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jueves, 16 de febrero de 2012

Jesús y el leproso, toda la vida cristiana


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Los tres posts anteriores han venido comentando el texto la curación del leproso, con la irritación de Jesús y la desobediencia obediente del curado. Son muchos los lectores que me han llamado o escrito pidiéndome que sintetice el tema, y lo hago gusto, retomando unos motivos que publiqué en su momento en RS 21 (http://www.21rs.es/) y que que podrán allí encontrarse en su correspondiente.
Ofrezco así una síntesis del tema y me despido de este motivo crucial de la “lepra” , entendida como enfermedad física y social… y de su curación que exige una forma nueva de concebir la comunión humana y de integrar a los que parecen expulsados de ella.
Es sin duda un tema médico, pero es, sobre todo, un tema humano, de sensibilidad y diálogo, de apertura agradecida... En la primera imagen, los diez leprosos curados por Jesús según el evangelio de Lucas. Nueve van por la vida, uno vuelve para dar gracias a Jesús. En la otra imagen, Jesús con el leproso de Marcos.


Dejo a mis lectores de nuevo (por última vez) con este motivo tema de la “lepra” que sigue definiendo nuestra vida cristiana.

Gracias por haberme seguido en estos días... y perdonad por la reiteración de argumentos y palabras, tomadas en gran parte de mi comentario de Marcos (VD, Estella 1012).

Lea este post sólo quien quiera tener una visión de conjunto del tema, con bastantes reiteraciones, con alguna idea nueva. El motivo merecía la pena, creo que ha sido una seria que ha merecido la pena..., en nuestro tiempo, en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia, tan dada a expulsar de nuevo a los leprosos de diverso tiempo (social y personal, corporal e intelectual y religioso)

LEPROSO 1. INTRODUCCIÓN.


Texto: Marcos 1,40-45

Mc 1, 40-45. En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme." Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero: queda limpio." La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: "No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés." Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

1. Quién es un leproso. Un enfermo

De la sinagoga de Cafarnaúm, pasando por la casa de la suegra de Simón, Marcos nos lleva a las sinagogas rurales de Galilea (1, 39) y a los campos donde vagan los impuros, aquellos que no pueden integrarse en la ciudad. En ese campo, expulsado de la sociedad, habita el leproso que «puesto de rodillas suplicaba a Jesús: Si quieres, puedes limpiarme».

El leproso esta expulsado, no puede entrar en una población, y así busca a Jesús en el campo, diciendo que él puede curarle. Jesús escucha, se apiada, toca al leproso con la mano y responde «Quiero». Éste es el primer gesto de voluntad clara de Jesús, que responde al leproso e inicia así un camino de limpieza que el judaísmo más legal no admitía, pues separaba a posesos (cf. 1,21-29) y a leprosos.

La contraposición es evidente. El judaísmo del Levítico y de la ley de sacerdotes declara lo limpio y lo manchado: divide, organiza ritualmente a los hombres, expulsando a los sucios, y reintegrando a los curados, pero sin poder limpiarles. Jesús, en cambio, vuelve a las raíces del auténtico Israel y dice: «quiero, queda limpio», y de esa forma cambia y construye un orden nuevo donde caben posesos y leprosos, una comunidad de acogida universal.

2. El leproso, un expulsado.

Jesús ha empezado a proclamar el evangelio “en las aldeas” (kômopoleis, poblados de campo), iniciando así una misión rural, centrada en los exorcismos, realizados en las pequeñas sinagogas, de manera que él aparece como experto en cuestión de posesos. Pues bien, entre sinagoga y sinagoga, atravesando por el campo, se le acercó un leproso, con quien (al parecer) no contaba, echándose a sus pies de rodillas (gonypetôn), como adorándole, para exponerle su caso y decirle: “si quieres… (ean thelês) puedes purificarme” (katharisai).

Jesús no le ha buscado, quizá no pensaba que Dios le mandaba a curar a los leprosos, pero el leproso se lo dice: “Si quiere, puedes…”. Este leproso conoce su mal por experiencia, pues la misma Ley le ha expulsado de la sociedad, de manera que no puede albergar ninguna esperanza de Reino, pues ha de habitar fuera de las poblaciones, sin escuchar el mensaje que Jesús está sembrando precisamente en ellas, al curar a los endemoniados.

