Por CAMINO MISIONERO
"Id por todo el Mundo anunciando el Evangelio"
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20
"Id por todo el Mundo anunciando el Evangelio"Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán» .
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
La fiesta de la ascensión del Señor no es de los primeros siglos de la Iglesia, como podría suponerse, sino que recién a mediados del siglo IV comienzan a aparecer testimonios sobre su existencia. Será San Juan Crisóstomo quien la describirá como una fiesta universal, ya individualizada de Pentecostés. Muy probablemente, el recuerdo de la ascensión estuvo asociado, al principio, con la efusión del Espíritu Santo, como culminación del tiempo pascual. Luego, al separar las fiestas, se tomó el sentido pedagógico y catequético de las mismas, siguiendo el esquema del evangelista Lucas en los primeros dos capítulos de los Hechos de los Apóstoles. La ascensión, entonces, es a los cuarenta días del acontecimiento pascual, y Pentecostés a los cincuenta.
Es necesario recalcar el aspecto pedagógico de la fiesta, tanto como el aspecto pedagógico del relato de Hechos. Cuando Jesús resucitó, ascendió a los cielos. La resurrección no puede ser separada de la ascensión en la historia, pero sí para nuestro entendimiento, para que comprendamos la importancia de un Jesús glorificado que es Dios, que es Señor del Universo, y que está sentado a la derecha del Padre. Con la ascensión se cierra el período de las apariciones, y se cierra el depósito de fe de los testigos de Jesús. La ascensión remarca el señorío del Mesías, su posición al lado del Padre, su condición divina. Pero al mismo tiempo que celebramos la entronización de Jesús, asumimos la responsabilidad de una misión que nos obliga a la mayoría de edad como Iglesia. Los discípulos que quedan privados de la presencia física del Maestro son los continuadores de su obra, asumiendo un desafío que puede culminar también en la cruz, pero con la esperanza certera de Jesús que nos precedió en la resurrección y en la vida eterna junto a Dios.
Lo que leemos hoy en la liturgia son los versículos finales del Evangelio según Marcos. Como explicamos el sábado de gloria, la parte original de Marcos culmina en Mc. 16, 8, con el relato del sepulcro vacío, y lo siguiente (Mc. 16, 9-20) es una adición posterior, probablemente de la mitad del siglo II, pero que la Iglesia reconoce como Palabra inspirada. Este trozo llamado final largo, es evidentemente de un autor distinto al del resto del Evangelio. En primer lugar porque el versículo 9 no conecta bien con el 8, y se percibe un salto propio de un agregado. En segundo lugar, porque el vocabulario utilizado es distinto. Algunos estudiosos sostienen que este final largo se compuso resumiendo las apariciones que contenían los Evangelios según Mateo, Lucas y Juan. Otros postulan que las tradiciones narradas son anteriores a los cuatro evangelistas, y quien realizó el agregado no resumió nada, sino que narró parte del acervo de fe de las primeras comunidades. Sea de la forma que fuese, es prudente entender este cambio de autor para interpretar cualquier pasaje entre Mc. 16, 9 y Mc. 16, 20, pues ya no hablamos de la intención de Marcos ni de la comunidad marquiana a la que respondían los primeros 15 capítulos y los ocho versículos del capítulo 16.
Hecha la aclaración, veamos las características propias del envío misionero en esta perícopa. En primer lugar, el desafío es llegar a toda la creación, a todo lo creado. Para nosotros, hoy, el envío hasta suena ecológico, entendiendo que la Buena Noticia lo afecta todo, no sólo al hombre o a la mujer, sino al universo completo, el cual se ve renovado por la resurrección. No sabemos si el texto original fue escrito ecológicamente, pero de una u otra manera expresa el poder del Evangelio que lo afecta todo, que es transformación de las cosas. Esto denota una teología más avanzada que la de los primeros años del cristianismo; una teología en la que el pecado del hombre se entiende ya como una alteración de las cosas creadas, un atentado contra la Creación perfecta y buena del Padre; es el Hijo quien viene a restaurar no sólo al pecador, sino también a todo aquello que se vio afectado por el pecado. Hasta lo más inerte se metamorfosea con la luz de la Pascua. A esta predicación universalista añade Jesús una serie de señales que acompañarán a los que crean, no precisamente a los evangelizadores. Tradicionalmente se interpreta que el Resucitado promete a los apóstoles estas ayudas para su ministerio, pero lo cierto es que la frase las presenta como situaciones que estarán allí, al lado de cada ser humano que acepte la Buena Noticia, al lado de cada convertido. Estos signos no deben tomarse desde la literalidad, ni siquiera como expresión de milagrería. Detrás de los signos hay un significado, y por eso el Evangelio los llama semeion, no milagros. En griego, semeion significa señal o marca. Aquí, los signos mencionados en el envío son cinco (expulsión de los demonios, hablar en lenguas, tomar serpientes en las manos, beber veneno y no sufrir daño, sanar a los enfermos). En Mc. 6, 13, cuando los discípulos son enviados de dos en dos (cf. Mc. 6, 7), los signos son menos: la expulsión de los demonios y la curación de los enfermos. El final largo ha añadido, entonces, a los signos clásicos de Marcos, otros tres.
