Publicado por Misioneros Monfortanos
El camino de nuestra vida es muy a menudo el resultado de unas llamadas a las que hemos correspondido a lo largo de nuestra existencia, que sea larga o no tanto. Llamada a comprometerse en un movimiento, en una organización, en una parroquia, en un estado de vida… Esa llamada, a veces expresada claramente, es frecuentemente sentida como una necesidad interior. Y es difícil de escaparse a ella, de rechazarla..
La Biblia está llena de ese tipo de llamadas. Por ejemplo: Abrahán: “¡Deja tu tierra… Vete al país que te indicaré!” Moisés: “Vete a ver al rey para liberar a mi pueblo”, y muchas más figuras del Antiguo Testamento han sido llamadas para desarrollar una misión en medio y para el pueblo. Podemos pensar en David y en muchos profetas: Hoy, la lectura nos hará oír a Samuel, quien, siguiendo el consejo de su maestro Elí, contestará por fin: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”…
En el Evangelio de este día, son Andrés y Juan que toman la decisión de seguir a Jesús: Han oído a Juan el Bautista afirmar: “He aquí el Cordero de Dios” cuando pasaba Jesús. Y se van tras él, no quieren perder la suerte de poder vivir algo extraordinario.
Creían que su misión era seguir a Juan, pero ahora es Juan quien les muestra otro hombre digno de ser seguido. Quieren ir con él. Se entabla un diálogo muy breve: “¿Qué buscáis?” – “Rabí, ¿dónde vives?” – “¡Venid y veréis!”
Jesús no los ha obligado: son ellos que han pedido el poder seguirlo. Más, Andrés buscará a su hermano Simón que Jesús acogerá en su grupo de discípulos, ese hermano cuyo nombre será transformado y que ocupará un puesto especial en el grupo de los apóstoles.
Nuestra vida está llena de encuentros que son a veces determinantes en nuestra existencia. Buscamos un algo más, el éxito, un expansionarse siendo útiles para alguien, o a un proyecto que nos entusiasma. El darse, el luchar por una causa justa, el hacerse capaces de ser útiles en la comunidad, aún de una manera muy humilde y limitada, han de ser unas de nuestras preocupaciones.
Somos seres que Jesús llama continuamente a ser seguidores suyos. Nos dice también ahora y siempre: “¡Venid y veréis!”. Quiere hacer de nosotros también pescadores de hombres. En verdad ¿podemos rechazarlo?
Orando
La prontitud de los dos primeros discípulos en seguir a Jesús impresiona e incluso nos hace sentir bastante cobardes ante el seguimiento. Cierto que lo dejaron todo y siguieron al Maestro, pero no fue un arrebato de admiración lo que cautivó a Andrés y a Pedro. Seguro que llevaban mucho tiempo intentando descifrar la llamada interior a algo más como la sintió Samuel. Dios nos llama de mil maneras y sabe esperar a que demos la respuesta adecuada.
Elí ayudó a Samuel y le descubrió el sentido de su vida. Juan fue el intermediario para llevar a los dos discípulos a Jesús. San Pablo da un paso más: Todos nosotros damos gloria a Dios y le seguimos cuando actuamos como personas que se saben imagen y presencia de Él en el mundo. Vivir la propia vida en plenitud es un modo sencillo y a la vez heroico de seguimiento.
La Biblia está llena de ese tipo de llamadas. Por ejemplo: Abrahán: “¡Deja tu tierra… Vete al país que te indicaré!” Moisés: “Vete a ver al rey para liberar a mi pueblo”, y muchas más figuras del Antiguo Testamento han sido llamadas para desarrollar una misión en medio y para el pueblo. Podemos pensar en David y en muchos profetas: Hoy, la lectura nos hará oír a Samuel, quien, siguiendo el consejo de su maestro Elí, contestará por fin: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”…
En el Evangelio de este día, son Andrés y Juan que toman la decisión de seguir a Jesús: Han oído a Juan el Bautista afirmar: “He aquí el Cordero de Dios” cuando pasaba Jesús. Y se van tras él, no quieren perder la suerte de poder vivir algo extraordinario.
Creían que su misión era seguir a Juan, pero ahora es Juan quien les muestra otro hombre digno de ser seguido. Quieren ir con él. Se entabla un diálogo muy breve: “¿Qué buscáis?” – “Rabí, ¿dónde vives?” – “¡Venid y veréis!”
Jesús no los ha obligado: son ellos que han pedido el poder seguirlo. Más, Andrés buscará a su hermano Simón que Jesús acogerá en su grupo de discípulos, ese hermano cuyo nombre será transformado y que ocupará un puesto especial en el grupo de los apóstoles.
Nuestra vida está llena de encuentros que son a veces determinantes en nuestra existencia. Buscamos un algo más, el éxito, un expansionarse siendo útiles para alguien, o a un proyecto que nos entusiasma. El darse, el luchar por una causa justa, el hacerse capaces de ser útiles en la comunidad, aún de una manera muy humilde y limitada, han de ser unas de nuestras preocupaciones.
Somos seres que Jesús llama continuamente a ser seguidores suyos. Nos dice también ahora y siempre: “¡Venid y veréis!”. Quiere hacer de nosotros también pescadores de hombres. En verdad ¿podemos rechazarlo?
Orando
La prontitud de los dos primeros discípulos en seguir a Jesús impresiona e incluso nos hace sentir bastante cobardes ante el seguimiento. Cierto que lo dejaron todo y siguieron al Maestro, pero no fue un arrebato de admiración lo que cautivó a Andrés y a Pedro. Seguro que llevaban mucho tiempo intentando descifrar la llamada interior a algo más como la sintió Samuel. Dios nos llama de mil maneras y sabe esperar a que demos la respuesta adecuada.
Elí ayudó a Samuel y le descubrió el sentido de su vida. Juan fue el intermediario para llevar a los dos discípulos a Jesús. San Pablo da un paso más: Todos nosotros damos gloria a Dios y le seguimos cuando actuamos como personas que se saben imagen y presencia de Él en el mundo. Vivir la propia vida en plenitud es un modo sencillo y a la vez heroico de seguimiento.
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