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miércoles, 1 de febrero de 2012

Sinagoga (iglesia), guarida del Diablo (Mc 1, 21-26)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

He presentado el tema al comentar el evangelio del domingo (22. I. 12), y pensaba que era suficiente. Pero varios comentaristas (Maribel, Xabi, Sofía...) han ofrecido reflexiones sabias... y me han ayudado a seguir pensando (¡gracias!). Pero hay otros "amigos" del blog que parece que no entienden lo que dice Marcos (quizá porque yo no he presentado bien su mensaje en mi post... o porque no les gusta ese evangelio y quieren otro, como los "santos" de Galacia).

Para unos y otros, y, sobre todo, para los "amigos" del Evangelio, interesados por la Iglesia actual, ofrezco con gran alegría este comentario (cuando cierta prensa afirma --no sé si con razón-- que en la Cúpula del Vaticano se estremece ante el sonido de los sables). Lo que Marcos describe y anuncia (la acción del Jesús sanador) puede ayudarnos a todos, pues siempre han existido diablos (para ser expulsados) en sinagogas e iglesias:

a. Una sinagoga del Diablo. Había en Israel sinagogas donde los fieles acudían para escuchar la Palabra de Dios y comentar (aplicar) la Escritura. Pues bien, precisamente allí donde el pueblo debía alcanzar mayor pureza (y vivir más resguardado), ha descubierto Jesús al hombre impuro, al endemoniado. La misma sinagoga, creada para el bien, ha venido a convertirse en el lugar donde actúa más a sus anchas el diablo (o la diablesa de la imagen, si es que las mujeres me perdonan por haber puerto esa imagen).


b. El Diablo en la Iglesia. Pero no acusemos a los judíos de entonces, sino, de un modo especial, a los cristianos (para quieres escribe Marcos su evangelio), sabiendo que hay sinagogas-iglesias que, debiendo ser casas de Dios, se han convertido en "guaridas del Diablo", lugares donde se oprime a los indefensos y se destruye a las personas. Varios Padres Cristianos del Desierto afirmaban que los lugares con mayor densidad diabólica del mundo no eran los cuarteles y prostíbulos, sino ciertas "iglesias", donde debería venir Jesús para curar a los endemoniados (y, sobre todo, para luchar mano a mano contra los endemoniadores, es decir contra los diablos, como el de la imagen... aunque los diablos-diablos no visten de rojo, ni tienen cuernos, sino que aparecen como ángeles de luz, buenos empresarios, hombres impecables de Gran Iglesia, como sabe y dice San Pablo).

c. El tema no es si existe o no existe diablo personal (hembra o macho, con cuernos o sin ellos), sino dónde actúa lo diabólico. Es evidente que muchas sinagogas, iglesias y conventos son lugares santos, casas de Dios. Pero seguimos corriendo el riesgo de convertirlas en guaridas del Diablo. Por eso sería conveniente "llamar" a Jesús y pedirle que "limpie" a su Iglesia, in capite et in membris, como siempre se ha dicho, es decir, empezando desde el Vaticano... Que la sinagoga y la iglesia sea lo que son, casas de la Palabra, hogares para el diálogo con Dios. Eso es lo que quiso Jesús. Por eso, según Marcos, Jesús empezó su misión limpiando la sinagoga de Cafarnaúm, para terminar limpiando el templo de Jerusalén (guarda y guarida de ladrones, no hará falta recordarlo, en estos momentos en que muchos siguen acusando a la Cúpula de la Iglesia de inciertos manejos económicos) (Mc 11).

Texto. Un Demonio en la sinagoga Mc 1, 21-26:


(a. Sinagoga. La gente) 21 Y fueron a Cafarnaúm y de pronto, llegado un sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 La gente estaba admirada de su enseñanza, porque los enseñaba con autoridad, y no como los escribas.

(b. Poseso) 23 Había precisamente en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¿El Santo de Dios!

