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miércoles, 21 de marzo de 2012

Ministerios. 1. En el principio, amor de Iglesia


Publicado por El Blog de X. Pikaza

En los días pasados (con ocasión de la fiesta de San José) han aparecido (en diversos lugares) trabajos y reflexiones sobre los ministerios en la Iglesia, evocando la falta o abundancia de vocaciones, la felicidad o falta de felicidad del clero.
En ese contexto he querido reflexionar sobre el tema, iniciando una pequeña seria de propuestas o aportaciones sobre los ministerios de la Iglesia. Siguen estando en el fondo los ejemplos de Agustín y Gervasio, amigos que habrían querido (y no pudieron) iniciar unos caminos nuevos de recreación de los ministerios eclesiales.
Éste ha sido y sigue siendo uno de los temas principales del cristianismo actual, y está relacionado no sólo con la vida de la Iglesia en su conjunto, sino con el presente y futuro de sus ministros, no sólo en relación al celibato (tema importante, pero no el central), no sólo en relación al ministerio de las mujeres (tema muy importante, pero no el central), sino en relación con la base evangélica y pascual de la Iglesia.

Quiero señalar desde el principio que mis reflexiones intentan ser constructivas, aunque puedan parecer en un primer momento algo críticas. Sólo se puede cambiar aquello que se ama; sólo se cambia de un modo apasionado aquello que apasionadamente se ama.

El punto de partida del cambio estructural y personal de los ministerios, en la línea del Reino que Jesús quiso establecer, es el amor de Iglesia, un amor que nunca se había conocido anteriormente, al menos de esa forma, una pasión de Reino algo que marcó la vida de hombres y mujeres como Magdalena, Pedro y Pablo, con el Discípulo Amado y las mujeres de la Pascua. De ese amor y esa pasión surgieron, según el mensaje de Jesús, unos ministerios eclesiales que pueden y deben recrearse en nuestro tiempo, en las nuevas circunstancias de la sociedad, en el momento actual de la Iglesia.



Estoy convencido del valor y aportación de los ministerios cristianos y pienso que ellos deben potenciarse en el momento actual, quizá en formas nuevas, pero sin perder lo que ha sido la gran tarea de la Iglesia, a lo largo de sus siglos de vida. No podemos definir de antemano aquello que "será", pues depende de nuestro compromiso y de la presencia activa del Espíritu de Jesús en nuestra vida, pero estoy convencido de que será bueno.

Buena lectura a los que quieran compartir conmigo este proyecto de recreación cristiana, en línea de Evangelio, buena "marcha" a los que están comprometidos con Reino de Jesús, en amor (unión) de Iglesia...

Gran parte de lo que diga en los días siguientes depende del eco que vaya evocando lo que digo, pues no quiero exponer una doctrina, sino un camino de evangelio, es decir, de Buena Noticia de Reino... Me gustaría desembocar (dentro de un par de semanas) en un esquema práctico de renovación de los ministerios eclesiales.

1. Unos principios

El evangelio quiere que amemos a los enemigos y distintos (judíos, musulmanes, budistas, ateos), orando y actuando a su favor, para que puedan cultivar su diferencia. A pesar de ello, como si fuéramos dueños del amor, a veces hemos dado lecciones a los otros, para que sean como les decimos, esto es, como nosotros queremos que sean, y no como ellos quieren, como supone el evangelio.

Ciertamente, mantenemos la gratuidad como principio teológico, pero a veces convertimos nuestras instituciones en un código de seguridades, dejando el amor y libertad cristiana en un segundo plano, como puro signo heráldico que dice lo que deberíamos ser, no lo que somos. Proclamamos la gracia, la pintamos en escudos, la defendemos en teorías anti-pelagianas, pero apenas dejamos que actúe y se exprese .

Celebramos el amor gratuito de Dios en bella ceremonias, y decimos que es fuente de todo lo que existe, pero luego actuamos como si no confiáramos en ella (en Dios), ni en la bondad de las personas (presencia de Dios), ni en el valor las otras religiones, con su búsqueda y presencia de misterio. Damos la impresión de que hemos construido un sistema jurídico, elevando de forma jerárquica sus órdenes sacrales y morales, como si fueran parte de la revelación de Dios; pero corremos el riesgo de olvidar la vida y de negar la gratuidad, que es el único 'poder' que puede vincularnos por encima de unos sistemas de poder económico y político que imperan sobre el mundo (como imperaba Roma en tiempos de Jesús, pero de un modo mucho más eficaz) .