Es el último en el escalón de la vida, sin esperanza alguna. Está fuera del círculo social, pero Jesús pasa y él (el leproso) puede decir algo que Jesús no sabía: «Puedes limpiarme». Jesús no había tenido en cuenta a los leprosos, por eso es el leproso el que tiene que enseñarle, mostrándole su carne herida. No es un simple enfermo, sino un expulsado, más aún, un excomulgado en el sentido fuerte del término, y sólo el sacerdote podía reintegrarle en la sociedad si se curaba (Lev 13-14).

3. El leproso, un maestro de Jesús.

La escena empieza con el gesto del leproso que viene y ruega (1, 40), puesto de rodillas (gonipetôn), diciendo a Jesús “si quieres…”, poniendo su caso y su causa en sus manos. Todo nos permite suponer que Jesús no se había detenido a pensar en el problema, ni conocía el poder que este leproso le atribuye (¡si quieres puedes limpiarme!), ni sabía cómo desplegarlo, asumiendo en su misión la tarea de “purificar” a los leprosos (el texto emplea la palabra katharisai, que propiamente hablando no es curar, sino purificar, limpiar).

La iniciativa no parte de Jesús, sino del leproso que le dice lo que ha de hacer (¡si quieres…!), despertando en él una nueva conciencia de poder, que desborda las fronteras del viejo Israel sacerdotal. Este leproso puede saber que Jesús había curado al poseso de Mc 1, 23, esclavizado por un espíritu impuro (akatharton) y a la mujer con fiebre (1, 31). Pues bien, sabiendo que Jesús pudo “purificar” a un poseso, está seguro de que podrá purificarle también a él, declarándole limpio y realizando algo que, según Lev 13-14, sólo podían hacer los sacerdotes, cuando declaraban puros a los leprosos previamente curados.

Para ser maestro hay aprender de los otros. Jesús, el gran maestro, aprendió la lección del enfermo: ¡Si quiere puedes limpiarme! Aprendió y quiso, limpió al leproso, iniciando un camino que le llevará dar la vida por los otros, como supo siglos más tarde, Damián de Veuster, un cristiano, que aprendió todo de los leprosos.

LEPROSO 2. JESÚS LE LIMPIA

1. Gesto de Jesús.

El leproso del camino había enseñado a Jesús, diciéndole que “si quería” podía limpiarle (Mc 1, 40). Pues bien, Jesús escuchó al leproso y supo así que tenía poder para limpiarle, en nombre de Dios, por encima de los sacerdotes, que controlaban los casos de lepra, expulsando a los manchados, pero sin curarles. Así sigue el texto: « Y, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda puro. Al instante desapareció la lepra y quedó puro» (Mc 1,41-43).
Esta acción nos sitúa en el centro de la máxima “transformación” del evangelio. Jesús no será “Mesías” luchando, en guerra, contra Roma, ni tomando el templo por la fuerza, para hacerse allí Gran Sacerdotes, sino acogiendo y ofreciendo un lugar para vivir a los leprosos. Éstos son los rasgos de su gesto:

1. Compadecido (splagnistheis). Esta palabra evoca la experiencia del Dios de Moisés, que se define como “aquel que está lleno de misericordia y compasión” (Ex 34, 6). En el principio de la acción de Dios, que perdona y acoge a su pueblo, esta la misericordia. Pues bien, según ese pasaje, Jesús ha sentido esa misma “conmoción interior” de Dios ante el leproso, una compasión-misericordia que brota de su entraña, como puso de relieve J. Sobrino, en un libro inolvidable: El principio misericordia, Santander 1992.

2. Extendió la mano y le tocó. Movido por su compasión, Jesús desoye y supera la ley del Levítico, que prohibían “tocar” a los leprosos, bajo pena de impureza. Expresamente rompe esa ley y hace algo que nadie podía, sino sólo el sacerdote, y no para curar/purificar, sino sólo para certificar una curación: tocar a los supuestos leprosos. Jesús extiende la mano y toca expresamente al leproso, sabiendo que, en línea de ley, ese contacto va a mancharle, pero sabiendo también y, sobre todo, que él puede y debe purificar al leproso. Esta mano de Jesús que toca es la expresión de una misericordia que transciende unas leyes externas de pureza.

