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martes, 29 de abril de 2008

Solemnidad de la Ascensión del Señor - Ciclo A: "LA ASCENSIÓN DE JESÚS"

HOMILÍA y RECURSOS PARA LA HOMILIA
Publicado por Agustinos España



En esta fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, que festejamos cuarenta días después de la Pascua, recordemos las palabras de San Agustín:
¨Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que dice el Apóstol: si habéis sido resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.¨

San Agustín nos muestra en este texto el sentido general de la fiesta de la Ascensión del Señor.

El Señor se fue, pero sigue estando.

Nosotros estamos, pero de alguna manera estamos también en él.

Por eso, nuestra vida está en la tierra pero nuestro corazón está en el cielo y desde que el Señor subió al cielo hay una sana tensión por procurar ver las cosas de la tierra desde la perspectiva de Dios, desde el cielo.

Teniendo nuestro corazón en el cielo, buscando las cosas de arriba, las cosas de la tierra se relativizan y adquieren su verdadera dimensión.

Dice San Agustín, que Él, Jesús, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo.

La razón de todo esto es que Cristo es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia, y si la cabeza ya está glorificada, de alguna manera también lo estamos nosotros con él.

Por eso nuestra oración en este día, los sentimientos de nuestra oración están resumidos en la oración principal de la liturgia:

¨Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa ascensión de tu Hijo y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria, ya que él es la cabeza de la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una irresistible esperanza hacia donde él nos precedió.

Nuestros sentimientos hoy son de acción de gracias, pero la acción de gracias por la victoria de Cristo y de su Pueblo nos lleva naturalmente a una irresistible esperanza, ya que la cabeza atrae naturalmente al cuerpo.

Por eso la fiesta de hoy es la fiesta de la esperanza, que vence toda tristeza del corazón.

Nuestra naturaleza caída, nos lleva a veces a la tristeza. El remedio contra la tristeza es la esperanza de estar junto al Señor, no sólo al final de los tiempos sino ya, hoy, con la elevación de nuestro corazón.

Para fomentar nuestra esperanza, hoy se lee el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles donde se contempla la escena de la Ascensión. A pesar de haber estado con Jesús durante tres años, de haberlo escuchado, no habían aprendido nada, y quieren de alguna manera, adelantar los tiempos que son absolutamente de Dios.

Pero el Señor les hace ver que no les corresponde a ellos saber el tiempo y el momento de la restauración de Israel y sí les confirma la promesa del Espíritu Santo y el testimonio que tendrá que dar hasta los confines de la tierra.

Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos.

Podemos contemplar los ojos de Cristo,... llenos de misericordia, que se despiden, y los ojos de sus discípulos..., llenos de asombro.

Se quedaron atónitos hasta que unos hombres vestidos de blando, les dijeron ¿qué hacen mirando al cielo? Este que ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así como le habéis visto subir al cielo..

Las palabras de los ángeles, son una invitación implícita a no mirar al cielo sino a la tierra, a la misión de testimoniar al Señor Jesús.

Jesús no está, estamos nosotros, su Pueblo, y es su Pueblo en su conjunto el que tiene la misión dada por el mismo Señor.

Nuestro corazón está en el cielo, pero nuestros pies en la tierra y tenemos que caminar para anunciar el Evangelio.

Jesús dice en el Evangelio de Hoy: Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.

Los ángeles les revelan a los apóstoles que es hora de comenzar la inmensa tarea que les espera, que no deben perder el tiempo. Con la Ascensión termina la misión de Cristo en la tierra.

Los apóstoles se vuelven solos a Jerusalén pero tienen a su maestro más cerca que nunca, y su vida tiene ya su objetivo primordial: dar a conocer a Cristo entre la gente de toda tierra.