(b’. Jesús) 25 Jesús lo increpó diciendo:¡Cállate y sal de él !26 El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él.

(a. La gente) 27 Todos quedaron admirados y se preguntaban unos a otros:¡Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! 28 Pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea.

a. Sinagoga la gente (1, 21-22).

Jesús sale a “pescar” para el reino con sus cuatro delegados escatológico y, de forma paradójica, su primer lugar de pesca es una sinagoga, casa de enseñanza y oración, donde se juntan los judíos para cultivar su ley sagrada. Lógicamente, Marcos está proyectando hacia la historia anterior su propia experiencia de misión cristiana.

No ha comenzado ofreciendo su palabra en los lugares que parecen más contaminados: casas públicas, cuarteles, mercados, caminos... Al contrario, él ha venido al corazón de la pureza judía (sinagoga) como indicando que precisamente allí, en el espacio que debía ser más limpio, se encontraba un hombre hundido en gran necesidad, poseído por un espíritu impuro. Él ha escogido con toda claridad el lugar de su actuación.

No clama en el desierto, esperando que los hombres vengan, como hacía Juan bautista. Le hemos visto en la orilla del mar, para llamar a cuatro pescadores. Más tarde le hallaremos enseñando de manera sistemática en el campo, también junto al mar (cf. 3,7-12). Pero ahora, por imperativo de su formación (raíz) judía, él tiene que acudir a la sinagoga que convoca y reúne a los creyentes normales de su pueblo.

Aprovecha el sábado, día en que los fieles se reúnen, para así enseñarles, como judío cumplidor que tiene una palabra para el pueblo. Aunque Marcos dice que la sinagoga era de ellos (autôn), como indicando la ruptura que ya existe (hacia el 70 d. C.) entre cristianos y judíos fieles a su vieja tradición, es evidente que en tiempo de Jesús no había tales divisiones. El nuevo profeta galileo entra de forma normal en esa casa de cultura-religión y enseña de manera programada dentro de ella. Como maestro de renovación intrajudía se comporta Jesús en ese tiempo.

Pero el texto destaca pronto un rasgo imprevisto: dentro de la sinagoga se halla un hombre impuro, un endemoniado, una presencia que va en contra de todos los esfuerzos de separación y santidad que ha trazado (está trazando) el rabinismo, a partir de los principios recogidos en el código legal antiguo de Lv 16.

Ciertamente, las autoridades judías no parecen saber que es un impuro; si pudieran conocerlo, si supieran que dentro de la misma sinagoga se esconde un hombre extraño (endemoniado), lo hubieran expulsado de su seno.

Posiblemente, Marcos utiliza la ironía para referirse a la ignorancia de los escribas (los que enseñan en la sinagoga). Ellos imponen con detalle las leyes de pureza (cf. 7,1-23), pero luego resultan incapaces de encontrar al verdadero impuro, al hombre dominado por Satanás. Es evidente que no puede forzarse el simbolismo, pero también parece claro que ese texto (Marcos 1,21-28) entiende las sinagogas «de ellos» (los judíos) como lugares donde se ha escondido y se agazapa el poder de lo diabólico.

b. Un hombre con espíritu impuro (1, 23-24).

Era difícil encontrar un signo más hiriente. La sinagoga debería ser espacio de total pureza, hogar donde los humanos forman la auténtica familia de Dios, en libertad y transparencia. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que la sinagoga mantiene al hombre en impureza, fuera de sí, cautivado. Por eso, él viene con sus cuatro pescadores finales, para empezar su tarea, en gesto solemne, buscando al pobre endemoniado, primer destinatario de su reino.

Jesús viene al lugar donde debía encontrarse todo limpio, pero “descubre” que en esa sinagoga sufren y malviven los humanos oprimidos por los varios "demonios" de este mundo: enfermos, marginados, destruidos por la patología religiosa.

