Publicado por Agustinos España
"YO SOY LA VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO"
En la liturgia de la Misa, San Pablo nos exhorta a estar siempre alegres y nos dice que esto el lo que Dios quiere de nosotros. El Apóstol en otros pasajes del Evangelio nos da la clave para entender el origen de nuestras tristezas: nuestro alejamiento de Dios, por nuestros pecados o por la tibieza. Cuando para encontrar la felicidad se ensayan otros caminos fuera del que lleva a Dios, al final sólo se halla infelicidad y tristeza. La experiencia de todos lo que, de una forma u otra, volvieron la cara hacia otro lado (donde no estaba Dios), ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera de Dios no hay alegría verdadera. Encontrar a Cristo, y volverlo a encontrar, supone una alegría profunda siempre nueva. La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle.
El cristiano debe ser un hombre esencialmente alegre. Sin embargo, la nuestra no es una alegría cualquiera, es la alegría de Cristo, que trae la justicia y la paz, y sólo Él puede darla y conservarla, porque el mundo no posee su secreto. El cristiano lleva su gozo en sí mismo, porque encuentra a Dios en su alma en gracia. Esta es la fuente permanente de su alegría. Tener la certeza de que Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros nos lleva a una confianza serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de lo inesperado. No hay tristeza que Él no pueda curar: no temas, ten sólo fe (Lucas 8, 50), nos dice el Señor. Nos dirigimos a Él en un diálogo íntimo y profundo ante el Sagrario, y en cuanto abramos nuestra alma en la Confesión encontraremos la fuente de la alegría. Nuestro agradecimiento se manifestará en mayor fe y en una esperanza que alejen toda tristeza, y en preocupación por los demás.
Un alma triste está a merced de muchas tentaciones. La tristeza nace del egoísmo, de pensar en uno mismo con olvido de los demás, de la indolencia en el trabajo, de la falta de mortificación, de la búsqueda de compensaciones, del descuido en el trato con Dios. Para poder conocer a Cristo, poder servirle, y darlo a conocer a los demás, es imprescindible no andar excesivamente preocupados por nosotros mismos. Solamente así, con el corazón puesto en Cristo, podemos recuperar la alegría, si la hubiéramos perdido. Esta es una de las grandes misiones del cristiano: llevar alegría a un mundo que está triste porque se va alejando de Dios. Preparemos la Navidad junto a Santa María y en nuestro ambiente fomentando un clima de paz cristiana, brindaremos muchas pequeñas alegrías y muestras de afecto a quienes nos rodean. Los hombres necesitan pruebas de que Cristo ha nacido en Belén, nuestra alegría se las dará.
El Evangelio de hoy nos muestra un ambiente de una inmensa expectativa por el Mesías, donde Juan aparece como una figura rodeada de un prestigio extraordinario; prueba de ello es que las autoridades judías mandan a Betania, desde Jerusalén, a sacerdotes y levitas, que eran personajes cualificados, a preguntarle a Juan si él es el Mesías.
Juan no se envanece por su misión. Niega ser lo que en realidad no es, pero a continuación comienza a dar a conocer lo que es, hablando de Jesucristo, alabándolo entusiastamente, y juzgándose a sí mismo indigno aún de desatar la correa de las sandalias de Jesús.
Toda la fama de que disfrutaba Juan, la pone al servicio de su misión de Precursor del Mesías y, con olvido total de sí mismo, afirma que “es necesario que Juan disminuya para que Jesús crezca”
Cuando cada uno de nosotros ejercemos la misión de apóstoles de Jesús, y Él permite que alguna vez gocemos de algunos éxitos, no podemos envanecernos como si el mérito fuera nuestro. Siempre tenemos que dirigir todo a Dios como les enseña San Pablo a los Efesios: “Han sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no viene de ustedes, sino que es Don de Dios”.
