la Montaña, la experiencia de Jesús), pero estando, al mismo tiempo, dispuestos a escuchar y acoger la experiencia que ellas nos ofrezcan (como indica el mismo Sermón de la Montaña). En esa línea, más que el triunfo propio, como religión aislada, la iglesia católica ha de buscar el bien de los creyentes de otras religiones, para que todos juntos puedan expresar mejor la alianza plural de la Vida y la riqueza del amor de Dios.
2. Primera concreción, experiencia mística.
Las religiones vinculan a los creyentes y se vinculan entre sí a través de lo que ellas tienen de más hondo, en línea de apertura al misterio (al que algunos llaman Dios, otros lo “numinoso”), superando así el nivel de una racionalidad impositiva, es decir, de un conocimiento instrumental, que quiere imponerse de un modo “unitario” sobre todos, al servicio de un tipo poder ontológico o dogmático, político o económico. No se trata, por tanto, de reducirlo todo a un “mínimo común denominador”, sino de penetrar en la identidad radical de cada religión (el Sermón de la Montaña, la confesión de fe musulmana, la superación budista del deseo…), pues en ese fondo se vinculan todas las religiones.
Entendida así, la “mística” no debe convertirse nunca en un saber “objetivado” que puede imponerse sobre todos, sino que sigue siendo misterio, experiencia radical de trascendencia, sino que es un saber-vivir abierto a todos los demás creyentes (y a todos los hombres). Si en un momento dado el místico o creyente creyera que su verdad es la única (y que puede imponerla a los demás por la fuerza) dejaría de serlo para convertirse en dictador “ontológico o dogmático” (convirtiendo una verdad religiosa en mentira, es decir, en imposición social).
La mística verdadera (la auténtica fe) es una experiencia de trascendimiento, abierta siempre a otras posibles experiencias convergentes o complementarias, pues Dios (el misterio) no puede nunca abarcarse del todo (en exclusiva).
En esa línea, si los cristianos quisieran cerrarse en su verdad e imponerla a los demás dejarían de “creer” en ella, no serían ya “religiosos” (sino puros fanáticos). Pongamos un ejemplo: los cristianos “creen” que Jesús es “Hijo de Dios”, y así dicen con su testimonio de vida (viviendo como vivía Jesús), pero no pueden obligar a los demás a creer como ellos creen, aunque pueden y deben ofrecerles el testimonio de su fe, como riqueza “mística”, ayudándoles a vivir, como ayudaba Jesús (sin entrar en cuestiones de dogmática partidista).
El “dogma” de los cristianos no es una verdad separada que se impone (en forma de concepto o rito), sino una experiencia de vinculación a Jesús, que ellos deben traducir en su vida de amor y servicio a los otros, acogiendo, al mismo tiempo, la experiencia de los creyentes de otras religiones, que buscan y exploran también la hondura del misterio (como pueden hacer los hindúes, budistas, musulmanes…).
En esa línea podemos afirmar que el misterio es único (y así decimos con el Shema judío y con la Sahada musulmana: sólo Dios es Dios)…, pero, siendo único, se manifiesta de formas distintas y complementarias, como los colores del arco-iris, de manera que nadie puede apropiarse de él en exclusiva. Por eso, es importante que las diversas tradiciones religiosas cultiven su “mística”, su forma de entender la hondura de la vida, dialogando con el misterio, pero no para imponer a los demás el resultado “objetivo” de su experiencia, sino para compartir con ellos la misma experiencia, de un modo libre, en diálogo de escucha mutua, de “alianza”.
Esa alianza “mística” no es producto de una razón triunfante que quiere imponerse sobre todos, por la fuerza (como un tipo de política, o una forma de economía mundial)…, sino que ella es una experiencia de comunión enriquecedora, es decir, de iluminación superior que cada creyente y cada grupo religioso quiere compartir con los demás. Hay varias formas de mística, pero todas pueden y deben respetarse y complementarse, siempre que pongan al hombre en contacto la Vida que les fundamenta.
3. Segunda plano, comunicación intra- e inter-religiosa.
La comunión con el único “Dios” (misterio de la vida) vincula entre sí a los creyentes de una religión, como puso de relieve, por ejemplo, Émile Durkheim, en sus trabajos sobre sociología de la religión (cf. Las formas elementales de la vida religiosa, 1912). A su juicio, la religión cumple ante todo una función unificadora: Relaciona a los creyentes, creando los vínculos sociales primeros y más hondos.
Pues bien, siguiendo en esa línea, debemos añadir que una religión vincula no sólo a sus propios creyentes (musulmanes entre sí, budistas entre sí…), sino que les capacita a esos creyentes para vincularse (y lo hace de hecho) con creyentes de otras religiones, en contra de lo que a veces se ha pensado (cuando las religiones han tendido a convertirse en sistemas de poder cerrado). El misterio (lo divino) es interioridad y trascendencia (capacita al creyente para entrar en sí mismo), pero es, al mismo tiempo, fuente de comunicación entre aquellos que “creen”.