¿Cómo explicar eso? ¿Cuál es la razón de que siga habiendo endemoniados en la sinagoga? El texto supone que ello se debe a la impotencia de los escribas. Lo que está en juego es el valor o, mejor dicho, el poder de la enseñanza. Ciertamente, los escribas saben: son técnicos capaces de entender e interpretar las Escrituras al detalle, fijando su sentido literario y precisando sus aplicaciones. Pero les falta poder para cambiar al hombre, es decir, para descubrir y curar al poseído.


(Imagen, tentación de Jesús: Retablo Catedral vieja de Salamanca.
En la siguiente, el mismo tema, de Juan de Flandes: Un Eclesiástico, ya sin cuernos externos, tienta a Jesús)

Las sinagogas son casas donde se estudia y se quiere cumplir la Ley de la pureza Dios (de la Escritura), pero el pobre endemoniado sigue impuro y nadie puede transformarlo. Discuten los sabios y el poseso calla, dominado por su enfermedad, como aplastado por su misma sensación de desamparo y dependencia. Parece que todo está normal, hasta que llega Jesús. Los letrados callan, pero la gente sabe discernir: ¡éste trae una enseñanza nueva! Callan los escribas, pero los endemoniados hablan: entran en crisis, descubren en Jesús algo distinto; por eso le preguntan y le increpan: ¿«qué tenemos que ver contigo?, ¿has venido para perdernos?».

El impuro de la sinagoga “conoce” a Jesús, descubriendo que ha venido a “luchar contra el demonio”. No es el impuro el que habla, sino el “espíritu” que le tiene poseído, un espíritu plural, que conoce a Jesús desde el principio, y así le dice: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Es como si le dijera que “ellos” no quieren hacer la guerra, que pueden pactar con Jesús, repartiéndose cómodamente las “posesiones”, como han hecho con las autoridades de la sinagoga, donde pueden entrar y tener sus posesos.

Pero, al mismo tiempo, ese “espíritu” es singular y se identifica quizá con el mismo Satán que dice a Jesús: ¡Conozco quién eres: El Santo de Dios!

Estamos en el mismo contexto de 1, 12-13, donde Jesús luchaba contra Satán y sus fieras. Ese Satán no se manifiesta aquí en poderes bestiales de tipo cósmica, sino en algo mucho más sutil y, en el fondo, más peligroso: en la destrucción de los mismos fieles del judaísmo de la sinagoga, donde ha entrado. Éste es un espíritu que utiliza la “religión” (aquí el judaísmo sinagogal) para apoderarse de los hombres y mujeres y para destruirles

b’. Jesús cura al poseso (1, 25-26),

mandándole que calle. No argumenta con él, no razona. Hay poderes de perversión con los que no se puede hablar, hay que mantenerles en silencio desde el principio, no con la autoridad de una doctrina erudita (como aquella que han desarrollado los escribas), sino con el poder más fuerte de la vida, propio del Hijo de Dios, que sabe descubrir la opresión humana y luchar contra ella, en la sinagoga o fuera de ella (o en la misma iglesia).

Todos los restantes principios de la sinagoga o de la iglesia le parece secundarios (ritos, doctrinas, sacralidades…). Lo único que importa (que le importa) es la libertad de los hombres y mujeres, que puedan ser ellos mismos, sin disociación interior, sin estar poseídos por espíritus externos.

La autoridad de Jesús se identifica con su misma palabra sanadora que ilumina al oprimido por la sacralidad ritual judía. Frente a la sinagoga que impone una enseñanza que no cura, sino que regula y organiza lo que existe, ofrece Jesús la enseñanza que cura y transforma, superando la opresión del espíritu impuro. La enseñanza de Jesús no es valiosa por más profunda en plano teórico, por más rica en simbolismos literarios o cósmicos, sino porque libera al oprimido de la sinagoga (1, 23). No se dice la enfermedad del oprimido (ceguera, parálisis...), se dice simplemente que está impuro: dominado por un espíritu antihumano al que Jesús descubre y hace hablar.

d. Conclusión, admiración de la gente (1, 27-28).

