Publicado por Fe Adulta
Es justo y obligado que te demos nuestras más sinceras gracias,
porque cuando oramos podemos dirigirnos a ti como a nuestro Padre,
con toda confianza y cariño de hijos.
Somos cada vez más conscientes de que hemos de cuidar
nuestra comunicación contigo, Padre bueno,
y descansar en tu presencia, a solas, en silencio de palabras,
sentir que estás en nosotros, dándonos la vida,
y llenarnos de paz interior y de fuerza
para enfrentar nuestros problemas
y sobre todo para salir al paso de los problemas de los demás.
Padre nuestro que estás en nosotros y nos quieres,
unidos a todos los hombres de buena voluntad,
cualesquiera que sean sus creencias,
queremos bendecir tu nombre y mostrarte nuestra gratitud.
Santo, santo…
Hemos recordado hoy cómo Jesús sabía hacer compatible
la oración con su duro trabajo de misionero itinerante,
siempre dispuesto a ayudar a la gente en lo que necesitara.
Gracias de nuevo, Padre santo, por el ejemplo de Jesús.
Estamos seguros de que vivió en oración desde su juventud
y que así fue cómo puedo armar y madurar su innovador mensaje.
Nos enseñó luego a orar con palabras sencillas, con el corazón,
en la intimidad de la habitación, cerrada la puerta,
lejos del boato de un culto sólo para la galería.
Nos mostró cómo debíamos reunirnos con los hermanos
en torno a una mesa, compartiendo comida, ideas y sentimientos,
y recordando su entrega total a la causa de tu Reino.
Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Siguiendo el modelo de oración que nos legó Jesús,
te pedimos, Padre, que sintamos tu presencia real en nosotros.
Inúndanos con la fuerza de tu espíritu,
para que nunca cesemos en la alabanza de tu santo nombre,
pero siendo conscientes de que la única forma de agradarte
es haciendo realidad tu proyecto de vida sobre este mundo.
Ayúdanos a discernir tu voluntad en cualquier circunstancia.
Te prometemos repartir con equidad entre todos
el pan y el agua que nos has dado.
Querríamos saber perdonar de corazón
a cuantos nos hubieran ofendido.
Que tu paz nos envuelva a todos los seres humanos
y aprendamos a convivir y a comprendernos.
Nos proponemos una vez más luchar cada día
por superar nuestras contradicciones,
por hacer el bien en todo momento y arrinconar el mal.
Contamos con tu ayuda, que te pedimos en nombre
de tu querido hijo Jesús, amigo y hermano nuestro.
AMÉN.
Es justo y obligado que te demos nuestras más sinceras gracias,
porque cuando oramos podemos dirigirnos a ti como a nuestro Padre,
con toda confianza y cariño de hijos.
Somos cada vez más conscientes de que hemos de cuidar
nuestra comunicación contigo, Padre bueno,
y descansar en tu presencia, a solas, en silencio de palabras,
sentir que estás en nosotros, dándonos la vida,
y llenarnos de paz interior y de fuerza
para enfrentar nuestros problemas
y sobre todo para salir al paso de los problemas de los demás.
Padre nuestro que estás en nosotros y nos quieres,
unidos a todos los hombres de buena voluntad,
cualesquiera que sean sus creencias,
queremos bendecir tu nombre y mostrarte nuestra gratitud.
Santo, santo…
Hemos recordado hoy cómo Jesús sabía hacer compatible
la oración con su duro trabajo de misionero itinerante,
siempre dispuesto a ayudar a la gente en lo que necesitara.
Gracias de nuevo, Padre santo, por el ejemplo de Jesús.
Estamos seguros de que vivió en oración desde su juventud
y que así fue cómo puedo armar y madurar su innovador mensaje.
Nos enseñó luego a orar con palabras sencillas, con el corazón,
en la intimidad de la habitación, cerrada la puerta,
lejos del boato de un culto sólo para la galería.
Nos mostró cómo debíamos reunirnos con los hermanos
en torno a una mesa, compartiendo comida, ideas y sentimientos,
y recordando su entrega total a la causa de tu Reino.
Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Siguiendo el modelo de oración que nos legó Jesús,
te pedimos, Padre, que sintamos tu presencia real en nosotros.
Inúndanos con la fuerza de tu espíritu,
para que nunca cesemos en la alabanza de tu santo nombre,
pero siendo conscientes de que la única forma de agradarte
es haciendo realidad tu proyecto de vida sobre este mundo.
Ayúdanos a discernir tu voluntad en cualquier circunstancia.
Te prometemos repartir con equidad entre todos
el pan y el agua que nos has dado.
Querríamos saber perdonar de corazón
a cuantos nos hubieran ofendido.
Que tu paz nos envuelva a todos los seres humanos
y aprendamos a convivir y a comprendernos.
Nos proponemos una vez más luchar cada día
por superar nuestras contradicciones,
por hacer el bien en todo momento y arrinconar el mal.
Contamos con tu ayuda, que te pedimos en nombre
de tu querido hijo Jesús, amigo y hermano nuestro.
AMÉN.
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