Los bienes materiales tienden a ser limitados, pues cuanto más tiene un grupo menos tienen otros, de manera que se establece la lucha por el reparto y consumo. Por el contrario, los “bienes místicos” o religiosos son “ilimitados”, de manera que cuanto más se dan y comparten más se “tienen”. Por eso, el auténtico creyente es un hombre o mujer radicalmente comunicativo, abierto a los demás. En esa línea, el que da lo que tiene lo conserva; el que cierra para sí lo que tiene lo pierde. Hay una mala mística y mala religión que enfrenta a unos hombres con otros, y en esa línea avanza a veces un tipo de “platonismo”, que convierte a los místicos/contemplativos en reyes que se imponen sobre los demás. En contra de eso, la mística (religión) verdadera capacita al creyente para comunicarse en amor y gratuidad con los demás (como en el caso de Jesús o de Buda y Mahoma).
Las diversas religiones, y en especial la cristiana (desde la que estamos ahora reflexionando, en la línea del evangelio, tal como lo vivió Francisco de Asís), son experiencias de comunión, que capacitan a los hombres y mujeres para abrirse entre sí, de un modo gratuito, superando los pequeños límites de una determinada comunidad religiosa. Una religión que cierra a sus creyentes en sí mismos (negando el valor de las otras religiones) no es verdadera, sino que se convierte en “secta” antidivina. La apertura a Dios, la certeza de su presencia, supone que los creyentes de cada religión han de buscar el bien de las demás religiones, y de todos los hombres (religiosos o no), estableciendo cauces de comunicación entre ellas, al servicio de “algo” que es mayor que una religión concreto (el bien de la humanidad).
En un sentido, las religiones son experiencias concretas de comunicación personal que tienden a concretarse en “iglesias particulares”. Pero, al mismo tiempo, para ser fieles a su inspiración “trascendente”, ellas han de abrirse entre sí, ofreciéndose sus riquezas, para que así todos (dentro o fuera una religión determinada) puedan compartirlas. Así el budismo es verdadero no sólo para los budistas, sino también para los cristianos que están dispuestos la verdad de Buda les ayude a ser mejores cristianos. En ese contexto podemos afirmar que sin una comunicación entre las religiones (que están en el fondo de las civilizaciones) no puede haber paz en el mundo, como bien ha mostrado el libro de Tamayo.
4. Tercer plano, alianza desde los pobres.
En el punto de partida del judaísmo, cristianismo e Islam hay una experiencia de liberación de los pobres (hebreos oprimidos en Egipto, enfermos y pobres del entorno de Jesús, oprimidos de la Meca). Una experiencia convergente está en el fondo del budismo (¡superar el deseo posesivo!), del hinduismo clásico (¡despojarse de todo!) y taoísmo (¡no dejarse dominar por nada!), aunque algunos piensan que no aparece tanto como en las religiones monoteístas. Este principio (¡prioridad de los pobres y oprimidos!) ha de estar en la base de la alianza de las religiones, de manera que los creyentes no se unen sólo desde lo sagrado (un Dios/misterio al que adoran), ni desde ellos mismos, sino que han de hacerlo de un modo especial desde el servicio a los pobres (es decir, compartiendo el servicio a los pobres, por encima de sus posibles diferencias “dogmáticas”).
1. Judaísmo. Nace a partir de los hebreos, oprimidos en Egipto, pobres de los pobres, que claman a Dios y que inician un camino de liberación personal y social, superando (venciendo) desde su pobreza el sistema imperial de Egipto.
2. Cristianismo. Nace y se despliega a partir de los pobres, a quienes Jesús anuncia la bienaventuranza de Dios, y con quienes inicia un camino de Reino, que tiene de desembocar en una iglesia de los pobres.
3. Islam. Nace en la Meca, con Muhammad, como movimiento de los pobres que se oponen, con la ayuda de Allah, a la oligarquía comercial y religiosa rica de la ciudad y de su santuario. Por eso, en su origen, el Islam sigue siendo un movimiento de creyentes pobres, llamados ofrecer su experiencia a todos los hombres.
4. Budismo. Nace allí donde los hombres (a partir de Sakiamuni, el Buda primero) inician un movimiento de superación de los deseos posesivos. Sólo la renuncia total a los deseos y a las posesiones libera a los iluminados, que inician así un camino de pacificación interior y social.
5. El hinduismo clásico sigue siendo una experiencia de radical “pobreza”, es decir, de desasimiento total, de manera que los “contemplativos” abandonan el mundo para adentrarse en la soledad, descubriendo allí a Dios, después de haber renunciado a todo.
6. También el taoísmo implica una renuncia total al mundo. Sabio es aquel que no se aferra a nada, que nada tiene (posee) para descubrir el sentido y armonía de la totalidad.