Los escribas mantenían en la sinagoga su propia enseñanza vinculada a tradiciones de ley, que deja al ser humano en su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su misma religión. La ley sacral del judaísmo aparece de esta forma como mala o, por lo menos, como inútil: no consigue sanar al enfermo, quizá aumenta su opresión con nuevas opresiones.

La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) es fuente de impureza. Jesús ha ofrecido en esa sinagoga su enseñanza nueva (didakhê kainê: 1, 27) con autoridad para sanar a los enfermos. No cura como mago, con ensalmos de misterio sino como maestro, con la palabra: su enseñanza desata, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de ella. Frente a la esclavitud de una religión que se utiliza para oprimir ha elevado Jesús su palabra de poder que libera a los enfermos. Por eso se admiran los integrantes de la sinagoga.

No discute Jesús sobre Dios en forma abstracta; no propone teorías de pureza más intensa, sobre ritos y alimentos. Tampoco desarrolla una doctrina sapiencial de tipo moralista (como piensan aquellos que han querido convertirle en una especie cínico galileo). No tiene un sistema mejor sobre leyes o formas de conducta. No es un rabino más sabio que Hillel el Grande o que Johanan ben Zakai, famosos en el judaísmo posterior. Todo eso es secundario para Marcos. La enseñanza nueva de Jesús se identifica con su autoridad personal, con su capacidad de limpiar a los enfermos de la sinagoga.

Por eso, su nueva familia mesiánica nace y se funda en su palabra de liberación: sólo existe verdadera iglesia (familia humana) allí donde la vieja sinagoga (o la moderna institución cristiana) deja de ser campo de opresión, lugar donde se esconden los "demonios" que mantienen al hombre sometido, para convertirse en espacio de libertad, fuente de limpieza humana y transparencia. Por eso, los escribas reaccionan admirados y gozosos.

La primera y mayor de las señales de la presencia del Reino en Jesús ha sido esa conmoción de los posesos y la admiración de los buenos fieles de la sinagoga. Los posesos moraban fuera del sistema de la seguridad sagrada de los escribas, refugiados en su propia marginación impotente. Por eso estaban silenciosos. Pero viene Jesús y penetra con su fuerte enseñanza hasta el lugar de la más honda ambivalencia de su vida. En ese contexto se dice que ellos «le conocen»: descubren su poder como Santo de Dios, es decir, como expresión de pureza salvadora. Por otro lado gritan con gran miedo: la misma enseñanza de Jesús se vuelve principio de crisis para el pueblo (especialmente para los enfermos).

Es significativo el hecho de que Marcos no haya realizado esfuerzo alguno por mostrar el contenido conceptual de la enseñanza de Jesús, pues ello no le importa. Sobre contenidos conceptuales discutían hasta el puro agotamiento los escribas, pero sin lograr cambio ninguno. Lo que importa en la enseñanza de Jesus es ella misma, es decir, el poder o autoridad que ella tiene para cambiar a las personas. Más que lo que enseña, vale quién y cómo enseña. Éste es el secreto Jesus: él penetra con fuerza, como signo de curación y vida, dentro de un contexto (sinagoga) que se hallaba dominado por disputas inútiles, estériles. Ésta es la causa de la admiración gozosa de los escribas:

En este contexto se habla de la nueva enseñanza de Jesús (didakhê kainê; cf. 1,27). La tradición cristiana ha terminado acuñando el título de nueva alianza (kainê diathekê) para referirse al encuentro definitivo de Dios con los hombres en Cristo (Lc 22, 20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Heb 9,15; 12,24; cf. Gál 4,24). Pues bien, Marcos emplea una termología igualmente expresiva que podría (quizá debería) haberse convertido en clave para interpretar todo el mensaje de Jesus: es enseñanza nueva. Esa nueva enseñanza, que causa admiración, no se sitúa en un plano de teoría, en un nivel de contenidos conceptuales, sino en su poder de liberación. Precisamente en el lugar donde los hombres se encontraban dominados por sus tradiciones sagradas (sinagoga), incapaces de cambiar, pactando con la opresión de lo demoníaco, Jesús ha introducido su fuerte novedad al ofrecer el reino.

