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viernes, 6 de marzo de 2009

Hagamos tres tiendas. La fiesta judía de los Tabernáculos/Sukkot y la Transfiguración cristiana (L. Biolatto)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Ayer escribí una reflexión general sobre el texto de la Transfiguración en Marcos, planteando sólo algunos de sus temas. Me ha contestado desde Córdoba, Argentina Leonardo Biolatto, joven, entusiasta, recordando amigos comunes. Me ha mandado unas páginas hermosas y muy documentadas sobre el fondo judío del relato y del misterio de la Transfiguración, partiendo de las palabras de Pedro: ¡Hagamos tres Tiendas! En el fondo está la Fiesta de Sukkot o de los Tabernáculos, la más gozosa de las fiestas judíos, unida a la experiencia de la peregrinación de la vida y a la esperanza mesiánica. No me ha pedido que os la ofrezca, pero lo hago con toda ilusión, esperando que complete lo que ayer dije. Leonardo (que trabaja en la Comisión Arquidiocesana de los Misioneros de Córdoba) es un muchacho alegre, gozoso de se cristiano. Así os presento su texto. Para quienes quieran saber más, les diré que tiene un blog personal que quiere ser "un espacio para hablar de la misión y para hablar de la Palabra de Dios. Los cristianos, espero, encontrarán una lectura actual de la Biblia que puede ser aplicable a la vida cotidiana..." (cf.http://blogs.clarin.com/usuarios/leonardo-biolatto). Hoy le cedo la palabra. Me la ha mandado, yo os la ofrezco.Nada más, ahí va el texto de Leonardo, a quien quien quiero dar gracias desde aquí, deseándole buen trabajo al servicio del Evangelio y de la vida, del gozo de la Transfiguración. Sigo deseándoos una buena preparación del Segundo Domingo de Cuaresma, domingo de la Transfiguración. Todo lo que sigue es suyo.

Entre todas las fiestas religiosas judías, una de ellas era la fiesta de los tabernáculos. Según el libro del Levítico, Yahvé dijo a Moisés lo siguiente: “En el séptimo mes la celebraréis. Durante los siete días habitaréis en cabañas” (Lev. 23, 41b-42a). Detrás de esta celebración se encontraba una tradición agrícola, como para la mayoría de las celebraciones de los pueblos de la antigüedad. En el libro del Éxodo encontramos la indicación de celebrar, por ejemplo, la fiesta de las semanas (Pentecostés) cuando comienza la siega del trigo, y la fiesta de la recolección o de los tabernáculos al cosechar (cf. Ex. 34, 22).

Entre las fiestas israelitas, tres implicaban, al menos en la legislación, trasladarse hacia el Templo para ofrecer ofrendas, sacrificios y holocaustos, las cuales eran las fiestas de los ázimos, de las semanas y de los tabernáculos (cf. Dt. 16, 16), constituyendo los eventos de peregrinación clásicos, los que implicaban movilización, traslado, procesión, con todo el sentido litúrgico de la misma, no meramente como un viaje más. La peregrinación es, desde sus comienzos, desde su preparación en el hogar del caminante, un espacio de liturgia, el comienzo de las fiestas.

¿Y qué relación tiene la fiesta de los tabernáculos con Jesús? O más precisamente, ¿qué relación tiene con la transfiguración? Pues bien, hay elementos que nos permiten relacionar ambos, penetrando más en el sentido de la fiesta y desgajando datos del relato evangélico:

- Ir al monte: Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan, el trípode selecto que, en el Evangelio según Marcos, comparte en intimidad con el Maestro el milagro de la hija del jefe de la sinagoga (cf. Mc. 5, 37), la transfiguración, la explicación sobre los signos de los últimos tiempos (cf. Mc. 13, 3) y la oración agónica en Getsemaní (cf. Mc. 14, 33). Los cuatro suben, esta vez, a un monte alto. En el Antiguo Testamento, en referencia a la preparación de la fiesta de los tabernáculos, leemos que Esdras, sacerdote escriba, da la siguiente orden al pueblo: “Salid al monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos, para hacer cabañas conforme a lo escrito” (Neh. 8, 15). Al monte suben los israelitas para conseguir el material con el que construirán las tiendas de la fiesta; al monte suben los cuatro individuos del relato de Marcos.

