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lunes, 10 de noviembre de 2008

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: "¡Bien, siervo bueno y fiel! Entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25,14-30)

Por Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

El Evangelio de hoy nos propone la famosa "parábola de los talentos". Ella está a continuación de la parábola de las vírgenes necias que comentabamos el domingo pasado, y aclara otro aspecto de ese momento último de la historia, cuando Cristo volverá. Jesús no nos quiere dejar en la ignorancia sobre lo que ocurrirá en ese día, para que tomemos las precauciones ahora. No podremos después quejarnos: "¿Por qué nadie me advirtió?" El nos advirtió con tiempo.

Después de concluir la parábola de las vírgenes necias con la exhortación: "Velad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora", Jesús agrega una enseñanza sobre el modo de comportarnos en espera de su regreso. Comienza la parábola con estas palabras: "Ocurrirá también como un hombre que partió de viaje y encomendó a sus siervos su hacienda". Partió para volver: "Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos siervos y les pidió cuentas". ¿Cuánto tiempo después? Eso es lo que no sabemos. Pero es necesario aprovechar el tiempo haciendo fructificar los bienes que el señor les confió. "A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad".

El "talento" era una medida monetaria. Se trataba de una cantidad considerable de dinero. Aquí expresa los bienes que el Señor dejó a sus siervos para que los administraran y los hicieran fructificar mientras durara su ausencia. A causa de esta parábola y de su interpretación, la palabra "talento" pasó a significar en nuestra lengua los dones naturales que hemos recibido gratuitamente. Se habla del "talento musical, talento matemático, talento literario, etc.". Los talentos que cada uno posee son un don gratuito como enseña San Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿de qué te glorías, como si fuera mérito tuyo?" (1Cor 4,7).

Cada uno posee los talentos que ha recibido como propios, pero es inherente a la noción de "talento" la obligación de dar frutos y de ser puesto al servicio de los de-más. No importa que cada persona no haya recibido todos los talentos, porque el que ha recibido un talento, lo ha recibido para sí mismo y también para los demás. Mozart, que recibió un talento musical descomunal, deleitó a su tiempo y sigue deleitando a los hombres de todos los tiempos. El conjunto de todos los talentos que Dios ha distribuido entre los hombres, puestos todos a servicio de los demás, es lo que constituye la riqueza de una sociedad humana. Para eso los ha dado Dios y del uso que habremos hecho de ellos nos pedirá cuentas "Cristo cuando vuelva".

Pero, sin duda, el más grande de los dones recibidos es la participación de la vida divina. Este es el don gratuito por excelencia. Por eso se llama simplemente "gracia". El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: "La gracia es una participación en la vida divina... La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla" (N. 1997 y 1999). Este es el don que más debe fructificar. Hemos recibido gratuitamente la fe, la esperanza y la caridad, que son como los órganos por los cuales la gracia se hace operativa en beneficio de los demás. Para obtenernos estos dones y arrancarnos de la esclavitud del pecado y del egoísmo fue necesario que Cristo muriera en la cruz. Sus méritos infinitos, que son capaces de obrar la salvación de todo el género humano, es lo que Cristo nos dejó para que nosotros los hicieramos fructificar. A esto se refiere Cristo con su mandato misionero: "Id y haced discípulos de todos los pueblos".

Acerca del modo de comportarnos en este tiempo intermedio que Dios nos da, Jesús había insistido mucho a sus discípulos: "Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16). Lo había tratado de inculcar a través de la parábola de la higuera estéril, cuyo punto central es la decisión de su dueño: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. ¡Córtala! ¿Para qué malgastar el terreno?" (Lc 13,7). Dios espera de nosotros frutos.

"El que recibió cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno escondió el dinero de su Señor para después devolverselo tal cual". Del fruto obtenido dependerá la sentencia que recibirán los siervos al regreso del Señor. Los primeros serán aprobados así: "¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor". El último, el que no hizo fructificar su talento, recibirá esta sentencia: "Siervo malo y perezoso". Y seguirá la orden del Señor: "Echad a este siervo inútil a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes". Es una parábola. Pero no debemos perder de vista que la usa Jesús para expresar una verdad: nuestro destino eterno se juega aquí, se está jugando ahora. Es ahora cuando nos estamos ganando la bienaventuranza eterna o perdiendola, también para siempre. Esta última alternativa, triste pero posible, es lo que Jesús describe como: "tinieblas, llanto y rechinar de dientes".

En estos últimos días, poniendo de relieve la figura del Padre Hurtado, nuestro país ha podido apreciar, mediante un ejemplo vivo, quién es el que recibirá esta otra sentencia de Jesús: "¡Bien, siervo bueno y fiel! Entra en el gozo de tu Señor".

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