"El Señor lo necesita" (Mc 11, 3).
Me quedo con este pequeño momento tan significativo y al mismo tiempo tan desconocido. Siempre había pensado que cuando el Señor manda a los discípulos a que tomen en la aldea de enfrente el pollino atado, que nadie había montado aún, debía haber tenido algún tipo de pacto con el dueño del animal. Pero, leyendo el libro de Benedicto XVI, he comprendido que no fue así.
Jesús no tenía ningún tipo de pacto previo con nadie. El mandó a sus discípulos a que hicieran eso, de manera parecida a como envió a Pedro para que echase el anzuelo al río para pescar el pez que llevaba en sus entrañas el dinero para pagar el tributo del Templo. Además, Él sabía que alguno podría protestar al ver cómo unos desconocidos desataban y se llevaban el pollino. Por eso les dijo: "si alguno os dijere: ¿por qué hacéis esto?, decidle: El Señor tiene necesidad de él".
El Rey tenía derecho a requisar los medios de transporte necesarios. Jesús quiere emplear ese borrico para entrar triunfalmente en Jerusalén, cumpliendo así varias profecías en un solo gesto. Él, que siempre había mantenido la más absoluta discreción en cuanto a su realeza, permite ahora que los discípulos le reconozcan como Mesías y contagien su entusiasmo a las multitudes para recibirlo en su entrada a Jerusalén.
Yo también quiero dejarle -él tiene derecho- todo cuanto me pida. Me emociona pensar que el Señor pueda tener necesidad de mí.
Jesús no tenía ningún tipo de pacto previo con nadie. El mandó a sus discípulos a que hicieran eso, de manera parecida a como envió a Pedro para que echase el anzuelo al río para pescar el pez que llevaba en sus entrañas el dinero para pagar el tributo del Templo. Además, Él sabía que alguno podría protestar al ver cómo unos desconocidos desataban y se llevaban el pollino. Por eso les dijo: "si alguno os dijere: ¿por qué hacéis esto?, decidle: El Señor tiene necesidad de él".
El Rey tenía derecho a requisar los medios de transporte necesarios. Jesús quiere emplear ese borrico para entrar triunfalmente en Jerusalén, cumpliendo así varias profecías en un solo gesto. Él, que siempre había mantenido la más absoluta discreción en cuanto a su realeza, permite ahora que los discípulos le reconozcan como Mesías y contagien su entusiasmo a las multitudes para recibirlo en su entrada a Jerusalén.
Yo también quiero dejarle -él tiene derecho- todo cuanto me pida. Me emociona pensar que el Señor pueda tener necesidad de mí.
Publicado por Primeros educadores
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