- Apareció Elías: hay muchas y variadas explicaciones sobre la presencia de Elías en la transfiguración, pero vamos a analizar su relación con la fiesta de las tiendas. Es famosa una escena del profeta en la que sucede el desafío con los profetas de Baal, según el reto de ubicar dos novillos y pedir a Dios y a Baal que envíen fuego para consumirlos; si Yahvé lo enviaba, el pueblo lo adoraría y reconocería que era el Dios, sino sería Baal el verdadero (cf. 1Rey. 18, 23-24). Primeramente, los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal imploran a su dios por el fuego, pero nunca desciende del cielo. Luego, Elías restaura el altar de Yahvé que estaba demolido (cf. 1Rey. 18, 30), toma doce piedras por cada tribu de Israel (cf. 1Rey. 18, 31), derrama grandes cantidades de agua (cf. 1Rey. 18, 34-35), desciende el fuego del cielo tras su invocación, los profetas falsos son degollados, Elías sube a la cima del Carmelo (cf. 1Rey. 18, 42), anuncia la lluvia y llueve (cf. 1Rey. 18, 41.45). Estos elementos recalcados en la narración, son significativos para la fiesta de los tabernáculos. En primer lugar, Elías restaura el culto a Yahvé restaurando el altar demolido; la fiesta era precedida por una purificación del Templo. Elías recuerda a cada tribu de Israel; en la fiesta, uno de sus significados era reunir a las doce tribus. Elías derrama agua en abundancia; en la fiesta, además de ser de las cosechas, se realizaban gestos para la fecundad de la próxima siembra, haciendo libaciones de agua. Elías sube al monte Carmelo; los israelitas son enviados por Esdras al monte, como ya mencionamos, para buscar con qué construir las tiendas. Elías anuncia la lluvia y llueve; si también era fiesta de la fecundidad de la tierra, la lluvia es un factor clave para el crecimiento de las cosechas. No podemos aseverar, a ciencia cierta, la correlación entre el episodio del profeta y la fiesta, pero hay elementos de cercanía.

- Apareció Moisés: Moisés es, sin dudas, el transmisor al pueblo de las disposiciones litúrgicas que Yahvé le ha comunicado. Baste citar Ex. 23, 16; Dt. 16, 13-17 ó Lev. 23, 23-24.

- Hacer tres tiendas: la propuesta de Pedro es construir algo que podemos intercambiar, verbalmente, como tiendas, chozas o tabernáculos. Aquí la referencia es la más clara que podemos hallar. El mismo texto señala que Pedro habla atemorizado, que no sabía qué decir, por ende, que expresó lo primero que vino a su cabeza; y no es difícil suponer que, si estaban en la época de la fiesta de los tabernáculos, lo primero que vino a la cabeza de Pedro fue construir las tiendas para pasar la noche bajo el motivo de la celebración.

- Una nube: Éxodo y Números son los libros que más recalcan la presencia de Yahvé como una nube que guía durante el día el peregrinar en el desierto. Si la nube se detenía, Israel se detenía y acampaba. Cuando la nube se elevaba, levantaban el campamento y seguían viaje. La nube es parte del éxodo, es un signo más de la historia en el desierto, del peregrinar, de la huida a la libertad. La nube es la presencia divina al lado de los rescatados, como compañía fiel. En la fiesta de los tabernáculos, los israelitas habitaban en tiendas para recordar esa forma de vida de sus antepasados durante la marcha en el desierto.