Pidamos a María que por su intersección seamos verdaderos testigos de Cristo en el mundo, teniendo siempre nuestro corazón en el cielo. Que puedan los demás referirse a cada uno de nosotros con las palabras del profeta Isaías: ¨Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz¨


RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (1L) Esta afirmación de los Hechos de los apóstoles nos ofrece una síntesis profunda de la liturgia en la solemnidad de la Ascensión. Jesús sube al cielo con su cuerpo glorificado. Deja a los apóstoles una misión clara y comprometedora: Id y haced discípulos a todos los pueblos (EV). Se trata de ir hasta los confines de la tierra para que resuene el pregón de Dios. Se trata de anunciar sin descanso cuál es la altura, la anchura y la profundidad del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús. El apóstol será pues el hombre del “amor más grande”. El hombre consciente de que el Señor, que hoy asciende entre aclamaciones, volverá. ¡Volverá sin falta y lleno de Gloria!. Así pues, se trata en último término de comprender cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados (2L), comprender cuál es la herencia que Dios prepara a los que lo aman. Esta solemnidad de la Ascensión es pues un momento magnífico para examinar nuestro peregrinar en la vida, considerar que el Señor volverá para tomarnos consigo y que, por lo tanto, hay que reemprender con entusiasmo nuestras tareas cotidianas recuperando en ellas el valor de eternidad.


Mensaje doctrinal

1. Jesús resucitado es una grande esperanza para los apóstoles. Después de la experiencia traumática de la pasión, como hemos visto en los domingos precedentes, los apóstoles se encontraban desconcertados y atemorizados. Tenían temor de la actitud que tomarían los judíos en relación con ellos. No querían considerar su responsabilidad ante la misión que Cristo les había asignado. Todo este panorama empieza a cambiar cuando Cristo resucitado se hace presente entre los suyos y los confirma en su misión de testigos de la buena nueva del evangelio. Paulatinamente aquellos hombres paralizados por sus propios pensamientos y temores, empiezan a abrirse a la esperanza, empiezan a cobrar valor y decisión. Antes se encontraban incrédulos y ponían en duda el testimonio de las mujeres sobre la resurrección, ahora se les ve fieles y entusiastas por Cristo; antes se les veía tímidos y apocados, ahora se les ve llenos de vigor y seguridad. Es muy hermoso contemplar la actitud de estos hombres en sus encuentros con Cristo: a los discípulos de Emaús se les enardece el corazón y retornan presurosos sobre sus pasos para ser confirmados por los apóstoles y, a su vez, para proclamar la resurrección del Señor. Pedro se lanza al agua impaciente porque ha visto al Señor resucitado que lo espera en la orilla. María corre a anunciar a los apóstoles que el Señor ha resucitado.

En esta ocasión, el Señor resucitado los lleva a la montaña, lugar donde Él solía rezar y retirarse para estar a solas. Allí desaparece de su vista tras la nube. Ciertamente se trataba de una pérdida para los discípulos: habían terminado las apariciones del resucitado. Sin embargo, ellos empezaban a comprender que aquella ascensión era también una ganancia y ¡de qué precio!. Cristo asciende a los cielos para sentarse a la derecha del Padre y para prepararles un lugar como lo había prometido según el evangelio de San Juan que meditamos el domingo pasado.

Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la Sagrada Escritura, la Gloria de Dios se manifiesta en forma de nube (Ex 16,10; 19,9 etc.). La nube fue la que se interpuso entre el campamento de los israelitas y el de los ejércitos egipcios que venían en su busca por el desierto. Esa nube era la que defendía a Israel y la que indicaba el momento de alzar el campamento y reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche. (Ex 13, 21-22). Es pues, función de la nube “guiar” de día y “alumbrar” de noche. Pero es también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios es trascendente, es santo, está por encima de los cielos. La nube es revelación y misterio. Es revelación y ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y se oculta revelándose.

Para los discípulos la Ascensión fue un evento determinante, un misterio de Cristo que dejó en ellos una experiencia profunda. El Señor que había convivido a su lado se encuentra a la derecha del Padre para interceder por ellos. El Maestro, hijo de María e Hijo de Dios, ha triunfado del mal, del pecado, de la muerte y de la infamia del diablo.

