1.- Hemos iniciado en este Domingo Decimoquinto del Tiempo Ordinario, con el Evangelio de Mateo, el llamado “Libro de las parábolas”. Y así con la del Sembrador, que acabamos de escuchar, se nos presentarán , en domingos sucesivos, las de la cizaña, el tesoro escondido, la perla y la red. Y todas estas cinco parábolas se refieren al Reino de Dios. Y a la disposición de cada uno de nosotros para recibir su existencia y presencia. Y es que Palabra y Reino son los dos grandes contenidos de lo que llamaríamos nuestra fe práctica. Es decir, todo aquello que nos impulsa a vivir profundamente las verdades que nos trajo Cristo el Señor.
La Palabra es el propio Jesús, el logos, tal como nos muestra Juan Evangelista en el prólogo de su Evangelio: la Palabra es Dios y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Y esa Palabra es la trasmisión de la sabiduría de Dios hacia el pueblo que Él ama, pueblo que ha conocido y ha encontrado a Dios, aún con muchas dificultades. Y nosotros lo reiteramos cada vez que proclamamos una lectura en una Eucaristía: decimos con gozo, como asintiendo, cargados de razón espiritual: “¡Palabra de Dios!”. El Reino es la esperanza de vivir unidos en amor y fraternidad. Jesús predicaba la llegada del Reino, y el Reino, en realidad, estaba ya dentro de todos. No es Reino de este mundo, y no porque no haya llegado todavía. No lo es, porque otro reino, el de las tinieblas, se aferra con enorme fuerza a la vida cotidiana. Y, en fin, si la Palabra, acepta la siembra en nosotros y da fruto, el Reino comienza a manifestarse. No es difícil. No es un juego de palabras. Es una realidad fehaciente.
2.- No podemos, de todas formas, obviar algo que queda muy claro en la parábola del sembrador. Y es que en la diferente textura de cada terreno, en que sea mejor o peor para la siembra, influye un hecho definitivo. Nuestra propia libertad. Dios nos ha creado libres con libertad incluso para oponernos a Él mismo. Y por eso hay un acto de libertad plena a aceptar o no la Palabra de Dios. Puede acontecer, asimismo, que nos aleje de la Palabra un desconocimiento de la misma. Pero para eso siembra el Sembrador. Una vez caída la semilla, será nuestra libertad la que influirá en su desarrollo futuro.
3.- La primera lectura que es breve párrafo del capitulo 55 del Libro de Isaías viene a confirmar todo lo anterior. La palabra procede de Dios y baja de la mejor forma a la tierra sedienta: como lluvia y nieve. La figura, sin duda, combina con la idea de la siembra, con la necesaria fertilidad que el riego suficiente comunica al terreno. Y aquí tenemos un doble contenido que también nos puede ser muy útil en nuestra reflexión de hoy; semilla y agua se “confunden” en una misma cosa. La Palabra es sementera y es riego. Lo es todo, en definitiva.
4.- Continuamos con la lectura de la Carta a los Romanos. Hoy Pablo de Tarso nos habla de la futura manifestación de los Hijos de Dios, después de librarse de la esclavitud del maligno, gracias al efecto de la Palabra de Dios en nuestros corazones. Y Pablo amplia esa liberación a toda la creación, a toda; no solo al género humano terrestre con capacidad intelectual para apreciar esa liberación. Y es que un día, Jesús, por la Redención, y su Espíritu liberaron a toda la creación. Y poco a poco tiene que ir viéndose esa apertura a la libertad plena.
Merece la pena que reflexionemos sobre el poder de la Palabra, sobre ese Reino que nace en nosotros y, sobre la promesa de Jesús de que daremos fruto abundante para nuestro bien y el de nuestros hermanos.
La Palabra es el propio Jesús, el logos, tal como nos muestra Juan Evangelista en el prólogo de su Evangelio: la Palabra es Dios y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Y esa Palabra es la trasmisión de la sabiduría de Dios hacia el pueblo que Él ama, pueblo que ha conocido y ha encontrado a Dios, aún con muchas dificultades. Y nosotros lo reiteramos cada vez que proclamamos una lectura en una Eucaristía: decimos con gozo, como asintiendo, cargados de razón espiritual: “¡Palabra de Dios!”. El Reino es la esperanza de vivir unidos en amor y fraternidad. Jesús predicaba la llegada del Reino, y el Reino, en realidad, estaba ya dentro de todos. No es Reino de este mundo, y no porque no haya llegado todavía. No lo es, porque otro reino, el de las tinieblas, se aferra con enorme fuerza a la vida cotidiana. Y, en fin, si la Palabra, acepta la siembra en nosotros y da fruto, el Reino comienza a manifestarse. No es difícil. No es un juego de palabras. Es una realidad fehaciente.
2.- No podemos, de todas formas, obviar algo que queda muy claro en la parábola del sembrador. Y es que en la diferente textura de cada terreno, en que sea mejor o peor para la siembra, influye un hecho definitivo. Nuestra propia libertad. Dios nos ha creado libres con libertad incluso para oponernos a Él mismo. Y por eso hay un acto de libertad plena a aceptar o no la Palabra de Dios. Puede acontecer, asimismo, que nos aleje de la Palabra un desconocimiento de la misma. Pero para eso siembra el Sembrador. Una vez caída la semilla, será nuestra libertad la que influirá en su desarrollo futuro.
3.- La primera lectura que es breve párrafo del capitulo 55 del Libro de Isaías viene a confirmar todo lo anterior. La palabra procede de Dios y baja de la mejor forma a la tierra sedienta: como lluvia y nieve. La figura, sin duda, combina con la idea de la siembra, con la necesaria fertilidad que el riego suficiente comunica al terreno. Y aquí tenemos un doble contenido que también nos puede ser muy útil en nuestra reflexión de hoy; semilla y agua se “confunden” en una misma cosa. La Palabra es sementera y es riego. Lo es todo, en definitiva.
4.- Continuamos con la lectura de la Carta a los Romanos. Hoy Pablo de Tarso nos habla de la futura manifestación de los Hijos de Dios, después de librarse de la esclavitud del maligno, gracias al efecto de la Palabra de Dios en nuestros corazones. Y Pablo amplia esa liberación a toda la creación, a toda; no solo al género humano terrestre con capacidad intelectual para apreciar esa liberación. Y es que un día, Jesús, por la Redención, y su Espíritu liberaron a toda la creación. Y poco a poco tiene que ir viéndose esa apertura a la libertad plena.
Merece la pena que reflexionemos sobre el poder de la Palabra, sobre ese Reino que nace en nosotros y, sobre la promesa de Jesús de que daremos fruto abundante para nuestro bien y el de nuestros hermanos.
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