- Expulsión de los demonios: este signo lo hallamos en el relato original de Marcos (Mc. 6, 13) y en el agregado posterior (Mc. 16, 17). El exorcismo era una actividad típica del ministerio de Jesús en Galilea (cf. Mc. 1, 23-26.34.39). Que los discípulos puedan realizar la misma actividad que su Maestro es señal de autoridad, de un poder que se les ha conferido. Este poder expresado en el exorcismo es uno de los temas que Marcos ha retomado en momentos clave en su relato. Los escribas, por ejemplo, acusan a Jesús de expulsar demonios en nombre del príncipe de los demonios (cf. Mc. 3, 22), queriendo decir que el poder o la autoridad de Él proviene de una fuerza maligna, no de Dios. Y en la institución de los Doce, una de las notas características es el poder de expulsar demonios con que se los reviste (cf. Mc. 3, 15). Evidentemente, exorcizar es tener una autoridad que viene de alguien mayor. Jesús asegura que su poder proviene de Dios Padre. Los escribas dicen que su poder viene de Beelzebul. Los discípulos reciben el poder de Jesucristo. El valor de este signo que acompaña a los que creen es que denota a quienes pertenecen. Si expulsan demonios, lo hacen porque son discípulos de Jesús.
- Lenguas nuevas: el hablar en lenguas es ajeno al Evangelio según Marcos, sin encontrar referencias concretas. Será Pablo en su Primera Carta a los Corintios y los Hechos de los Apóstoles quienes explicitarán el tema. Podemos suponer que, de alguna manera, el talante teológico del redactor del final largo es cercano a la escuela paulina, y probablemente a los discípulos de dicha escuela, entre ellos el evangelista Lucas. En los Hechos, el hablar en lenguas es signo de la llegada del Espíritu Santo. En Hch. 2, 4 está referido al Pentecostés de la comunidad apostólica, en Hch. 10, 46 Pedro reconoce que los gentiles recibieron el Espíritu Santo al oír cómo hablan en lenguas, y en Hch. 19, 6 unos efesios reciben el bautismo de manos de Pablo y también hablan en lenguas cuando viene sobre ellos el Espíritu Santo. La relación entre glosolalia y bautismo es clara. El signo que acompaña a los que creen es lo que certifica su bautismo. Hablan en lenguas porque el Espíritu Santo los ha invadido.
- Agarrar serpientes con las manos: en este tema tampoco hay referencia dentro del relato original marquiano. Quizás, la clave para entender este signo provenga, nuevamente, de Lucas. En Lc. 10, 19 leemos: “Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño”. La señal del poder sobre el enemigo es, para Lucas, poder pisar las serpientes sin sufrir daño. En lo que parece ser una re-elaboración del concepto, el autor del final largo asegura que los que creen pueden no sólo pisar las serpientes, sino agarrarlas con las manos. La serpiente es, tradicionalmente, el símbolo del mal, de la oposición a Dios, al proyecto salvífico. Los creyentes son capaces de anular esa oposición maligna, y son capaces de vencer en esa lucha. El signo que acompaña a los que creen es la derrota del mal. Los discípulos agarran serpientes con la mano porque el mal ha sido vencido y ya no tiene efecto sobre los que aceptan la Buena Noticia.
