Encuentros con la palabra
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cada persona es única e irrepetible. Somos inclonables. León Felipe, en una de sus más famosas poesías, decía:
La fuerza de una comunidad consiste en la diversidad de sus miembros. Cuando compartimos en comunidad nuestra misión, nos hacemos conscientes de nuestras semejanzas y diferencias, de nuestras expectativas y temores. Un ejemplo de esta diversidad que enriquece a las comunidades la encontramos en los orígenes del cristianismo, en la relación que se establece entre Pedro y Pablo, las dos columnas inseparables de la Iglesia. En las letanías y en la fiesta de hoy, la Iglesia, no quiere separar a estos dos hombres, a pesar se sus diferencias.
Conocemos bien la historia de Pedro, su procedencia sencilla, su carácter impulsivo, su generosidad para seguir al Señor y para liderar al grupo de los apóstoles en la fe… Cuando Jesús pregunta: “¿Quién dicen que soy?”, Pedro tomó la Palabra por el grupo y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. La respuesta de Jesús fue declararlo fundamento de la Iglesia: “Y te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi Iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo”. Pero también conocemos su fragilidad y el miedo que tuvo para reconocer al Señor cuando llegó el momento de la pasión… Dice el evangelio de Mateo que cuando Jesús fue arrestado, Pedro “lo siguió de lejos” (26, 28) y luego lo negó tres veces. Después de la resurrección, Pedro fue confirmado en el amor con un interrogatorio a orillas del Lago de Galilea: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero” (Juan 21,17).
Por otra parte, conocemos la historia de Pablo y su conversión, camino de Damasco. Iba con intención de llevar presos a los seguidores del nuevo camino, cuando el Señor mismo se le cruzó en su camino y lo llamó a colaborar en la evangelización del mundo pagano. Pablo, perseguidor y judío radical, cambia el rumbo y se pone a disposición de su Señor. Sus cartas, los primeros escritos del Nuevo Testamento, con una lucidez admirable, animan y construyen las primeras comunidades cristianas.
Sin embargo, entre estos dos grandes hombres, santos y pecadores, no hubo un acuerdo total respecto de muchas cosas. Un sencillo ejemplo de esto es lo que dice la la Carta a los Gálatas, donde Pablo cuenta su enfrentamiento con Pedro en Antioquía, a propósito de su comportamiento frente a los gentiles: "Mas cuando Cefas fue a la ciudad de Antioquía, lo reprendí en su propia cara, porque lo que estaba haciendo era condenable. Pues primero comía con los no judíos, hasta que llegaron algunas personas de parte de Santiago; entonces comenzó a separarse y dejó de comer con ellos, porque tenía miedo de los fanáticos de la circuncisión. Y los otros creyentes judíos consintieron con su hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejo llevar por ellos. Por eso, cuando vi que no se portaban conforme a la verdad del evangelio, le dije a Cefas delante de toda la comunidad: ‘Tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras; ¿por qué, pues, quieres obligar a los no judíos a vivir como si lo fueran?" (Gál 2, 11-14).
Es fundamental que la construcción de la comunidad misionera parta de una aceptación radical de esta realidad. Sin un respeto y una valoración de esta condición de las diferencias entre los miembros del grupo, es imposible comenzar a construir una vida en común y mucho menos, llevar adelante una obra evangelizadora. La comunidad cristiana no puede esconderse sus diferencias; antes bien, cada uno de los miembros, debe tener la capacidad y la posibilidad de manifestarlas abiertamente. Una comunidad inmadura tratará de ocultarse sus diferencias o de disimularlas para no asustarse; se comportará como el avestruz que esconde la cabeza cuando ve peligro, pensando que por no verlo, éste desaparece. Una comunidad madura es capaz de hacer frente a la realidad, que de por sí es diversa.
Estas diferencias entre los miembros de una comunidad pueden ser fuentes de conflictos. El conflicto comienza cuando nuestras necesidades, deseos, valores e ideas chocan con las necesidades, deseos, valores e ideas de los otros. Generalmente no hay conflictos por los ideales fundamentales de la comunidad o por cuestiones de fondo; los conflictos que más nos duelen y hieren, tienen que ver con cuestiones muy ordinarias y sencillas de nuestras vidas. Cada persona siente la necesidad de ser amada y afirmada, de sentirse comprendida y de pertenecer. Cuando intentamos satisfacer estas necesidades en comunidad, experimentamos tensión y conflicto. El conflicto no es anticristiano. Lo que puede ser anticristiano es negarlo o rehusar enfrentarlo. El conflicto puede convertirse en fuente de crecimiento cuando una comunidad no se deja llevar a negarlo o evitarlo a toda costa (La paz a cualquier precio), sino cuando aprende a manejarlo con actitudes de respeto, compasión y comprensión: Caridad y Claridad deben ir de la mano.