Fijándonos ya en Jesús, debemos recordar que él no ha “venido” a ofrece el evangelio “a los cristianos” (para que se encierren en sí mismos), sino a los enfermos y a los pobres (cf. Mt 11, 2-4), abriendo así desde ellos (con esos pobres) un camino de comunión y de fraternidad. Ésta ha sido también la experiencia radical de Francisco de Asís, que ha vinculado de forma radical la pobreza y la fraternidad, la pobreza al servicio de la fraternidad.
En ese contexto, el servicio a los pobres no consiste en ningún tipo de opción por la “miseria”, en línea de pura renuncia ascética (¡Jesús comía y bebía!), sino en un gesto de renacimiento de reconocimiento (¡valor) de los pobres y de fraternidad abierta a todos desde los últimos del mundo. En esa línea, el servicio a los pobres es “propio” de Jesús, pero no exclusivo de él, sino que está en el fondo de las diversas religiones.
También el judaísmo tiene este punto de partida (liberación de los “hebreos” de EgiptoI, lo mismo que el budismo (centrado en la superación del “deseo” de tener y poder)… De esa manera, creyentes de las diversas religiones tenemos que dejar en un segundo plano otros prejuicios y “dogmas” particularistas, para volver al origen de nuestras experiencias, buscando la paz que es alianza desde los pobres del mundo, no desde los poderes del sistema.
4. Conclusión
Querido Tamayo, éstas han sido las palabras que me suscita tu bellísimo libro, escrito de un modo ejemplar, temático y narrativo, con profundidad y buen lenguaje. Como ves, no he querido limitarme a resumir tus ideas y aportaciones, sino que he preferido adentrarme en ellas, para seguir pensando contigo, es decir, en la línea común de nuestra experiencia y búsqueda cristiana.
Pongo estas reflexiones en mi blog, que muchos leen, copian y reproducen en diversos medios, de manera que espero que algunos puedan descubrir mejor tu libro a través de lo que yo digo. Recuerdo con nostalgia que una de mis primeras intervenciones on line estuvo dedicada a tu persona y obra (Querido hermano Tamayo: http://www.comayala.es/Articulos/tamayo/queridohermano.htm, 15 enero 2003). Muchas cosas han pasado desde entonces, pero sigue viva nuestra pasión teológica, sigue viva mi admiración por lo que haces. Aprovecho esta ocasión para decírtelo, una vez más, con la esperanza de que podamos seguir colaborando en esta apasionada labor intelectual y cristiana.
Aprovechando esa ocasión quiero ofrecer una síntesis de la obra, con una semblanza del autor, para dialogar después con él (partiendo de él) sobre la relación entre las religiones. Como verá el lector, he cambiado el título, poniendo “otra religión” donde Tamayo ponía “otra teología”.
Ciertamente, la teología puede y debe cambiar, pero es más importante que cambie un tipo de religión. Por eso, en contra de los que parecen cansados y desilusionados, sobre todo en España, con un tipo de religión, quiero decirle con Tamayo que otra religión es posible, partiendo de las mismas tradiciones religiosas, árboles añosos, llenos de experiencia, a los que empiezan a brotarles nuevas ramas, como dijo San Pablo en referencia al judaísmo (Rom 9), como dice A. Machado hablando del olmo viejo de Soria
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Éste un libro panorámico, bien articulado y escrito, que ofrece una visión de conjunto sobre las tareas y retos de la teología en el fondo de la religión actual , desde una perspectiva de compromiso y esperanza. Es un libro denso, pero de lectura agradable; un libro respetuoso con todos, pero exigente a la hora de trazar tareas y de exigir cambios, en una línea cristiana y de encuentro de las religiones.
Es un libro “eclesial”, aunque abierto al conjunto de los creyentes (incluso más allá de las iglesias establecidas) y quiere ofrecer su aportación a todos los que desean conocer la tarea del cristianismo y de las religiones dentro un mundo cambiado (otro mundo posible). Es un libro bello, cuidadosamente publicado, por lo que quiero felicitar también a Ediciones Herder
1. Introducción
Éste libro replantea y reformula los núcleos fundamentales de las religiones, y especialmente del cristianismo, en el horizonte de de la búsqueda de sentido, el respeto al misterio, la interculturalidad y el diálogo interreligioso, respondiendo a los nuevos climas culturales y a los desafíos de este nuevo siglo, entre los que destacan el diálogo religioso, la liberación social y el respeto a la alteridad de género (el feminismo).
Es un libro “río”, una gran enciclopedia, donde J. J. Tamayo va ofreciendo una visión certera de la nueva situación creada por el gran cambio “epocal” en que nos hallamos inmersos, con las repercusiones que ello implica para la teología cristiana, partiendo del “descubrimiento” de las religiones, en un mundo en el que seguimos corriendo el riesgo de una guerra inter-religiosa, que podemos y debemos superar a través de un diálogo entre civilizaciones y religiones (caps. 1-3).
