1.- Una joven madre japonesa, que trabajo conmigo muchos años (**), y que nunca pidió el bautismo, un día oyó a su hija al volver del colegio que lo que no se ve ni palpa no existe y que por eso Dios no existe. Entonces la madre de la niña le dijo:
--Extiende la palma de tu mano. ¿Ves ahí o palpas el cariño que yo te tengo? Y sin embargo tú sabes que yo te quiero muchísimo, ¿no? Pues lo mismo con Dios. No se le ve ni palpa pero existe…”
No sé que hubiera dicho Santo Tomás de Aquino a esta nueva vía para demostrar la existencia de Dios. La luz vacilante de una fe sin cristianizar fue la luz de otra lucecita que comenzaba a lucir en el corazón de la niña.
2.- Dice el evangelio de hoy que el Bautista daba “testimonio de la luz”. Y piensa uno que si algo no necesita testimonio de nadie es la luz. Si la hay se ve. No hace falta que nadie nos dé testimonio del sol radiante de mediodía. Ahí está por si mismo. Se impone sin demostración o testimonio de nadie.
Pero en una noche oscura, con un cielo tachonado de estrellas, nos perdemos entre tantas lucecitas si no hay uno que las conoce y las va llamando por sus nombres. Hay que seguir sus indicaciones para discernir unas de otras. Ese astrónomo o aficionado de astrónomo sería para nosotros testimonio de la luz.
Es verdad, como dijo el Señor: no se puede esconder la ciudad levantada sobre la montaña, pero qué verdad es para los que caminan de noche se necesita un experto guía que allá en la lejanía les diga la dirección en que empieza a verse el resplandor de la ciudad, el testimonio de la luz.
El de vista más aguda es el primero que a los perdidos en el túnel puede decirles que allá al fondo empieza a clarear la luz de la salida ansiada. Esto pasa con la fe y por eso necesitamos que alguien dé testimonio de la luz. El camino de la fe es de noche, por eso necesitamos testigos de la luz.
Y es que la luz de Dios es suave, tenue, no se impone con ardor ni violencia, nos acaricia con dulzura, se manifiesta con paz y espera nuestra respuesta.
En el Antiguo Testamento hay una comparación semejante pero puesta en el viento. Eliseo creyó oír a Dios en el viento huracanado, pero allí no estaba Dios. Luego pensó oírlo en la tormenta, pero allí no estaba Dios. Más tarde creyó oírlo en el viento asfixiante del desierto pero tampoco allí estaba Dios. Y al fin sopló un aire suave, cariñoso, acogedor… y ahí estaba Dios
3.- Del Hijo de Dios hecho Niño son testigos los ángeles que vienen cantando la paz a los hombres. A la luz escondida de la cueva de Belén la testifica una tenue y vacilante estrella que conduce a los Magos a través del desierto. En Nazaret la luz anunciada por el Bautista pasa desapercibida para todos menos para María que recibía en lo hondo de su corazón la tenue luz de su misterio.
Poco antes de morir es el mismo Jesús quien tiene que declararse como luz del mundo en el atrio del templo porque nadie da testimonio de su luz.
Y en el calvario la luz de Dios desaparece en las tinieblas que cayeron sobre toda la región, porque ya por entonces el Señor Jesús había dejado a sus discípulos como testigos de la luz.
Hoy somos nosotros los que tenemos que pasarnos unos a otros el testigo de esa luz, de esa luz que no ha venido a imponerse, no ha venido a quemar nuestra pobre retina con su luz indeficiente, sino que ha venido a iluminar suavemente el corazón de cada hombre y de cada mujer.
Fe no es el sol de mediodía, es luz serena y tenue de la estrella del Norte que conduce segura a buen puerto. Todos necesitamos de alguien que la señale y nos la haga ver entre tantas estrellas de este mundo. Juan dio testimonio. Jesús dio testimonio y cada uno de nosotros tenemos que dar testimonio de la luz.
