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jueves, 24 de mayo de 2012

Evangelio Misionero del Día: 24 de Mayo de 2012 - VII SEMANA DE PASCUA - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 20-26

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
Padre santo, no ruego solamente por ellos,
sino también por los que, gracias a su palabra,
creerán en mí.
Que todos sean uno:
como Tú, Padre, estás en mí
y Yo en ti,
que también ellos sean uno en nosotros,
para que el mundo crea
que Tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria
que Tú me diste,
para que sean uno,
como nosotros somos uno
-Yo en ellos y Tú en mí-
para que sean perfectamente uno
y el mundo conozca
que Tú me has enviado,
y que los has amado a ellos
como me amaste a mí.
Padre, quiero que los que Tú me diste
estén conmigo donde Yo esté,
para que contemplen la gloria que me has dado,
porque ya me amabas
antes de la creación del mundo.
Padre justo,
el mundo no te ha conocido,
pero Yo te conocí,
y ellos reconocieron
que Tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre,
y se lo seguiré dando a conocer,
para que el amor con que Tú me amaste
esté en ellos,
y Yo también esté en ellos.

Compartiendo la Palabra
Por Carlos Sánchez Miranda, cmf.

Hola, amigos y amigas:
El impacto que produce una familia o una comunidad unidas es muy fuerte, puede fascinar y seducir, hasta convertirse en una fuerza provocadora. Jesús estaba convencido de ello, por eso, en la oración sacerdotal insiste al Padre que sus discípulos sean uno. Pero esa unidad no procede de una simple buena voluntad por estar unidos, sino que procede de la comunión íntima de amor entre el Padre y el Hijo, que hace posible la unidad con cada uno de los creyentes y entre ellos. ¿Cómo hacer para que nuestras familias, comunidades y parroquias superen las divisiones, los enfrentamientos y haya más unidad? Quizá ya estamos cansados de intentarlo con muchos métodos psicológicos y sociológicos y ver que los buenos propósitos poco a poco se vuelven a diluir. Jesús va mucho más allá, nos revela la unidad que él nos pide procede de vivir en profunda comunión con el Padre y el Hijo; ese amor es el que nos une de verdad. ¿Cómo vivirlo? No hay otro camino que el de la fe, que nos convierte el corazón, nos purifica de tantas ambiciones, egoísmos y codicias para dar paso a la aceptación del otro, a la acogida de lo diferente, al diálogo, al discernimiento, a la pluralidad y a la profunda unidad de fe y amor.
El evangelio a veces parece utópico, pero no es así. Lo leemos en esta clave cuando perdemos la convicción del poder de la Palabra y de la gracia de Dios en nuestras vidas y en el mundo en el que vivimos. Necesitamos volver a creer para entrar en la comunión que hace posible la unidad. Entonces seremos capaces de sufrir los duros efectos de buscar la unidad en medio de la pluralidad y, a pesar de todo, ser portadores de paz, perdón, lucidez, generosidad y amistad.

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