Publicado por Fundación Epsilon
El profeta galileo había bajado a Jerusalén, tal vez para celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Era por el mes de Octubre. En esta fiesta, el pueblo se reunía fuera de las murallas de la ciudad para subir en procesión hasta el templo, llevando ramos verdes y palmas (2Mac 10,7). Durante la procesión cantaban a dos coros el Salmo 118, aclamando al Mesías esperado con palabras de este salmo: "Bendito el que viene en nombre del Señor". La procesión terminaba en el templo. Jesús, como uno más, se sumó a ella aquel día de fiesta.
Con anterioridad había pedido prestado un borrico. La elección del animal fue intencionada. En caballo o en mulo entraban, a la sazón, los reyes en las ciudades (1Re 1); en carro, los guerreros. Jesús era rey, de la dinastía de David, pero no como los reyes de la tierra. No le iban ni el poder, ni la fuerza, ni la violencia. Por eso utilizó como vehículo un borrico, símbolo de mansedumbre y sumisión.
La gente que había oído hablar del profeta galileo, comenzó a gritar en el transcurso de aquella procesión: "Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David". Como si se tratase de un rey, "echaron encima del borrico los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo". Con este gesto daban a entender que ponían a disposición del nuevo rey su propia vida, desde el momento de su entrada oficial en la ciudad. Así lo hacían con los reyes en Israel (2Re 9,13).
Entrada de Jesús sin triunfalismos. Alboroto pasajero. Nube de verano. Relámpago en noche oscura.
Tras aquel día radiante de luz, todo se oscurecería de nuevo. A causa de sus enfrentamientos diarios con las autoridades de Jerusalén, Jesús sería declarado "persona non grata".
El pueblo de Israel, según el profeta galileo, era como higuera de hojas abundantes, pero sin fruto. El templo, una cueva de bandidos; los dirigentes, viñadores homicidas que quisieron quedarse con la viña, el pueblo, matando al heredero; las autoridades, gente que contemporizaba con el poder político y se lucraba con la religión. Día a día, Jesús los dejó en evidencia a todos. Los resultados no se harían esperar; Jesús lo sabía bien.
Por eso tomaba la precaución de salir de la ciudad cada atardecer para esconderse con sus discípulos en el Monte de los Olivos, en alguna de sus muchas grutas naturales (Lc 21,37). "Los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando la manera de acabar con él, pero tenían miedo del pueblo" (Lc 22,1); "habían mandado que quien se enterase de donde estaba, les avisara para prenderlo" (Jn 11,57). "Y decían: durante las fiestas no, no vaya a haber un tumulto en el pueblo (Mc 14,2). "Judas, que pertenecía al grupo de los doce, fue a tratar con los sumos sacerdotes y los oficiales la manera de entregárselo. Ellos se alegraron y se comprometieron a darle dinero. Aceptó y andaba buscando ocasión propicia para entregárselo sin que la gente se enterase" (Lc 22,6).
Halló la ocasión tras la cena que tuvo lugar, con toda probabilidad, el martes (nosotros la recordamos el Jueves Santo). "Judas conocía el sitio, porque Jesús se reunía allí a menudo con sus discípulos" (Jn 18,1-2). Su traición consistió en descubrir a los adversarios de Jesús el lugar donde el Maestro se ocultaba de noche para no poner en peligro la vida.
Lo demás, ya lo sabemos: murió unos días más tarde, ajusticiado por defender al pueblo. De Octubre (domingo de Ramos) a marzo-abril (Viernes Santo) todo se precipitó. Trágicos y agitados meses que nosotros recordamos en una semana: Santa Semana.
Con anterioridad había pedido prestado un borrico. La elección del animal fue intencionada. En caballo o en mulo entraban, a la sazón, los reyes en las ciudades (1Re 1); en carro, los guerreros. Jesús era rey, de la dinastía de David, pero no como los reyes de la tierra. No le iban ni el poder, ni la fuerza, ni la violencia. Por eso utilizó como vehículo un borrico, símbolo de mansedumbre y sumisión.
La gente que había oído hablar del profeta galileo, comenzó a gritar en el transcurso de aquella procesión: "Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David". Como si se tratase de un rey, "echaron encima del borrico los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo". Con este gesto daban a entender que ponían a disposición del nuevo rey su propia vida, desde el momento de su entrada oficial en la ciudad. Así lo hacían con los reyes en Israel (2Re 9,13).
Entrada de Jesús sin triunfalismos. Alboroto pasajero. Nube de verano. Relámpago en noche oscura.
Tras aquel día radiante de luz, todo se oscurecería de nuevo. A causa de sus enfrentamientos diarios con las autoridades de Jerusalén, Jesús sería declarado "persona non grata".
El pueblo de Israel, según el profeta galileo, era como higuera de hojas abundantes, pero sin fruto. El templo, una cueva de bandidos; los dirigentes, viñadores homicidas que quisieron quedarse con la viña, el pueblo, matando al heredero; las autoridades, gente que contemporizaba con el poder político y se lucraba con la religión. Día a día, Jesús los dejó en evidencia a todos. Los resultados no se harían esperar; Jesús lo sabía bien.
Por eso tomaba la precaución de salir de la ciudad cada atardecer para esconderse con sus discípulos en el Monte de los Olivos, en alguna de sus muchas grutas naturales (Lc 21,37). "Los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando la manera de acabar con él, pero tenían miedo del pueblo" (Lc 22,1); "habían mandado que quien se enterase de donde estaba, les avisara para prenderlo" (Jn 11,57). "Y decían: durante las fiestas no, no vaya a haber un tumulto en el pueblo (Mc 14,2). "Judas, que pertenecía al grupo de los doce, fue a tratar con los sumos sacerdotes y los oficiales la manera de entregárselo. Ellos se alegraron y se comprometieron a darle dinero. Aceptó y andaba buscando ocasión propicia para entregárselo sin que la gente se enterase" (Lc 22,6).
Halló la ocasión tras la cena que tuvo lugar, con toda probabilidad, el martes (nosotros la recordamos el Jueves Santo). "Judas conocía el sitio, porque Jesús se reunía allí a menudo con sus discípulos" (Jn 18,1-2). Su traición consistió en descubrir a los adversarios de Jesús el lugar donde el Maestro se ocultaba de noche para no poner en peligro la vida.
Lo demás, ya lo sabemos: murió unos días más tarde, ajusticiado por defender al pueblo. De Octubre (domingo de Ramos) a marzo-abril (Viernes Santo) todo se precipitó. Trágicos y agitados meses que nosotros recordamos en una semana: Santa Semana.
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