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lunes, 16 de febrero de 2009

Pablo 7 - Jerusalén 49: cristianos necesitan a judíos (y viceversa)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Los líderes cristianos con el pueblo (en una versión cristiana del SPQR) se reunieron en Jerusalén el año 49 para resolver algunos problemas candentes. Ayer presente la versión del “concilio” de Jerusalén, desde la perspectiva de Pablo (Gal 2, 1-10). Para valorar mejor el tema quiero presentar hoy la versión de Lucas (Hch 15). En aquel momento, la iglesia de Jerusalén (dirigida por Santiago) aparecía como portadora de máxima autoridad en las Iglesias, pero ella no impuso su forma de ser a las demás, sino aceptó como seguidores mesiánicos de Jesús (herederos de las promesas de Israel) a los cristianos de la gentilidad, aunque no sean judíos, ni se circunciden, ni cumplan gran parte de la «Ley» que Dios habría prescrito para su pueblo. Por su parte, las iglesias de la gentilidad aceptan la raíz judía de su fe, manteniendo la comunión con Jerusalén. Este «concilio» constituye el centro temática del libro de los Hechos y de la historia de Los primeros cristianos. En este momento, el protagonista es Santiago, de manera que muchos le han llamado el “primer Papa” de la Iglesia católica. Papa, en el sentido de Lucas, es el que acepta a los demás como distintos; quien impone su forma de ser eclesial no es Papa sino dictador de barrio.

a. Un «concilio» en torno a Santiago.

Lucas reinterpreta la historia del concilio desde su perspectiva, pero lo hace de una manera que resulta en el fondo certera. Hemos aludido varias veces a lo que allí pudo pasar. Ahora insistimos en el tema, hablando por comodidad de un «concilio», aunque estrictamente ese lenguaje resulta inapropiado. Pienso que la asamblea de la que habla Hch 15 y la reunión de Pablo con las «tres columnas de la Iglesia» (que aparece en Gal 2) constituye un mismo acontecimiento, aunque otros opinan que se trata de hecho distintos. Sea como fuere, se encuentran vinculados y así quiero presentarlos aquí.
Los helenistas (representados por Pablo y en general por la iglesia de Antioquía) han iniciado una misión cristiana (mesiánica), sin que se incluya la circuncisión. Pedro, que ha seguido un camino propio, se ha situado bastante cerca de ellos, pero de un modo menos radical. Algunos delegados de Jerusalén (Iglesia de Santiago y los parientes de Jesús) piden a los de Antioquía que circunciden a los cristianos de origen pagano, a fin de que se integren, de un modo pleno, en la familia israelita de Jesús, según la ley.
En ese fondo se entienden el transcurso de los acontecimiento, que presentaré desde la perspectiva de Hechos, que no es la misma de Pablo en Gal 2, pero que nos ayuda a interpretar la historia de las dos iglesias implicadas (Jerusalén y antioquía) y el compromiso de los principales líderes cristianos. Éstos son los momentos del «concilio».

(a) La Iglesia de Antioquia envía a Jerusalén a sus delegados (Pablo y Bernabé), para que resuelvan el tema de la circuncisión, que algunos judeocristianos, venidos de Judea, han suscitado (Hch 15, 1-3).
(b) La Iglesia de Jerusalén, representada por Apóstoles y Presbíteros (15, 2.4.6.22.23), decide que los cristianos gentiles no han de ser circuncidados, ratificando la conducta de Pablo y Bernabé, aunque les imponen ciertas condiciones (15, 22-35).
(c) Entre los protagonistas, además de los cristianos fariseos (que exigen la circuncisión a todos: Hch 15, 5), destacan Pablo (con Bernabé), Pedro y, finalmente, Santiago. Así empieza el relato de Hechos .

b. El comienzo del Concilio

Y algunos descendieron de Judea y enseñaban: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis salvaros. Como Pablo y Bernabé tuvieran gran disensión y debate con ellos (en Antioquia) determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión (Hch 15, 1-2).

Está en juego la identidad del conjunto de la iglesias. Pablo supone que, si los creyentes de la gentilidad deben circuncidarse, ellos se volverán judíos, de manera que la iglesia perderá su autonomía (fundada en la gracia de Jesús), vendrá a convertirse en una secta u agrupación intra-israelita. El problema no puede resolverse por revelación especial de Dios (pues los implicados son muchos y cada uno tiene su revelación especial, como sabe 1 Cor 15, 3-9), ni por suertes (como se dice Hch 1, 21-25 para Matías). Hay que reunirse y decidir juntos, pues la voluntad de Dios se expresa a través del diálogo entre hermanos. Los de Antioquía quieren mantener la comunión con Jerusalén: por eso envían allí sus delegados.

