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jueves, 12 de marzo de 2009

El Verdadero Culto a Dios: III Domingo de Cuaresma - Ciclo B: (Juan 2, 13-25)

Por Fernando Torres Pérez
Publicado por Ciudad Redonda

La escena del Evangelio de este domingo es una de las más sorprendentes de la vida de Jesús. Nos podíamos esperar muchas cosas de este hombre. Su nacimiento nos había dicho que había en él algo extraordinario. El relato de su encuentro con el Bautista lo confirmaba. Luego, le hemos visto salir por los caminos de Galilea predicando el Reino, hablando del amor de Dios para todos, acercándose a los más alejados y marginados, acogiendo a los pecadores, curando a los enfermos. Todo para dar testimonio de un Dios, su Padre, su Abbá, que es amor y nada más que amor.
Pero lo de hoy no lo podíamos esperar. Su entrada en el Templo, el lugar central del culto a Dios, no debía haber sido así. Lo podía haber hecho con más respeto para aquella tradición multisecular. Es posible que hubiese algunos matices que corregir en el modo como sus hermanos judíos adoraban a Dios, a su Padre, pero no era para pretender destruir el Templo. Y menos para hacerlo en nombre de Dios.

Un Jesús inesperado

Y, sin embargo, lo hace. Es un momento importante en la vida de Jesús tal como nos la cuenta el evangelista Juan. Nos describe a un Jesús armado de un azote de cordeles que derriba los puestos de los cambistas y vendedores de animales (no hacían más que ofrecer sus servicios a los numerosísimos fieles que acudían allí de todas partes a adorar a Dios). Jesús, siempre tan comprensivo y cercano con los pecadores y marginados, se muestra aquí muy poco comprensivo con los que se dedican a organizar y facilitar el culto a Dios. ¡Y lo hace en nombre de Dios!
Los discípulos también se quedaron sorprendidos y posiblemente no entendieron muy bien lo que hacía Jesús. ¿Cómo podía hacer aquello? ¿Cómo podía decir que habían convertido en un mercado la casa de su Padre? Allí se adoraba a Dios y se le rendía culto de una forma ordenada y solemne. Los sacerdotes marcaban los momentos y organizaban las liturgias. Todo para la mayor gloria de Dios.
¿Para la mayor gloria de Dios o para la mayor gloria de los sacerdotes? Ahí queda la pregunta tan válida entonces como ahora. Quizá Jesús tiene en la mente en este momento los mandamientos de la ley de Dios que están recogidos en la primera lectura. Sobre todo, los dos primeros: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses” y “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”. Jesús recuerda que el Dios al que adoran los judíos es el Dios del éxodo, el que les sacó de la esclavitud de Egipto para llevarlos a la tierra de la libertad. Y ve con pena y desagrado que adoran a Dios con sacrificios de animales y con oraciones y liturgias pero se olvidan de la justicia y del amor y del perdón... Ve con dolor que en nombre de Dios algunos (vendedores de bueyes, cambistas, sacerdotes...) hacen su agosto y viven a costa de la gente sencilla, de los pobres.

Adorar a Dios es vivir la fraternidad

Como diría san Pablo (segunda lectura) nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para unos y necedad para otros. Seguir a Jesús es caminar por caminos de libertad donde lo más importante es crear lazos de fraternidad, acoger, perdonar, reconciliar, curar. Todo eso es construir el Reino por el que Jesús dio la vida. Y con el que nosotros estamos comprometidos.
El verdadero culto no consiste en ofrecer a Dios sacrificios ni holocaustos. Son perfectamente inútiles. Hacer eso es manipular a Dios, ponerlo al servicio de nuestros intereses, tomar su nombre en falso. Si queremos ser discípulos de Jesús, tenemos que predicar y poner en práctica el Evangelio del Reino, donde el culto a Dios se concreta en el servicio al hermano, donde no hay mejor acto de adoración que el encuentro sincero y fraterno con nuestros hermanos y hermanas tratando de construir un mundo más justo y misericordioso.
No estamos con Jesús para atarnos a normas, leyes, cultos ni liturgias. Nada de eso es ni puede ser nunca lo fundamental en nuestra comunidad. No vaya a ser que Jesús tenga que entrar en nuestros templos con un azote de cordeles para tirar por los suelos nuestras convicciones y recordarnos que no hay culto mejor ni mayor que el servicio al hermano necesitado. ¡Buen punto de meditación para esta Cuaresma!

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