El episodio del Evangelio de hoy se sitúa en Jerusalén, en la proximidad de la fiesta de la Pascua, a la cual acudían personas provenientes de distintas naciones. La Palabra de Dios nos invita a disponernos para comprender desde la fe el sentido de lo que vamos a conmemorar en la Semana Santa: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Tratemos de aplicar a nuestra vida lo que Dios nos dice hoy, teniendo en cuenta también las otras lecturas [Jeremías 31, 31-34; Salmo 51 (50); Hebreos 5, 7-9].
1.- Queremos ver a Jesús
Unos griegos que habían llegado a Jerusalén para la fiesta judía de la Pascua desean conocer de cerca a Jesús. Nosotros también necesitamos profundizar en nuestro conocimiento de Él, autor de salvación eterna (Hebreos 5, 9). Esto sólo nos es posible cuando abrimos nuestras mentes y nuestros corazones para que Él mismo, Dios hecho hombre, nos enseñe el camino para acceder a esa salvación. Y el camino que Él nos muestra es su propia vida entregada al cumplimiento de la voluntad de su Padre.
Dios mismo se nos da a conocer en su Hijo Jesucristo, cumpliendo su promesa hecha a través del profeta Jeremías: “Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: reconoce al Señor. Porque todos me conocerán…” (Jeremías 31, 34). Para lograr nosotros este conocimiento, es necesaria nuestra renovación interior: Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme [Salmo 51 (50)].
2.- Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda solo…
La imagen de la semilla, que aparece constantemente en los Evangelios, es empleada por Jesús para referirse al Reino de Dios. En el Evangelio de este domingo Jesús mismo se identifica con la semilla de trigo que se hunde en la tierra y muere para producir una abundante cosecha. La semilla tiene que morir para transformarse en la planta que hace posible el crecimiento de las espigas cargadas de granos, de los que proviene la harina que luego es amasada para convertirse en pan, en alimento que da vida.
En el sacramento de la Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Jesucristo, el producto de la semilla de trigo se convierte para nosotros en signo de la vida eterna que Él nos comunica cuando recibimos como alimento espiritual su cuerpo glorioso, “pan de vida” (Juan 6, 35), expresando nuestra intención de identificarnos con Él, dispuestos a entregar también nuestra vida a su servicio, es decir, al servicio del Reino de Dios que es el reinado del Amor.
3.- Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo
Cuando Jesús dice que va a ser levantado de la tierra, se refiere tanto a su muerte en la cruz como a su resurrección gloriosa. No podemos separar lo uno de lo otro, pues se trata del misterio pascual: el paso a una vida nueva a través de la pasión redentora. La parte final del pasaje evangélico de este último domingo de Cuaresma contiene una alusión anticipada a lo que sería su oración en el huerto la víspera de su pasión. En el Evangelio de Juan, Jesús dice ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! En los otros tres Evangelios, la oración en el huerto de Getsemaní es similar: “Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
A la misma oración se refiere la carta a los Hebreos en la segunda lectura: Cristo… con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y añade inmediatamente que por su obediencia, Dios lo escuchó, lo cual quiere decir que Dios Padre le respondió positivamente, no librándolo de la muerte, sino resucitándolo y glorificándolo después de ella, tal como lo había dicho la voz venida del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez” (Juan 12, 28).
Dispongámonos nosotros a celebrar la Semana Santa de tal modo que, al identificarnos plenamente con Él poniéndonos al servicio del Reino de Dios, se realice también en nuestras vidas su misterio pascual, y se cumpla así en cada uno y cada una lo que ha dicho Jesús: “Donde yo esté, allí estará también quien me sirva”. Él, después de su pasión y muerte en la cruz, está con su humanidad resucitada y glorificada junto a su Padre celestial, y a quienes creemos en Él nos anima la esperanza de participar de ese mismo estado de vida nueva y eternamente feliz. Renovemos por tanto nuestra fe y proclamemos esa misma esperanza, no solo de palabra, sino con el cumplimiento de la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor hasta la entrega total.-
1.- Queremos ver a Jesús
Unos griegos que habían llegado a Jerusalén para la fiesta judía de la Pascua desean conocer de cerca a Jesús. Nosotros también necesitamos profundizar en nuestro conocimiento de Él, autor de salvación eterna (Hebreos 5, 9). Esto sólo nos es posible cuando abrimos nuestras mentes y nuestros corazones para que Él mismo, Dios hecho hombre, nos enseñe el camino para acceder a esa salvación. Y el camino que Él nos muestra es su propia vida entregada al cumplimiento de la voluntad de su Padre.
Dios mismo se nos da a conocer en su Hijo Jesucristo, cumpliendo su promesa hecha a través del profeta Jeremías: “Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: reconoce al Señor. Porque todos me conocerán…” (Jeremías 31, 34). Para lograr nosotros este conocimiento, es necesaria nuestra renovación interior: Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme [Salmo 51 (50)].
2.- Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda solo…
La imagen de la semilla, que aparece constantemente en los Evangelios, es empleada por Jesús para referirse al Reino de Dios. En el Evangelio de este domingo Jesús mismo se identifica con la semilla de trigo que se hunde en la tierra y muere para producir una abundante cosecha. La semilla tiene que morir para transformarse en la planta que hace posible el crecimiento de las espigas cargadas de granos, de los que proviene la harina que luego es amasada para convertirse en pan, en alimento que da vida.
En el sacramento de la Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Jesucristo, el producto de la semilla de trigo se convierte para nosotros en signo de la vida eterna que Él nos comunica cuando recibimos como alimento espiritual su cuerpo glorioso, “pan de vida” (Juan 6, 35), expresando nuestra intención de identificarnos con Él, dispuestos a entregar también nuestra vida a su servicio, es decir, al servicio del Reino de Dios que es el reinado del Amor.
3.- Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo
Cuando Jesús dice que va a ser levantado de la tierra, se refiere tanto a su muerte en la cruz como a su resurrección gloriosa. No podemos separar lo uno de lo otro, pues se trata del misterio pascual: el paso a una vida nueva a través de la pasión redentora. La parte final del pasaje evangélico de este último domingo de Cuaresma contiene una alusión anticipada a lo que sería su oración en el huerto la víspera de su pasión. En el Evangelio de Juan, Jesús dice ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! En los otros tres Evangelios, la oración en el huerto de Getsemaní es similar: “Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
A la misma oración se refiere la carta a los Hebreos en la segunda lectura: Cristo… con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y añade inmediatamente que por su obediencia, Dios lo escuchó, lo cual quiere decir que Dios Padre le respondió positivamente, no librándolo de la muerte, sino resucitándolo y glorificándolo después de ella, tal como lo había dicho la voz venida del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez” (Juan 12, 28).
Dispongámonos nosotros a celebrar la Semana Santa de tal modo que, al identificarnos plenamente con Él poniéndonos al servicio del Reino de Dios, se realice también en nuestras vidas su misterio pascual, y se cumpla así en cada uno y cada una lo que ha dicho Jesús: “Donde yo esté, allí estará también quien me sirva”. Él, después de su pasión y muerte en la cruz, está con su humanidad resucitada y glorificada junto a su Padre celestial, y a quienes creemos en Él nos anima la esperanza de participar de ese mismo estado de vida nueva y eternamente feliz. Renovemos por tanto nuestra fe y proclamemos esa misma esperanza, no solo de palabra, sino con el cumplimiento de la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor hasta la entrega total.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario