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domingo, 17 de junio de 2012

Dom 17 O6 12. Semilla que crece por sí sola, grano de mostaza



Dom 11 Tiempo Ordinario. Ciclo B. Marcos amplía la gran parábola de la semilla y su explicación (Mc 4, 3-20), con dos nuevas parábolas de siembra.
Una trata de la semilla que crece por sí misma. Es propia y exclusiva de Marcos; ni Mateo ni Lucas la utilizan, quizá porque tienen miedo de que se entienda como expresión de una soberanía exclusiva de Dios, sin cooperación humana.
La otra evoca el grano de mostaza que crece y se hace grande... Ha sido recogida y reelaborada en formas distintas por Mt y Lc. Es una de las expresiones privilegiadas del Reino de Dios, en su pequeñez, en su fragilidad, pero abierto a la plenitud de la salvación universal.
Ambas son muy importantes para entender el mensaje de Jesús y el evangelio de Marcos.
La sección termina con una breve reflexión sobre las parábolas. Utilizo como base lo que digo en el comentario que presenté hace dos días (págs. 393-387). Esto es lo más significativo. Buen fin de semana a todos

a. Semilla y tierra de Dios

Mc 4, 26 Y decía: El reino de Dios es como un hombre que echa simiente en la tierra 27 y duerme y se levanta noche y día y la simiente germina y crece, sin que él sepa cómo. 28 Por sí misma da fruto la tierra: primero tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. 29 Y cuando el fruto está a punto, (el hombre) envía inmediatamente la hoz, porque ha llegado la siega.

El texto comienza diciendo que el Reino se parece a un hombre sembrador, que puede ser Jesús (como en 4, 3-9) o uno de sus discípulos, que realizan la siembra del Reino tras pascua. Los discípulos han podido pensar que son ellos los que deciden la llegada del Reino; más aún, alguien podría angustiarse, suponiendo que el reino depende de sí mismo y que no llega por su culpa. Pues bien, la parábola puede y debe ser para ellos una voz de aliento, pues habla del poder de la semilla y de la tierra que germina por sí misma. Desde ese fondo se entienden sus tres temas o protagonistas: el hombre, la simiente, la tierra, la siega.

a. El hombre que siembra (anthropos, ser humano; 4, 26) es Jesús (sembrador principal de 4, 3-9), pero también sus discípulos (en el tiempo de la iglesia), quizá angustiados, porque les parece que el Reino no crece o no llega a su fin, como habían supuesto. Pues bien, este Jesús pascual les dice que no se preocupen. Ellos han hecho lo que debían hacer, no han guardado la semilla en su bolsa, no han cerrado en sí mismos la Palabra, sino que la han “sembrado”, de manera que, en un plano, deben descansar, dormir y levantarse. No son responsables finales del fruto, están comprometidos en una tarea que les desborda, porque es de Dios.

b. Simiente (4, 26). El hombre arroja en la tierra una simiente (sporos) que lleva en sí misma el poder de germinar, porque es de Dios. Por eso, el hombre puede dormir y levantarse, porque la simiente germina y crece, sin que él sepa cómo, es decir, sin que pueda controlarla. Hay una “lógica de creatividad”, un “plus de realidad y de vida” que los sembradores no pueden dominar ni dirigir, conforme a principios mensurables; ciertamente, ellos pueden ser limitados y pequeños, porque son siempre humanos, pero lleven en sus manos una semilla de Reino, una realidad que, siendo suya, les desborda. No se trata de que duerman sin más, sino que duerman en brazos de la Vida, sabiendo que actúan al servicio de una Vida/Simiente que, siendo de ellos, les desborda: la Simiente de la Palabra de Dios.

c. Tierra (4, 28). De manera abrupta, allí donde parece que bastaba la referencia a la simiente, sin ninguna partícula que sirva de unión con lo anterior (ni un kai, ni un gar: y, pues…), el texto añade que la tierra (hê gê) “produce por sí misma” (automatê, automáticamente). Da la impresión de que esa frase aluce a Gen 1, 24, donde Dios dijo a la tierra que produzca los vivientes, que provienen de la palabra de Dios, pero que, al mismo tiempo, provienen de esa tierra. Nos hallamos pues ante la imagen de la “madre tierra” que recibe semilla de Dios (del hombre), pero que karpophorei, da fruto, por sí misma. Antes (en 4, 3-9), en otro contexto, Jesús nos ponía ante cuatro tipos de tierras. Ahora, en cambio, estamos ante un solo tipo de tierra generosa que acoge la semilla y da fruto generoso (¡toda tierra!).

d. Hombre segador (4, 29). El “hombre con semilla” del principio (4, 26) viene a convertirse al final en “hombre con hoz” (drepanon; 4, 29), conforme a una imagen que aparece, casi en los mismos términos, en Ap 14, 14-19 donde se habla de un Hijo de Hombre con hoz (drepanon), al que se le dice que la envíe (pempson) y así lo hace. También en nuestro caso el “hombre” (que ahora puede ser ya el mismo Jesús en cuanto segador final) envía la hoz, pero no con el verbo más neutral del Apocalipsis (pempô), sino con el más específicamente cristiano de apostellô, vinculados a los “apóstoles” de 3, 14 y 6, 7. Hay, además, otra diferencia: la hoz de la siega del Hijo de Hombre (o del otro ángel segador) del Apocalipsis tiene un carácter amenazador; aquí, en cambio, este envío de la hoz tiene un carácter positivo (el hombre podrá recoger el buen trigo de la buena siembra y de la buena tierra) .