En este contexto plantea Tamayo la exigencia de crear “otra teología”, pero no cerrada en sí misma, sino para crear “otro mundo posible” (cap. 4). Desde ese fondo expone la experiencia (y la necesidad) de poner en marcha nuevos caminos de interculturalidad, en clave social y de género, en línea feminista, desde una perspectiva cristiana (caps. 5-7). A partir de aquí expone Tamayo las dimensiones y momentos de esa nueva teología, ejemplificada en P. Knitter (cap. 8), que él va concretando en el campo de la espiritualidad, la ética liberadora y una transformación política (caps. 9-11). El libro culmina con capítulo dedicado a la experiencia y compromiso de liberación en procesos históricos de América Latina, desde la colonización hasta la actualidad (cap. 12).
He dicho que se trata de un libro panorámico, una gran enciclopedia, escrita desde la “otra” vertiente del cristianismo. Por eso es imposible resumir su contenido. pues se expande y aplica a todos los contenidos de la teología. Por otra parte, más que los contenidos en sí, a Tamayo le importan las formas y medios de acercamiento, en perspectiva hermenéutica. En este contexto es preciso un giro total, movido por la certeza de que ha llegado el momento de trazar un nuevo rumbo teológico y cristiano, desde la modernidad (sin absolutizarla), en diálogo con las grandes religiones, como se dice al final de la introducción:
Otra teología es posible. ¡Y necesaria! Es el hilo conductor de este libro y la convicción profunda desde la que está escrito. Para ello, las religiones y sus respectivas teologías tienen que cambiar de rumbo, de lugar social y epistemológico, de metodología, en una palabra, de paradigma. Deben abandonar las seguridades dogmáticas y transitar por las tierras inexploradas de la complejidad y de la perplejidad, dejar de seguir por los caminos de la repetición cansina y abrir nuevas veredas al pensamiento teológico. Bajar de las altas cumbres donde descansan las verdades eternas e iniciar la búsqueda de la verdad en la historia, dejar de dar respuestas del pasado a preguntas del presente y reubicarse en el nuevo escenario sociorreligioso, cultural y científico. Caminar al ritmo de la historia y avanzar por las veredas apenas roturadas de la interculturalidad, el feminismo, la alterglobalización, el diálogo interreligioso, el pensamiento crítico, la ética liberadora y la descolonización. Y compaginar tradición y creatividad, experiencia y reflexión, teoría y praxis, razón y compasión, fidelidad y transgresión. Está naciendo un nuevo paradigma teológico. Esta obra quiere contribuir, siquiera modestamente, a su desarrollo (pág. 23).
2. Juan José Tamayo
Es un autor y teólogo bien conocido dentro del panorama cultural hispano, y ahora nos ofrece un buen compendio de su compromiso teológico y social, en línea de cristianismo. En esa línea, este nuevo libro es un signo y resumen de su extensa obra teológico-social (más de cincuenta libros), pues recoge y reformula, desde la perspectiva de la nueva situación teológico, la orientación y contenido de gran parte de sus libros, dedicados al despliegue de la comunidad cristiana y al sentido de Jesús, a la experiencia de la liberación y al encuentro de las religiones, dentro de un mundo pluriforme. Yo mismo presenté su vida y obra en el Diccionario de Pensadores Cristianos (Verbo Divino, Estella 2010, pág 853-854).
Juan José Tamayo Acosta (1946- ) ha estudiado en la Universidad Pontificia de Salamanca y enseña en la de Carlos III (Madrid). Se ha preocupado por la teología de la comunidad y de liberación, interpretándola desde una perspectiva social y religiosa. También se ha interesado por los temas que están más vinculados con la modernidad, procurando descubrir y describir el sentido de la religión (y de las religiones) dentro del nuevo contexto cultural. Forma parte de varias agrupaciones teológicas y de estudio de las religiones, y muchos le consideran portavoz de una línea teológica, eclesial y religiosa abierta al diálogo racional y a la comunicación inter-cultural e inter-religiosa, desde una perspectiva cristiana.
Los tres ejes de su pensamiento son el compromiso por los pobres (teología de la liberación), el diálogo con las diversas formas de modernidad y la expansión y cultivo de un encuentro religioso desde una perspectiva religiosa, social y política. Sus libros han marcado la conciencia cristiana de muchos hombres y mujeres, que quieren ser cristianos en tiempos de cambio, manteniendo un diálogo tenso con un tipo de religión y teología que (a juicio de Tamayo) corre el riesgo de cerrarse en sí misma.
En ese fondo se entiende su evolución teológica, desde su compromiso al servicio de una iglesia solidaria, expresada en la creación de comunidades laicales donde pudiera vivirse el compromiso con Jesús, hasta su colaboración en los diversos foros de diálogo universitario y social, en España y muchos países del mundo, al servicio de la creación de redes de comunicación religiosa, al servicio de la paz mundial. Su aportación ha sido muy importante en casi todos los foros y lugares de encuentro religioso, tanto en línea universitaria, como en perspectiva de diálogo teológico y social, con grupos feministas, liberadores y de encuentro de religiones.