- Tomar veneno: el tercer signo de esta enumeración que no halla resonancia en el resto de Marcos es el del veneno. Si retomamos la cita anterior de Lucas podríamos hacer un esfuerzo por relacionar las serpientes y los escorpiones con el veneno, en cuyo caso tendríamos un nuevo signo del mal que es derrotado por los creyentes. Del mismo modo, para ciertas citas del Antiguo Testamento como Job. 6, 4 ó Sal. 140, 4, la palabra veneno tiene una connotación dolorosa, como una situación o palabra que hiere, que lastima. El maligno, en cierto sentido, intenta lastimar a los creyentes, intenta envenenarlos dolorosamente. Si podemos tomar veneno y sobrevivir, entonces tenemos un poder contra la tribulación del mal. El signo que acompaña a los creyentes es la superación de las amarguras o sinsabores del mal. Los discípulos beben veneno y no les hace daño porque las tribulaciones son superadas en Jesucristo.
- Imponer las manos y sanar: en este último signo volvemos a la concordancia entre el añadido y el original de Marcos. La imposición de las manos acompaña los exorcismos de Jesús. Las sanaciones complementan la acción anti-demoníaca del Maestro. Con sus manos restaura la salud física (cf. Mc. 5, 23; Mc. 6, 2.5; Mc. 8, 23). Nuevamente, si los discípulos pueden sanar como Jesús, significa que tienen el poder de Jesús, y que continúan su obra de restauración de la Creación, derrotando la enfermedad. A ellos traerán las gentes sus penas y miserias como lo hacían con el Maestro (cf. Mc. 1, 32; Mc. 6, 55-56). Si la enfermedad es producto del pecado, según la mentalidad judía, la sanación es producto de la acción divina, de lo bueno que vence a lo malo. El signo de la curación es la continuación de la misión del Hijo, es la Buena Noticia que transforma lo que el pecado deformó. Los discípulos imponen las manos y sanan porque predican la misma Buena Noticia que Jesús.
Así podemos interpretar que las señales que acompañan al que cree son signos de una realidad más profunda. El exorcismo es el poder y la autoridad de Jesús con que nos revestimos, el hablar en lenguas es el Espíritu Santo que hemos recibido, agarrar serpientes con la mano es la derrota del maligno, beber veneno es la superación de las tribulaciones del mal, y curar enfermos es continuar la obra restauradora de la Creación iniciada por Jesús. Este elenco simbólico, más que una promesa del Resucitado a la Iglesia, es una aseveración de la condición de los creyentes y de las características intrínsecas de quien acoge la Buena Noticia. No se trata de súper-poderes para algunos, sino de realidades trascendentes para todos los creyentes. El elenco simbólico es aquello que queda en la Iglesia cuando su Señor ya no está con Ella físicamente.
El versículo 19 de la cita de hoy contiene tres elementos referentes a la ascensión. En primer lugar, se le otorga a Jesús el título de Señor, título de realeza y de posición superior. Luego se habla de su elevación al cielo, o sea, su ingreso a la gloria divina, a la morada de Dios, consecuencia de su resurrección. Finalmente, se afirma como credo que está sentado a la derecha de Dios, estableciendo así su divinidad. La ascensión es un relato de entronización, del Cristo Rey. Y es también el cierre de una etapa en la historia de la salvación (la etapa de Jesús en la tierra físicamente) para pasar a la etapa del Espíritu Santo que guía a la Iglesia. Aquí estamos nosotros. El Señor es el Rey del Universo, pero ha ascendido y en muchísimas partes del mundo aún no hay Reino instaurado, aún persiste la violencia y la opresión, la esclavitud y los males. La Iglesia vive la tensión de la ausencia física del Señor que es presencia espiritual, de un Espíritu Santo que la acompaña, pero es invisible. La ascensión es el gozo de la entronización de nuestro Rey, pero es también un compromiso gigante con la historia. A ese compromiso alienta la lectura de hoy presentando el elenco simbólico del discípulo, los signos/realidades de la evangelización, que no han pasado de moda, que no son cosa de los antiguos.
