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sábado, 5 de julio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Cristo (2), Dios de los pequeños ¡Canto a la vida!

Publicado por El Blog de X. Pikaza


Mt 11, 25-30. Son muchas las cosas que sobre Jesús y Dios se han venido y se vienen discutiendo desde tiempo antiguo y todavía hoy, con acusaciones de conocimiento y desconocimiento. El evangelio de hoy, que está en el centro del llamado documento Q (cf. Lc 10, 13-15), recoge el más antiguo testimonio de la Iglesia sobre las relaciones de Jesús y Dios y las presenta en forma de parábola, la parábola del Hijo que conoce al Padre. Todo ser humano es Hijo de Dios, pero Jesús lo es de un modo especialmente intenso y así ha venido a decírselo a los hombres y mujeres, para que ellos también, todos, pueden vivir como hijos, conociendo a Dios precisamente al descubrirse en manos del Padre. Estamos ante el Dios de los pequeños (de los pobres, enfermos, oprimidos), no ante el Dios de los sabios, los teólogos de oficio o los magnates de dominios religiosos (He querido poner en la imagen una madre y una hija, porque este Padre es varón/mujer... y ese Hijo es hijo/hija). Èste es un canto a la vida, el más alto de todos los cantos a la vida desde la perspectiva de Jesús, canto por todos y con todos, desde los más pobres y pequeños, para que vivan en solidaridad, asumiendo el "yugo" del amor y abriendo para todos un camino de esperanza. Éste es el Cristo verdadero que nos habla y llama, desde el centro del evangelio.

Texto y contexto.

Este pasaje central de la tradición cristiana se encuentra precedido por la acusación de Jesús contra las grandes ciudades galileas que han rechazado su mensaje: Ay de ti Corozaín, ay de ti Betsaida, ay de ti Cafarnaum...! (Mt 11, 20-24). Estas palabras de lamento recogen el fracaso de Cristo y de su iglesia más antigua en Galilea, el fracaso del Cristo ante los sabios y los grandes de la tierra. Conforme al mandato y envío del Cristo (cf. Mt 10), sus discípulos han recorrido las grandes (orgullosas) ciudades de su patria, realizando en ellas los milagros mesiánicos, pero no han sido acogidos.
Los sabios y grandes del mundo han quedado en sus sabiduría y su grandeza, en sus sistemas de poder, en sus organizaciones sociales y religiosas. Ellos, los grandes señores de Corozaín, de Betsaida y de Cafarnaum se han cerrado en sus propias ideas y sus sabidurías, Pero el camino de Dios sigue abierto. Por eso, Jesús, el Jesús de la vida entera, el Jesús resucitado, sigue llamando, en un texto que divido en tres partes:

1. (Alabanza):
a. Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra,
b. pues has ocultado esto a sabios y entendidos,
b'. y lo has revelado a los pequeños.
a'. Sí, Padre, pues que esta ha sido tu voluntad (Mt 11,

2. (Revelación: conocimiento filial)
a. Todo me ha sido entregado por mi Padre:
b. y nadie conoce al Hijo, sino el Padre;
b'. y nadie conoce al Padre, sino el Hijo,
a'. y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar (11, 27):

3. (Llamada)
a. Venid a mí todos los agotados y cargados,
Que yo os aliviaré.
b. Cargad con mi yugo, y aprended de mí,
b’ que soy manso y humilde de corazón
y hallaréis descanso para vuestras almas.
a’. Porque mi yugo es suave
y mi carga es ligera (Mt 11, 28-30)

Éste ha sido el camino de Jesús, ésta la tarea (yugo) de su vida. Ha sido y sigue siendo un camino de amor, un camino de hijos en manos del Padre, no se puede interpretar como imposición, sino como proceso de vida humana abierto en la Vida de Dios. Como hijos en manos del Padre, con Jesús, ésta es la parábola de la vida.

1. Principio. Canto a Dios, canto a la vida El Dios de los pequeños

En estas palabras culmina y se centra el evangelio. Tal como han sido recogidas por Mateo y Lucas (desde el Q), estas palabras provienen de la tradición pascual de la iglesia, que descubre y confiesa a Jesús como revelador pleno del Padre, suponiendo que ya ha muerto y está resucitado. Pero, en su tenor original, ellas reflejan la experiencia histórica de Jesús, recogen y transmiten el sentido más hondo de su vida. Así empiezan:

a. Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra,
b. pues has ocultado esto a sabios y entendidos,
b'. y lo has revelado a los pequeños.
a'. Sí, Padre, pues que esta ha sido tu voluntad (Mt 11,

