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lunes, 30 de julio de 2012

A vos, Señor, lo torno


Señor, me has confiado cinco talentos. Aquí están los otros cinco que he ganado. Mt 25,19

Por Nathan Stone, S.J.

En la televisión vi una propaganda para una iglesia cristiana que no es la nuestra. Una señora daba testimonio del día que su vida cambió, que Jesús le habló y ella creyó en él, y a partir de ese momento, le empezó a ir bien en todo. Su hijo se mejoró de una enfermedad, su marido encontró trabajo bien pagado y ella misma se vio rodeada de éxitos, victorias y triunfos. Había un letrero iluminado en el fondo de la escena, que decía “prosperidad”. Como si fuera un producto para comprarse. No encuentro esa idea en el evangelio. No obstante, es muy común entre los fieles de todas las denominaciones. Creen, porque creen que creyendo van a salir beneficiados.
Está en la biblia, ciertamente, en el Antiguo Testamento. Hay salmos y proverbios prometiendo prosperidad a los que son fieles a la Alianza. El problema es que no siempre resulta así. En el exilio, el pueblo se dio cuenta que lo mejor de la Tierra Prometida no es la tierra misma, sino Dios en persona que acompaña. En el triunfo y en el fracaso, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la penuria. Jesús lleva esto un paso más allá, diciendo Felices los pobres, felices los perseguidos, porque el Reino de Dios les pertenece.

Es cierto que somos como los lirios del campo y dependemos de Dios para el pan de cada día. Sin embargo, no tenemos por qué pedir otra cosa. Pan y su amor; eso basta. El día de hoy y su gracia; no preciso nada más. Pero tenemos muy metido el tema de pedir a Dios y a la Virgen por la intercesión de todos los santos un elenco de favores que llega a dar vergüenza. Hemos creído, nos hemos hecho parte de su Iglesia, buscando qué puede hacer el Señor por nosotros.

El Señor ya te ha dado la vida y el amor. ¿Para qué más? No preguntes, ¿qué puede hacer mi Dios por mí?, sino ¿qué puedo hacer yo por mi Dios? No preguntes, ¿qué puede hacer mi Iglesia por mí?, sino, ¿qué puedo hacer yo por mi Iglesia? ¿Cómo puedo transformar esta plenitud de vida y amor, recibido en el bautismo, en un beneficio que no sea para mí, sino para el Señor? ¿Cómo puedo invertir los años de vida que me toquen para ganar algo en beneficio de los demás, sin esperar nada a cambio?

Eso es cristianismo. Eso es el discipulado de Jesús. Eso es el Reino de Dios. La religión de los favores concedidos, de la prosperidad prometida, es egoísmo y avaricia simplemente.

Yo pienso que el talento, en la parábola de Jesús, no se refiere a las habilidades particulares de cada uno, sino al tiempo que a uno le toca vivir. No hay como controlarlo y no importa que sea mucho o poco. Sólo importa que se viva con gozo, en plenitud, dando vida, entregándose por entero; y que sea todo, completo, consumado para el Señor. No importa vida larga o vida corta; no importa honor o deshonor. Sólo importa que mi vida sea la gloria del Señor de la vida, en el servicio del Señor del amor. Vos me lo disteis; a vos, Señor, lo torno.

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