Tamayo aparece así como signo de un tipo de teología y pensamiento religioso que se emancipan de la tutela dogmática y clerical, abriendo el pensamiento cristiano hacia espacios nuevos de diálogo cultural, social y religioso, con la novedad que ello implica (y con el riesgo que significa para los que quieren mantener la hegemonía cultural y dogmática en el campo del cristianismo o de las religiones).
En ese contexto se sitúan sus obras más significativas: Por una Iglesia del pueblo (Madrid 1976); Religión, razón y esperanza (Estella 1992); Para comprender la escatología cristiana (Estella 1993); Hacia la comunidad I-V (Madrid 1994 ss); La marginación, lugar social de los cristianos (Madrid 1995); Para comprender la crisis de Dios hoy (Estella 1998); Nuevo paradigma teológico (Madrid 2003); Adiós a la cristiandad (Barcelona 2003); Fundamentalismos y diálogo entre religiones (Madrid 2004); El Islam (Madrid 2009)… Han sido y siguen siendo fundamentales sus panoramas bio-bibliográficos: Para comprender la teología de la liberación (Estella 1989); Panorama de la teología española (con J. Bosch, Estella 1999); Panorama de la teología latino-americana (con J. Bosch, Estella 2001).
3. Un tema especial. Diálogo de religiones
Cómo he dicho, este libro de Tamayo constituye una verdadera enciclopedia y trata de muchos temas teológicos desde la perspectiva de la liberación, el diálogo religioso y el feminismo, de manera que es casi imposible recogerlos todos y mostrar con cierta dignidad su contenido. El lector que quiera hacerse una idea deberá acudir al libro, no quedará defraudado.
Pues bien, en este contexto, he querido aprovechar la ocasión para retomar y matizar algunos elementos de la conversación que mantuve con Tamayo el pasado 9-10 de Octubre (2011), con ocasión de un congreso sobre Jesús en Oporto. En aquel contexto, Tamayo disertó Jesús y las religiones, ofreciendo una síntesis precisa y profunda del tema, en la línea de las páginas centrales de este libro (267-289).
A partir de lo que él dijo en Oporto, de nuestra conversación posterior, y especialmente de las páginas centrales de este libro, quiero presentar aquí mi interpretación del tema, para seguir dialogando con él, “si Dios quiere”, como decían nuestros antepasados.
No me limito a repetir los argumentos y tesis de Tamayo, sino que los interpreto, desde mi perspectiva, pensando que soy fiel a su inspiración de fondo (aunque quizá disienta en algunos detalles). Dejo para otro momento las "cuatro teologías cristianas de las religiones", tal como él las elabora partiendo de P. Knitter (págs. 276-282), para ir quizá más allá, desarrollando algunas implicaciones de su planteamiento. Uno de los valores de su libro está en que me permite seguir pensando con él (a partir de él).
Gracias, Tamayo. No intento repetir exactamente lo que dices (en la línea de lo que pudiéramos llamar la "ortodoxia tamayana"), sino exponer lo que a mi juicio son implicaciones de su pensamiento.
1. Introducción, un arco iris de religiones.
Siguiendo un modelo de “arco iris” (cada color es bello estando al lado de los otros), la verdad de una religión no se opone a la verdad de las otras, sino que las “grandes” religiones son verdaderas precisamente por ser distintas, en la medida en que unas ayudan a las otras, de manera ellas se permiten (y nos permiten) descubrir mejor “los colores de Dios” y compartir su belleza, no a través de un tipo de “mercado monetario” (donde unos quieren dominar a los demás), sino a través de una comunión de amor, siempre al servicio de los más necesitados.
En ese sentido, podemos decir que cada religión es verdadera en cuanto “aporta” un “color” al arco iris de belleza y vida de las restantes religiones. Eso significa que ninguna religión debe dominar a las demás, sino que las diversas religiones deben mantenerse en comunión/comunicación, pues al principio no está el Uno que se impone sobre los otros, sino la Comunión o diálogo de las varias religiones que dialogan entre sí, al servicio de la humanidad empobrecida. Desde ese fondo podemos decir que las religiones se definen, distinguen y vinculan por tres cosas (en tres planos).
(a) En plano vertical o “místico”, las religiones se distinguen y se unen por su experiencia de “profundidad”, es decir, por su manera de escuchar, acoger y expresar el “color” de lo divino (de Dios o lo sagrado). En ese fondo, podemos decir que las religiones son “experiencias místicas” distintas y complementarias (aunque siempre vinculadas al misterio divino que sobrepasa a los hombres y les fundamenta). Sólo puede ser intransigente una religión que piensa que ha “agotado” el ser de lo divino, de manera que las demás son falsas. Pues bien, precisamente esa religión que se considera única y no ayuda a las demás a penetrar en el “misterio” (no lo comparte con ellas) deja de ser verdadera.
