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viernes, 17 de abril de 2009

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: II Domingo de Pascua - Ciclo B

El Señor está con nosotros.

TEMAS Y CONTEXTOS

LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
El pequeño fragmento de los HECHOS DE APÓSTOLES ofrece un "retrato" de la primera comunidad de los creyentes. Se hacen varios de estos retratos en el libro de Lucas. Todos ellos idealizan un tanto la comunidad, puesto que ya conocemos otros textos del mismo libro que muestra las diferencias y aun disensiones dentro de ella. Pero se indica un mensaje claro: los creyentes se sienten llamados a la vida en común, incluso a renunciar a los bienes particulares y ponerlos a disposición de todos, de manera que nadie pasara necesidad. Y en medio de ellos, los TESTIGOS, dando testimonio de la resurrección del Señor. Es decir, "Los Hechos" son "el evangelio de la iglesia", no se limitan a contarnos "hechos", sino a mostrar la "vida en el Espíritu" de la primera comunidad, cómo el Espíritu de Jesús se muestra en ella.

LA PRIMERA CARTA DE JUAN
En el mismo sentido, el fragmento de la carta de Juan da el sentido profundo a todo esto. Presenta la vida resucitada. Por la fe en Jesús nos asomamos a una vida nueva: creemos en el amor de Dios y en el amor como norma de vida, que es el Mandamiento de Dios. Y esto no es una carga pesada, al revés, es una victoria contra "el mundo", es decir, todo lo oscuro y perecedero de la vida. Debemos recordar el contexto polémico de las cartas de Juan: se dirigen a comunidades fuertemente tentadas por el gnosticismo, que presenta a Jesús como una criatura divina pero no humana, y la vida cristiana como carismática y de escasa dimensión ética. Las cartas insisten en la realidad humana de Jesús ( no sólo en agua sino en agua y sangre ), y en la manifestación de la fe en las obras del amor ( si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos ). Una vez más, ser fieles al espíritu de Jesús, sin dejarse llevar por invenciones ajenas al mismo Jesús del que el escritor se siente testigo.

EL EVANGELIO DE JUAN
El Evangelio nos lleva al género histórico tan especial de los relatos de la Resurrección. Sinsolución de continuidad con los relatos de la pasión, - tan fuertemente históricos - se nos siguen narrando los "acontecimientos de aquel fin de semana", interpretados por la fe y con fuerte carácter simbólico. Es conveniente recordar el esquema que sigue Juan en su narración:

Capítulo 19: Muerte y entierro de Jesús
Capítulo 20: Magdalena en el sepulcro. La piedra quitada. Avisa a los apóstoles.
Juan y Pedro en el sepulcro.
Aparición a Magdalena.
Aparición a los Once. No está Tomás.
Repetición a los ocho días. Con Tomás.
Primera conclusión (Éste es el evangelio de hoy)
Capítulo 21: Aparición en Tiberíades.
La pesca infructuosa: Jesús en la orilla.
El primado de Pedro. El destino de Juan.
Segunda conclusión.
Así pues, Juan no recoge más que cuatro apariciones de Jesús: a Magdalena, a todos los apóstoles (sin y con Tomás), al parecer en Jerusalén, y a los Apóstoles (siete en total) en el lago Tiberíades. Como siempre, llama la atención cuántas cosas omite Juan, el mejor testigo. Recordamos sin embargo que lo que Juan recoge es lo que le importa para su gran reflexión sobre Jesús. Y lo que le ha interesado ha sido:
La aparición a Magdalena, la pecadora enamorada de Jesús.
La Misión a los Apóstoles y la confirmación de la Resurrección como realidad "palpable".
La confirmación de Pedro, su destino futuro y el del mismo Juan.
Nuestro evangelio tiene por lo tanto dos partes bastante claras. En la primera, los discípulos están encerrados en casa "por miedo a los judíos". Entonces, simplemente se dice que "Jesús entra y se pone en medio". No se da ningún dato de una "entrada milagrosa", a no ser porque "las puertas estaban cerradas", que debería traducirse mejor por "atrancadas". No se insiste por tanto, aunque se da por conocido, que el Cuerpo de Jesús no es el mismo. Es reconocible, es Él, pero "de otra manera", como ha aparecido con más claridad en la escena anterior, con Magdalena. Esto nos obliga a saltar a la segunda parte de esta escena, ocho días después, con Tomás. Aquí se muestra la realidad física del cuerpo del Resucitado, con las heridas de la Pasión palpables físicamente.