Cuando llegaron a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia, apóstoles y presbíteros, y dijeron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos creyentes de la secta de los fariseos se levantaron diciendo: «hay que circuncidarlos y que guarden la Ley de Moisés». Entonces los apóstoles y presbíteros se reunieron para considerar el asunto (15, 4-6).

Tal como la ve Lucas, en esta iglesia tienen función de presidencia y discernimiento dos grupos: los apóstoles y los presbíteros de Jerusalén. En principio, desde la perspectiva de Lucas, los apóstoles parecen ser los Doce. Pero históricamente esa identificación resulta dudosa, porque en ese momento los Doce no tenían ya valor representativo (parece que ya habían desaparecido como grupos, al menos tras la muerte de Santiago Zebedeo). Además, en sentido histórico, al principio, los verdaderos apóstoles de la iglesias fueron los delegados y/o misioneros de las comunidades helenistas (no los Doce).

c. Pedro y Pablo, como dos "subordinados"

Sea como fuere, conforme a la visión de Lucas, esos apóstoles se identifican con los Doce y parecen presididos por Pedro. Por su parte, los presbíteros son sin duda los representantes de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén y están presididos por Santiago. Éstos son los dos primeros «grupos representativos» de la Iglesia (los Doce/Apóstoles con Pedro y los Presbíteros con Santiago), según Lucas. Pues bien, al lado de ellos aparecen los representantes de las iglesias helenistas: Bernabé y especialmente Pablo. Para resolver el problema es importante el testimonio de Pedro, al que sigue el testimonio de Bernabé y de Pablo:

Tras mucho debate, se alzó Pedro y dijo: «Hermanos, sabéis que al principio, cuando estaba con vosotros, Dios quiso que los gentiles oyeran por mi boca el evangelio y creyeran. Y Dios, conocedor del corazón, dio testimonio al darles el Espíritu Santo como a nosotros, sin distinción, purificando por la fe sus corazones...». La multitud calló y escuchaban a Bernabé y Pablo, relatando las señales y prodigios que Dios había hecho (15, 7-12).

Pedro habla como representante de la iglesia del principio (=de los Doce apóstoles), ofreciendo su experiencia, avalada por el Espíritu. Frente a un tipo de ley, que separa a unos hombres de otros, él recuerda su experiencia del Espíritu que une a judíos y gentiles en una misma comunidad mesiánica. A juicio de Pedro, la autoridad de la iglesia es ante todo de tipo carismático: lo que define el proceso cristiano es la presencia y acción del Espíritu Santo, que se ha expresado por igual entre creyentes de origen judío y gentil (cf. también Gal 3, 2-3).

El conjunto de la iglesia (no sólo apóstoles y ancianos) escucha con asentimiento a Pedro, que cuenta su experiencia carismática, que sirve para fundar el nuevo tipo de vida de la Iglesia (sin circuncisión de los gentiles). Frente al «dogma» anterior (de la Ley como obligatoria) se eleva la voz de la experiencia del Espíritu, a la que apela Pedro. Después que Pedro ha expuesto su experiencia puede y debe escucharse también el testimonio de Bernabé y Pablo que exponen el alcance y sentido de su misión a los gentiles (sin necesidad de hacerles judíos). Unos y otros saben que el cristianismo no es un sistema elaborado de antemano, sino un camino abierto por el Espíritu de Dios, en tierras de gentiles.

d. Acuerdo en Jerusalén. La Gran Voz:Santiago.

De un modo significativo, la palabra de la Ley, que es propia de Santiago, no viene al principio (imponiendo unos límites previos), sino al final, interpretando y situando aquello que ha pasado y está pasando, dentro del plan de Dios (avalando así lo que han dicho Pedro y Pablo). La voz de Santiago tiene dos momentos o rasgos esenciales:

(a) Sitúa la novedad cristiana a la luz de la Ley entendida como profecía. (
b) Amplía la ley, para que quepan dentro de la iglesia de Jesús los cristianos de origen pagano:

Cuando acabaron de hablar, respondió Santiago: «Escuchadme, hermanos. Simón ha relatado cómo Dios al principio tuvo a bien tomar un pueblo para su Nombre entre los gentiles. Y esto concuerda con los profetas: Levantaré el tabernáculo caído de David. Reconstruiré sus ruinas y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles (los pueblos), sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas, que son conocidas desde la eternidad [Am 9, 11-12]. Por tanto, juzgo que no molestemos a los gentiles convertidos, sino que les escribamos que se abstengan de lo contaminado por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre. Porque Moisés desde generaciones antiguas tiene en cada ciudad quienes lo prediquen» (15, 13-21).

