Por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo B. PPC. Madrid, 1984, pp. 112-114
Domingo V del Tiempo Ordinario
Palabra del Domingo. Homilías ciclo B. PPC. Madrid, 1984, pp. 112-114
Domingo V del Tiempo Ordinario
¿Lo estáis viendo? A Jesús le rodea el mal, la situación desastrosa de los hombres. Le rodea dentro de casa -«En casa de Simón la suegra tenía fiebre»–; y le rodea fuera. En la calle el mal es como una ola gigantesca capaz de devorarlo todo. «Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta».
Esta misma situación nos rodea a nosotros y no nos damos ni cuenta. ¡No queremos darnos cuenta! Cuando leemos el periódico, oímos la radio o vemos la televisión, tenemos un estudiado mecanismo mediante el cual nada llega a afectarnos. Todo el mal de los hombres lo ponemos demasiado lejos de nosotros. El hambre está lejos. La injusticia no nos atañe. La falta de libertades es historia de otro hemisferio. La guerra…, aún no oímos sus estampidos. Las cárceles son de otros países. La tortura se produce en otros cuerpos, no en el nuestro… El terrorismo… es un mal irremediable. La opresión pertenece al lenguaje de otros tiempos. La explotación es un mal necesario. Hasta el paro, que está tan cercano, lo vivimos de tal manera que somos capaces de no conocer ni a un parado.
Estamos rodeados del «mal». Se grita a nuestro lado; se pide desesperadamente ayuda…, pero hemos renunciado a tener sensibilidad. Lo pasaríamos demasiado mal.
Más aún. Cuando de vez en cuando, y por descuido, se nos despierta la mala conciencia, ponemos tan distanciados los problemas y tan ineficaz que cualquier acción solidaria, que nos quedamos inmóviles; nada de lo que hagamos va a servir para nada. ¿Qué va hacer David contra Goliat o Don Quijote contra los molinos de viento? Nos decimos: ¿qué puedo hacer por solucionar el hambre del mundo, o por ayudar a los pueblos oprimidos o contra la violación de los derechos humanos o por los parados? Nada. Todo nos sobrepasa. Conclusión: nadie es solidario para ayudar a superar el mal.
¡Queréis que confrontemos nuestra actitud con el comportamiento de Jesús?
Jesús está en medio del mal de su pueblo. Afronta la situación. Y, como hombre de su tiempo y con sus medios, hace todo lo que puede para ayudar. ¿Será necesario volver a repetir que no nos quedemos en la anécdota de las narraciones y que vayamos al fondo? Jesús ayuda. Jesús está presente en la necesidad socorriendo activamente. Jesús da esperanza. Jesús cura.
Jesús cura escuchando la narración de la situación –«se lo dijeron»–, viendo lo que está sucediendo y entendiendo el significado a la llamada de ayuda –«le llevaron todos los enfermos»–. Jesús no se queda fuera de la situación, sino que la toca, se mete en ella, ayuda, se solidariza –«la tomó de la mano»–. Hace todo lo que puede con su acción; le llevaron todos los enfermos y «curó a muchos». No se puede tener la pretensión de curarlo todo. ¿Quién podría? El «todo o nada» es un mecanismo de defensa que nos paraliza. Interesa hacer entre todos lo que se pueda. ¿Habría hoy en el mundo tanto mal, si muchos estuviéramos trabajando activamente en contra de él?
Jesús, además, no sólo soluciona lo que ve y luego descansa, diciendo: «ya he hecho lo que me correspondía». Todo lo contrario. Cuando ha generado en un lugar una dinámica de curación se va a otro, para hacer allí, en medio del mal existente, lo mismo. A pesar de que todo el mundo lo «busca», decide ir a «otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido».
Terminaré diciendo lo que sabéis: para trabajar en favor de los demás tenemos mil ocasiones; las puertas de muchas asociaciones bien serias están abiertas para colaborar solidariamente contra el mal ajeno.
