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sábado, 21 de febrero de 2009

Comentario VII Domingo del tiempo Ordinario, 'B'


El próximo miércoles comenzará la Cuaresma. La providencia de las lecturas de este domingo nos invita a una actitud de reconciliación, desde la opción creyente de acudir a Jesús. El salmista explicita la forma de hacerlo: “Yo dije: «Señor, ten misericordia. Sáname, porque he pecado contra ti»” (Sal 41[40], 5).

Sorprende que el Señor conceda el perdón y la salud al paralítico, no porque éste tenga fe, sino por la que tienen los que lo transportan en la camilla. Si entendemos así el texto evangélico, vemos que se nos invita a que, además de solicitar cada uno la misericordia, nos convirtamos en camilleros para otros. De nuestra fe depende también que ellos sientan la llamada a la reconciliación, el gozo de poder incorporarse a las tareas sin el peso que paraliza los huesos y el corazón.

Hoy se nos llama a la confianza. Porque Dios mantiene su Palabra. Jesucristo, nos dice San Pablo, “no fue primero «sí» y luego «no», en Él todo se ha convertido en un «sí». Por Él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya” (2 Cor 2, 19-20). La fidelidad de Dios es la razón de mirar siempre hacia adelante, de no sucumbir en la mala memoria. “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo: mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isa 43, 18). La novedad es posible en cada uno de nosotros porque gracias a Cristo hemos sido ungidos. “Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como primicia suya, el Espíritu” (2 Cor 1, 22).

Quien dé fe a estas palabras sentirá cómo se restablece su ánimo, se desentumecen sus huesos, respira la anchura que da sentirse amado, perdonado, restablecido. Si tú no lo necesitas, hay muchos que están postrados en el lecho del dolor, de la enfermedad, del desánimo, hasta de la desesperanza. Que tu oración por ellos con fe sea un servicio de alivio.

Hace unos días visitaba a un compañero más joven que yo, a quien le han extirpado un riñón. Queriéndole transmitir fuerza le dije: “Ahora estás en el altar mayor”. Se sucedieron algunos comentarios. Entre otros: “Qué poco nos damos cuenta del don de la salud, cuando estamos bien”. Y respondí: “Tendríamos que ir por la calle pidiendo perdón, cuando nos sentimos bien, si no lo aprovechamos para servir a los demás”.

La escena del Evangelio de este domingo la podemos interpretar aplicándonos tanto la imagen del paralítico, como la imagen de los que ayudan al enfermo, no sólo a los que padecen dolencias físicas, sino también otras muchas mermas de salud. Jesús antepuso el perdón de los pecados a la rehabilitación física. “Dichoso el que cuida del pobre y desvalido” (Sal 41 [40], 2).

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