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martes, 5 de agosto de 2008

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: EL SEÑOR QUE ESTA EN EL SUSURRO, CAMINA SOBRE EL AGUA


1. "Al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una gruta". Cuando Jezabel, esposa del rey Ajab, que ha introducido en Israel centenares de sacerdotes y profetas de Baal venidos de Fenicia, amenazó de muerte a Elías, que había degollado a cuatrocientos, éste, presa del miedo, huyó, adentrándose en el desierto y pasó de todo: hambre y sed, desesperación, y hasta deseo de morir, hasta que recibió aliento con la comida y bebida de Dios. "Y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb". Y aquella comida de tal manera le enardeció, que desde entonces sintió un poderoso atractivo por aquella inmensa montaña como si desarrollara sobre él una fuerza magnética. Allí le esperaba Dios. El que come y bebe a Dios en sus palabras, siente que el atractivo de Dios le va creciendo hasta comerle las entrañas. Cuando Elías llegó al monte se refugió en una gruta, y le dijo Dios: "El Señor va a pasar". Primero se desecadenó un viento huracanado que agrietaba los montes y rompía los peñascos y Elías pensó que no lo contaba; después un terremoto y creyó que perecía; después sobrevino un fuego devorador y Elías se vio sumergido en el infierno, lejos de Dios. Está claro que en ninguno de los tres elementos estaba el Señor. Cuando pasó la terrible prueba."se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto. Oyó una voz que le decía: ¿Qué haces aquí, Elías?": -"Me consume el celo por el Señor y por eso me buscan para matarme".
Cuando Dios abrasa en su amor a un alma, sufrirá afortunadamente las consecuencias. ¿Qué hará un cristiano, comido por el celo del Señor?. Junto con las persecuciones e incomprensiones, recibirá la fuerza, como Elías, comiendo el pan y bebiendo el agua de la palabra, y Dios, al fin no lo dejará.
2. El Señor no estaba ni en el huracán, ni en el terremoto ni en el fuego, sino en la brisa. La ira del hombre no produce la rectitud que él quiere (St 1,21). En la turbación no hacer mudanza, dice San Ignacio. Dios dueño y señor de la historia, conduce los acontecimientos con la suavidad de la brisa, aunque también permite que los hombres desaten huracanes. Es verdad que Dios actúa con la fuerza del huracán, pero su acción es imperceptible, apenas si se nota, como apenas se siente el suave susurro de la brisa. Elías y todos los hombres de acción, deben encauzar el celo por la causa del Señor de la manera natural y suave que no destruye como el huracán, sino construye por los medios ordinarios y aparentemente insignificantes, como una mansa corriente que es empujada desde el fondo por la fuerza formidable de todo el caudal invisible. La fuerza evangelizadora radica más en la intimidad interior de la suave brisa que nace en la escucha callada y sonora de la Palabra, que en la tormenta huracanada de la actividad frenética, que siembra improvisación, inquietud y nerviosismo e irreflexión. Y así es como el Señor educa a Elias: Después de gozar en paz el susurro de la brisa, "desanda tu camino hacia Damasco, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, y profeta sucesor tuyo a Eliseo" 1 Reyes 19,9.
3. Dios es Dios de paz. Todo lo que produce intranquilidad no es de Dios, es del diablo. "Dios anuncia la paz. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra".
Piedad y fidelidad. Son frutos de la paz. Como Dios es fiel y la misma paz, quiere que el hombre, sobre todo el evangelizador, sea hombre de paz y de piedad, de misericordia y de fecundidad. A través del perdón y de la benignidad, de la justicia y de la caridad, los hombres de Dios harán brotar en la sociedad, como un fruto espontaneo, la civilización del amor. Será una reforma vigorosa de la comunidad humana, que repercutirá en la abundancia y prosperidad de bienes materiales, pues el mismo Señor que nos dará la lluvia Salmo 84, es el que camina sobre las aguas, y el que nos pide la fe, de cuya debilidad reprende a Pedro y en él a todos los hombres de poca fe que somos todos. El Señor domina los elementos, y los reduce, como cachorros, a sus pies. Al aclamarlo como "Dios bendito por los siglos" Romanos 9,1, esperemos en el Señor, pendientes de su Palabra Salmo 129,5.