Tras Pedro (= los Doce), habla Santiago, representante de los presbíteros de Jerusalén. Pedro apelaba al Espíritu Santo y a su experiencia en el principio de la iglesia, Santiago, en cambio, apela a la Escritura, mostrando que la salvación mesiánica de los gentiles responde a la esperanza más antigua de Israel (con cita de Amós). La concordancia entre Espíritu (Pedro) y Escritura (Santiago) garantiza la validez de un cristianismo gentil, conforme a una profecía clásica (Am 9, 11-12). reinterpretada desde el contexto cristiano. Eso significa que puede y debe haber dos tipos de «cristianismo», es decir, de culminación de la promesa:

1. Levantaré el tabernáculo caído de David… Esta «tabernáculo caído» (skênê) de David puede ser el tabernáculo de Dios del que nos habla la historia antigua de Israel, antes del templo (en la línea del sermón de Esteban; cf. Hch 7, 44), aunque en un sentido extenso puede aludir, al mismo tempo, a la casa real, es decir, a la dinastía y reino de David (en la línea de las tradiciones que derivan de 2 Sam 7, 13. Pues bien, Santiago supone que ese tabernáculo/casa de David lo forman ellos, los judeocristianos de Jerusalén o, quizá mejor, los nazoreos mesiánicos. Ellos cumplen la tarea de ser el «auténtico Israel», como querían serlo, desde hace siglo y medio los judíos de la «alianza de Qumrán», que se sienten llamados también a reconstruir la identidad israelita. Para cumplir su tarea, deben vivir de un modo radical la experiencia y promesa israelita.
Eso significa que los judeo-cristianos cumplen el ideal mesiánico, en santidad radical, en fuerte pobreza. Forman así la comunidad «nazorea», quizá con rasgos «nazireos». Pero, a diferencia de Qumrán, estos nazoreos/nazireos mesiánicos de Santiago no se separan y van al desierto, ni desarrollan un imaginario de tipo bélico (como el del Rollo de la Guerra, del mismo Qumrán), sino que tienen una visión pacífica del despliegue mesiánico, en la línea del Sermón de la Montaña de Mt 5-7, que recoge algunos de los rasgos básico de la conducta de esta comunidad.

2. Para que el resto de los hombres busque al Señor y todas los gentiles… La reconstrucción de la tienda/dinastía caída de David (de la comunidad nazorea) tiene una finalidad bien precisa: que el resto de los hombres (es decir, todos los pueblos: en hebreo kol ha goyim y en griego panta ta ethnê) busquen al Señor, asuman la gran promesa de Israel. Eso significa que la «vocación nazorea» de los de Santiago (ellos quieren ser el tabernáculo/templo/casa de David) tiene una finalidad misionera, entendida del modo clásico israelita: Vendrán los pueblos a Sión, no para hacerse judíos (como los nazoreos de la cabaña de David), sino para ser gentiles de Dios, hombre y mujeres nuevos, en comunidad con los judíos.

El texto de Hch 15 16-17 está tomado de la traducción de los Am 9, 11-12 LXX, que introduce un cambio significativo respecto al texto hebreo de Amós que, desde la lógica geográfica más cercana, dice que vendrán «los del resto de Edom con todos los gentiles». Pues bien, los LXX identifican a Edom (nación vecina de Israel) con Adam (palabra de la misma raíz, que significa humanidad), de manera que, al final de los tiempos, tras la reconstrucción del tabernáculo de David, los que vendrán hacia Jerusalén no serán «el resto de Edom…», sino «el resto de los hombres (seres humanos) con todos los gentiles». El cambio es significativo, pero el sentido de fondo de los dos textos (TM y LXX) es el mismo, con la diferencia de que en un caso (TM) teníamos un paralelismo de intensificación (el resto de Edóm «y» todos los pueblos) y en el otro caso (LXX) tenemos un paralelismo de identificación (el resto de los hombres, «es decir», todos los pueblos).

Esa «misión centrípeta», por atracción, se encuentra no sólo en el fondo de la gran imagen de Mt 5, 14 («no se puede ocultar una ciudad asentada sobre un monte…»), sino en una parte considerable del Nuevo Testamento, siguiendo una antigua tradición israelita . Ellos, los judíos nazoreos de Jesús, quieren formar en Jerusalén esa ciudad elevada, para que todos la vean y puedan acudir a su luz (como supone Is 60. Por eso, a los gentiles no se les puede obligar a ser judíos (cosa que sería contraria a las profecías y al espíritu de la historia de Israel), pero se les puede y debe ofrecer el testimonio de la culminación mesiánica (nazorea) de Israel, en la línea de Jesús, precisamente en Jerusalén, para que vengan y así todos se unan, pero conservando su propia identidad.