REFLEXIÓN

Por más que nuestra mente "no entienda", debemos ser fieles a los textos. Así se mostraba Jesús resucitado. No es un cuerpo mortal, pero es un cuerpo. Se le puede tocar. Otros evangelistas insisten en que come, precisamente para demostrar a los discípulos que "no es un fantasma". Esto nos obliga a una postura de humildad intelectual. No todo nos resulta comprensible. Y no porque sea absurdo o fantástico, sino porque nuestra mente es limitada. No sabemos nada de cómo es el "más allá de la muerte". Sólo sabemos que detrás de la muerte, Jesús está vivo y puede dejarse ver y tocar. Lo aceptamos, sin comprender del todo. Y damos gracias al incrédulo Tomás y al cronista Juan porque nos han acercado a la realidad de Jesús Resucitado, con las mismas dudas y la misma aceptación, gozosa y avergonzada, de Tomás.
Pero todo ello se hace en un contexto muy intencionado. Es "el primer día de la semana". Y ya conocemos a Juan y sus constantes alusiones al Antiguo Testamento. El primer día. De nuevo nos hallamos ante la imagen de la Creación. Éste sí que es EL DÍA PRIMERO, el comienzo de la Nueva Creación. Están los discípulos reunidos en torno a la mesa (lo puntualizan así los Sinópticos) y "Jesús en medio". Es una clara situación de celebración de la Eucaristía, y del cambio de día, de Sábado a Domingo, en la celebración. Los cristianos en adelante celebrarán solamente la Eucaristía, la fiesta del encuentro, con el Señor en medio, el Señor Resucitado, el Primer día de la Semana.
El saludo de Jesús es igualmente importante. No es el "Shalom" cotidiano, que es un deseo de paz. No se dice "que la paz esté con vosotros", sino que se señala una acción, se constata un hecho. Cristo produce la paz. El es nuestra paz, la paz con Dios, la paz entre nosotros. Hay comunidades que han modificado el saludo; el sacerdote dice “la paz está con vosotros”, y la asamblea responde: “está con nosotros”. (Paralelamente, está muy mal traducido el "Dominus vobiscum" por "El Señor esté con vosotros". El sacerdote no desea sino que proclama y celebra ya de entrada la presencia del Señor en la comunidad. Sería preferible decir: “El Señor está con vosotros”))
Y la paz se traduce en fiesta: "Los discípulos se llenaron de alegría de ver al Señor". Ya se empieza a utilizar sistemáticamente la expresión "el Señor" para designar al Resucitado.
"Dios le ha constituido Señor".
En todo este contexto, Juan recalca ante todo, La Misión. “Como el Padre me envió, así os envío Yo a vosotros”. Es la mejor definición de la iglesia: enviados por Jesús, con su misma misión. Esta misión se define en la línea siguiente: hacer presente el Espíritu, hacer presente la reconciliación del género humano con Dios, su Padre. La comunidad se va a caracterizar en adelante por la presencia del Espíritu de Jesús. Esta es la gran novedad: la comunidad de los creyentes tiene el Espíritu; esto se significa en un gesto de Jesús: "Sopló sobre ellos". Lo mismo que el Creador para hacer del hombre de barro un "ser viviente" (Génesis 2). El Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada. Ya lo expresó Juan en la entrevista de Jesús con Nicodemo: nacer de nuevo, ser del Espíritu, no de la carne.
"Pues habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba". "Porque estamos muertos y enterrados al mundo, y nuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios". Recibir el Espíritu es entrar en el mundo de la Reconciliación, el mundo en que Dios es el Padre, el que ofrece el perdón gratis. Enviados por tanto a manifestar el perdón. "El que me ve, ve a mi Padre". "Como mi Padre me envió, así Yo os envío a vosotros". Es decir, parafraseando un poco, "que el que os vea, me vea a Mí y conozca a mi Padre". No podemos reducir el perdón a la función sacramental. Esta es una, y magnífica, manifestación del perdón. Pero nosotros estamos llamados a vivir en el perdón y a anunciarlo con nuestro modo de vivir.
Finalmente, en el reconocimiento de Tomás se introduce una frase en la que culmina el Evangelio de Juan: "Señor mío y Dios mío". Tomás creía en Jesús de otra manera. La fe de Tomás en Jesús/Mesías/Rey había quizá hecho quiebra, como la de otros discípulos, en la cruz. Ahora, ve y cree. También Juan, cuando entró en el sepulcro vacío, "vio y creyó".
Esto supone el desafío último de nuestra fe en Jesús. Nosotros admitimos de buen grado la cristología de los hechos de los Apóstoles, que leíamos en la segunda lectura del domingo de Resurrección: la recordamos:
"Me refiero a Jesús, el de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el Diablo; porque Dios estaba con él.”
Sí, hasta aquí nuestra fe va tranquila. Pero, tras la resurrección, hay otra fe, la que expresa el Evangelio de Juan.
El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros.
Es la misma fe que ahora expresa Tomás, el final de la fe de Juan. Quizá nosotros no entendemos: nos enfrentamos, una vez más, al misterio que siempre significa para los humanos el contacto con la divinidad. Éste es un tema sobre el que ya meditamos en las fiestas de Navidad, y sobre el que tendremos que meditar más despacio.