Esta parábola es muy significativa para Marcos, pero ni Mateo ni Lucas han querido recogerla en sus evangelios, lo que indica que quizá se han sentido molestos con ella, no sólo por la imagen de una simiente/tierra que producen el fruto por sí mismas (como si el esfuerzo del hombre no contara), sino también por el carácter positivo de la conclusión (en la que parece que no hay lugar para la condena). Sea como fuere, éste es un texto clave de Marcos: La semilla del reino y el carácter bueno de la tierra tienen más poder que todos los principios negativos de este mundo .

b Grano de mostaza (4, 30-32).

Mc 4, 30 Y decía: ¿Cómo compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? 31 Es como un grano de mostaza, que cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra. 32 Pero, cuando está sembrada, crece y se convierte en la mayor de todas las hortalizas y tiene (hace) ramas grandes, de manera que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra .

A diferencia de la anterior, tanto Mateo como Lucas (Mt 13, 31-32; Lc 13, 18-19) han recogido esta parábola, aunque la abrevian y aplican con variantes. El Reino no es ya como un hombre que siembra, sino como un grano pequeño sembrado en la tierra de un huerto (no en el campo al descubierto, como se supone en el caso anterior). De todas formas, el centro de interés no es el grano en sí, sino su tamaño, en el momento de la siembra y de su crecimiento final. El texto supone que el grano de mostaza (kokkos sinapeôs) es la menor de todas las semillas conocidas. Los botánicos pueden discutir sobre esa afirmación, pero es evidente que se trata de una semilla proverbial por su pequeñez (como saben Mt 17, 20; Lc 17, 6). Pues bien, como esa semilla pequeña de mostaza, que apenas se ve y que parece incapaz de germinar, así es el Reino de Dios. Pero ella crece y se hace mayor (meidson) que todas las hortalizas (lakhanôn) .

Nos hallamos según eso en un huerto (o jardín), que puede compararse quizá con el huerto del principio (Gen 2-3) donde Dios sembró para los hombres todo tipo de plantas (aunque en este caso no tenemos árboles, sino hortalizas). Pues bien, la semilla más pequeña (el grano de mostaza) puede convertirse en un arbusto suficientemente grande como para que en sus ramas aniden las aves del cielo. Tanto Mateo como Lucas han sentido la extrañeza de la imagen y por eso, quizá sin conocer la planta, han dicho que el grano de mostaza se convierte en un árbol (dendron: Mt 13, 32; 13, 19). Marcos sabe, en cambio, que la mostaza no se hace árbol, sino que sigue siendo una hortaliza, pero una hortaliza que se vuelve grande.

La semilla del Reino es pequeña y casi invisible en la tierra, de manera que nadie parece advertirla (también la presencia de los cristianos es diminuta y llamada a morir en un mundo repleto de fuertes violencias); pero ella se hará un arbusto grande, capaz de acoger, paradójicamente, a “las aves del cielo” (peteina tou ouranou), que aquí no tienen sentido negativo, como en 4, 4. 14) donde eran signo del demonio que devora la semilla. Estas aves ya no la devoran, sino que anidan en las ramas del arbusto que ha crecido a partir de ella.

En un sentido más extenso, las aves del cielo que anidan en las ramas del árbol (arbusto) de mostaza son los pueblos (gentiles) que encontrarán refugio en la “planta” de Jesús, conforme a la imagen de Dan 4, 21 LXX, donde se habla de un Rey mítico que domina como un árbol (aquí dendron, no lakhanon, como en Mc 4, 32) sobre toda la tierra, de manera que en sus ramas anidan ta peteina tou ouranou, que son los pájaros del cielo que, igual que en nuestro caso, pero ahora de manera expresa, son el signo del poder de la tierra y de los pueblos (iskhys tês gês kai tôn ethnôn). Ésta parábola nos pone, según eso, ante la imagen de un Jesús/árbol (arbusto) de huerto, que es pequeño, casi invisible, pero que crecerá y se mostrará capaz de albergar a las naciones de la tierra.

c. Conclusión. Les hablaba en parábolas

Mc 4, 33 Y con muchas parábolas como éstas les hablaba la Palabra, conforme a su capacidad de escuchar. 34 No les hablaba a no ser en parábolas no les decía nada; a sus propios discípulos se lo resolvía todo .

Vuelve la idea de Mc 4, 10-12 (sobre el uso y sentido de las parábolas), pero de manera más sobria, sin la tensión apocalíptica propia del pasaje anterior. También aquí se distinguen los dos niveles: (a). Jesús habla a todos en parábolas, pero adaptándose a la capacidad de escuchar (akouein) de cada uno de los oyentes. No lo hace para que escuchen y no entiendan, como en caso anterior, sino para que entiendan. En esa línea, las parábolas son un medio pedagógico para enseñar y entender. (b) Pero hay un nivel de enseñanza más profunda, que consiste en epilyein, es decir, en re-solver o desatar aquello que podía quedar trabajo y confuso en la parábola dirigida a todos. Esta enseñanza la realiza Jesus kat’idian, es decir, en privado, a sus idiois, que, estrictamente hablando, son sus “privados”, es decir, sus propios discípulos.

Jesús habla en parábolas, de un modo universal, pero sólo aquellos que le escuchan y le siguen en privado, es decir, aquellos que aprenden (los mathêtai) son capaces de entenderlas. En ese sentido, el mensaje del Reino se vuelve palabra esotérica (es decir, que sólo se entiende desde la fe), de modo que sin ella, sin fe, se vuelve incomprensible. No es una sentencia general, que todos pueden saber de igual manera (sin comprometerse con ella), sino palabra que sólo se ilumina (y se comprende) all el oyente se compromete con ella, haciéndola propia (dejando así que germine en la propia tierra).

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