El exorcismo/autoridad es el poder del misionero, pero no poder opresor, sino poder liberador. Es el poder de anunciar una Buena Noticia que salva, y así exorcizar los demonios de la soledad, de la angustia, de la tristeza, de la desesperanza, del odio. Hablar en lenguas/ser bautizado en el Espíritu Santo es la clave ontológica del misionero, nacido de nuevo, del agua y del Espíritu, sumergido con el Cristo en la cruz de la muerte y resucitado con Él saliendo de las aguas. Es hablar en lenguas para ser entendido por todos con el lenguaje del amor, el lenguaje universal. Es reconocer la obra invisible, pero certera, de Aquel que sopla donde quiere. Agarrar serpientes/vencer el mal es la fortaleza misionera que no proviene del desarrollo muscular ni de una mente prodigiosa, sino de la victoria pascual que continúa actuando en la historia, que nos sostiene, que nos hace vencedores antes que lo sospechemos, antes de la lucha. La Pascua es un baluarte para la evangelización, porque allí reposa la fe, allí reposa el Reino, allí reposamos nosotros. Tomar veneno/vencer la tribulación es un aliento para el misionero, para el terreno inhóspito que le toca recorrer, para las trabas del mundo, para las trabas que a veces se asoman desde la institución eclesial, para el desgano y las decepciones. Cuando corre por nosotros la savia de la vida nueva, parece ilógico temer la muerte. Las curaciones/restauraciones es lo que sucede alrededor del misionero cuando se deja invadir por la Buena Noticia, porque su existir restaurado transforma el entorno. Llevar la Buena Noticia a toda la Creación es dejarse enseñar por la actitud del Maestro, por la novedad de su Evangelio que modifica lo que el pecado deformó para hacerlo pleno.
Al contrario de lo que puede parecernos, no hacemos la misión sin el Señor. El elenco simbólico que nos acompaña es la señal clara de Dios. Quizás, por no saber leer los signos, nos sentimos solos o abandonados. Quizás, esperando realizar exorcismos, esperando el don de hablar en lenguas, esperando la desaparición de la muerte y la enfermedad, nos hemos perdido del poder transformador que convierte las vidas, del trabajo fino del Espíritu Santo en los corazones, de los miles y miles de santos que superaron y superan las tribulaciones amparados en la esperanza cristiana, de los mártires que entendieron la muerte como testimonio, de aquel hermano que “había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc. 15, 32).
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán» .
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
La fiesta de la ascensión del Señor no es de los primeros siglos de la Iglesia, como podría suponerse, sino que recién a mediados del siglo IV comienzan a aparecer testimonios sobre su existencia. Será San Juan Crisóstomo quien la describirá como una fiesta universal, ya individualizada de Pentecostés. Muy probablemente, el recuerdo de la ascensión estuvo asociado, al principio, con la efusión del Espíritu Santo, como culminación del tiempo pascual. Luego, al separar las fiestas, se tomó el sentido pedagógico y catequético de las mismas, siguiendo el esquema del evangelista Lucas en los primeros dos capítulos de los Hechos de los Apóstoles. La ascensión, entonces, es a los cuarenta días del acontecimiento pascual, y Pentecostés a los cincuenta.
Es necesario recalcar el aspecto pedagógico de la fiesta, tanto como el aspecto pedagógico del relato de Hechos. Cuando Jesús resucitó, ascendió a los cielos. La resurrección no puede ser separada de la ascensión en la historia, pero sí para nuestro entendimiento, para que comprendamos la importancia de un Jesús glorificado que es Dios, que es Señor del Universo, y que está sentado a la derecha del Padre. Con la ascensión se cierra el período de las apariciones, y se cierra el depósito de fe de los testigos de Jesús. La ascensión remarca el señorío del Mesías, su posición al lado del Padre, su condición divina. Pero al mismo tiempo que celebramos la entronización de Jesús, asumimos la responsabilidad de una misión que nos obliga a la mayoría de edad como Iglesia. Los discípulos que quedan privados de la presencia física del Maestro son los continuadores de su obra, asumiendo un desafío que puede culminar también en la cruz, pero con la esperanza certera de Jesús que nos precedió en la resurrección y en la vida eterna junto a Dios.