(b) En un plano horizontal, las religiones se definen también por su capacidad de diálogo gratuito y no impositivo de unas con otras. Así podemos decir que una religión es verdadera en la medida en que no se impone sobre las otras, sino que le ofrece su experiencia, en gesto mutua implicación, dialogando con ellas (a las que considera también verdaderas). Así, por ejemplo, el Islam será (o es) “verdadero” en la medida en que “renuncia” a su verdad aislada, ofreciendo su riqueza cultural y simbólica a creyentes de otras religiones, sin que ellos tengan que hacerse musulmanes; el Islam es verdadero en la medida en que acoge también a su vez la experiencia y palabra que le ofrecen otros grupos religiosos (como pueden budistas, cristianos o hindúes). Si no se abre al diálogo interhumano, una religión es siempre falsa.
c. Finalmente, en un plano de “encarnación”, una religión sólo es verdadera en la medida en que se pone (pone a sus fieles) al servicio de los más pobres, de los excluidos sociales, en línea de liberación. Como dice desde el cristianismo Sant 1, 27, la religión pura y verdadera consiste en “visitar a huérfanos y viudas”, ofreciendo un espacio de dignidad y sentido a los que no caben dentro de los círculos de poder del mundo. Eso significa que las religiones han de vincularse desde el servicio a los pobres.
Eso significa que, en el momento en que una religión dice que es “única” (que las demás son falsas) se vuelve mentirosa e impositiva, dejando de “ver” el color de Dios, para fijarse sólo en su color, apoyando y/o imponiendo su dictadura. Ciertamente, cada religión que en concreto ha de afirmar que es “verdadera”, pues de lo contrario sus fieles no podrían tomarla en serio, confiar en ella; pero es verdadera manteniendo su verdad en diálogo con la verdad y experiencia de otras religiones.
Así, para nosotros, cristianos, la religión de Jesús es “verdadera”, es el camino de Dios, es la experiencia más honda de luz y color que hemos recibido. Pero, siendo “verdadera”, esa misma religión de Jesús nos impulsa a reconocer el valor y la verdad de otras experiencias religiosas, para dialogar con ellas, queriéndoles ofrecer nuestro gran tesoro (el Sermón de la Montaña, la experiencia de Jesús), pero estando, al mismo tiempo, dispuestos a escuchar y acoger la experiencia que ellas nos ofrezcan (como indica el mismo Sermón de la Montaña). En esa línea, más que el triunfo propio, como religión aislada, la iglesia católica ha de buscar el bien de los creyentes de otras religiones, para que todos juntos puedan expresar mejor la alianza plural de la Vida y la riqueza del amor de Dios.
2. Primera concreción, experiencia mística.
Las religiones vinculan a los creyentes y se vinculan entre sí a través de lo que ellas tienen de más hondo, en línea de apertura al misterio (al que algunos llaman Dios, otros lo “numinoso”), superando así el nivel de una racionalidad impositiva, es decir, de un conocimiento instrumental, que quiere imponerse de un modo “unitario” sobre todos, al servicio de un tipo poder ontológico o dogmático, político o económico. No se trata, por tanto, de reducirlo todo a un “mínimo común denominador”, sino de penetrar en la identidad radical de cada religión (el Sermón de la Montaña, la confesión de fe musulmana, la superación budista del deseo…), pues en ese fondo se vinculan todas las religiones.
Entendida así, la “mística” no debe convertirse nunca en un saber “objetivado” que puede imponerse sobre todos, sino que sigue siendo misterio, experiencia radical de trascendencia, sino que es un saber-vivir abierto a todos los demás creyentes (y a todos los hombres). Si en un momento dado el místico o creyente creyera que su verdad es la única (y que puede imponerla a los demás por la fuerza) dejaría de serlo para convertirse en dictador “ontológico o dogmático” (convirtiendo una verdad religiosa en mentira, es decir, en imposición social).
La mística verdadera (la auténtica fe) es una experiencia de trascendimiento, abierta siempre a otras posibles experiencias convergentes o complementarias, pues Dios (el misterio) no puede nunca abarcarse del todo (en exclusiva).
En esa línea, si los cristianos quisieran cerrarse en su verdad e imponerla a los demás dejarían de “creer” en ella, no serían ya “religiosos” (sino puros fanáticos). Pongamos un ejemplo: los cristianos “creen” que Jesús es “Hijo de Dios”, y así dicen con su testimonio de vida (viviendo como vivía Jesús), pero no pueden obligar a los demás a creer como ellos creen, aunque pueden y deben ofrecerles el testimonio de su fe, como riqueza “mística”, ayudándoles a vivir, como ayudaba Jesús (sin entrar en cuestiones de dogmática partidista).