Resumen final: Enseñanza nueva. El poder de Jesús (Mc 1, 23.27)

No es nueva por lo que dice, sino por lo que hace. Lo que importa no es organizar teóricamente el mundo o la vida, sino transformarla, ayudando y liberando a los más pobres (que son los posesos). La mejor enseñanza es la acción que libera a las personas. Con ella ha penetrado Jesús en el lugar donde se hallaban los proscritos de la sociedad (posesos). Ha superado los esquemas ordinarios de la vida; ha quebrado las antiguas certezas y ha creado un tipo de tensión liberadora al interior de la misma sinagoga. Evidentemente, su actitud puede entenderse como ambiguo, pues los representantes del orden sinagogal donde se hallaba el poseso pueden acusarle (como harán en 3,20-30) de haber pactado con el mismo diablo. Éstas son sus notas, según el evangelio:

1. Es una enseñanza vinculada al Espíritu Santo. El problema de la enseñanza no es de tipo “racional” (de conocimiento teórico), sino de acción, es decir, de poder del Espíritu tanto, que Jesús ha recibido de Dios (Pneuma Hagion: cf. 1,8), para así “bautizar” a los hombres, es decir, liberarles del mal que les tiene oprimidos. Por eso puede descubrir y expulsar a los espíritus impuros o no santos (pneumata akatharta: cf. 1,23.27). Lógicamente, por la atracción que suscitan los contrarios, esos mismos espíritus descubren el poder de santidad Jesús y le llaman Hagios tou Theou (Santo de Dios: cf. 1,24); ellos “conocen” en teoría a Jesús, pero no se dejan transformar por su “poder” liberador.

2. Jesús enseña luchando contra el Diablo, como supone este pasaje, que se sitúa en el contexto de de la tentación (Marcos 1,12-13). Satanás aparece como fuente y expresión de lo impuro, es decir, de aquello que destruye al hombre, impidiéndole vivir en libertad. Jesús, en cambio, viene a presentarse como Santo de Dios: libera a los que viven sometidos a impureza, poseídos y arrastrados por aquello que les cierra y les impide realizarse como humanos. Ésta es la enseñanza de Jesús, que ha penetrado con sus discípulos en la sinagoga «de ellos» (de un tipo de judíos) para liberar a los que, estando guiados por sus viejas leyes y enseñanzas, no podían descubrir el peligro de la fuerza de Satanás, ni abrirse a la nueva enseñanza mesiánica.

3. Esta palabra (enseñanza nueva con autoridad: 1, 27) define a Jesús. Él no va a la sinagoga para discutir doctrinas sino para enseñar curando, para liberar a los humanos del demonio social y religioso. Lógicamente, su evangelio es palabra sanadora. Frente a la ortodoxia legalista de una antigua o nueva sinagoga que encierra bajo la opresión de sus códigos, ofrece Jesús el poder de su enseñanza sanadora.

4. La enseñanza de Jesús es nueva porque él enseña con autoridad y expulsa a los demonios. (a) Enseña con poder y no como los escribas (1,23). No repite lo ya dicho, no estructura la docena en un Sistema de teorías para conservar y organizar lo que ahora existe (dejando en su opresión a los posesos). Jesus actúa de manera creadora, en gesto de transformación humana Esto es enseñar: cambiar con fuerza al hombre. Enseña expulsando a los demonios. No construye ideologías sobre los posesos, no intenta comprenderles en un plano intelectual, conforme a los principios generales del saber o a los esquemas de la sociedad establecida. Enseña a los demás al liberarles, hacIéndoles capaces de vivir en forma humana.

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