Lo que leemos hoy en la liturgia son los versículos finales del Evangelio según Marcos. Como explicamos el sábado de gloria, la parte original de Marcos culmina en Mc. 16, 8, con el relato del sepulcro vacío, y lo siguiente (Mc. 16, 9-20) es una adición posterior, probablemente de la mitad del siglo II, pero que la Iglesia reconoce como Palabra inspirada. Este trozo llamado final largo, es evidentemente de un autor distinto al del resto del Evangelio. En primer lugar porque el versículo 9 no conecta bien con el 8, y se percibe un salto propio de un agregado. En segundo lugar, porque el vocabulario utilizado es distinto. Algunos estudiosos sostienen que este final largo se compuso resumiendo las apariciones que contenían los Evangelios según Mateo, Lucas y Juan. Otros postulan que las tradiciones narradas son anteriores a los cuatro evangelistas, y quien realizó el agregado no resumió nada, sino que narró parte del acervo de fe de las primeras comunidades. Sea de la forma que fuese, es prudente entender este cambio de autor para interpretar cualquier pasaje entre Mc. 16, 9 y Mc. 16, 20, pues ya no hablamos de la intención de Marcos ni de la comunidad marquiana a la que respondían los primeros 15 capítulos y los ocho versículos del capítulo 16.
Hecha la aclaración, veamos las características propias del envío misionero en esta perícopa. En primer lugar, el desafío es llegar a toda la creación, a todo lo creado. Para nosotros, hoy, el envío hasta suena ecológico, entendiendo que la Buena Noticia lo afecta todo, no sólo al hombre o a la mujer, sino al universo completo, el cual se ve renovado por la resurrección. No sabemos si el texto original fue escrito ecológicamente, pero de una u otra manera expresa el poder del Evangelio que lo afecta todo, que es transformación de las cosas. Esto denota una teología más avanzada que la de los primeros años del cristianismo; una teología en la que el pecado del hombre se entiende ya como una alteración de las cosas creadas, un atentado contra la Creación perfecta y buena del Padre; es el Hijo quien viene a restaurar no sólo al pecador, sino también a todo aquello que se vio afectado por el pecado. Hasta lo más inerte se metamorfosea con la luz de la Pascua. A esta predicación universalista añade Jesús una serie de señales que acompañarán a los que crean, no precisamente a los evangelizadores. Tradicionalmente se interpreta que el Resucitado promete a los apóstoles estas ayudas para su ministerio, pero lo cierto es que la frase las presenta como situaciones que estarán allí, al lado de cada ser humano que acepte la Buena Noticia, al lado de cada convertido. Estos signos no deben tomarse desde la literalidad, ni siquiera como expresión de milagrería. Detrás de los signos hay un significado, y por eso el Evangelio los llama semeion, no milagros. En griego, semeion significa señal o marca. Aquí, los signos mencionados en el envío son cinco (expulsión de los demonios, hablar en lenguas, tomar serpientes en las manos, beber veneno y no sufrir daño, sanar a los enfermos). En Mc. 6, 13, cuando los discípulos son enviados de dos en dos (cf. Mc. 6, 7), los signos son menos: la expulsión de los demonios y la curación de los enfermos. El final largo ha añadido, entonces, a los signos clásicos de Marcos, otros tres.
- Expulsión de los demonios: este signo lo hallamos en el relato original de Marcos (Mc. 6, 13) y en el agregado posterior (Mc. 16, 17). El exorcismo era una actividad típica del ministerio de Jesús en Galilea (cf. Mc. 1, 23-26.34.39). Que los discípulos puedan realizar la misma actividad que su Maestro es señal de autoridad, de un poder que se les ha conferido. Este poder expresado en el exorcismo es uno de los temas que Marcos ha retomado en momentos clave en su relato. Los escribas, por ejemplo, acusan a Jesús de expulsar demonios en nombre del príncipe de los demonios (cf. Mc. 3, 22), queriendo decir que el poder o la autoridad de Él proviene de una fuerza maligna, no de Dios. Y en la institución de los Doce, una de las notas características es el poder de expulsar demonios con que se los reviste (cf. Mc. 3, 15). Evidentemente, exorcizar es tener una autoridad que viene de alguien mayor. Jesús asegura que su poder proviene de Dios Padre. Los escribas dicen que su poder viene de Beelzebul. Los discípulos reciben el poder de Jesucristo. El valor de este signo que acompaña a los que creen es que denota a quienes pertenecen. Si expulsan demonios, lo hacen porque son discípulos de Jesús.