Aún queda por responder cuál es el sentido de la fiesta de las tiendas en la vida y misión de Jesús. ¿Qué nos quiere transmitir el Evangelio? ¿Qué tiene de Jesús la fiesta? ¿Qué tiene de la fiesta la existencia de Jesús? Era una celebración que había adquirido, con el tiempo, muchos significados, y todos ellos, de una u otra manera, se habían re-significado, sobre todo por los profetas. Podríamos esbozar como línea cronológica: la fiesta meramente agrícola – el agregado de significado religioso judío – su reglamentación – su reinterpretación profética. Veamos, entonces, qué celebraba Israel y qué aporta Jesús a esas celebraciones:

- Fin de un año y comienzo del otro: la fiesta marcaba un ritmo cronológico, que si bien no se ubicaba en el estricto principio del nuevo año (correspondiente a la fiesta de Rosh Hashanah), estaba en los inicios, y además cerraba un ciclo con la cosecha y recolección para comenzar otro de siembra. Era una fiesta de fin y comienzo, una fiesta de los ciclos, si se quiere. Será la corriente profética la que traducirá ese fin y comienzo de año en fin y comienzo de era. Para el siglo I d.C., la fiesta marcaba el ritmo anual, pero mucho más, siendo también espera del ritmo mesiánico, de la irrupción del Mesías para abrir el nuevo año definitivo, la nueva era. Ya podemos ir develando qué aporta Jesús a la celebración; y es su misma Persona, su mesianismo que, expresado en la transfiguración como enviado del Padre y testimoniado por Elías y Moisés, trae la era definitiva. Lo que espera la fiesta de los tabernáculos ya ha llegado, y la propuesta de Pedro de las tiendas carece de sentido, porque el que tenía que venir ya está aquí.

- Purificación: los tabernáculos son precedidos por el día de Yom Kippur o de la expiación, desarrollado en el capítulo 16 de Levítico. La expiación era un sacrificio por los pecados y por la limpieza del Templo. Será Heb. 9, 11-14 quien explique por qué es caduca esta expiación, debido a la sangre del Cristo que es muchísimo más superior a la sangre de cualquier animal sacrificado. En la misma línea que el significado anterior, Jesús viene a colmar las expectativas de la fiesta y a ofrecer el último sacrificio, declarando la caducidad de esa purificación ritual. La transfiguración está, en el Evangelio según Marcos, dentro del recorrido de Jesús con sus discípulos subiendo hacia Jerusalén, subiendo hacia la culminación en la cruz. La transfiguración es gloria, pero en un camino de cruz, es la belleza de la resurrección, pero aún camino a la muerte. Jesús acaba de realizar el primer anuncio de la pasión (cf. Mc. 8, 31), está conciente de lo que le espera. Pedro quiere festejar los tabernáculos allá arriba, en las alturas del monte; Jesús prefiere bajar y seguir viaje, porque debe ir a Jerusalén.

- Fecundidad: como fiesta de fin y comienzo, de conclusivo cierre y nueva apertura, trae lo recolectado y se agradece por ello, pero también se pide por lo nuevo, por lo que viene. En este sentido, los tabernáculos eran la ocasión de los ritos de fecundidad, comunes en las creencias primitivas y subsistentes en los posteriores grandes sistemas religiosos. Uno de los reconocidos ritos consistía en agitar ramas y palmas (cf. 2Mac. 10, 7), otro eran las libaciones de agua. La tradición profética reinterpretó estos ritos en un sentido mesiánico. Isaías, por ejemplo, dirá que “todos los árboles del campo batirán palmas” (Is. 55, 12b), mientras Zacarías asegurará que en el Día de Yahvé “manarán de Jerusalén aguas vivas” (Zac. 14, 8). La fecundidad de la tierra es tomada por los profetas para hablar de la fecundidad de la era mesiánica, caracterizada por gozo y abundancia, por las palmas batidas de alegría hasta por los árboles, por las aguas que se esparcen desde Jerusalén para hacer florecer todo, para sembrar todos los campos del mundo. La tradición joánica no ha dejado de lado estos símbolos, en la entrada triunfal de Jesús sobre el borriquillo (cf. Jn. 12, 13), por ejemplo, o en la declaración: “Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá” (Jn. 7, 37).

El camino que recorre Jesús con sus discípulos hacia la cruz viene a traer la fecundidad, por más absurdo que parezca, porque la muerte engendrará vida, porque la transfiguración ya es un fruto del sendero hacia la crucifixión. Marcos sí nos conservará esta paradoja cristiana: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc. 8, 35).