Terminemos con una exhortación que traen David Kerisey y Marilyn Bates en su libro, Please understand me, que me parece muy apropiada para reflexionar sobre las enseñanzas que nos deja la celebración de hoy:
“Si no me gusta lo que a ti te gusta, por favor, trata de no decirme que estoy equivocado en mis gustos. Si creo otra cosa distinta a la que tú crees, por lo menos detente un momento antes de corregir mi punto de vista. Si mi emoción es menor que la tuya, o mayor, dadas las mismas circunstancias, trata de no pedirme que sienta más fuerte o más débilmente. O, incluso, si actúo o dejo de actuar de la manera que tu consideras mejor, déjame ser. No te estoy pidiendo, por lo menos hasta el momento, que me entiendas. Esto vendrá solamente cuando dejes de pretender hacer de mí una copia tuya. Yo puedo ser tu esposa o esposo, tu amigo, tu pariente, o tu colega; puedo ser tu compañero o compañera de comunidad. Si estás dispuesto a permitir mis propios gustos, o emociones, o creencias, o acciones, entonces te abrirás de tal manera ante mi que tal vez un día mi forma de ser no te parecerá tan equivocada ni mala; incluso puede llegar a parecerte correcta, por lo menos para mi. Ponerte en mi situación es el primer paso para llegar entenderme algún día. No quiero que asumas mi forma de ser como la correcta para ti, pero sí quiero que no te de rabia ni te pongas bravo conmigo por ser como soy. Al llegar a entenderme, tal vez termines apreciando mis diferencias con respecto a ti y, lejos de querer cambiarme, me ayudarás a preservar y aún nutrir estas diferencias que nos enriquecen a los dos”.
“Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana hacia Dios
por este mismo camino que yo voy…
Para cada hombre,
guarda un rayo nuevo de luz el sol
y un camino virgen Dios”.
ni va hoy,
ni irá mañana hacia Dios
por este mismo camino que yo voy…
Para cada hombre,
guarda un rayo nuevo de luz el sol
y un camino virgen Dios”.
La fuerza de una comunidad consiste en la diversidad de sus miembros. Cuando compartimos en comunidad nuestra misión, nos hacemos conscientes de nuestras semejanzas y diferencias, de nuestras expectativas y temores. Un ejemplo de esta diversidad que enriquece a las comunidades la encontramos en los orígenes del cristianismo, en la relación que se establece entre Pedro y Pablo, las dos columnas inseparables de la Iglesia. En las letanías y en la fiesta de hoy, la Iglesia, no quiere separar a estos dos hombres, a pesar se sus diferencias.
Conocemos bien la historia de Pedro, su procedencia sencilla, su carácter impulsivo, su generosidad para seguir al Señor y para liderar al grupo de los apóstoles en la fe… Cuando Jesús pregunta: “¿Quién dicen que soy?”, Pedro tomó la Palabra por el grupo y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. La respuesta de Jesús fue declararlo fundamento de la Iglesia: “Y te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi Iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo”. Pero también conocemos su fragilidad y el miedo que tuvo para reconocer al Señor cuando llegó el momento de la pasión… Dice el evangelio de Mateo que cuando Jesús fue arrestado, Pedro “lo siguió de lejos” (26, 28) y luego lo negó tres veces. Después de la resurrección, Pedro fue confirmado en el amor con un interrogatorio a orillas del Lago de Galilea: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero” (Juan 21,17).
Por otra parte, conocemos la historia de Pablo y su conversión, camino de Damasco. Iba con intención de llevar presos a los seguidores del nuevo camino, cuando el Señor mismo se le cruzó en su camino y lo llamó a colaborar en la evangelización del mundo pagano. Pablo, perseguidor y judío radical, cambia el rumbo y se pone a disposición de su Señor. Sus cartas, los primeros escritos del Nuevo Testamento, con una lucidez admirable, animan y construyen las primeras comunidades cristianas.