PARA NUESTRA ORACIÓN

Enviados, mensajeros, testigos; es la definición de los que formamos la iglesia, un grupo de mujeres y hombres que se sienten enviados, que han aceptado ser mensajeros, que quieren hacer de su vida un testimonio, porque se sienten invadidos por el mismo Espíritu que arrastraba a Jesús, el que le sacó de su casa de Nazaret, el que le llevó a curar y enseñar, el que le empujó hasta le entrega total, hasta tener que morir por esa causa.
Testigos del Espíritu de Jesús: espíritu de fraternidad, de curación, de veracidad, de fidelidad, de servicio … espíritu exigente y alegra a la vez, espíritu filial, responsable y confiado ante su Padre, comprometido y solidario ante sus hermanos. Espíritu lleno de esperanza en el futuro, que se siente en paz con Dios y con todos. Espíritu seguro de la presencia de Dios, comprometido en la bella misión de hacer visible su Presencia.
Pero no podemos olvidar que el Espíritu es visible en el comportamiento de los que siguen a Jesús, en la iglesia. Los textos de Hechos lo muestran con sencilla y desafiante claridad:
“no había indigentes entre ellos”. El primer efecto de la fe en Jesús es elk sentimiento de fraternidad. Los primeros cristianos, antes de llamarse “la iglesia”, se llamaban “los hermanos”. Una vez más, el uso y abuso de las palabras ha desgastado “hermanos”.
“Queridos hermanos” es el saludo normal del sacerdote al empezar la eucaristía. Pero no suele ser más que un tópico. Una de las razones más poderosas para el desgaste de las palabras es el abandono de su carácter metafórico, simbólico. Hablamos de “hermanos en Cristo”, como si se tratase de una mística fraternidad espiritual … Todo se deriva de la invasión de la filosofía, de la metafísica, en la Palabra. Yo no tengo hermanos, soy hijo único, pero los añoro: añoro la complicidad espiritual, el apoyo incondicional, la intimidad única que puede significar la fraternidad. Jesús sí tuvo hermanos y me parece indudable que gozó de la fraternidad, hasta el punto de que su idea de “El Reino” se expresa muy bien como “humanidad fraternal”.
Por eso, en las primeras comunidades no había indigentes. ¿Cómo va a tolerar un buen hermano que a su hermano le falte lo necesario, o que sea tratado injustamente? La terrible expresión de la parábola del Juicio Final, “a Mí me lo hicisteis” , se entiende muy bien en boca de un buen hermano.
El Papa Benedicto, en la Encíclica “Deus Caritas est”, insiste muy especialmente en este tema, y muestra muy bien cómo ha sido históricamente preocupación permanente de la iglesia la atención a los necesitados de la misma iglesia. Lástima que no haya aprovechado la oportunidad para hablar de la Iglesia de hoy, en la cual hay millones de creyentes hambrientos, perseguidos, refugiados, esclavizados … sin que nosotros, la iglesia rica, perdamos ni un minuto de siesta pensando en ellos.
La resurrección es visible solamente si da frutos de fraternidad. Me atrevo a decir más: si, después de estas fiestas de Pascua no ha crecido nuestra capacidad de con-padecer, si no nos hemos sentido llamados a dar de comer al hambriento, si no hemos revisado nuestro presupuesto y lo hemos ajustado para poder socorrer más a nuestros hermanos, es que, por lo menos en nosotros, Jesús no ha resucitado.

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