Debemos darnos cuenta y aprender de la conducta de Juan. En vez de defenderse, aprovecha la ocasión que se le presenta para dar testimonio de Jesús. Juan siente su responsabilidad de Precursor. El no tiene otra razón de ser, que dar testimonio del Mesías. No le interesa la opinión que puedan formarse de él los fariseos. No le interesa otra cosa que dar testimonio de Cristo.
Cuánto tiempo perdemos muchas veces los apóstoles, queriendo defender nuestra posición o nuestro criterio, o queriéndonos defender contra las apreciaciones injustas de los demás. Lo interesante para nosotros no es que los demás tengan un concepto elevado de nuestra misión, o que reconozcan nuestra autoridad: lo importante es dar testimonio de Cristo: ejercer el apostolado.
Pero tampoco debemos pensar que para hablar de Jesús nos tenemos que encontrar en situaciones especiales; todas las ocasiones son buenas para hablar de Jesús: Jesús nunca está de más. Su Palabra siempre es positiva.
Pidamos a Jesús que nos conceda la humildad que mostró Juan en su misión, y que nunca abandonemos la misión que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros.
"El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura).
1. Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. El profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él no es el mesías; él no realiza la figura mesiánica del texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión, como la de Juan Bautista es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, una hilo continuo entre la misión del profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.
2. Misión con contenido. Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión es, por tanto, inseparable del mensaje que se ha de comunicar. ¿Cuál es el contenido de la misión del profeta, del Bautista, de Pablo? Considerando los textos litúrgicos, podemos señalar algunos elementos de este contenido:
a) El anuncio de la liberación por parte del mesías, es decir, de Jesús de Nazaret: "me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación". Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación integral, que evangeliza, que cura, que consuela. Un anuncio que lleva a la conciencia viva de que "somos libres con la libertad con la que Cristo nos ha liberado".
b) El testimonio de Cristo como luz del mundo, que ha sido enviado por el Padre para iluminar las mentes y las conciencias de los hombres. Una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista.
c) El estilo de vida del hombre liberado e iluminado por Cristo, tal como se describe en la exhortación de Pablo a los tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.
1. Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Si alguna vez hubo cristianos "pasivos", esa época ciertamente no puede ser la nuestra. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Pero somos también "misioneros" de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos "misioneros", es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.
2. Testimonio y Eucaristía. El "misionero" cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. La participación cotidiana a la Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad. Además, participando al misterio de la redención y alimentándose con el cuerpo y la sangre de Cristo, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, luz del mundo y rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos.
El cristiano debe ser un hombre esencialmente alegre. Sin embargo, la nuestra no es una alegría cualquiera, es la alegría de Cristo, que trae la justicia y la paz, y sólo Él puede darla y conservarla, porque el mundo no posee su secreto. El cristiano lleva su gozo en sí mismo, porque encuentra a Dios en su alma en gracia. Esta es la fuente permanente de su alegría. Tener la certeza de que Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros nos lleva a una confianza serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de lo inesperado. No hay tristeza que Él no pueda curar: no temas, ten sólo fe (Lucas 8, 50), nos dice el Señor. Nos dirigimos a Él en un diálogo íntimo y profundo ante el Sagrario, y en cuanto abramos nuestra alma en la Confesión encontraremos la fuente de la alegría. Nuestro agradecimiento se manifestará en mayor fe y en una esperanza que alejen toda tristeza, y en preocupación por los demás.
Un alma triste está a merced de muchas tentaciones. La tristeza nace del egoísmo, de pensar en uno mismo con olvido de los demás, de la indolencia en el trabajo, de la falta de mortificación, de la búsqueda de compensaciones, del descuido en el trato con Dios. Para poder conocer a Cristo, poder servirle, y darlo a conocer a los demás, es imprescindible no andar excesivamente preocupados por nosotros mismos. Solamente así, con el corazón puesto en Cristo, podemos recuperar la alegría, si la hubiéramos perdido. Esta es una de las grandes misiones del cristiano: llevar alegría a un mundo que está triste porque se va alejando de Dios. Preparemos la Navidad junto a Santa María y en nuestro ambiente fomentando un clima de paz cristiana, brindaremos muchas pequeñas alegrías y muestras de afecto a quienes nos rodean. Los hombres necesitan pruebas de que Cristo ha nacido en Belén, nuestra alegría se las dará.