Sin embargo, entre estos dos grandes hombres, santos y pecadores, no hubo un acuerdo total respecto de muchas cosas. Un sencillo ejemplo de esto es lo que dice la la Carta a los Gálatas, donde Pablo cuenta su enfrentamiento con Pedro en Antioquía, a propósito de su comportamiento frente a los gentiles: "Mas cuando Cefas fue a la ciudad de Antioquía, lo reprendí en su propia cara, porque lo que estaba haciendo era condenable. Pues primero comía con los no judíos, hasta que llegaron algunas personas de parte de Santiago; entonces comenzó a separarse y dejó de comer con ellos, porque tenía miedo de los fanáticos de la circuncisión. Y los otros creyentes judíos consintieron con su hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejo llevar por ellos. Por eso, cuando vi que no se portaban conforme a la verdad del evangelio, le dije a Cefas delante de toda la comunidad: ‘Tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras; ¿por qué, pues, quieres obligar a los no judíos a vivir como si lo fueran?" (Gál 2, 11-14).
Es fundamental que la construcción de la comunidad misionera parta de una aceptación radical de esta realidad. Sin un respeto y una valoración de esta condición de las diferencias entre los miembros del grupo, es imposible comenzar a construir una vida en común y mucho menos, llevar adelante una obra evangelizadora. La comunidad cristiana no puede esconderse sus diferencias; antes bien, cada uno de los miembros, debe tener la capacidad y la posibilidad de manifestarlas abiertamente. Una comunidad inmadura tratará de ocultarse sus diferencias o de disimularlas para no asustarse; se comportará como el avestruz que esconde la cabeza cuando ve peligro, pensando que por no verlo, éste desaparece. Una comunidad madura es capaz de hacer frente a la realidad, que de por sí es diversa.
Estas diferencias entre los miembros de una comunidad pueden ser fuentes de conflictos. El conflicto comienza cuando nuestras necesidades, deseos, valores e ideas chocan con las necesidades, deseos, valores e ideas de los otros. Generalmente no hay conflictos por los ideales fundamentales de la comunidad o por cuestiones de fondo; los conflictos que más nos duelen y hieren, tienen que ver con cuestiones muy ordinarias y sencillas de nuestras vidas. Cada persona siente la necesidad de ser amada y afirmada, de sentirse comprendida y de pertenecer. Cuando intentamos satisfacer estas necesidades en comunidad, experimentamos tensión y conflicto. El conflicto no es anticristiano. Lo que puede ser anticristiano es negarlo o rehusar enfrentarlo. El conflicto puede convertirse en fuente de crecimiento cuando una comunidad no se deja llevar a negarlo o evitarlo a toda costa (La paz a cualquier precio), sino cuando aprende a manejarlo con actitudes de respeto, compasión y comprensión: Caridad y Claridad deben ir de la mano.
Terminemos con una exhortación que traen David Kerisey y Marilyn Bates en su libro, Please understand me, que me parece muy apropiada para reflexionar sobre las enseñanzas que nos deja la celebración de hoy:
“Si no me gusta lo que a ti te gusta, por favor, trata de no decirme que estoy equivocado en mis gustos. Si creo otra cosa distinta a la que tú crees, por lo menos detente un momento antes de corregir mi punto de vista. Si mi emoción es menor que la tuya, o mayor, dadas las mismas circunstancias, trata de no pedirme que sienta más fuerte o más débilmente. O, incluso, si actúo o dejo de actuar de la manera que tu consideras mejor, déjame ser. No te estoy pidiendo, por lo menos hasta el momento, que me entiendas. Esto vendrá solamente cuando dejes de pretender hacer de mí una copia tuya. Yo puedo ser tu esposa o esposo, tu amigo, tu pariente, o tu colega; puedo ser tu compañero o compañera de comunidad. Si estás dispuesto a permitir mis propios gustos, o emociones, o creencias, o acciones, entonces te abrirás de tal manera ante mi que tal vez un día mi forma de ser no te parecerá tan equivocada ni mala; incluso puede llegar a parecerte correcta, por lo menos para mi. Ponerte en mi situación es el primer paso para llegar entenderme algún día. No quiero que asumas mi forma de ser como la correcta para ti, pero sí quiero que no te de rabia ni te pongas bravo conmigo por ser como soy. Al llegar a entenderme, tal vez termines apreciando mis diferencias con respecto a ti y, lejos de querer cambiarme, me ayudarás a preservar y aún nutrir estas diferencias que nos enriquecen a los dos”.
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