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viernes, 26 de septiembre de 2008

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Aprende a perdonarte y sigue adelante

Por P. Marcos Rodriguez
Publicado por Fe Adulta
Mt 21, 28-32

CONTEXTO

Jesús acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: ¿El bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana? No se atreven a contestar, y Jesús les cuenta esta parábola.

Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara del organigrama religioso judío, pero quiere advertir también a la nueva comunidad que no debe caer en el mismo error.

También debemos tener en cuenta las dos parábolas siguientes: “los viñadores homicidas” y “el banquete de bodas”, que vamos a leer los próximos domingos. Las tres constituyen una provocación, intolerable para la casta religiosa de su tiempo.

Seguimos con el tema de las advertencias a la comunidad. Lo importante no es mantenerte perfecto, sino saber rectificar lo que has hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, sólo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras.

En el evangelio de Juan, en las discusiones con los judíos, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.


EXPLICACIÓN

El domingo pasado nos hablaba de jornaleros mandados a la viña. Hoy nos habla de hijos. Esta diferencia es muy importante, a la hora de valorar lo que nos quiere decir el texto.

En el AT, el pueblo, en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas (buenos) y los que los jefes religiosos consideran “pecadores”.

Para descubrir la profundidad del relato tenemos que recordar que ser hijo significaba hacer en todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre, el que imitaba perfectamente la figura del progenitor. Como consecuencia el que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. Preguntar “¿quién hizo la voluntad del padre?” es lo mismo que decir “¿quién de los dos es verdadero hijo?”

Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la radical oposición que ellos le han manifestado. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de las instancias religiosas, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos.

Los sumos sacerdotes y los ancianos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todas los mandamientos de Dios. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios. Por eso rechazan de plano el cambio que les exige Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen la paga justa por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, literal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley les importaba un pito. “Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí”.

El escándalo está servido: para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni les interesaba. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cual es la voluntad de Dios, y quien la cumple. Es curioso que Jesús da a entender que tanto los unos como los otros son hijos.

“Los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino”. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos de su tiempo. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por la sociedad religiosa.

Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era el más represivo e injusto que conocemos. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios, que lo único que quiere es el bien del hombre. Utilizar a Dios para esclavizar al hombre es lo más contrario al mensaje de Jesús.

No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente la situación del que dice “sí” y no va; y del que dice “no” pero va.


APLICACIÓN

No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría.

El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de rectificación después de “recapacitar”

Si tuviésemos que calificar la religiosidad de nuestro tiempo, yo emplearía el término incoherencia. Llevamos dos mil años alejándonos del verdadero mensaje de Jesús y haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos que en realidad no nos obligan a nada.

No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real, sino sólo con una serie de obligaciones formales con relación a Dios y a la institución. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos del tronco del evangelio. Mucha palabrería, pero el pensar en los demás no va con nosotros.

Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre los cristianos, y damos por hecho que una cosa es hablar del evangelio u oír hablar de él y otra muy distinta, vivirlo. Esto último no va con nosotros. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”.

Pero en la primera lectura se nos dice que ni siquiera las obras negativas son definitivas, el ser humano es libre en su actitud del momento, y esa es la que vale en última instancia. Podemos en cualquier momento rectificar la trayecto­ria equivocada. Esa última rectificación es la que vale a la hora de valorar nuestra postura ante Dios. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero.

Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano. Todo lo que somos lo hemos conseguido a base de corregir errores. El mensaje de las lecturas de hoy es este: no importa que falles; lo nefasto es que no descubras tus fallos, o no los corrijas.

Una consecuencia inmediata de esta verdad es que ni las normas morales ni las doctrinas ni los ritos pueden tener un carácter absoluto y definitivo. Lo que los seres humanos han tenido por bueno en un momento determinado de la historia, puede que no sea tan bueno o incluso que se oponga frontalmente a las posibilidades de ser humano hoy.

Los seres humanos nos estamos siempre haciendo. La experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece.

Cuando damos por absoluta una norma nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se han cometido y se siguen cometiendo hoy verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí.

Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro. Ser hijo de Dios significa imitarle en la búsqueda del bien del hombre. Lo que no sea esta actitud vital, será teoría, aprendizaje, programación que ni enriquece ni salva. Será ponernos en la postura del hijo que dijo: voy, pero no fue.

También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, que es lo verdaderamente importante. Pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas sólo al interés egoísta.

Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón.

No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza, sin comprometernos de verdad. Lo importante es tomar conciencia de que hay que trabajar por los demás, porque de lo contrario no daremos un paso en la vida espiritual.


Meditación-contemplación


“Dijo: no quiero; pero después, recapacitó y fue”.
El verdadero amor espera sin límites, como decía Pablo.
Si a la primera no somos capaces de decir “sí”,
Dios acepta siempre nuestra rectificación.

………………

Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones.
No estamos capacitados para descubrir la meta a la primera.
Descubrir lo que es bueno para nosotros es una tarea ardua.
Se nos da la posibilidad de aprender de los errores.

…………………..

No deben preocuparnos las equivocaciones.
Pero me debe preocupar que sea incapaz de rectificar.
Dios demuestra conocernos muy bien cuando perdona.
Aprender a perdonarse y a seguir adelante, es de sabios.

………………..

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