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jueves, 7 de agosto de 2008

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Tiempo de zozobra


Sobre el oleaje del mundo va navegando la barca de la Iglesia. En ella estamos embarcados los discípulos. En todo tiempo ha habido oleaje grande y, sobre todo, corrientes subterráneas y mar de fondo. Hoy también.
La barca es frágil. Quienes vamos en ella hacemos todo lo que podemos, pero no somos muy expertos. Pero aunque lo fuéramos, la mar está tan embravecida que supera las habilidades de todos.
Por el contrario, la mar es ducha, es vieja, sabia. Se conoce todo y lo tiene bien organizado. El mar es el símbolo del mal, de las fuerzas contrarias a Dios, de las organizaciones de los que tienen el poder y la dominación de este mundo.
En este momento el mar tiene unas tonalidades nuevas: la ciencia, la técnica, la cultura, las nuevas ideas, el desmantelamiento de lo antiguo, plantea grandes y graves problemas a nuestra embarcación. El mundo laico, autónomo, irreligioso, agnóstico, increyente; las nuevas formas de las ciencias, la filosofía, el arte, el lenguaje, los valores, las instituciones, los comportamientos, la educación, la información, los medios de comunicación, han nacido o están surgiendo al margen de la comunidad cristiana y suponen olas de hasta veinte y treinta metros. El ruido es un estruendo.
Nuestra barca quiere navegar, se esfuerza por divisar, aunque sea una isla pequeña, suspira por atracar en algún puerto. Estamos en plena mar –donde hay que estar– luchando desde los mástiles y en las velas contra el viento.
Hemos caído dentro del remolino y damos vueltas y más vueltas. Vamos a la deriva, nos mareamos, tenemos miedo, creemos que nos vamos a hundir y gritamos desesperados: «¡Sálvanos, Señor, que perecemos!».
Hay zozobra, inquietud, inseguridad, nerviosismo. «¿Adónde vamos a ir a parar? ¿En qué va a quedar todo esto?», es la queja que desde hace unos años se viene oyendo.
La niebla ha envuelto a la barca y se ve poco. Se ha nublado Dios, el Cristo, la Virgen, la gracia y el pecado, casi todos los dogmas, el lenguaje, el culto, la moral y el modo de estar sobre las aguas para anunciar el evangelio. De vez en cuando se oye un trueno y la gente pretende agarrarse al fugaz resplandor de un rayo. ¡Ha sido un espejismo!
Ya no hay tranquilidad, ni mar en calma, ni tardes apacibles, ni olas rizadas por la tenue brisa que acaricia intermitentemente el rostro. Se añora no sé qué seguridad, aquellos tiempos en los que nada se tambaleaba en el bodegón del barco. Se podía dormir sobre la cubierta. Todo era como un crucero de placer. ¡Aquellos eran tiempos!
Pero hoy la barca ha levantado el ancla, ha comenzado a remar, se ha ido mar adentro, se ha metido en la «noche» y ahí se ha empeñado en comenzar a anunciar el evangelio. Durante un tiempo loco, dijimos todos a coro como Pedro: «Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua».
Nos echamos al agua. No tuvimos al principio miedo. Ensayamos nuevas artes. Dialogamos con las olas. Cambiamos muchas cosas viejas de la embarcación en pleno rumbo. Corregimos la estela y le buscamos a la sirena otro sonido. Era necesario estar presente en el tiempo nuevo. Había que ser fieles al mundo y al evangelio. Era necesario estar presentes, ser valientes, tener coraje, cambiar con decisión las señales para poder entenderse con otros marineros. Nos convencimos de que no había puerto, que no interesaba la tierra firme. Descubrimos que todo es movedizo, que «el tesoro que buscábamos estaba en el fondo del mar y no en la calma del puerto».
Pero la travesía es larga y el camino tortuoso. Muchos están hastiados de este juego.
Hay que continuar. Nuestro sitio está en esa línea del horizonte donde las aguas se pierden con el cielo. Allí está presente Dios, entre el fragor y el ruido. Allí está apareciendo el nuevo rostro de Cristo, curtido por el viento y el agua salada y dura de los tiempos nuevos. No es un fantasma, ni un ídolo, ni una imaginación, ni un invento nuestro. Aguzad el oído y escuchadle: «Soy yo, no tengáis miedo».
¿De qué hay que tener miedo? La barca se puede pintar de mil colores y hasta pueden cambiar de forma las velas y los mástiles. ¡No hay que tener miedo! Lo que importa es remar, estar presentes, tener la fuerza del Espíritu, ser tabla de salvación, hacer el servicio desinteresado de ser en medio de la noche cerrada, faro, señal, brújula hacia el futuro, un puerto de esperanza en medio del mar embravecido.
«¡Hombres de poca fe! ¿Por qué tenéis miedo?» La barca no naufraga, aunque tiemble todo y crujan hasta sus cimientos.
En la barca está el Dios que hizo surgir del caos el mundo ordenado. Está presente el Dios que libró a su pueblo del mar de la esclavitud y le empujó rumbo a la liberación. Está presente el Dios que está empeñado en recrearlo todo con la fuerza de su Espíritu.
Aún en medio de las aguas, todo se está creando. La tierra es un volcán y la creación una ola gigantesca –un maremotum– que está haciendo el esfuerzo de seguir pariendo. Nosotros tenemos que remar, aguantar, sembrar vida, hacer el parto, dominar con el Espíritu al espíritu del mal, hacer del mar un lago. ¡No tengamos miedo! Estamos montados en la cresta de la ola: así es la vida, esta es nuestra misión, este es nuestro destino.
La fe nos ha hecho a todos marineros. ¡Duc in altum! ¡A navegar! ¿Quién ha montado en esta barca a los que tienen miedo?

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