- Éxodo: vivir en tiendas durante siete días era experimentar, en la medida de lo posible, la vivencia de los antepasados israelitas durante el éxodo, viviendo en chozas durante cuarenta años, caminando la libertad hacia la tierra prometida, en la compañía constante de Dios a pesar de las infidelidades. Israel se define como pueblo a partir de la experiencia del éxodo, y eso queda firmemente grabado en la memoria colectiva. Los padres que relataban a sus hijos la historia del desierto les estaban transmitiendo lo íntimo del judaísmo, la experiencia inicial de liberación y alianza. La corriente profética, en algunos momentos, relacionó la época de las tiendas en el desierto con una época de comunión con Dios, debido a la presencia elocuente de Yahvé en la nube de día y la columna de fuego en la noche. Esa cercanía divina permitía mirar el final de los tiempos como el momento de nueva cercanía de Dios, la época del Dios-con-nosotros. Oseas contiene la promesa de volver a habitar en tiendas y de la multiplicación de los profetas (cf. Os. 12, 10-11) como signo del regreso de la Palabra de Dios al pueblo. Jesús es el Dios-con-nosotros, es la esperanza de vivir en tiendas en comunión con Dios. Jesús es, también, la Palabra de Dios, que viene al encuentro del hombre y la mujer. Jesús es la alianza definitiva. Toda la temática del desierto y del futuro escatológico basado en el desierto que elaboraron los profetas, encuentra su cumplimiento en Jesucristo. A la fiesta recordatoria del Éxodo, comenzado en la Pascua judía, Jesús trae la Pascua cristiana, la Pascua de la resurrección, prefigurada en la transfiguración.

- Pueblo: como dijimos antes, la experiencia de liberación de Egipto es médula israelita, y es el evento que conforma al pueblo. La fiesta de las tiendas, entonces, tiene también una dimensión nacionalista, de identidad racial y de celebración de haber sido reunidos por Dios para conformar su pueblo. Todas las tribus de Israel debían reunirse para los tabernáculos, todas debían celebrar lo mismo, todas debían recordar el éxodo y la vida en el desierto con el mismo espíritu. El pueblo de los antepasados que caminaron cuarenta años, es el pueblo actual que se congrega. La corriente profética, en este caso, relacionó la idea escatológica de la unión de todas las naciones a Israel con la reunión de las tiendas. Si las doce tribus se congregaban para celebrar su condición de Pueblo de Dios, en el final de los tiempos todas las naciones reconocerían a Yahvé y a la elección divina de Israel, y todos los hombres y mujeres tendrían el mismo Dios, y todos podrían celebrar la fiesta de las tiendas, porque todos serían el mismo pueblo. Eso deja entrever Zac. 14, 16, aunque con matices nacionalistas propios del judaísmo: “Los supervivientes de todas las naciones que atacaron Jerusalén subirán de año en año a postrarse ante el Rey Yahvé Sebaot y a celebrar la fiesta de las Tiendas”. No hay aquí una declaración misionera, pero sí denota un camino profético abierto hacia la universalidad, bajo la concepción judía, pero al fin y al cabo, camino abierto.

Jesús, formador de comunidades, Salvador universal, viene a que los hombres y las mujeres se reconozcan hijos e hijas de Dios, y hermanos y hermanas entre sí. Esta ansia de ver el mundo entero celebrando las tiendas, es el ansia que el universalismo cristiano tiene: formar la gran familia del Pueblo de Dios. Aquella experiencia de la liberación de Egipto, base de formación de Israel, es sólo apariencia comparada con la resurrección de Jesús, base para la formación del Pueblo de Dios universal.