El “dogma” de los cristianos no es una verdad separada que se impone (en forma de concepto o rito), sino una experiencia de vinculación a Jesús, que ellos deben traducir en su vida de amor y servicio a los otros, acogiendo, al mismo tiempo, la experiencia de los creyentes de otras religiones, que buscan y exploran también la hondura del misterio (como pueden hacer los hindúes, budistas, musulmanes…).
En esa línea podemos afirmar que el misterio es único (y así decimos con el Shema judío y con la Sahada musulmana: sólo Dios es Dios)…, pero, siendo único, se manifiesta de formas distintas y complementarias, como los colores del arco-iris, de manera que nadie puede apropiarse de él en exclusiva. Por eso, es importante que las diversas tradiciones religiosas cultiven su “mística”, su forma de entender la hondura de la vida, dialogando con el misterio, pero no para imponer a los demás el resultado “objetivo” de su experiencia, sino para compartir con ellos la misma experiencia, de un modo libre, en diálogo de escucha mutua, de “alianza”.
Esa alianza “mística” no es producto de una razón triunfante que quiere imponerse sobre todos, por la fuerza (como un tipo de política, o una forma de economía mundial)…, sino que ella es una experiencia de comunión enriquecedora, es decir, de iluminación superior que cada creyente y cada grupo religioso quiere compartir con los demás. Hay varias formas de mística, pero todas pueden y deben respetarse y complementarse, siempre que pongan al hombre en contacto la Vida que les fundamenta.
3. Segunda plano, comunicación intra- e inter-religiosa.
La comunión con el único “Dios” (misterio de la vida) vincula entre sí a los creyentes de una religión, como puso de relieve, por ejemplo, Émile Durkheim, en sus trabajos sobre sociología de la religión (cf. Las formas elementales de la vida religiosa, 1912). A su juicio, la religión cumple ante todo una función unificadora: Relaciona a los creyentes, creando los vínculos sociales primeros y más hondos.
Pues bien, siguiendo en esa línea, debemos añadir que una religión vincula no sólo a sus propios creyentes (musulmanes entre sí, budistas entre sí…), sino que les capacita a esos creyentes para vincularse (y lo hace de hecho) con creyentes de otras religiones, en contra de lo que a veces se ha pensado (cuando las religiones han tendido a convertirse en sistemas de poder cerrado). El misterio (lo divino) es interioridad y trascendencia (capacita al creyente para entrar en sí mismo), pero es, al mismo tiempo, fuente de comunicación entre aquellos que “creen”.
Los bienes materiales tienden a ser limitados, pues cuanto más tiene un grupo menos tienen otros, de manera que se establece la lucha por el reparto y consumo. Por el contrario, los “bienes místicos” o religiosos son “ilimitados”, de manera que cuanto más se dan y comparten más se “tienen”. Por eso, el auténtico creyente es un hombre o mujer radicalmente comunicativo, abierto a los demás. En esa línea, el que da lo que tiene lo conserva; el que cierra para sí lo que tiene lo pierde. Hay una mala mística y mala religión que enfrenta a unos hombres con otros, y en esa línea avanza a veces un tipo de “platonismo”, que convierte a los místicos/contemplativos en reyes que se imponen sobre los demás. En contra de eso, la mística (religión) verdadera capacita al creyente para comunicarse en amor y gratuidad con los demás (como en el caso de Jesús o de Buda y Mahoma).
Las diversas religiones, y en especial la cristiana (desde la que estamos ahora reflexionando, en la línea del evangelio, tal como lo vivió Francisco de Asís), son experiencias de comunión, que capacitan a los hombres y mujeres para abrirse entre sí, de un modo gratuito, superando los pequeños límites de una determinada comunidad religiosa. Una religión que cierra a sus creyentes en sí mismos (negando el valor de las otras religiones) no es verdadera, sino que se convierte en “secta” antidivina. La apertura a Dios, la certeza de su presencia, supone que los creyentes de cada religión han de buscar el bien de las demás religiones, y de todos los hombres (religiosos o no), estableciendo cauces de comunicación entre ellas, al servicio de “algo” que es mayor que una religión concreto (el bien de la humanidad).
En un sentido, las religiones son experiencias concretas de comunicación personal que tienden a concretarse en “iglesias particulares”. Pero, al mismo tiempo, para ser fieles a su inspiración “trascendente”, ellas han de abrirse entre sí, ofreciéndose sus riquezas, para que así todos (dentro o fuera una religión determinada) puedan compartirlas. Así el budismo es verdadero no sólo para los budistas, sino también para los cristianos que están dispuestos la verdad de Buda les ayude a ser mejores cristianos. En ese contexto podemos afirmar que sin una comunicación entre las religiones (que están en el fondo de las civilizaciones) no puede haber paz en el mundo, como bien ha mostrado el libro de Tamayo.
