1.- “El que me ve a Mí, ve al Padre…” Esta frase da vértigo, mirando a ese Jesús, carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos, vemos a nuestro Padre Dios. Estábamos acostumbrados a pensar que el que oye al Señor Jesús oye a Dios, pero ahora nos dice más, que en Él vemos al Padre Dios…Oímos y vemos…
El Señor, que hace pocos domingos nos decía que Él era la puerta, en realidad debió decirnos que era la ventana, el mirador levantado sobre el acantilado, por el que más que ver, volamos sobre el inmenso mar de la divinidad, como quien nos arrastra a contemplar desde el faro costero el mar que no tiene fin.
El Padre que ya era objeto de nuestros oídos por la palabra de Jesús, se hace objeto de nuestros ojos en ese mismo Jesús esplendor de Dios, esa belleza que canta San Juan de la Cruz
Mil gracias derramando,
pasó por estos setos con presura
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
2.- La imagen de Dios, el rostro de Dios a través de siglos había sido deformado por los hombres que lo representaban con rostro sangriento, deseoso de víctimas inocentes. Dios terrible y vengativo, Dios violento que reina en el terremoto y en el trueno, que antepone la justicia a la bondad y a la misericordia.
Y el buen Padre Dios quiso manifestar sensiblemente su verdadero rostro a los hombres para que a través de lo visible llegáramos al amor de lo invisible. “El que me ve a Mí, ve al Padre.
Y ahí tenemos a un Jesús que mira con compasión a la adúltera, que acoge con cariño a los pecadores, que abraza y bendice a los niños, que mira con amor al joven rico, que llena de lágrimas sus ojos por el amigo Lázaro arrebatado por la muerte. Ojos de Jesús que sólo se llenan de ira mirando a los hipócritas.
Y en ese rostro de Jesús reconocemos el verdadero rostro del Padre Dios y por eso nos dice Jesús que Él es la Verdad, es la verdad del rostro de su Padre, nos muestra el verdadero rostro de Padre y nuestro Padre.
3.- ¿Sabéis cuál es la luz, el resplandor de la Verdad? ¿Lo bello, lo hermoso? Y en nuestros tiempos porque no sabemos gozar de lo bello, hemos perdido el norte de lo que es la verdad y nuestra brújula anda mareada entre la verdad y la mentira.
Hemos prostituido lo bello, como hemos prostituido el amor. Lo chabacano, lo vulgar, la carnaza insolente y pintarrajeada para disimular las arrugas del tiempo. Y con eso hemos vuelto a embadurnar el rostro de ese Dios que nos miraba desde la grandeza del mar, la pureza del cielo, la blancura de la nieve, la frescura del arroyo, la delicadeza de la flor del campo, los ojos inocentes de los niños, el rostro afable de los ancianos.
4.- Hoy más que nunca tenemos que volver los ojos a ese Jesús que es el rostro bello, sonriente y cariñoso de nuestro Padre Dios. Como han hecho los santos en los momentos de mayor corrupción de de la historia, como lo hizo el enamorado de Cristo, San Francisco de Asís, o Santa Teresa que no encontró el camino a Dios hasta que se encontró con la Humanidad del Señor Jesús. Como nos enseña Ignacio de Loyola que nos lleva a la contemplación de Dios en todas las cosas a través de las contemplaciones de la vida del Señor Jesús en la tierra.
Volvamos a Jesús, verdadero rostro del Padre Dios, y volveremos a gozar de la verdadera belleza de las cosas y de los hombres.
El Señor, que hace pocos domingos nos decía que Él era la puerta, en realidad debió decirnos que era la ventana, el mirador levantado sobre el acantilado, por el que más que ver, volamos sobre el inmenso mar de la divinidad, como quien nos arrastra a contemplar desde el faro costero el mar que no tiene fin.
El Padre que ya era objeto de nuestros oídos por la palabra de Jesús, se hace objeto de nuestros ojos en ese mismo Jesús esplendor de Dios, esa belleza que canta San Juan de la Cruz
Mil gracias derramando,
pasó por estos setos con presura
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
2.- La imagen de Dios, el rostro de Dios a través de siglos había sido deformado por los hombres que lo representaban con rostro sangriento, deseoso de víctimas inocentes. Dios terrible y vengativo, Dios violento que reina en el terremoto y en el trueno, que antepone la justicia a la bondad y a la misericordia.
Y el buen Padre Dios quiso manifestar sensiblemente su verdadero rostro a los hombres para que a través de lo visible llegáramos al amor de lo invisible. “El que me ve a Mí, ve al Padre.
Y ahí tenemos a un Jesús que mira con compasión a la adúltera, que acoge con cariño a los pecadores, que abraza y bendice a los niños, que mira con amor al joven rico, que llena de lágrimas sus ojos por el amigo Lázaro arrebatado por la muerte. Ojos de Jesús que sólo se llenan de ira mirando a los hipócritas.
Y en ese rostro de Jesús reconocemos el verdadero rostro del Padre Dios y por eso nos dice Jesús que Él es la Verdad, es la verdad del rostro de su Padre, nos muestra el verdadero rostro de Padre y nuestro Padre.
3.- ¿Sabéis cuál es la luz, el resplandor de la Verdad? ¿Lo bello, lo hermoso? Y en nuestros tiempos porque no sabemos gozar de lo bello, hemos perdido el norte de lo que es la verdad y nuestra brújula anda mareada entre la verdad y la mentira.
Hemos prostituido lo bello, como hemos prostituido el amor. Lo chabacano, lo vulgar, la carnaza insolente y pintarrajeada para disimular las arrugas del tiempo. Y con eso hemos vuelto a embadurnar el rostro de ese Dios que nos miraba desde la grandeza del mar, la pureza del cielo, la blancura de la nieve, la frescura del arroyo, la delicadeza de la flor del campo, los ojos inocentes de los niños, el rostro afable de los ancianos.
4.- Hoy más que nunca tenemos que volver los ojos a ese Jesús que es el rostro bello, sonriente y cariñoso de nuestro Padre Dios. Como han hecho los santos en los momentos de mayor corrupción de de la historia, como lo hizo el enamorado de Cristo, San Francisco de Asís, o Santa Teresa que no encontró el camino a Dios hasta que se encontró con la Humanidad del Señor Jesús. Como nos enseña Ignacio de Loyola que nos lleva a la contemplación de Dios en todas las cosas a través de las contemplaciones de la vida del Señor Jesús en la tierra.
Volvamos a Jesús, verdadero rostro del Padre Dios, y volveremos a gozar de la verdadera belleza de las cosas y de los hombres.
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