Decimos que Dios es amor trinitario-encarnado, pero luego nos cuesta expresarlo en la vida concreta, de forma que nuestras teorías y anuncios teológicos pueden volverse abstracción o retórica vana. La iglesia es, sin duda, comunidad de amor, institución de libertad, grupo de personas que celebran y expanden el anuncio de Cristo con gozo y gratuidad. Pero muchos la sienten como una instancia de control afectivo y social.

Más que impulso de amor en libertad, a juicio de muchos, ella ha corrido el riesgo de ser organismo de cautela moral, al servicio de unas seguridades sacrales que no parecen brotar del evangelio. . Afirmar que Dios es Padre significa confesar que nos ha hecho en libertad, para que exploremos en gozo y expresemos de forma apasionada la felicidad de nuestra vida en el encuentro personal con los demás (cristianos o no); pero algunos creyentes y no creyentes tienen la impresión de que un tipo de iglesia les cierra los caminos afectivos (¡esto no, tampoco aquello!) y les trata como menores a quienes hay que enseñar, guiar y proteger de sus propios males.

No conozco ninguna institución que diga a los hombres tantas veces que han de amarse como son, y así lo ha dicho a lo largo de siglos. Pero a veces no parece decirlo con su ejemplo, buscando el bien de los distintos (dentro y fuera de su espacio), para que sean lo que quieran, ofreciéndoles un camino de libertad y experiencia de Reino, más que una estructura clerical. Ciertamente, la Iglesia pide a los hombres y mujeres que se amen libremente, pero algunos sienten que ella ha creado un terrorismo de conciencia, dictándoles aquello que han de hacer, con inquisiciones, presiones sociales y miedos de infierno.

Es evidente que la Iglesia cree en el amor, pero algunos piensan que ella cree sobre todo en un amor paternalista, guiado y dirigido por su jerarquía (¡conocemos lo que os conviene!); de esa forma instaura sistemas de religión vigilada, donde un estamento superior de funcionarios célibes se atreve a fijar a los demás el evangelio, en vez de animarles a que escuchen y amen por sí mismos .

2. Gracia católica, don abierto, no seguridad impuesta.

Jesús ha superado la ley nacional del judaísmo, para abrir el evangelio a todos: no ha querido establecer un nuevo pueblo, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento de Reino, fermento de unidad católica (es decir, universal). Pues bien, muchos afirman que la Iglesia Católica concreta ha terminado siendo institución de poder, sistema sagrado. Ciertamente, si quiere perdurar en este mundo, ella debe estructurarse como institución, pero de un modo ex-céntrico, buscando el bien de los demás, superando su interés particular y poniéndose al servicio de la concordia mesiánica, para que se exprese y expanda la gracia y comunión del evangelio universal sobre el sistema.

Tras haberse mantenido por un tiempo en catacumbas (periferia social), ella irrumpió en la vida pública del imperio romano, que parecía derrumbarse (siglo IV-V EC), asumiendo funciones que aquella sociedad descuidaba. Caído el imperio, realizó tareas muy valiosas, contribuyendo al surgimiento y despliegue de mundo occidental. Pero adquirió poderes menos evangélicos y cuando más tarde, sobre todo a partir del XII d. C. fueron surgiendo en Europa los estados, ella se encontraba de tal forma organizada que pudo presentarse como instancia de poder universal, sistema sagrado con un poder directivo inmenso sobre el conjunto de occidente. Y así ha querido ser hasta el momento actual, a pesar de los diversos intentos de reforma que se han dado a lo largo de los siglos y que ha culminado de algún modo en el Concilio Vaticano II.


Esta situación debe cambiar, pero son algunos católicos sienten miedo al cambio y parece que les cuesta fundarse sólo en el evangelio, para asumir el mensaje y camino de Reino, recuperando la experiencia pascual, en las nuevas situaciones del mundo, tanto en el duro occidente (antes cristiano) como en otros países y culturas del planeta. Desearían que la iglesia fuera una organización de poder religioso universal, mejor unificada todavía, con un sistema de creencias claras, definidas por una jerarquía de especialistas, capaces de mantener su control ideológico o social sobre el conjunto, como institución centrada en la Curia Vaticano que concentra, de un modo pleno todos los poderes (cf. Código de Derecho Canónico 331).