4. Tercer plano, alianza desde los pobres.
En el punto de partida del judaísmo, cristianismo e Islam hay una experiencia de liberación de los pobres (hebreos oprimidos en Egipto, enfermos y pobres del entorno de Jesús, oprimidos de la Meca). Una experiencia convergente está en el fondo del budismo (¡superar el deseo posesivo!), del hinduismo clásico (¡despojarse de todo!) y taoísmo (¡no dejarse dominar por nada!), aunque algunos piensan que no aparece tanto como en las religiones monoteístas. Este principio (¡prioridad de los pobres y oprimidos!) ha de estar en la base de la alianza de las religiones, de manera que los creyentes no se unen sólo desde lo sagrado (un Dios/misterio al que adoran), ni desde ellos mismos, sino que han de hacerlo de un modo especial desde el servicio a los pobres (es decir, compartiendo el servicio a los pobres, por encima de sus posibles diferencias “dogmáticas”).
1. Judaísmo. Nace a partir de los hebreos, oprimidos en Egipto, pobres de los pobres, que claman a Dios y que inician un camino de liberación personal y social, superando (venciendo) desde su pobreza el sistema imperial de Egipto.
2. Cristianismo. Nace y se despliega a partir de los pobres, a quienes Jesús anuncia la bienaventuranza de Dios, y con quienes inicia un camino de Reino, que tiene de desembocar en una iglesia de los pobres.
3. Islam. Nace en la Meca, con Muhammad, como movimiento de los pobres que se oponen, con la ayuda de Allah, a la oligarquía comercial y religiosa rica de la ciudad y de su santuario. Por eso, en su origen, el Islam sigue siendo un movimiento de creyentes pobres, llamados ofrecer su experiencia a todos los hombres.
4. Budismo. Nace allí donde los hombres (a partir de Sakiamuni, el Buda primero) inician un movimiento de superación de los deseos posesivos. Sólo la renuncia total a los deseos y a las posesiones libera a los iluminados, que inician así un camino de pacificación interior y social.
5. El hinduismo clásico sigue siendo una experiencia de radical “pobreza”, es decir, de desasimiento total, de manera que los “contemplativos” abandonan el mundo para adentrarse en la soledad, descubriendo allí a Dios, después de haber renunciado a todo.
6. También el taoísmo implica una renuncia total al mundo. Sabio es aquel que no se aferra a nada, que nada tiene (posee) para descubrir el sentido y armonía de la totalidad.
Fijándonos ya en Jesús, debemos recordar que él no ha “venido” a ofrece el evangelio “a los cristianos” (para que se encierren en sí mismos), sino a los enfermos y a los pobres (cf. Mt 11, 2-4), abriendo así desde ellos (con esos pobres) un camino de comunión y de fraternidad. Ésta ha sido también la experiencia radical de Francisco de Asís, que ha vinculado de forma radical la pobreza y la fraternidad, la pobreza al servicio de la fraternidad.
En ese contexto, el servicio a los pobres no consiste en ningún tipo de opción por la “miseria”, en línea de pura renuncia ascética (¡Jesús comía y bebía!), sino en un gesto de renacimiento de reconocimiento (¡valor) de los pobres y de fraternidad abierta a todos desde los últimos del mundo. En esa línea, el servicio a los pobres es “propio” de Jesús, pero no exclusivo de él, sino que está en el fondo de las diversas religiones.
También el judaísmo tiene este punto de partida (liberación de los “hebreos” de EgiptoI, lo mismo que el budismo (centrado en la superación del “deseo” de tener y poder)… De esa manera, creyentes de las diversas religiones tenemos que dejar en un segundo plano otros prejuicios y “dogmas” particularistas, para volver al origen de nuestras experiencias, buscando la paz que es alianza desde los pobres del mundo, no desde los poderes del sistema.
4. Conclusión
Querido Tamayo, éstas han sido las palabras que me suscita tu bellísimo libro, escrito de un modo ejemplar, temático y narrativo, con profundidad y buen lenguaje. Como ves, no he querido limitarme a resumir tus ideas y aportaciones, sino que he preferido adentrarme en ellas, para seguir pensando contigo, es decir, en la línea común de nuestra experiencia y búsqueda cristiana.
Pongo estas reflexiones en mi blog, que muchos leen, copian y reproducen en diversos medios, de manera que espero que algunos puedan descubrir mejor tu libro a través de lo que yo digo. Recuerdo con nostalgia que una de mis primeras intervenciones on line estuvo dedicada a tu persona y obra (Querido hermano Tamayo: http://www.comayala.es/Articulos/tamayo/queridohermano.htm, 15 enero 2003). Muchas cosas han pasado desde entonces, pero sigue viva nuestra pasión teológica, sigue viva mi admiración por lo que haces. Aprovecho esta ocasión para decírtelo, una vez más, con la esperanza de que podamos seguir colaborando en esta apasionada labor intelectual y cristiana.
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