Publicado por Entra y Verás
El tiempo de la Pascua tiene para los seguidores de Jesús un carácter especial. Es una singular alegría la que nos inunda. Una sonrisa permanente debería adornar nuestros rostros; una sonrisa que brotase de un verdadero encuentro con el Resucitado.
Dice Gloria Fuertes: ¿Qué pasa en este huerto casi muerto? / ¿Qué pasa en este mundo donde me hundo? /¿Qué pasa en este huerto de la Vida / donde se secan todos los frutales / y se nos pudren las sonrisas, / donde no se dan bien las “buenas tardes” / en donde solo medran las hortigas? / ¿Qué pasa en este huerto casi yerto? Quizá lo que nos esté pasando es que nos falte experiencia de encuentro, de renovación con el resucitado.
Algo semejante es lo que le sucede a Tomás. Es incapaz de hacerse a la idea de lo nuevo hasta que tiene experiencia de ello, y cree por propia experiencia. Se encuentra con el verdadero sentido a través del cual, también el evangelista quiere acallar todas las herejías que querían olvidarse del cuerpo, el resucitado es un crucificado que vive, por eso mantiene las llagas en las manos y en el costado. La entrega en la cruz no puede olvidarse o pasarse por alto, la muerte en la cruz encuentra pleno sentido en la resurrección. Eso es lo importante. Y respecto a nosotros lo más importante es que podamos abrirnos a la novedad, a lo que en verdad supone y aporta la resurrección.
Nosotros se supone que somos herederos de ese encuentro, a quienes nos toca ahora llevar el testigo en este mano a mano de la evangelización, de la propagación de esta Buena Nueva que comenzó en boca de las mujeres y que llega hasta nuestros días, pero muchas veces preferimos encerrarnos en la pecera de nuestras rutinas, en la caverna de nuestras manías, en la cámara acorazada de los rituales que dicen asegurarnos la salvación, y no dejamos lugar para que entre el resucitado, para que la atmósfera de nuestros miedos y complejos se transforme en aire de novedad, de cambio, de ver con buenos ojos lo que los tiempos nos van deparando. Si buscamos la paz en el encerramiento, en el esconderse, y lo miramos fríamente, nos encontramos con que en vez de dejar fuera a nuestros enemigos a quien dejamos fuera es a Dios aunque Él sale a nuestro encuentro disfrazado de mil cosas y solo identificable con las gafas de la fe que no son las de la escuadra y el cartabón, ni las de la medalla o el cilicio. Sino las de la vida en el amor al prójimo. Así, nos ofrece la paz y nos llena de alegría sin límite.
Otro matiz que nos presenta el evangelio es el de la duda y en Tomás hemos de vernos representados todos nosotros con nuestras dudas e inseguridades. En ocasiones las dudas nos desaniman e incluso nos atemorizan un poco. Pero las dudas son la salsa de nuestra fe y demuestran que estamos vivos. Lo contrario es una religión muerta, basada en pequeñas píldoras que se convierten en losas. Hablamos de una fe personal ¿cómo puede estar exenta de dudas? De lo que sí tenemos que estar convencidos es que nuestra fe, es una fuente de luz y de alegría en la que no tiene lugar la oscuridad, el miedo sino la paz, que está con nosotros y nos acompaña. A los cristianos no se nos ha facilitado la tarea ineludible de tomar postura ante el sentido de la vida aunque tengamos fe en que Dios resucitó a Jesús.
No dejemos que se pudran nuestras sonrisas, tenemos que ser en el mundo testigos y mensajeros de la resurrección, que esa luz que habita en nosotros con sus rayos de paz ilumine a los que nos rodean. Nuestra primera tarea es dejar entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que dejemos las sospechas y los recelos, las murallas y los refugios. Que cambiemos el olor a sacristía por la frescura de una existencia nueva habitada por el espíritu del resucitado que se hace presente medio de nosotros si estamos dispuestos a recibirlo.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
Dice Gloria Fuertes: ¿Qué pasa en este huerto casi muerto? / ¿Qué pasa en este mundo donde me hundo? /¿Qué pasa en este huerto de la Vida / donde se secan todos los frutales / y se nos pudren las sonrisas, / donde no se dan bien las “buenas tardes” / en donde solo medran las hortigas? / ¿Qué pasa en este huerto casi yerto? Quizá lo que nos esté pasando es que nos falte experiencia de encuentro, de renovación con el resucitado.
Algo semejante es lo que le sucede a Tomás. Es incapaz de hacerse a la idea de lo nuevo hasta que tiene experiencia de ello, y cree por propia experiencia. Se encuentra con el verdadero sentido a través del cual, también el evangelista quiere acallar todas las herejías que querían olvidarse del cuerpo, el resucitado es un crucificado que vive, por eso mantiene las llagas en las manos y en el costado. La entrega en la cruz no puede olvidarse o pasarse por alto, la muerte en la cruz encuentra pleno sentido en la resurrección. Eso es lo importante. Y respecto a nosotros lo más importante es que podamos abrirnos a la novedad, a lo que en verdad supone y aporta la resurrección.
Nosotros se supone que somos herederos de ese encuentro, a quienes nos toca ahora llevar el testigo en este mano a mano de la evangelización, de la propagación de esta Buena Nueva que comenzó en boca de las mujeres y que llega hasta nuestros días, pero muchas veces preferimos encerrarnos en la pecera de nuestras rutinas, en la caverna de nuestras manías, en la cámara acorazada de los rituales que dicen asegurarnos la salvación, y no dejamos lugar para que entre el resucitado, para que la atmósfera de nuestros miedos y complejos se transforme en aire de novedad, de cambio, de ver con buenos ojos lo que los tiempos nos van deparando. Si buscamos la paz en el encerramiento, en el esconderse, y lo miramos fríamente, nos encontramos con que en vez de dejar fuera a nuestros enemigos a quien dejamos fuera es a Dios aunque Él sale a nuestro encuentro disfrazado de mil cosas y solo identificable con las gafas de la fe que no son las de la escuadra y el cartabón, ni las de la medalla o el cilicio. Sino las de la vida en el amor al prójimo. Así, nos ofrece la paz y nos llena de alegría sin límite.
Otro matiz que nos presenta el evangelio es el de la duda y en Tomás hemos de vernos representados todos nosotros con nuestras dudas e inseguridades. En ocasiones las dudas nos desaniman e incluso nos atemorizan un poco. Pero las dudas son la salsa de nuestra fe y demuestran que estamos vivos. Lo contrario es una religión muerta, basada en pequeñas píldoras que se convierten en losas. Hablamos de una fe personal ¿cómo puede estar exenta de dudas? De lo que sí tenemos que estar convencidos es que nuestra fe, es una fuente de luz y de alegría en la que no tiene lugar la oscuridad, el miedo sino la paz, que está con nosotros y nos acompaña. A los cristianos no se nos ha facilitado la tarea ineludible de tomar postura ante el sentido de la vida aunque tengamos fe en que Dios resucitó a Jesús.
No dejemos que se pudran nuestras sonrisas, tenemos que ser en el mundo testigos y mensajeros de la resurrección, que esa luz que habita en nosotros con sus rayos de paz ilumine a los que nos rodean. Nuestra primera tarea es dejar entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que dejemos las sospechas y los recelos, las murallas y los refugios. Que cambiemos el olor a sacristía por la frescura de una existencia nueva habitada por el espíritu del resucitado que se hace presente medio de nosotros si estamos dispuestos a recibirlo.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
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