- Lenguas nuevas: el hablar en lenguas es ajeno al Evangelio según Marcos, sin encontrar referencias concretas. Será Pablo en su Primera Carta a los Corintios y los Hechos de los Apóstoles quienes explicitarán el tema. Podemos suponer que, de alguna manera, el talante teológico del redactor del final largo es cercano a la escuela paulina, y probablemente a los discípulos de dicha escuela, entre ellos el evangelista Lucas. En los Hechos, el hablar en lenguas es signo de la llegada del Espíritu Santo. En Hch. 2, 4 está referido al Pentecostés de la comunidad apostólica, en Hch. 10, 46 Pedro reconoce que los gentiles recibieron el Espíritu Santo al oír cómo hablan en lenguas, y en Hch. 19, 6 unos efesios reciben el bautismo de manos de Pablo y también hablan en lenguas cuando viene sobre ellos el Espíritu Santo. La relación entre glosolalia y bautismo es clara. El signo que acompaña a los que creen es lo que certifica su bautismo. Hablan en lenguas porque el Espíritu Santo los ha invadido.
- Agarrar serpientes con las manos: en este tema tampoco hay referencia dentro del relato original marquiano. Quizás, la clave para entender este signo provenga, nuevamente, de Lucas. En Lc. 10, 19 leemos: “Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño”. La señal del poder sobre el enemigo es, para Lucas, poder pisar las serpientes sin sufrir daño. En lo que parece ser una re-elaboración del concepto, el autor del final largo asegura que los que creen pueden no sólo pisar las serpientes, sino agarrarlas con las manos. La serpiente es, tradicionalmente, el símbolo del mal, de la oposición a Dios, al proyecto salvífico. Los creyentes son capaces de anular esa oposición maligna, y son capaces de vencer en esa lucha. El signo que acompaña a los que creen es la derrota del mal. Los discípulos agarran serpientes con la mano porque el mal ha sido vencido y ya no tiene efecto sobre los que aceptan la Buena Noticia.
- Tomar veneno: el tercer signo de esta enumeración que no halla resonancia en el resto de Marcos es el del veneno. Si retomamos la cita anterior de Lucas podríamos hacer un esfuerzo por relacionar las serpientes y los escorpiones con el veneno, en cuyo caso tendríamos un nuevo signo del mal que es derrotado por los creyentes. Del mismo modo, para ciertas citas del Antiguo Testamento como Job. 6, 4 ó Sal. 140, 4, la palabra veneno tiene una connotación dolorosa, como una situación o palabra que hiere, que lastima. El maligno, en cierto sentido, intenta lastimar a los creyentes, intenta envenenarlos dolorosamente. Si podemos tomar veneno y sobrevivir, entonces tenemos un poder contra la tribulación del mal. El signo que acompaña a los creyentes es la superación de las amarguras o sinsabores del mal. Los discípulos beben veneno y no les hace daño porque las tribulaciones son superadas en Jesucristo.
- Imponer las manos y sanar: en este último signo volvemos a la concordancia entre el añadido y el original de Marcos. La imposición de las manos acompaña los exorcismos de Jesús. Las sanaciones complementan la acción anti-demoníaca del Maestro. Con sus manos restaura la salud física (cf. Mc. 5, 23; Mc. 6, 2.5; Mc. 8, 23). Nuevamente, si los discípulos pueden sanar como Jesús, significa que tienen el poder de Jesús, y que continúan su obra de restauración de la Creación, derrotando la enfermedad. A ellos traerán las gentes sus penas y miserias como lo hacían con el Maestro (cf. Mc. 1, 32; Mc. 6, 55-56). Si la enfermedad es producto del pecado, según la mentalidad judía, la sanación es producto de la acción divina, de lo bueno que vence a lo malo. El signo de la curación es la continuación de la misión del Hijo, es la Buena Noticia que transforma lo que el pecado deformó. Los discípulos imponen las manos y sanan porque predican la misma Buena Noticia que Jesús.