3. Y le dice ¡quiero, queda limpio! (1,41b). Esa palabra ratifica la misericordia anterior y expresa el sentido del contacto de la mano. El leproso le ha dicho ¡si quieres! (ean thelês) y Jesús le ha respondido, cumpliendo así su petición: ¡quiero, sé puro! (thelô katharisthêti). A través de esa voluntad de Jesús, en primera persona (¡quiero!), se revela la voluntad creadora de Dios.

2. Ampliación.

La misericordia, el contacto físico y la palabra purificadora de Jesús llegan a la hondura del enfermo, que antes se hallaba expulsado de la sociedad “sagrada” (y marginadora). Jesús invierte así el proceso de expulsión de la Ley, acogiendo (¡purificando!) al leproso. No espera y observa, como deben hacer los sacerdotes, para sancionar una posible curación ya realizada (cf. 1, 44; Lev 14, 3), sino que escucha la necesidad del impuro y le acoge, ofreciéndole su contacto corporal y su palabra, abriendo un espacio de pureza (salud, dignidad, humanidad) en su nueva familia mesiánica.

En este contexto pueden plantearse dos cuestiones importantes, aunque no esenciales, para entender el movimiento de Jesús. 1. La enfermedad. El texto dice que aquel hombre era un leproso (lepros), una palabra que indicaba varias enfermedades de la piel (y no sólo la producida por el bacilo de Hansen, que entonces no se conocía). Por eso, algunos comentaristas de Marcos prescinden de esa palabra (lepra), empleando otras más o menos equivalentes.

Pero al evangelio no le importa el carácter biológico de aquella enfermedad, sino su carácter “humano”: expulsaba a los enfermos, les hacia impuros. 2. La curación. El texto dice que “de pronto desapareció la lepra y quedó puro (con un verbo en pasivo divino: ekatharisthê: Dios le hizo puro). Evidentemente, Marcos está pensando en un “cambio externo”, y así supone que la piel del enfermo tomó otra apariencia, como si quedara sana o se le cayeran las escamas. Pero, el término que emplea no es “se curó” (iathê), sino “quedó puro” (ekatharisthê). Lo que importa e la “pureza personal”.

Según este pasaje, Jesús curó a un sólo leproso (a un hombre impuro), pero al hacerlo fue como si hubiera declarado que todos los leprosos son humanamente limpios, superando así los tabúes y las divisiones de purezas e impurezas que expulsaban a ciertos hombres y mujeres de la sociedad. Nos hallamos ante un gesto que sigue siendo socialmente inaudito, un gesto que sólo algunos hombres grandes como el P. Damián han comprendido y actualizado en la iglesia.

LEPROSO 3. JESÚS SE IRITA

1. Tema.

En los dos números anteriores del RS21 he presentado el “milagro” del leproso (Mc 1, 40-41), que enseñó a Jesús y a quien Jesús sanó. Podríamos esperar que la escena tuviera un “happy end”, de manera que leproso y Jesús se abrazaran ante el aplauso de todos, incluidos los sacerdotes de Jerusalén. Pero de manera extraña (y ejemplar) el texto dice que Jesús se irritó «y le expulsó, diciendo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos» (Mc 1, 43-44).
Este pasaje nos sitúa ante las consecuencias de lo que implica “optar” por lo leprosos (como hizo Damián de Veuster). Jesús purificó al leproso, pero quiso que se integrara en el espacio “normal” de la comunidad, dominada por los sacerdotes. Pues bien, el evangelio mostrará que eso resulta imposible: ¡Una vez que se opta por los leprosos todo cambia!. Desde ese fondo se entiende el “enfado” de Jesús. Primero cura al leproso; después se irrita con él. Tiene que haber una razón grave, muy grave, gravísima, para que el “dulce” Jesús actúe de esa forma.

2. El enojo de Jesús.

Este pasaje es muy extraño. Jesús había escuchado al leproso y, movido por la misericordia, le había dicho: “queda puro”. Pero después parece que se arrepiente “e irritado con él (embrimêsamenos autô) le expulsó (exebalen auton)». Las dos palabras que describen su estado interior y su acción (irritado, le expulsó…) destacan la implicación afectiva de Jesús en este gesto, que tiene grandes consecuencias para todo desarrollo posterior de su proyecto.