Nuestras culturas también tienen fiestas que buscan, de alguna manera imperfecta, celebrar lo grupal o la unión. Desde las reuniones familiares estipuladas en el almuerzo del domingo a las manifestaciones espontáneas de festejo de los hinchas de un club por el logro que éste alcanza. Son fiestas de pertenencia, de compartir algo, de identificarse. En la familia, los integrantes se reconocen parte de la misma mesa y comensales de la misma comida. Los hinchas, en las calles, entre tambores, bocinas y gritos, reconocen al otro que se ha alegrado con lo mismo que uno, y por deducción, que se ha entristecido en los mismos episodios. Son uniones imperfectas, decimos, y fiestas limitadas, porque en nada se comparan a la celebración que debiese originar la comunión en Jesucristo. Así como la fiesta de los tabernáculos es superada por la llegada del Mesías que abre la nueva era, que realiza la purificación definitiva, que inaugura los tiempos de fecundidad, que vive como Dios-con-nosotros, que se hace un pueblo a través de la definitiva alianza, así el hombre y la mujer actual pueden ver desbordados sus deseos de unión en el Evangelio.

A los lazos familiares, limitados, circunscriptos a la sangre, la adopción o la convivencia, Jesús presenta la expansión de esos lazos con la ampliación de la familia. Ya no es la sangre ni son los papeles judiciales los que determinan con quién debo compartir la mesa. Es la Palabra de Dios la que vincula, es la misma Trinidad que interviene en la historia humana para formar una gran familia de toda raza. Al esquema rígido de familias, tribus, naciones, opone Jesús el sistema abierto de inclusión total y universal. Por otro lado, siguiendo nuestros ejemplos, a la relación de los hinchas, espontánea y momentánea, signada por la consecución de un título o un logro, Jesús presenta la comunión firme y duradera, contra cualquier tribulación, en las alegrías y en las tristezas.

No es algo ocasional la propuesta de Jesús, sino la alianza definitiva que forma un Pueblo para siempre, un Pueblo en comunión de amor, dispuesto a celebrar con la obtención de logros, pero también dispuesto a celebrar en las épocas tristes, de sequía, en la dureza de las persecuciones, en el desierto peregrinante que parece no acabar nunca.

El tema eje de la cuaresma del ciclo B de lecturas litúrgicas es la alianza. Pues bien, los siete días vividos en chozas por los judíos recordaban la travesía del desierto, el éxodo, la liberación de Egipto y la alianza del Antiguo Testamento. La transfiguración viene como evento superador de los tabernáculos, por ende, como nueva alianza, haciendo las veces de punto central en un arco que comienza en el bautismo del Señor y acaba en la Pascua.

En el bautismo se oye la voz del Padre (cf. Mc. 1, 11) y aquí también. En la Pascua hallamos un joven con túnica blanca (cf. Mc. 16, 5), y aquí las vestiduras de Jesús son tan blancas como ningún batanero podría blanquearlas. Uniendo los tres puntos de la historia de Jesús (bautismo, transfiguración, Pascua), formamos el arco de su vida que revela su identidad. Él es el enviado del Padre, el que hace la Voluntad de Dios, el avalado por Elías y Moisés, el Mesías esperado en los tabernáculos, el Hijo de Dios, el Crucificado, el Resucitado, el hacedor de la nueva alianza.

Una misión que invite a la alianza es una misión cristológica. A esas fiestas de nuestra cultura, imperfectas, debemos ofrecer la propuesta superadora de Jesús, la propuesta de comunión permanente y universal. Escuchamos hablar mucho de nacionalismos, de patriotismo, de regionalismo, de pertenencia, pero siempre implican estas palabras dividir el mundo entre los de adentro y los de afuera. Jesús propone la alianza del único Pueblo de Dios, de la gran familia. La evangelización no puede dejar de hacer notar esta invitación a la unidad, aunque implique poner el dedo sobre la llaga de los partidismos políticos, de la brecha económica o de las condiciones sociales. El arco de la vida de Jesús es un arco de restauración, de reunificación, de fraternidad. Callar ante las divisiones, ante las fiestas que son, en su fondo, delimitaciones sectarias (familia sanguínea o club del simpatizante), es callar el proyecto del Reino de Dios, y callar el Reino es, con seguridad, lo opuesto a la misión.

LEONARDO BIOLATTO
ICTUS: Ieosus Christos Theos Uios Soteros

1 comentario:

teresa gamero dijo...

Muy interesante y bonito poner en evidencia el trasunto de celebraccion judia del momento de la TRansfiguración de Ntro. Amantisimo Sñor Jesucrísto