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martes, 7 de febrero de 2012

Evangelio Misionero del Día: 08 de Febrero de 2012 - V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 14-23

Jesús, llamando a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: «¿Ni sIquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?» Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».

Compartiendo la Palabra
Por Enrique Martinez, cmf

LO DE FUERA Y LO DE DENTRO

Jesús sigue intentando explicar su modo de comprender las relaciones con Dios. A la gente le cuesta comprenderlo, como también a los discípulos. Están muy acostumbrados a ese modo digamos «infantil» de medir sus relaciones con Dios a través de lo «externo»: alimentos, personas, animales, ritos, leyes que dejan claro lo que es «puro» (conforme a la voluntad de Dios tal como los «especialistas» lo interpretan) y me permite estar en «orden» con Dios. Llevan siglos de historia recibiendo esa «formación» que hace de esos expertos personas imprescindibles, mediadores necesarios para «ayudarles» a saber lo que está bien y lo que está mal. Son mínimos que hay que cumplir «externamente». Pero puede ocurrir, y ocurre, que estén cumpliendo todas esas normas, orientaciones y criterios (que por otra parte eran ajenos a la Ley de Moisés) y estar a miles kilómetros de Dios... ¡sin enterarse!
No pocas veces hemos caído nosotros, cristianos, en ese mismo error. Nos han dado normas y criterios mínimos que cumplir: «hay que oír misa todos los domingos y fiestas de guardar». Y sí, uno «oye misa», con alguien que la celebra siguiendo exquisitamente los textos oficiales del Misal... aunque puede que aquello que ha «oído» y celebrado tengo muy poco que ver con el significado profundo, interior, que el Señor quiso dar a su «gesto» de la Última Cena. Incluso se tendrán encendidos debates sobre lo que significa «oír misa entera» (¡eso de «oír misa» siempre me ha resultado tan poco apropiado!).
O que hay que confesarse al menos una vez al año, y comulgar por Pascua... Seguramente, con la mejor buena voluntad se marcan unos «requisitos mínimos» para estar en orden con Dios. Y va uno y se confiesa, o comulga... y puede, en cambio, no estar viviendo para nada el seguimiento de Jesús, que es de lo que se trata en definitiva.
O aprendemos a hacer «examen e conciencia» pasando revista a la lista de los mandamientos, para sacar la conclusión de que «no hago nada malo: no robo, no mato...». Como si el mensaje de Jesús se pudiera resumir en «no hacer cosas malas».
Y no pocas veces nos pasa como a aquellos judíos: que nos sentimos mejores que los demás (a los que juzgamos y condenamos, claro está), que no «cumplen»: no ayunan en cuaresma, comen embutido el miércoles de ceniza, no van a misa, no se casan por la Iglesia, no...
En todos estos casos, no es que esté mal «hacer» todas esas cosas. A Jesús lo que le preocupa es que todas ellas están muy centradas en el «yo», en la propia perfección (muy cómoda, por otra parte), pero las relaciones con los demás se quedan «fuera». Yo puedo haber «oído misa» sin haber «comulgado» para nada con los hermanos y con las actitudes de entrega de Jesús, sin haberme sentido implicado en la construcción de la fraternidad que Jesús nos pedía («sed uno»). Puedo haberme «confesado» sin que haya auténtica conversión, cambio de valores, un proyecto de vida nuevo... Puedo haber ayunado y practicado la abstinencia... sin que la solidaridad con los hambrientos se haya visto afectada para nada, o seguir teniendo un estilo de vida consumista y derrochador el resto del año. Puedo estar «casado por la Iglesia» y vivir el matrimonio totalmente al margen de Dios...
En todos estos casos las actitudes y las intenciones no se «tocan». Parece como si se pudiera estar «en regla» con Dios siendo tan «cumplidores» con todas esas tradiciones... como si esa fuera la «medida» de nuestra fe, de nuestra entrega a Dios, de nuestra fe.
Les costaba a aquellas gentes comprender que los «tiros» iban por otro sitio. Les costaba a los discípulos. Y nos cuesta a nosotros. Lo de fuera sigue siendo lo importante: incluso en el plano social: es importante tener un cuerpo estupendo y hacer deporte, y dieta y llevar ropa guapa, y usar aparatos de última generación, y... pero tener valores y vida interior, formarse como persona, escuchar y reflexionar, revisar nuestra coherencia personal, ser críticos, comprometerse para mejorar el mundo... Eso parece ser solo para «gente alternativa».
Pero ser alternativos es lo que pretendió Jesús que fuéramos: en la vivencia de las relaciones con Dios, en nuestro modo de estar en el mundo, en el modo de tomar decisiones, de buscar la voluntad de Dios.... Pero... NO ENTENDEMOS semejantes «acertijos» o «parábolas» como los llaman los discípulos. Nos on acertijos. Son la exigencia y la responsabilidad mayor sobre nosotros mismos ante Dios y ante los demás.

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