El Evangelio de hoy nos muestra un ambiente de una inmensa expectativa por el Mesías, donde Juan aparece como una figura rodeada de un prestigio extraordinario; prueba de ello es que las autoridades judías mandan a Betania, desde Jerusalén, a sacerdotes y levitas, que eran personajes cualificados, a preguntarle a Juan si él es el Mesías.
Juan no se envanece por su misión. Niega ser lo que en realidad no es, pero a continuación comienza a dar a conocer lo que es, hablando de Jesucristo, alabándolo entusiastamente, y juzgándose a sí mismo indigno aún de desatar la correa de las sandalias de Jesús.
Toda la fama de que disfrutaba Juan, la pone al servicio de su misión de Precursor del Mesías y, con olvido total de sí mismo, afirma que “es necesario que Juan disminuya para que Jesús crezca”
Cuando cada uno de nosotros ejercemos la misión de apóstoles de Jesús, y Él permite que alguna vez gocemos de algunos éxitos, no podemos envanecernos como si el mérito fuera nuestro. Siempre tenemos que dirigir todo a Dios como les enseña San Pablo a los Efesios: “Han sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no viene de ustedes, sino que es Don de Dios”.
Debemos darnos cuenta y aprender de la conducta de Juan. En vez de defenderse, aprovecha la ocasión que se le presenta para dar testimonio de Jesús. Juan siente su responsabilidad de Precursor. El no tiene otra razón de ser, que dar testimonio del Mesías. No le interesa la opinión que puedan formarse de él los fariseos. No le interesa otra cosa que dar testimonio de Cristo.
Cuánto tiempo perdemos muchas veces los apóstoles, queriendo defender nuestra posición o nuestro criterio, o queriéndonos defender contra las apreciaciones injustas de los demás. Lo interesante para nosotros no es que los demás tengan un concepto elevado de nuestra misión, o que reconozcan nuestra autoridad: lo importante es dar testimonio de Cristo: ejercer el apostolado.
Pero tampoco debemos pensar que para hablar de Jesús nos tenemos que encontrar en situaciones especiales; todas las ocasiones son buenas para hablar de Jesús: Jesús nunca está de más. Su Palabra siempre es positiva.
Pidamos a Jesús que nos conceda la humildad que mostró Juan en su misión, y que nunca abandonemos la misión que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Nexo entre las lecturas
"El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. El profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él no es el mesías; él no realiza la figura mesiánica del texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión, como la de Juan Bautista es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, una hilo continuo entre la misión del profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.
2. Misión con contenido. Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión es, por tanto, inseparable del mensaje que se ha de comunicar. ¿Cuál es el contenido de la misión del profeta, del Bautista, de Pablo? Considerando los textos litúrgicos, podemos señalar algunos elementos de este contenido:
a) El anuncio de la liberación por parte del mesías, es decir, de Jesús de Nazaret: "me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación". Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación integral, que evangeliza, que cura, que consuela. Un anuncio que lleva a la conciencia viva de que "somos libres con la libertad con la que Cristo nos ha liberado".
b) El testimonio de Cristo como luz del mundo, que ha sido enviado por el Padre para iluminar las mentes y las conciencias de los hombres. Una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista.
c) El estilo de vida del hombre liberado e iluminado por Cristo, tal como se describe en la exhortación de Pablo a los tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.
Sugerencias pastorales
1. Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Si alguna vez hubo cristianos "pasivos", esa época ciertamente no puede ser la nuestra. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Pero somos también "misioneros" de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos "misioneros", es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.
2. Testimonio y Eucaristía. El "misionero" cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. La participación cotidiana a la Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad. Además, participando al misterio de la redención y alimentándose con el cuerpo y la sangre de Cristo, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, luz del mundo y rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos.
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