No cerremos los ojos. La necesidad lejana y cercana de los pueblos y de las gentes, nos llama como a Jesús, para que prestemos ayuda. ¡Dichosos los discípulos que seamos capaces de estar en medio del mal para ayudar a curarlo!
Esta misma situación nos rodea a nosotros y no nos damos ni cuenta. ¡No queremos darnos cuenta! Cuando leemos el periódico, oímos la radio o vemos la televisión, tenemos un estudiado mecanismo mediante el cual nada llega a afectarnos. Todo el mal de los hombres lo ponemos demasiado lejos de nosotros. El hambre está lejos. La injusticia no nos atañe. La falta de libertades es historia de otro hemisferio. La guerra…, aún no oímos sus estampidos. Las cárceles son de otros países. La tortura se produce en otros cuerpos, no en el nuestro… El terrorismo… es un mal irremediable. La opresión pertenece al lenguaje de otros tiempos. La explotación es un mal necesario. Hasta el paro, que está tan cercano, lo vivimos de tal manera que somos capaces de no conocer ni a un parado.
Estamos rodeados del «mal». Se grita a nuestro lado; se pide desesperadamente ayuda…, pero hemos renunciado a tener sensibilidad. Lo pasaríamos demasiado mal.
Más aún. Cuando de vez en cuando, y por descuido, se nos despierta la mala conciencia, ponemos tan distanciados los problemas y tan ineficaz que cualquier acción solidaria, que nos quedamos inmóviles; nada de lo que hagamos va a servir para nada. ¿Qué va hacer David contra Goliat o Don Quijote contra los molinos de viento? Nos decimos: ¿qué puedo hacer por solucionar el hambre del mundo, o por ayudar a los pueblos oprimidos o contra la violación de los derechos humanos o por los parados? Nada. Todo nos sobrepasa. Conclusión: nadie es solidario para ayudar a superar el mal.
¡Queréis que confrontemos nuestra actitud con el comportamiento de Jesús?
Jesús está en medio del mal de su pueblo. Afronta la situación. Y, como hombre de su tiempo y con sus medios, hace todo lo que puede para ayudar. ¿Será necesario volver a repetir que no nos quedemos en la anécdota de las narraciones y que vayamos al fondo? Jesús ayuda. Jesús está presente en la necesidad socorriendo activamente. Jesús da esperanza. Jesús cura.
Jesús cura escuchando la narración de la situación –«se lo dijeron»–, viendo lo que está sucediendo y entendiendo el significado a la llamada de ayuda –«le llevaron todos los enfermos»–. Jesús no se queda fuera de la situación, sino que la toca, se mete en ella, ayuda, se solidariza –«la tomó de la mano»–. Hace todo lo que puede con su acción; le llevaron todos los enfermos y «curó a muchos». No se puede tener la pretensión de curarlo todo. ¿Quién podría? El «todo o nada» es un mecanismo de defensa que nos paraliza. Interesa hacer entre todos lo que se pueda. ¿Habría hoy en el mundo tanto mal, si muchos estuviéramos trabajando activamente en contra de él?
Jesús, además, no sólo soluciona lo que ve y luego descansa, diciendo: «ya he hecho lo que me correspondía». Todo lo contrario. Cuando ha generado en un lugar una dinámica de curación se va a otro, para hacer allí, en medio del mal existente, lo mismo. A pesar de que todo el mundo lo «busca», decide ir a «otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido».
Terminaré diciendo lo que sabéis: para trabajar en favor de los demás tenemos mil ocasiones; las puertas de muchas asociaciones bien serias están abiertas para colaborar solidariamente contra el mal ajeno.
No cerremos los ojos. La necesidad lejana y cercana de los pueblos y de las gentes, nos llama como a Jesús, para que prestemos ayuda. ¡Dichosos los discípulos que seamos capaces de estar en medio del mal para ayudar a curarlo!
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