Pues bien, en contra de eso, sin negar en modo alguno el valor de los ministerios (y en especial el carisma de la Unidad), son muchos los que piensan que las iglesias deben re-nacer del evangelio, en libertad de búsqueda y comunión mutua, dialogando con la cultura actual en sus diversas formas y desarrollando la novedad pascual del Cristo, en diferentes formas, que se comunican entre sí en amor y libertad, no a modo de sistema .

No busco una entidad invisible, sino una iglesia que ofrezca un espacio concreto de comunión en libertad, Palabra y Pan compartido, que se abre a todos humanos, no como principio de poder, sino de animación, no como un estado 'espiritual' (que se visibiliza en nuncios y poderes apostólicos), sino como fraternidad católica de amor, al estilo de Jesús, encarnándose en cada cultura y situación. Su fuente de unidad no ha de ser, por tanto, el dictado de una jerarquía que parece separada del conjunto de los creyenstes, ni la imposición de unos expertos, ni la uniformidad de una ley, ni la supremacía de un centro sobre la periferia, ni el dinero sagrado, ni la burocracia, sino el amor mutuo de aquellos que dialogan entre sí, desde diversas opciones y caminos, buscando cada uno a Dios en el bien de los demás y compartiendo todos el pan concreto de la vida, desde el Cristo.

No quiero un centro de poder, sino un encuentro múltiple de comunión, no un 'red' impersonal de informaciones (inter-net), sino con-currencia (convergencia y comunicación) de caminos concretos de personas y grupos que se van vinculando, pues cada uno busca el bien y gozo de los otros, sin más autoridad suprema que el amor compartido, pues cada persona es portadora (=encarnación) de Dios y vicaria de su Cristo, frente a un sistema que se impone sobre los individuos, expulsando a los pobres.

Para expresar la potencia de un 'amor jerarquizado' (por encima de los fieles) que se expresa en la cumbre de una gran pirámide y desciende desde allí a los estamentos inferiores, en clave de obediencia mística en forma social, no hacía falta Cristo, era mejor Platón (como bien supo el Pseudo-Dionisio, admirable en otros planos) y un tipo de Islam (quizá no el buen movimiento social de Mahoma), que inclina al hombre ante el poder absoluto de Dios.

El amor de Jesús que es base y motor, periferia y centro de la Iglesia, no se expresa en poderes superiores, ni se apoya en estructuras de dominio, sino que se encarna y expande en cada uno de los hombres, encarnándose de un modo especial en los pobres (Mt 25, 31-46), haciendo así posible un con-curso, es decir, un camino compartida en el que los creyentes que, invirtiendo la tendencia normal y egoísta del mundo, no buscan su bien propio (no concurren por su plaza), sino el bien de los demás.

Frente a la retórica de un poder sacral, que concibe a los estamentos superiores como vicarios de Cristo, debemos elevar la novedad del evangelio, que presenta a cada hombre o mujer como encarnación del Dios de Cristo. Fundada en esa experiencia de gracia, la iglesia ha de actuar como institución de gratuidad en la que todos los creyentes son libres y actúan unos al servicio de los otros, de forma que con-curren en un mismo camino de reino, sin que nadie se eleve sobre nadie por sacralización de poder o estrategia de seguridad y cada uno sabe que su propio bien y plenitud está en el bien del otro. Actualizando esa imagen del con-curso o carrera (cf. 1 Cor 9, 24-26), podríamos decir que la victoria de cada creyentes consiste en procurar que venza el otro y que así podamos vencer todos, en génesis continua de iglesia, según el evangelio.

3. Un tema práctico

La novedad no está en decir estas cosas en teoría, pues las vienen diciendo muchísimos creyentes. La novedad y tarea, el reto y promesa consiste en impulsar y enriquecer desde ese fondo a todos los creyentes, animando las funciones y estructuras de la iglesia, de manera que sus grandes valores actuales (contemplación y acción social, comunicación y presencia solidaria) se expresen con más fuerza, en estructuras que responden mejor al evangelio. Estoy convencido de que no ha sonado todavía la hora más profunda de la iglesia en su retorno al evangelio, pues ella parece secuestrada en parte por esquemas sacrales y sociales de tipo dualista, que separan lo sagrado y lo profano, jerarquía y fieles, sacramentos y la vida mundana.