Este es un canto de agradecimiento por la vida, una bendición litúrgica que Jesús eleva ante Dios a quien confiesa por su acción salvadora. De esta forma nos sitúa ante la revelación suprema de Dios, que no está ya centrada en el viejo camino del Éxodo, ni en la estructuración sacral de la nación israelita, sino en su amor de Padre que manifiesta su misterio a los pequeños de la tierra.
Frente a los sabios y entendidos, representados por los orgullosos galileos de 11, 20-24 (b), se sitúan ahora los "pequeños" (nepiois), que han acogido la palabra de Jesús, dirigida precisamente a ellos (b'). Jesús confiesa en canto de gozo la grandeza de Dios, que revela su más honda voluntad salvadora como Padre, en gesto de apocalipsis o culminación de la historia humana. Por eso alaba al Padre, que es Señor universal; por eso le da gracias, en gesto de admiración exultante (a y a'), porque ha venido a revelarse como Padre para los pequeños de la tierra.
Estamos ante el auténtico misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de sabiduría y grandeza que se encarna en las ciudades galileas (presumiblemente orgullosas porque piensan que conocen bien las Escrituras). Frente a ellas, eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra y acogen a Dios Padre, "señor del cielo y de la tierra", en fórmula que expresa el más radical monoteísmo israelita. ((Mt ha elaborado una cristología de los pobres y pequeños. Por eso ha presentado al niño como signo de Cristo (18, 5)- Sobre la pequeñez (y pobreza) en la cristología cf. J. Sobrino, Cristología desde América Latina, CRT, México 1976; Id., Jesucristo liberador I-II, Trotta, Madrid 1993/8 ))

2. Centro. Misterio de Jesús, misterio de Hombre: la parábola el Padre y del Hijo

El Dios de los grandes no necesita ser Padre, al modo como Jesús lo concibe. Él es Señor, es Justo Juez, es responsable del orden y justicia de la tierra, dando a cada uno lo que es suyo (de acuerdo a lo que sabe y tiene). Por ser defensores de ese Dios, los galileos han rechazado a Jesús. Por el contrario, el Dios de los pequeños aparece necesariamente como Padre que les recibe en amor y con amor les ofrece su más alto conocimiento. Los grandes de ese mundo acaban por juzgar al Padre (rechazando su gesto gratuito de amor). Por el contrario, los más pequeños pueden acoger su gracia Así lo ha descubierto y expresado Jesús, en palabra que expresa su más honda experiencia. Ésta es la parábola de la vida: Dios nos lo ha dado todo, en conocimiento y despliegue de vida:

a. Todo me ha sido entregado por mi Padre:
b. y nadie conoce al Hijo, sino el Padre;
b'. y nadie conoce al Padre, sino el Hijo,
a'. y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar (11, 27):

Este es un texto de revelación: una parábola sobre el amor y conocimiento entre Padre e Hijo. Ciertamente, Jesús podría haber utilizado otro lenguaje, de carácter más doctrinal, empleando signos de amante y amado/a, de madre e hija, maestro y discípulo, cada uno con sus riesgos y ventajas. Pues bien, ha preferido la parábola del Padre, que concede su propio ser al hijo y que, al hacerlo, le conoce, siendo respondido por el Hijo, que también conoce al Padre. El texto no dice que Jesús sea ese Hijo, pero es claro que lo está presuponiendo, por todo lo que precede y sigue: el mismo Jesús Hijo llamará a los humanos, para que puedan conocer al Padre. La revelación de Dios a los pobres se identifica con la vida y obra de Jesús, el Hijo a quien el Padre conoce y ofrece todo lo que tiene (realidad y revelación salvadora).
Jesús no es maestro o transmisor de una Ley exterior, sino que ha recibido todo el ser de Dios (su Padre) y al decirlo se dice sí mismo, como indica el texto. ((Jesús, que comienza hablando de sí mismo en primera persona, se refiere luego al Hijo en tercera (lo mismo que en Mt 28, 16-20). No actúa todavía como Hijo (no dice: Soy el Hijo), sino como Mesías pascual, que se identifica implícitamente con el Hijo, en lenguaje de revelación parabólica. Además de comentarios a Mt y textos de cristología bíblica, sobre el Hijo, cf. M. Hengel, Hijo de Dios, Sígueme, Salamanca 1974; J. Jeremias, Abba.El mensaje central del NT, Sígueme, Salamanca 1971, 53-60; W. Marchel, Aba, Père!, AnBib 19a, Roma 1971, 157-162; J. Schlosser, El Dios de Jesús. Estudio exegético, Sígueme, Salamanca 1995, 147-149)).
En otro plano, Jesús podría haber elaborado la parábola de amante y amada, pues el conocimiento mutuo que ellos tienen uno de otro parece superior al de padre e hijo, pero carecen de la experiencia del origen o surgimiento vital compartido, porque el amado/a no proviene del amante. Podría valer también la parábola de madre e hija, pero no resultaría adecuada, pues Jesús fue un varón. Por eso dejamos que el texto siga hablando de un Padre y un Hijo, recordando que ese Padre es Padre/Madre.
El centro del pasaje (b y b') destaca el carácter dialogal de la biografía de Jesús: su verdad y su vida pertenece al Padre y viceversa; por eso se presenta como Hijo. Ambos (Padre e Hijo) existen dándose uno al otro, conociéndose (en ambos casos se repite esa palabra: epignoskei) en amor y/o donación completa. Dios se define, según eso, plenamente como Padre y Jesús como Hijo. En el principio de todos los principios aparece este amor mutuo, fundado en Dios Padre y expresado en su comunión con el Hijo.

