Por F. X. Nguyen van Thuan
Durante mi larga tribulación de nueve años de aislamiento en una celda sin ventanas, a veces bajo la luz eléctrica durante muchos días, a veces en la oscuridad, me parecía que me ahogaba por el calor y la humedad, al límite de la locura. Era todavía un obispo joven, con ocho años de experiencia pastoral. No podía dormir; me atormentaba el pensamiento de tener que abandonar la diócesis, de que se derrumbasen tantas obras que había puesto en marcha por Dios. Experimentaba como una rebelión en todo mi ser.
Una noche, desde lo profundo del corazón, una voz me dijo: «¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de foyers para estudiantes, misiones para la evangelización de los no-cristianos...: todo eso es una obra excelente, son obras de Dios, ¡pero no son Dios! Si Dios quiere que abandones todo eso, hazlo enseguida, y ¡ten confianza en Él! Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú. Él confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú has elegido a Dios sólo, no sus obras!».
Esta luz me dio una paz nueva, que cambió totalmente mi modo de pensar y me ayudó a superar momentos físicamente casi imposibles. Desde ese momento, una fuerza nueva llenó mi corazón y me acompañó durante trece años. Sentía mi debilidad humana, renovaba esta elección ante las situaciones difíciles, y la paz no me faltó nunca.
Elegir a Dios, y no las obras de Dios. Éste es el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo. Y es, a la vez, la respuesta más auténtica al mundo de hoy. Es el camino para que se realicen los designios del Padre sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre la humanidad de nuestro tiempo.
(F. X. Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, Ed. Ciudad Nueva, 7ª Ed., Buenos Aires, 2003, p. 54-55)
Una noche, desde lo profundo del corazón, una voz me dijo: «¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de foyers para estudiantes, misiones para la evangelización de los no-cristianos...: todo eso es una obra excelente, son obras de Dios, ¡pero no son Dios! Si Dios quiere que abandones todo eso, hazlo enseguida, y ¡ten confianza en Él! Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú. Él confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú has elegido a Dios sólo, no sus obras!».
Esta luz me dio una paz nueva, que cambió totalmente mi modo de pensar y me ayudó a superar momentos físicamente casi imposibles. Desde ese momento, una fuerza nueva llenó mi corazón y me acompañó durante trece años. Sentía mi debilidad humana, renovaba esta elección ante las situaciones difíciles, y la paz no me faltó nunca.
Elegir a Dios, y no las obras de Dios. Éste es el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo. Y es, a la vez, la respuesta más auténtica al mundo de hoy. Es el camino para que se realicen los designios del Padre sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre la humanidad de nuestro tiempo.
(F. X. Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, Ed. Ciudad Nueva, 7ª Ed., Buenos Aires, 2003, p. 54-55)
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