Así podemos interpretar que las señales que acompañan al que cree son signos de una realidad más profunda. El exorcismo es el poder y la autoridad de Jesús con que nos revestimos, el hablar en lenguas es el Espíritu Santo que hemos recibido, agarrar serpientes con la mano es la derrota del maligno, beber veneno es la superación de las tribulaciones del mal, y curar enfermos es continuar la obra restauradora de la Creación iniciada por Jesús. Este elenco simbólico, más que una promesa del Resucitado a la Iglesia, es una aseveración de la condición de los creyentes y de las características intrínsecas de quien acoge la Buena Noticia. No se trata de súper-poderes para algunos, sino de realidades trascendentes para todos los creyentes. El elenco simbólico es aquello que queda en la Iglesia cuando su Señor ya no está con Ella físicamente.
El versículo 19 de la cita de hoy contiene tres elementos referentes a la ascensión. En primer lugar, se le otorga a Jesús el título de Señor, título de realeza y de posición superior. Luego se habla de su elevación al cielo, o sea, su ingreso a la gloria divina, a la morada de Dios, consecuencia de su resurrección. Finalmente, se afirma como credo que está sentado a la derecha de Dios, estableciendo así su divinidad. La ascensión es un relato de entronización, del Cristo Rey. Y es también el cierre de una etapa en la historia de la salvación (la etapa de Jesús en la tierra físicamente) para pasar a la etapa del Espíritu Santo que guía a la Iglesia. Aquí estamos nosotros. El Señor es el Rey del Universo, pero ha ascendido y en muchísimas partes del mundo aún no hay Reino instaurado, aún persiste la violencia y la opresión, la esclavitud y los males. La Iglesia vive la tensión de la ausencia física del Señor que es presencia espiritual, de un Espíritu Santo que la acompaña, pero es invisible. La ascensión es el gozo de la entronización de nuestro Rey, pero es también un compromiso gigante con la historia. A ese compromiso alienta la lectura de hoy presentando el elenco simbólico del discípulo, los signos/realidades de la evangelización, que no han pasado de moda, que no son cosa de los antiguos.
El exorcismo/autoridad es el poder del misionero, pero no poder opresor, sino poder liberador. Es el poder de anunciar una Buena Noticia que salva, y así exorcizar los demonios de la soledad, de la angustia, de la tristeza, de la desesperanza, del odio. Hablar en lenguas/ser bautizado en el Espíritu Santo es la clave ontológica del misionero, nacido de nuevo, del agua y del Espíritu, sumergido con el Cristo en la cruz de la muerte y resucitado con Él saliendo de las aguas. Es hablar en lenguas para ser entendido por todos con el lenguaje del amor, el lenguaje universal. Es reconocer la obra invisible, pero certera, de Aquel que sopla donde quiere. Agarrar serpientes/vencer el mal es la fortaleza misionera que no proviene del desarrollo muscular ni de una mente prodigiosa, sino de la victoria pascual que continúa actuando en la historia, que nos sostiene, que nos hace vencedores antes que lo sospechemos, antes de la lucha. La Pascua es un baluarte para la evangelización, porque allí reposa la fe, allí reposa el Reino, allí reposamos nosotros. Tomar veneno/vencer la tribulación es un aliento para el misionero, para el terreno inhóspito que le toca recorrer, para las trabas del mundo, para las trabas que a veces se asoman desde la institución eclesial, para el desgano y las decepciones. Cuando corre por nosotros la savia de la vida nueva, parece ilógico temer la muerte. Las curaciones/restauraciones es lo que sucede alrededor del misionero cuando se deja invadir por la Buena Noticia, porque su existir restaurado transforma el entorno. Llevar la Buena Noticia a toda la Creación es dejarse enseñar por la actitud del Maestro, por la novedad de su Evangelio que modifica lo que el pecado deformó para hacerlo pleno.
Al contrario de lo que puede parecernos, no hacemos la misión sin el Señor. El elenco simbólico que nos acompaña es la señal clara de Dios. Quizás, por no saber leer los signos, nos sentimos solos o abandonados. Quizás, esperando realizar exorcismos, esperando el don de hablar en lenguas, esperando la desaparición de la muerte y la enfermedad, nos hemos perdido del poder transformador que convierte las vidas, del trabajo fino del Espíritu Santo en los corazones, de los miles y miles de santos que superaron y superan las tribulaciones amparados en la esperanza cristiana, de los mártires que entendieron la muerte como testimonio, de aquel hermano que “había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc. 15, 32).




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