e. Dos modos de ser cristiano

Eso significa que el cristianismo se puede y debe vivir de dos maneras. (a) Hay un cristianismo nazoreo (judío), integrado por aquellos que cultivan de un modo especial la ley israelita, con la inspiración de Jesús, como comunidad de los últimos tiempos, en una línea que habían ensayado también otros grupos de judíos (como los de Qumrán), aunque sin la referencia a Jesús. (b) Y hay un cristianismo de gentiles, a quienes (suponiendo que viven conforme al espíritu de Jesús y para garantizar la paz entre todos los seguidores de Jesús) Santiago les pide solamente que cumplan unas normas de tipo alimenticio y familiar, que solían vincularse al «pacto universal» de Dios con Noé tras el diluvio (evitar la idolatría, la fornicación, la carne que no ha sido bien desangrada y la sangre: cf. Gen 9, 1-17).
Según eso, el judeo-cristiano Santiago no sólo admite la existencia de un cristianismo-gentil, sino que la impulsa, pues la concibe como algo necesario para el mismo judeo-cristianismo. La «restauración de la cabaña davídica» (el mesianismo nazoreo) sólo tiene sentido y sólo puede alcanzar lo que propone si suscita una búsqueda de Dios en todos los gentiles. Estamos, según eso, ante la visión de un judaísmo misionero de tipo centrípeto, pero no inclusivo, que no quiere que los gentiles se conviertan al judaísmo, sino que ven su mal alto modelo en el judaísmo, y vengan hacia Jerusalén (el tabernáculo restaurado de David), para que encuentren su propia plenitud, en comunión con los judíos (en torno al judaísmo). De esa forma, la Jerusalén de Jesús aparece como foco de atracción para todas las naciones.
Ésta es la solución que los judeocristianos de Jerusalén proponen para los pagano-cristianos de Antioquía. En el capítulo primero de este libro (al ocuparnos de la crisis antioquena o macabea) vimos las dificultades que surgieron (tras el 175 d.C.) para que pudieran dialogar y vincularse humanamente judíos y gentiles, representados precisamente por esas dos ciudades (Jerusalén y Antioquía). Pues bien, Santiago ofrece ahora un campo de diálogo común, con unas diferencias, que no destruyen el diálogo, sino que pueden enriquecerlo. (a) El campo común es la fe en Cristo, que así aparece principio de humanidad, desde la raíz israelita. (b) Sobre ese campo común de la fe en Jesús, los cristianos de origen judío y los de origen gentil pueden y deben ser distintos, vinculándose incluso en las comidas, pero manteniendo sus diferencias.

f. Aceptar las diferencias

En esa línea los judíos tendrán que aceptar la «diferencia de los gentiles», pero les piden que aceptan unos principios que, a su juicio, son fundamentales, en línea religiosa (no idolatrar), en línea familiar (evitar cierto tipo de relaciones incestuosas) y en plano alimenticio (evitar todo lo que esté relacionado con la sangre). Por otra parte, los gentiles tendrán que aceptar a los judíos como distintos (siempre que los judíos no les rechacen). Así lo formula el texto de la reunión de Jerusalén

Entonces pareció bien a los apóstoles y presbíteros con toda la iglesia, escoger algunos de ellos (Judas y Silas), para enviarlos con Pablo y Bernabé y mandaron esta carta:«Los apóstoles y hermanos presbíteros a los hermanos gentiles... salud. Puesto que hemos oído que algunos de entre nosotros, a quienes no autorizamos, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, nos pareció por común acuerdo, enviaros a algunos… Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de los idolocitos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación. Si os guardáis de tales cosas, haréis bien. Si os guardáis de tales cosas, haréis bien. Que os vaya bien» (Hch 15, 22-29).

El acuerdo está asumido por el conjunto iglesia y avalado de modo especial por los apóstoles (con Pedro) y los ancianos (con Santiago). Se ha logrado tras larga disputa, con la mediación Pedro y con la intervención de Santiago, que ha tenido la última palabra. De esa forma ha expresado Lucas los principios básicos de la historia de los primeros cristianos.

(1) Esa historia está marcada por una experiencia compartida, en la que todos tienen que escucharse unos a otros, para bien del conjunto de las iglesias.

(2) La unidad entre los grupos cristianos aparece como una experiencia sagrada, de manera que los compromisarios dicen: nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, vinculando autoridad divina y humana.

(3) Ésta unidad no puede tomarse de un modo impositivo, sino que puede cambiar, según las circunstancias, pero siempre al servicio de la unidad entre judíos y gentiles, en Cristo.

Significativamente, la Iglesia en su conjunto no ha tomado esos «compromisos noáquicos» (que Pablo parece ignorar, pues no aparecen en su «agenda» del concilio, en Gal 2) como algo absolutamente necesario, pues muchas iglesias posteriores han prescindido de ellos (han permitido comer carne no sangrada y sangre etc.).

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