2. El Señor subió a los cielos y se sienta a la derecha del padre. Cristo con su cuerpo glorificado en la resurrección sube al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Para nosotros hombres esto puede tener dos significados:

a) Él nos precede en nuestro peregrinar hacia la casa del Padre. La naturaleza humana de Cristo es llevada al cielo. El catecismo de la Iglesia Católica nos instruye sobre el particular: “El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino(cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14_15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34_35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1)”; (CCI 659).

Jesucristo está sentado a la derecha del Padre. "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2; PG 94, 1104C).

Así nosotros tenemos la viva esperanza de llegar también un día al cielo, allí donde Él reina, allí donde la cabeza del cuerpo ha llegado. El cristiano debe tener los ojos puestos en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas presentes. La amonestación de los ángeles a los apóstoles es elocuente: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse. Los apóstoles deben dedicarse a “acelerar el Reino de Dios”, deben preparar la venida definitiva y gloriosa de Cristo Jesús.

b) En segundo lugar conviene subrayar que Él se encuentra en el cielo para interceder por nosotros. (Hb 9,24). Ésta es una noticia sumamente consoladora para el hombre que debe peregrinar sobre la tierra: tenemos en el cielo a Cristo glorificado que intercede por nosotros. Podemos tener confianza pues ante el trono de Dios. La consecuencia lógica de la exaltación de Cristo es la de ocupar nuestro tiempo sin tardanza, sabiendo que la gloria futura nos espera.

Quien comprende, iluminado por Dios, cuál es la esperanza a la que Dios nos llama, cuál la riqueza de la gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder (2L) vive de modo distinto. Da a su vida una dimensión de eternidad. Los momentos presentes se convierten en etapas maravillosas de un itinerario que conducen al amor eterno de Dios. Cristo, sentado a la derecha del Padre, reina eternamente y todo principado está puesto a sus pies y todo esto lo ha dado a la Iglesia, como Cabeza.


Sugerencias pastorales

Podemos pues decir que la misión del cristiano es “acelerar” la venida del Reino de Cristo para que Él sea todo en todos.

¿Qué puede significar para nosotros el “acelerar la venida del Reino de Dios?

a) Significa que debemos rezar junto a María, como los apóstoles, para esperar la venida del Espíritu Santo. En compañía de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Debemos consagrar a Dios por manos de María toda nuestra actividad, nuestras penas y tristeza, nuestras alegría y conquistas. Nunca jamás se ha escuchado que alguno no haya sido atendido al recurrir a María.

b) En segundo lugar, “acelerar la venida del Reino” significa despertar y avivar y dar cauce a todas las fuerzas espirituales y apostólicas que existen en nosotros. El Evangelio de Mateo que leemos este domingo es una invitación entusiasta a “predicar” a salir en busca de los hombres para anunciarles la buen nueva. El Papa ama llamar a los jóvenes: los centinelas de la mañana. Aquellos que vigilan, aquellos que anuncian la llegada de las buenas noticias, aquellos que ponen en alerta ante los peligros. El centinela debe estar alerta, debe estar despierto, debe estar activo porque la llegada del Señor es inminente. Hay una pintura de Gerrit von Hunthorst, pintor holandés del siglo XVII que muestra a Pedro recluido en una cárcel obscura. Parece cansado y sin fuerzas. Súbitamente se presenta el ángel liberador. Muestra su presencia juvenil y su robusto brazo e invita a Pedro, ya anciano y decaído a ponerse en pie y a salir de la obscuridad de la cárcel (Cfr Hc 12, 5 ss.). El Ángel lleva consigo una nueva noticia, un nuevo impulso, un nuevo proyecto de parte de Dios, porque la Palabra de Dios no puede permanecer encadenada. Pedro debe salir y confirmar a sus hermanos. Pedro debe seguir dando testimonio, debe, en algún modo acelerar la venida del Reino.

No temamos poner en pie iniciativas que surjan entre nuestros feligreses, entre los jóvenes, entre la gente mayor. Hemos de convocar todas las fuerzas del hombre para llevar a Cristo a los hombres. Los hombres tienen necesidad de Cristo y no debemos perdonarnos fatiga para ayudarlos a encontrarlo.

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