Jesús había “salido” de Cafarnaúm, para enseñar en las sinagogas del entorno campesino (1, 38), en tarea programada de evangelización rural (de exorcismos y preparación del Reino), que, en principio, no plantea problemas, porque los posesos no tienen una “marca de impureza” externa, y porque la Ley (en especial el Levítico) no les expulsa de la comunidad (como hace con los leprosos). Pero, este nuevo gesto (¡ha tocado a un leproso!) le ha convertido en impuro según la Ley. Además, al decir al leproso “queda limpio”, Jesús ha asumido una autoridad propia de sacerdotes (decidir quién pertenece o no al pueblo de Israel), entrando en conflicto con ellos (cf. Lev 13-14). Así comienza un choque de autoridad que culminará en su muerte (los sacerdotes le expulsarán del pueblo de Israel, entregándole a los romanos para que le maten).

En ese contexto puede situarse mejor la “ira” o conmoción de Jesús, como si no supiera (o no pudiera) superar la ruptura interior y exterior que le ha causado su relación con este leproso al que ha limpiado. (a) Por una parte, tiene piedad del leproso, le toca, y le declara limpio. (b) Pero, por otra parte, se irrita ante él, y le expulsa, diciéndole que vaya donde los sacerdotes, como para “rendirles” obediencia, como si por ahora no quisiera “romper” con ellos.

3. Explicación.

Este pasaje nos sitúa así ante un Jesús extremadamente sensible, que va aprendiendo a medida que ejerce su tarea mesiánica. ¿Con quién se irrita?

− Puede irritarse con las instituciones de Israel, porque quieren mantener sometidos por ley a los leprosos; se irrita, pero no puede (no quiere) empezar enfrentándose con los sacerdotes y, por eso, con ira, manda al leproso que vaya y que cumpla según Ley, para que ellos, en principio, no se opongan a la obra de Jesús (para testimonio de ellos). Esa actitud puede situarnos ante un dato histórico: En principio, Jesús quiso mantenerse fiel a las instituciones de Israel y por eso pidió al leproso que “callara”: que no propagara el “milagro” (la revolución que implica), que volviera al conjunto social establecido, para que los sacerdotes reconozcan y admitan de nuevo en el orden sagrado que ellos controlan.

− Puede irritarse también consigo mismo, porque el leproso a quien él ha purificado (por misericordia) cambia sus proyectos y pone en riesgo su misión en Israel (en las sinagogas del entorno, donde ya no puede entrar, pues todos saben ha tocado a los leprosos). Por eso, en vez de mantenerle a su lado y de decirle que le siga (como ha hecho con los cuatro pescadores de 1, 16-20), Jesús le expulsa (exebalen). No le quiere en su grupo, porque sería un impedimento para su misión en los pueblos del entorno. Marcos parece indicar así que Jesús buscaba un imposible: por un lado declaraba puros a los leprosos; por otro lado intentaba mantenerse dentro de las estructuras sagradas del viejo Israel (que les expulsaba). Por eso, en este momento, preso de una división interior, expulsa” al leproso curado (¡no quiere que le acompañe!) y le ordena, con irritación, que se marche y se inscriba en el libro sagrado de los sacerdotes…

Este mandato de un Jesús “irritado”, que no quiere romper el orden de Israel, al menos en este momento y que, por eso, acepta sus instituciones, nos sitúa ante un problema clave de la iglesia posterior. Nosotros, hoy, sabemos que aquella primera estrategia “pactista” de Jesús (¡no irritar a los sacerdotes) resultará inviable, pues los mismos sacerdotes le condenarán a muerte (Mc 14, 1-2), mientras que un leproso, como éste a quien él ha curado (¡quizá el mismo!), le recibe en su casa de Betania en la anteúltima cena (Mc 14, 3-9). El P. Damián conocía bien esas “historias” de leprosos que mantienen su dignidad y que reciben y acogen en su casa a los que otros (como los sacerdotes del viejo Jerusalén) quieren matar. Quien empieza acogiendo y curando (dando dignidad) a los “leprosos” se enfrenta con grandes problemas, como supo Jesús.

LEPROSO 4. OBEDECE DESOBEDECIENDO

1. Tema.

He venido tratando en los números anteriores de Jesús y del leproso de Mc 1, 39-45, poniendo de relieve el gesto duro del Jesús airado, que ordena al leproso purificado que calle y se integre en el orden social de los sacerdotes, conforme a lo prescrito por Moisés. Pero el leproso no le quiere obedecer, sino todo lo contrario: en vez de acudir al sacerdote y guardar silencio empieza a “kêryssein polla”, esto es, a proclamar con gran fuerza lo que Jesus ha hecho con él «de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él de todas partes» (Mc 1, 45).