En contra de eso, según el evangelio, la vida entera es presencia de Dios en Cristo; cada creyente y cada humano es encarnación de Dios. En esa línea he querido decir que la iglesia es 'con-curso' o camino universal de evangelio, comunión gratuita y gozosa de personas que comparten la vida del mundo tendiendo hacia el Reino.

La iglesia es comunión viadora de creyentes, lugar donde ellos pueden encontrarse y dialogar, de un modo personal, sin intermediarios que les sustituyan (cada uno es persona ante Dios, y en la comunidad), sin una institución global o superior que les supla o actúe en su nombre, desde fuera o desde arriba, apelando a una pretendida autoridad de Dios. Nadie en la iglesia sustituye o se eleva sobre nadie, pues el mismo Dios de Cristo se encarna en cada uno de los hombres y mujeres, en amor, de manera que todos pueden con-currir y comunicarse, buscando cada uno el bien del otro.

Esta es la novedad mesiánica de la iglesia: que todos los creyentes de Jesús puedan encontrarse de un modo personal, en amor siempre inmediato, que supera la opacidad de las mediaciones objetivas (instituciones, poderes, sistemas) que tienden a ocupar el lugar de las personas, resolviendo algunas de sus necesidades exteriores, pero impidiendo que actúen de una forma libre, cada uno por sí mismo, ante los otros.

Un tipo de sistema (económico, social o sacral) tiende a cobrar autonomía y sustituye a las personas, que aparecen como fichas movibles e intercambiables de un gran 'juego' que se sacraliza con diversos nombres (razón de estado, libertad capitalista etc.). Por el contrario, la iglesia está constituida de manera inmediata por y para hombres concretos, varones y mujeres, de tal forma que en ella importan sólo las personas, en su relación de amor, por encima de todos los sábados sacrales o sistemas de poder autónomo que tienden a volverse jerarquía (cf. Mc 2, 28 par).

Por eso, frente al capital, empresa y mercado (que tienden a volverse instituciones autónomas, sobre las personas), la iglesia es ha de ser siempre una estructura de comunión concreta: lugar donde los hombres y mujeres puedan encontrarse y tocarse, mirarse y admirarse, acogerse y engendrarse, comiendo y bebiendo juntos en grupos concretos de conversación y amor que se van vinculando y concurren, en un camino abierto, hasta abarcar en libertad (no en imposición de sistema) a todos los humanos. En el momento en que una posible institución se sobre-pone, como espíritu objetivo, por encima de ese encuentro mutuo, persona a persona, imponiendo su norma exterior (sacral y/o social) sobre la relación personal de amor caminante de unos con otros se diluye y destruye la iglesia cristiana. Por eso decimos que ella es una realidad paradójica: no se busca a sí misma ni emerge sobre los creyentes, para sustituirlos, sino que desaparece como tal al actuar, como el fermento que una mujer pone en la masa (cf. Lc 13, 21).

La iglesia vale en la medida en que no se busca ni aparece como institución, para que dialoguen y con-curran de un modo directo los humanos, en libertad de amor. Testigos de ese amor y garantes de ese diálogo y camino compartido que es la iglesia han de ser sus servidores o ministros. Pero, a través de un proceso humanamente comprensible (aunque contrario al evangelio) muchos han tendido a convertirse en jerarquía, poder sacral que se defiende a sí mismo pensando que defiende a Cristo.

En ese contexto, quiero recordar (como siempre ha sabido la auténtica Iglesia) quelo sagrado no es para Jesús un poder social o personal que pueda separarse de la vida, sino la misma vida concreta de los hombres, amados por Dios y capaces de amarse unos a otros (cf. Mc 10, 35-45 par). Dios se encarna en los hombres (no en instituciones separadas), suscitando en ellos espacios y caminos de escucha, donación y encuentro mutuo. Por eso, si unos hombres se elevan y sancionan en nombre de Cristo, un tipo de institución de poder en nombre de Dios, dominando sobre los demás, ellos dejan de actuar como cristianos, mediadores de Palabra y Pan, para convertirse en 'beneficiados' de un sistema de poder .

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