4. "Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar" Mateo 14,22. Decíamos en la homilía anterior que cuando Jesús había invitado al retiro a sus discípulos, que venían de desarrollar su primera aventura apostólica, vio a la multitud que les seguía y cambió, por lástima, su plan y decíamos que hay que saber dejar a Dios por Dios, para después dejar a los hombres, también por Dios. Es lo que hace hoy. Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Me pregunto: ¿Por qué se va solo y empuja a sus discípulos a que se vayan con la multitud?. Porque sabía que ésta quería proclamarlo rey, y la fe imperfecta de sus discípulos se habría sumado a ella, por eso él se va. Su reino no es de este mundo, y los discípulos estaban más cerca de la mentalidad de la multitud que de la de Jesús. Si el evangelio nos presenta a Cristo tantas veces orando, aunque tenga mucho trabajo, es porque la oración es el pan del cristiano, sin el cual, en esta vida naufraga su fe. Le pasó a san Pedro. Al amanecer vieron los discípulos a Jesús caminando sobre el agua. Señor, si eres tú, mándame ir hacia tí, andando sobre el agua, dijo Pedro. -Ven, dice Jesús. Bajó de la barca Pedro, y echó a andar sobre el agua. Al sentir con fuerza la ráfaga del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Cesó la tempestad y le aclamaron Hijo de Dios. Así es como Jesús fortificó la fe de sus discípulos, sobre todo de Pedro, que había de ser el mayor de los hermanos.
5. Sentir miedo es común a todos los hombres ante la dificultad inesperada, o más fuerte que sus fuerzas. Como Elías, perseguido por Jezabel, que había importado de Fenicia el culto a Baal con sus centenares de sacerdotes y profetas, como Moisés ante el Faraón de Egipto, como Pedro cuando empezó a hundirse, todos experimentaron el miedo. Pero Jesús quiere que Pedro y los suyos aprendan: Les pone en la dificultad para que clamen a él. Si el tener miedo es propio del hombre, aclamarse a Dios en su poca fe es su salvación. "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" El resultado fue que todos reconocieron el poder de Jesús y su filiación divina: "Realmente eres Hijo de Dios". También podemos sacar la lección que en los grandes peligros Dios no suscita multitudes, sino un solo hombre.
6. Un solo hombre como Pablo: que siente una gran pena y un dolor incesante, pues por el bien de mis hermanos, quisiera incluso ser proscrito lejos de Cristo Romanos 9,1. Traducido a nuestro lenguaje, ofrece su propia vida humana por la salvación eterna de sus hermanos. Hay personas heroicas que, movidas por el amor de Cristo, ofrecen sus vida por los que aman. Esto no se comprende en un siglo egoista en busca de su propio placer y bienestar que rehuye el compromiso, que promete y no cumple; que carece de pundonor para mantener la palabra dada; que hace concebir esperanzas que no tiene empacho en quebrantar. Pero algún cristiano ha tomado en serio el ejemplo de Cristo que ha entregado su vida por los hermanos amados. Tenemos procederes cercanos: San Maximiliano Kolbe se entregó a la muerte en Auwich por un padre de familia; la madre Teresa de Calcuta, la ha entregado por los pobres. Santa Teresita del Niño Jesús, se entregó por el criminal Pranzini. Y hoy también hay almas excepcionales que la entregan por las personas amadas. Es la mayor prueba de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por los que ama, sus amigos. Los pusilánimes no lo creen ni, menos, lo practican.
6. En medio de las borrascas de la vida es cuando el hombre siente más imperiosamente la necesidad de pedir ayuda. Y ¿a quién iremos, Señor? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! (Jn 6,69).
7. Al recibir ahora la Palabra de Dios, y al contemplarle consagrado en el altar dentro de unos momentos, confesemos también nosotros que es el Hijo de Dios, que ha venido a salvarnos, y agradezcamos rendidamente su venida.

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