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martes, 8 de julio de 2008

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Palabra eficaz de amor, palabra que se hace silencio en la cruz y nos riega con sangre

Publicado por Parroquia El Pilar

Érase una madre que tenía tres hijos. Cuando se fueron a la universidad les regaló una planta para que alegrara sus habitaciones. Al final del curso fue a ayudarles a recoger sus cosas. En la habitación del hijo mayor, la maceta sin planta estaba en un rincón. La tierra estaba cubierta de chicles. ¿Qué le ha pasado a la planta?, le preguntó la madre. Me olvidé de sacarla de la caja y cuando lo hice ya estaba muerta.

Cuando fue a recoger al segundo hijo, la planta estaba en una estantería. Sólo había dos palitos secos clavados en la tierra. ¿Eso es todo lo que queda de la planta?, le preguntó la madre. Oh, no quería que lo vieras. La planta estuvo muy hermosa hasta el día de Acción de Gracias. Después vinieron los trabajos, las fiestas y me olvidé de regarla.

Finalmente fue a ver a su tercer hijo. Y, oh sorpresa, la planta estaba verde y hermosa.

Tú no mataste la planta, dijo la madre.

Claro que no. La planta me recordaba tu amor y yo sabía que tú quieres que la riegue y la cuide. La he regado todos los días y como puedes ver ha crecido mucho.

"Tú no mataste la planta".

¿Se imaginan la alegría de la madre al ver que, al menos, uno de sus hijos había sido fiel a su amor y la había cuidado?

Hoy, Jesús nos ha contado una historia parecida. La historia del sembrador. La historia de una semilla. ¿Quién es el sembrador? Jesús.

¿Cuál es la semilla sembrada? La Palabra de Dios.

¿Cuál es la tierra sembrada? El corazón.

Jesús se pasó la vida sembrando incansablemente el amor de Dios, la semilla del Reino, de la paz y del perdón. Y sembró todos los corazones.

Hoy sigue sembrando nuestros corazones con su Palabra a través del Espíritu Santo y de la Iglesia.

En este mundo lleno de palabras y anuncios comerciales, todos quieren vendernos algo.

Tenemos que alegrarnos porque Jesús, el sembrador, no viene a vendernos nada, no viene a hacer anuncios de coches o a ofrecernos unas fantásticas vacaciones. Viene a plantar la semilla del amor en el corazón. Y nos alegramos porque esta semilla ha dado y sigue dando frutos de salvación.

La Palabra de Jesús no es una palabra como la suya o la mía, es una palabra eficaz, de amor, una palabra que se hace silencio en la cruz y nos riega con sangre. Y desde entonces no todo es malo en el mundo, no hay dominio absoluto de los ídolos.

Decía el domingo pasado que la casa del evangelio, de la palabra, el terreno para acoger la semilla no es la cabeza, es el corazón.

Aquí estamos nosotros, los cristianos del Pilar. Hemos venido, no a escuchar una palabra, hemos venido a acoger la Palabra, a darle hospedaje en nuestros corazones, hemos venido a regar la tierra seca y dura de nuestra vida.

Yo sé que hay hermanos que van al pueblo a ver cómo están los campos sembrados o cómo va la casa que están construyendo.

Aquí venimos nosotros los domingos a darle gracias a Jesús por la semilla que hace años plantó en nuestra vida.

Venimos a pedirle al sembrador que nos ayude a dar los frutos buenos de la responsabilidad de padres, de la fidelidad de esposos, de la preocupación de los hijos, del trabajo bien hecho, del amor a la iglesia, de una fe cada día más viva y compartida.

Hay una persona que me llama por teléfono y me dice: mi esposo va a su iglesia los domingos y lo pasa bien, pero no le sirve de nada, no cambia, es más duro que el asfalto.

Jesús nos dice que él se cansó de sembrarlo todo. Sembró en el camino, en las zarzas, en las rocas y en la tierra. Sólo la tierra buena produjo frutos. Y no toda la tierra produjo lo mismo.

El misterio de la respuesta a Dios.

El misterio de la libertad humana.

Hoy, todos sembrados. No todos produciremos los mismos frutos. No todos somos tierra buena.

En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, el cual ganaba el concurso al mejor producto año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos.

¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año? preguntó el reportero.

"Verá usted, dijo el agricultor, el viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrado a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga".

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