3.Meta de la vida: una llamada ¡vivid conmigo!

En la raíz de este pasaje (a) se halla el Padre que entrega al Hijo todo que tiene, no algo accesorio. Jesús, por su parte, entrega todo al Padre, revelando al mismo tiempo su misterio (el misterio de su vida filial, todo el amor del Padre) a los humanos Esta es su función cristológica: ha venido a revelar a los humanos la gracia de Dios Padre Desde ese contexto se entiende el final del pasaje. Como Hijo del Padre, habiendo recibido y compartido su conocimiento, Jesús puede expandirlo y lo expande a los humanos. Por eso les llama, como llamaba a los sencillos del mundo la Sabiduría de Proverbios y Eclo, ofreciéndoles su experiencia, la sabiduría suprema de Dios.

a. Venid a mí todos los agotados y cargados,
Que yo os aliviaré.
b. Cargad con mi yugo, y aprended de mí,
b’ que soy manso y humilde de corazón
y hallaréis descanso para vuestras almas.
a’. Porque mi yugo es suave
y mi carga es ligera (Mt 11, 28-30)

Jesús convoca de un modo especial a los judíos que vivían aplastados por el yugo de la Ley, como sabe la tradición rabínica y el mismo Nuevo Testamento
(a). El mismo Jesús Hijo ocupa ahora el lugar de la Ley, no como un simple exegeta, que la interpreta por fuera, sino como revelador personal del Padre, principio de humanización y descanso (de encuentro personal) para los humanos. Frente al Peso de la ley eleva Jesús el “yugo suave” de su filiación divina
(a’). Sólo así, como sabiduría de Dios (Hijo del Padre), puede elevar su palabra ante los humanos y llamarles, para que vivan en libertad y puedan gozar de la existencia. Esta es su tarea, este el sentido de su vida.
En el origen está el Padre de Jesús, como principio de vida y amor fuerte para los humanos. Pues bien, avanzando en esa línea, podemos y debemos afirmar que en ese mismo origen se halla la dualidad de amor de Padre e Hijo, de Dios y Jesucristo. Nosotros encontramos al Padre por Jesús, en el ca¬mino de su vida y su mensaje, en la esperanza de su reino y encontramos a Jesús desde Dios, pues el Padre ha concedido todo lo que tiene.

Anotación final, para eruditos

Rabí Nejonías, hijo de Aqaná, decía: al que acepta sobre sí el yugo de la Torah se le ha de eximir del yugo del reino y del yugo de lo terreno; pero a todo aquel que rompe el yugo de la Torah se le ha de imponer el yugo del reino y de la ocupación terrena" (cf. Abot 3, 5 ). Mt 23, 4 alude al peso que escribas y fariseos cargan sobre los judíos; Hech 15, 10 al peso/yugo de la Ley.

Mt 11, 25-29 nos sitúa cerca de Jn 1, 18 (a Dios nadie le ha visto jamás...) y 10, 15 (como el Padre me conoce y yo conozco al Padre). Pero él no ha desarrollado temáticamente esta vinculación original entre Jesús y el Padre, en lenguaje de revelación apocalíptica o sapiencial, sino que la introduce dentro de la biografía de Jesús. Dicho eso, podemos añadir Mt está al servicio del "conocimiento del Padre", que Jesús ofrece a los creyentes. Cf. D. A. Hagner, "Apocalyptic Motifs in the Gospel of Matthew": Horizons in Bib.Theol 7 (1985) 53-82.

Dios no es Señor en general, no es Padre de los espíritus y/o astros, como dirá en otros pasajes (cf. Hebr 12, 9; Sant 1, 17), sino que es Padre de todos siendo (o por ser) Padre del Mesías Jesucristo. Por eso, la paternidad de Dios se define en relación al Hijo Jesucristo: Dios se encuentra vinculado con él de un modo especial. Pero, en otra perspectiva, esa misma paternidad se amplía, de manera que todos los humanos (los pequeños) pueden ya participar y participan del misterio del encuentro que liga a Dios con Jesucristo. De esa forma, el mensaje y vida de Jesús (lo que después tiende a llamarse su persona) se encuentra incluido en el misterio de la revelación de Dios. Al regalarnos su amor paterno, Dios nos ofrece a su Hijo que es el Cristo.
(Tema tomado de Pikaza, Hijo de Hombre. Historia de Jesús Galileo, Valencia 2007)

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