Publicado por Fundación Epsilón
A mí no me extraña que Jesús de Nazaret entrara en el templo de Jerusalén y haciendo un azote de cordeles echara fuera a muchos. No era para menos; más que un templo, parecía un banco, siendo de hecho el centro financiero más importante del país.
Las máximas autoridades de aquella entidad eran cuatro sacerdotes de la alta aristocracia sacerdotal: el Sumo Sacerdote, su vicario, el guardián o encargado de llaves y el tesorero. Los cuatro gozaban de privilegios de todo tipo y se lucraban a costa del templo, cuyas finanzas comprendían gran cantidad de inmuebles, tesoros y joyas, la administración de los tributos, ofrendas y capitales privados depositados en él.
La adquisición de los productos necesarios para el culto, el control de la venta de aves y otros artículos para los sacrificios, y el cuidado de conservar en buen estado y reparar los utensilios de plata, ofrecían al sacerdote tesorero -presidente del consejo de administración de la "entidad bancaria" del templo- un amplio campo de actividad con una gran número de empleados bajo su control.
Un espectáculo deplorable. El templo, además, acuñaba su propia moneda, pues no se podían aceptar en el lugar santo monedas que llevasen la imagen de reyes, emperadores u otros personajes, lo que hacía que hubiera numerosas oficinas de cambio en sus dependencias Debido a las estrictas prescripciones de pureza ritual que se exigían para poder sacrificar un animal al Dios de Israel, también se instaló junto al templo una feria de ganado, bajo el control de la administración del clero.
Vergonzoso montaje económico en el que hasta el perdón de Dios se lograba con dinero: bastaba para ello comprar un animal y ofrecerlo a Dios. En los alrededores del templo, para mayor inri había numerosas tiendas de maderas preciosas, de pieles -de los animales degollados en los sacrificios- y de objetos turísticos que abastecían de recuerdos a los piadosos peregrinos, al tiempo que engrosaban las arcas ya, de suyo boyantes, del templo.
Jesús no pudo contenerse aquel día. Al encontrar semejante panorama -verdadero maridaje entre Dios y dinero, templo y mercado, banca y clero- "haciendo un azote de cordeles, echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas, y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre".
Las palabras de Jesús tienen suma actualidad.
Las máximas autoridades de aquella entidad eran cuatro sacerdotes de la alta aristocracia sacerdotal: el Sumo Sacerdote, su vicario, el guardián o encargado de llaves y el tesorero. Los cuatro gozaban de privilegios de todo tipo y se lucraban a costa del templo, cuyas finanzas comprendían gran cantidad de inmuebles, tesoros y joyas, la administración de los tributos, ofrendas y capitales privados depositados en él.
La adquisición de los productos necesarios para el culto, el control de la venta de aves y otros artículos para los sacrificios, y el cuidado de conservar en buen estado y reparar los utensilios de plata, ofrecían al sacerdote tesorero -presidente del consejo de administración de la "entidad bancaria" del templo- un amplio campo de actividad con una gran número de empleados bajo su control.
Un espectáculo deplorable. El templo, además, acuñaba su propia moneda, pues no se podían aceptar en el lugar santo monedas que llevasen la imagen de reyes, emperadores u otros personajes, lo que hacía que hubiera numerosas oficinas de cambio en sus dependencias Debido a las estrictas prescripciones de pureza ritual que se exigían para poder sacrificar un animal al Dios de Israel, también se instaló junto al templo una feria de ganado, bajo el control de la administración del clero.
Vergonzoso montaje económico en el que hasta el perdón de Dios se lograba con dinero: bastaba para ello comprar un animal y ofrecerlo a Dios. En los alrededores del templo, para mayor inri había numerosas tiendas de maderas preciosas, de pieles -de los animales degollados en los sacrificios- y de objetos turísticos que abastecían de recuerdos a los piadosos peregrinos, al tiempo que engrosaban las arcas ya, de suyo boyantes, del templo.
Jesús no pudo contenerse aquel día. Al encontrar semejante panorama -verdadero maridaje entre Dios y dinero, templo y mercado, banca y clero- "haciendo un azote de cordeles, echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas, y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre".
Las palabras de Jesús tienen suma actualidad.
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