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miércoles, 21 de marzo de 2012

V Domingo de Cuaresma (Jn 12,20-33) - Ciclo B: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto


Publicado por Servicios Koinonia

Jer 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados
Salmo 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Heb 5,7-9: Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación
Jn 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y los judíos divididos entre los que se quedaron y fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad. El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz para alcanzar la redención del mundo.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere de mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis; ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo de hoy, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés incluso creyendo que colabora al bien común. Es una proclamación enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Espor eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, las del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de hominización trasluce cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»... Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos para que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión con frecuencia. El evangelio de la comunidad de Juan.

El Jesús que en este evangelio se refleja, el Jesús que discute con «los judíos» no es en absoluto el Jesús histórico. Todas esas frases lapidarias, solemnes, autoritativas, cuasidogmáticas... no son de Jesús. Han sido puestas por el evangelista en boca de Jesús para expresar la reflexión teológica que la comunidad ha elaborado…

En la predicación, en la catequesis, en el comentario bíblico, es muy fácil «no entrar en profundidades» y comentar sin más las palabras de Jesús «como si» de hecho fueran palabras directas, históricas. Pero hacer esto hoy día, no explicitar claramente al auditorio que se trata de reflexión teológica y que su significado no puede entenderse en directo según lo que la narración misma dice, es un error pastoral. Es el error de mantener al pueblo cristiano en la ignorancia de lo que los exegetas hace muchos años que afirman unánimemente. Es el error de presentar involuntariamente una imagen falsa del Jesús histórico: un Jesús que lo sabe todo, que no tiene psicología ni conciencia humana, porque una supuesta conciencia divina habría desplazado el núcleo interior de su ser humano... Si se interpreta como histórico el Jesús presentado por el evangelio de Juan caemos casi inevitablemente en la herejía monofisista (Jesús como solamente divino, no humano). Leer y proclamar o comentar el evangelio de Juan sin un comentario exegético mínimo, y, por omisión, no evitar una interpretación directa literal del mismo, es un flaco servicio a la fe del pueblo cristiano.

El asunto es largo, pero bien conocido. Necesitamos hacer un esfuerzo de catequesis siempre que se proclame este evangelio, porque sin ella nuestro pueblo mantiene y confirma la visión de Jesús que fue clásica durante siglos en las Iglesias, pero que desde hace tiempo se ha evidenciado como inexacta, no histórica, y peligrosa, si no va acompañada de una aclaración hermenéutica.

Al respecto recomendamos, por ejemplo, el libro de E.P. SANDERS, La figura histórica de Jesús, Verbo Divino, Estella 2001.


Para la revisión de vida

- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. ¿Me resisto a dar vida y a dar la vida en las pequeñas cosas de cada día y en los grandes momentos de la vida? ¿He captado la ley evangélica es de dar la vida por amor? ¿Estoy dispuesto a aceptar esa «muerte» para vivir?


Para la reunión de grupo

- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. El grano de trigo ha de entregarse, enterrarse, perderse... para ser fecundo. La condición de la fecundidad es saber morir a muchas cosas. ¿Se puede encontrar en estas palabras de Jesús el fundamento cristiano de la mortificación, del ofrecer sacrificios a Dios para pedirle algo o simplemente para agradarle? ¿Por qué?
- El mensaje de esta pequeña parábola del grano de trigo, ¿es una «revelación única» del Evangelio, o ha sido revelada en otras religiones? ¿Es una verdad natural o revelada? ¿Puede el ser humano descubrirla por sí mismo? El mensaje que Jesús propone, ¿es una «revelación» venida de lo alto a la que nunca podríamos haber llegado si él no nos la hubiera manifestado?
- Encontrar textos o mensajes equivalentes a esta parábola [Jn 15, 12-13: nadie tiene mayor que dar la vida…; Mt 7, 12 y Lc 6, 31: la «regla de oro»; Lc 17,33: el que se guarde su vida la perderá…]. ¿Se trata de un principio moral simplemente o de un principio evangélico fundamental? ¿Por qué?
- Jeremías anuncia que llegará un tiempo (escatológico) en el que la ley de Dios no será un código externo al que haya que someterse, sino que estará en el corazón mismo del ser humano… Encontrar paralelos de esta visión profética neotestamentaria en el nuevo testamento. [La letra y el espíritu de la ley…].


Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que sea portadora de esperanzas, en medio de la desesperanza, roguemos al Señor...
- Para que en este tiempo de cuaresma sepamos romper las cadenas que nos atan a una vida cómoda y sin compromiso, confiados en el crucificado que hoy, resucitado, es nuestro compañero de camino, roguemos al Señor...
- Por todos nosotros que estamos reunidos aquí, para que nos concienciemos, de la necesidad del testimonio de la entrega de la propia vida, roguemos al Señor...
- Por nuestra comunidad, para que en un testimonio colectivo de servicio, de fe y de compromiso muestre al mundo que el amor y la vida vencen el odio y la muerte, roguemos al Señor...
- Para que las Iglesias cristianas se descentren de sí mismas, eviten concentrarse en sus problemas y en su propio bienestar, y estén dispuestas a desvivirse por el bien de los hijos e hijas de Dios, roguemos al Señor…


Oración comunitaria

- Dios Padre-Madre Nuestro, te pedimos que nos mantengas nuestra fe, nuestra caridad, y sobre todo nuestra esperanza, para que nos comprometamos crecientemente en hacer crecer la vida, aunque para ello debamos entregar la nuestra cada día. Que con ello podamos acelerar la llegada de tu Reino de Justicia, Paz y Solidaridad. Te lo pedimos en nombre de Jesucristo nuestro hermano mayor. Amén.

o bien:

Dios Todo-bondadoso: en Jesús nuestro hermano mayor vemos realizado el ejemplo del grano de trigo que se entregó a sí mismo y supo dar la vida por amor. A nosotros que nos confesamos seguidores de su misma actitud ante la vida, ayúdanos a reproducir en nuestra existencia su entrega generosa, creadora de vida y de fecundidad. Por el mismo Jesucristo nuestro hermano mayor.

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