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jueves, 12 de marzo de 2009

III Domingo de Cuaresma - Ciclo B: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré (Juan 2, 13-25)

Publicado por Dominicos.org
Introducción

En la primera lectura, vemos a Yahvé y al pueblo elegido firmar un pacto, una alianza de amigos, no comercial. “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Yahvé, a través del Decálogo, le indica el camino a seguir, para que realmente sea su pueblo, y su comportamiento el de los que “pertenecen a Dios”. No le impone pesadas cargas, le muestra la senda para encontrar la alegría de vivir.

Conocemos que, aunque siempre hubo un resto del pueblo que se mantuvo fiel, con frecuencia, el pueblo de Dios no fue fiel a lo pactado. Entre otros puntos, hubo un fuerte deterioro en lo referente a los sacrificios ofrecidos en el Templo. Los profetas ya alertaron sobre esta desviación. Jesús, en el evangelio de este domingo, quiere dejar las cosas claras y expulsa a los vendedores de animales y cambistas del Templo. El verdadero culto a Dios ha se ir siempre respaldado por el amor real a Dios y al prójimo.

El mismo Jesús, el Cristo crucificado, que predica Pablo, es el vivo ejemplo del auténtico culto a Dios: amar a Dios, cumpliendo su voluntad, y amar a los hermanos, dando la vida por ellos.



Comentario bíblico

La religión verdadera es dar la vida por los otros

* 1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el hombre se encuentran en la Alianza

I.1. La primera lectura es el famoso Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21) y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad. Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.

I.2. Pero, además, es un código en diez Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios, pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.

I.3. Detrás de estas expresiones formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor teología bíblica.

* 2ª Lectura: Iª Corintios (1,22-25): Dios habla desde la sabiduría de la cruz

II.1 La segunda lectura nos propone la sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las “gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz, las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la altura de nuestras propias miserias.

II.2. Pablo habla del Cristo crucificado frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha “abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ése es el único camino donde podemos reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma humano”.

II.3. No obstante, no se trata de la condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía. Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la “pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas que existen en la comunidad de Corinto.

* Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca una religión de vida

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

Fray Miguel de Burgos Núñez




Pautas para la homilía

* No tomar el nombre de Dios en vano

En el texto del Éxodo, nos encontramos con el famoso Decálogo, “los diez mandamientos”. El pueblo acepta ser el pueblo de Dios y éste le indica el camino a seguir para encontrar la liberación y la alegría de vivir. Es un camino donde hay que dar a Dios lo que es de Dios y a los hombres lo que es de los hombres. Tanto a Dios como a los hombres hay que darles amor y nunca ir en contra de ellos, como señala el Decálogo. Desde el principio, vemos a Dios unir para siempre a Dios y al hombre. La mejor manera de agradar a Dios y adorarle es amar al hombre. San Pablo acertó cuando nos dijo que el resumen de la Ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo.

En el Decálogo, Yahvé insiste a los de su pueblo que no pueden tener otro Dios fuera de Él, porque no hay más que un solo Dios. Todos los demás son falsos dioses: “Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos. No te postrarás ante ellos”. ¡Cuantos dolores de cabeza y amarguras del alma nos hubiésemos evitado los judíos y los cristianos respetando y viviendo este primer mandamiento de Dios!

Con frecuencia, el pueblo se fue detrás de dioses falsos. Tampoco hizo caso a Yahvé en otro punto importante: “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”. Esta actitud le llevó a ofrecer sacrificios a Dios, cuando su corazón estaba lejos de Dios. Pensaba que era suficiente ofrecer sacrificios de animales para agradar a Dios. Yahvé protesta contra esta actitud: “¿A mí qué tanto sacrificio vuestro. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones”. En la misma línea, vamos a ver actuar a Jesús en el evangelio de hoy, expulsando del Templo a los vendedores de animales.

* La verdadera religión

La alianza sellada por el pueblo de Israel con Yahvé se fue deteriorando en muchos puntos. Uno de ellos era el culto a Dios. Jesús quiere denunciar este error, esta mentira, para proclamar lo que verdaderamente agrada a Dios, lo que de verdad debemos ofrecer a Dios.

Muchos judíos se conformaban con ofrecer animales a Dios en su Templo, principalmente en la gran fiesta de la Pascua. Con eso pensaban agradar a Dios, aunque luego su vida se alejase de lo que Dios les había mandado. Se había caído en un culto vacío: ofrecer animales, sacrificios… pero el corazón de los oferentes estaba lejos de Dios y lejos de los hombres. Jesús se revela contra esta práctica. Con un gesto inusual en él, expulsa a los animales del Tempo y vuelca las mesas de los cambistas que habían convertido “la casa de mi Padre en un mercado”.

Jesús no anula el culto, la adoración a Dios, pero debe ser otro. El gran homenaje a Dios, el verdadero culto, la verdadera religión, la verdadera relación con Dios, consiste en ofrecer y entregar la propia vida a favor de los hermanos. Consiste en vivir como vivió el mismo Jesús, que vino para servir y no ser servido, que lavó los pies a sus seguidores, y les amó hasta el extremo.

* Predicamos a Cristo crucificado.

San Pablo, por revelación especial, buen conocedor de Cristo, de su vida, muerte y resurrección, ante los griegos, ante los judíos (y nosotros hoy ante los de cualquier cultura que desconozca a Cristo deberemos hacer lo mismo), predica a “Cristo crucificado”, que es un auténtico escándalo para los judíos y una locura para los griegos. Sin embargo, para nosotros es fuerza de Dios, sabiduría de Dios.

Hay que volver a insistir en que al predicar y adorar a Cristo crucificado no estamos exaltando el dolor. Estamos exaltando el gran amor de Cristo hacia toda la humanidad, y dándole gracias porque nos ha enseñado el camino que lleva a vivir con sentido y esperanza nuestra vida terrena, y a la resurrección después de nuestra muerte. Lo que dice Jesús del templo de su cuerpo, “destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, lo podemos decir de todos nosotros, sus seguidores, gracias a la intervención de Dios: “el que resucitó a Cristo también nos resucitará a nosotros”, probando así que el camino de entrega elegido y vivido por Jesús es el mejor camino para vivir la vida humana.

Fray Manuel Santos Sánchez

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