(**) El padre Maruri estuvo muchos años en Japón, donde llegó a ser secretario del padre Arrupe, entonces provincial de la provincia jesuítica japonesa.
--Extiende la palma de tu mano. ¿Ves ahí o palpas el cariño que yo te tengo? Y sin embargo tú sabes que yo te quiero muchísimo, ¿no? Pues lo mismo con Dios. No se le ve ni palpa pero existe…”
No sé que hubiera dicho Santo Tomás de Aquino a esta nueva vía para demostrar la existencia de Dios. La luz vacilante de una fe sin cristianizar fue la luz de otra lucecita que comenzaba a lucir en el corazón de la niña.
2.- Dice el evangelio de hoy que el Bautista daba “testimonio de la luz”. Y piensa uno que si algo no necesita testimonio de nadie es la luz. Si la hay se ve. No hace falta que nadie nos dé testimonio del sol radiante de mediodía. Ahí está por si mismo. Se impone sin demostración o testimonio de nadie.
Pero en una noche oscura, con un cielo tachonado de estrellas, nos perdemos entre tantas lucecitas si no hay uno que las conoce y las va llamando por sus nombres. Hay que seguir sus indicaciones para discernir unas de otras. Ese astrónomo o aficionado de astrónomo sería para nosotros testimonio de la luz.
Es verdad, como dijo el Señor: no se puede esconder la ciudad levantada sobre la montaña, pero qué verdad es para los que caminan de noche se necesita un experto guía que allá en la lejanía les diga la dirección en que empieza a verse el resplandor de la ciudad, el testimonio de la luz.
El de vista más aguda es el primero que a los perdidos en el túnel puede decirles que allá al fondo empieza a clarear la luz de la salida ansiada. Esto pasa con la fe y por eso necesitamos que alguien dé testimonio de la luz. El camino de la fe es de noche, por eso necesitamos testigos de la luz.
Y es que la luz de Dios es suave, tenue, no se impone con ardor ni violencia, nos acaricia con dulzura, se manifiesta con paz y espera nuestra respuesta.
En el Antiguo Testamento hay una comparación semejante pero puesta en el viento. Eliseo creyó oír a Dios en el viento huracanado, pero allí no estaba Dios. Luego pensó oírlo en la tormenta, pero allí no estaba Dios. Más tarde creyó oírlo en el viento asfixiante del desierto pero tampoco allí estaba Dios. Y al fin sopló un aire suave, cariñoso, acogedor… y ahí estaba Dios
3.- Del Hijo de Dios hecho Niño son testigos los ángeles que vienen cantando la paz a los hombres. A la luz escondida de la cueva de Belén la testifica una tenue y vacilante estrella que conduce a los Magos a través del desierto. En Nazaret la luz anunciada por el Bautista pasa desapercibida para todos menos para María que recibía en lo hondo de su corazón la tenue luz de su misterio.
Poco antes de morir es el mismo Jesús quien tiene que declararse como luz del mundo en el atrio del templo porque nadie da testimonio de su luz.
Y en el calvario la luz de Dios desaparece en las tinieblas que cayeron sobre toda la región, porque ya por entonces el Señor Jesús había dejado a sus discípulos como testigos de la luz.
Hoy somos nosotros los que tenemos que pasarnos unos a otros el testigo de esa luz, de esa luz que no ha venido a imponerse, no ha venido a quemar nuestra pobre retina con su luz indeficiente, sino que ha venido a iluminar suavemente el corazón de cada hombre y de cada mujer.
Fe no es el sol de mediodía, es luz serena y tenue de la estrella del Norte que conduce segura a buen puerto. Todos necesitamos de alguien que la señale y nos la haga ver entre tantas estrellas de este mundo. Juan dio testimonio. Jesús dio testimonio y cada uno de nosotros tenemos que dar testimonio de la luz.
(**) El padre Maruri estuvo muchos años en Japón, donde llegó a ser secretario del padre Arrupe, entonces provincial de la provincia jesuítica japonesa.
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