Es evidente que ese leproso curado desobedece a Jesús en un plano, pero lo hace para obedecerle en otro más profundo, proclamando la palabra (es decir, la forma de actuar de Jesús). Él había empezado “enseñando” a Jesús (¡si quiere, puede…). Ahora, al final de la escena, le sigue enseñando, y así le dice que debe prescindir de los sacerdotes (no someterse a ellos), con las consecuencias sociales que ello implica. Este leproso es el primer predicador cristiano (como la suegra de Simón, que había sido la primera “ministra”: 1, 31), al proclamar lo que Jesús ha hecho con él, presentándose así como germen de una nueva comunión de liberados, que superan la ley sacerdotal, haciéndose testigos del evangelio, es decir, de una humanidad donde todos son puros.

2. Trama.

A este leproso le habían “expulsado” ya los sacerdotes, cuando estaba enfermo, teniendo que vivir fuera de pueblos y aldeas. Ahora que está curado (que es puro) no quiere someterse más a ellos, ni aunque se lo mande Jesús, que ha dicho: ¡Sométete a los sacerdotes! En un sentido, por experiencia, este leproso “sabe” más, atreviéndose a sacar unas consecuencias que ni Jesús quería sacar por entonces: ¡Sabe que debe liberarse de los sacerdotes de Jerusalén!

Este leproso hace “por Jesús” algo que no estaba previsto, pues la misma dinámica de Jesús, que le ha curado, le ha liberado del control sagrado de los sacerdotes. La suegra de Simón respondía al "milagro" (Jesús la levantó en sábado) poniéndose a servir a los demás, superando de esa forma la ley del sábado judío (1, 31). En esa línea avanza este leproso, pero de un modo más directo y programado, pues no va a los sacerdotes (como debía, según Ley, que Jesús le ha recordado), sino que predica el nuevo mensaje de pureza en los pueblos de Galilea e influyendo en la estrategia posterior del evangelio.
Este leproso sabe que Jesús ha puesto en marcha un movimiento de Vida y ya no puede volver donde los sacerdotes, ni aunque se lo mande externamente Jesús, pues el mismo Jesús le ha mostrado un camino de liberación y Reino que supera el control de los sacerdotes. De esa forma, desobedeciendo obedece de verdad.

3. Consecuencias.

Desobedeciendo en un sentido, obedece en otro, mucho más profundo, actuando así como el primer misionero cristiano (antes de Pedro, antes de Pablo).

− Jesús leproso. Esa actitud del implica hace cambiar a Jesús, que ya no puede entrar abiertamente en las ciudades sino que ha de habitar en despoblado (1, 45b), teniendo que suspender el programa que había iniciado en 1, 39, como reformador de las sinagogas, al menos por un tiempo. ¿Por qué? Porque, de hecho, su mensaje va en contra de los sacerdotes y porque él mismo se ha hecho impuro, como el leproso al que ha curado, apareciendo ante la Ley como leproso.

− Jesús buscado. Ha sido él quien ha querido curar al leproso, “tocándoles” y quedado así, por un tiempo, “fuera de la Ley”. De esa forma, este Jesús “leproso” (marcado por su forma de tratar a los leprosos) tiene que vivir al descampado. No puede “ir” a los lugares donde está la gente normal, sino que debe habitar en lugares desiertos, pero vienen a buscarle de todas partes, reconociendo así que hay un tipo de vida, una misión, que sólo puede iniciarse desde fuera del orden establecido.

Los otros discípulos (incluido Simón Pedro) acabarán abandonando y entregando a Jesús en manos de los sacerdotes de Jerusalén (cf. Mc 14). Por el contrario, este leproso se ha arriesgado por él desde el principio, superando la ley sacral antigua y abriendo un camino de predicación y de vida que sólo podrá entenderse del todo y culminar tras la pascua. De esa forma ha recorrido en un solo movimiento los muchos pasos que ha de dar el verdadero discípulo del Cristo. Desde ese contexto podemos identificar a este leproso limpiado con Simón Leproso (no Simón Pedro), que acoge a Jesús en su casa al final del evangelio, cuando los sacerdotes han decidido matarle (Mc 14, 3-9). En esa línea se ha movido el P. Damián de Veuster.

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