Por José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.
T E X T O S
DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA (1,13 - 2,25)No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera… Pero los impíos ... se dicen discurriendo desacertadamente: corta es y triste nuestra vida; no hay remedio en la muerte del hombre ni se sabe de nadie que haya vuelto del Hades ... Venid, pues, y disfrutemos de los bienes presentes, gocemos de las criaturas con el ardor de la juventud. ….
Oprimamos al justo pobre, no perdonemos a la viuda, no respetemos las canas llenas de años del anciano … Así discurren, pero se equivocan; los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan recompensa por la santidad ni creen en el premio de las almas intachables. Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza …
DE LA SEGUNDA CARTA DE PABLO A LOS CORINTIOS (8; 7-15)
Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la sinceridad de vuestra caridad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces, se trata de nivelar. En el momento actual nuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá nivelación. Es lo que dice la Escritura: “Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”.
DEL EVANGELIO DE MARCOS ( 5; 21-43)
Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.» Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. …. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.» Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro? » Jesús oyó lo que decían y dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta con que tengas fe”…... Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que dieran de comer a la niña.
TEMAS Y CONTEXTOS
EL LIBRO DE LA SABIDURÍA
Es el último de los “libros Sapienciales”, y el último de los escritos del AT, escrito quizá a principios del siglo primero. Algunos autores llegan a pensar que es contemporáneo de Jesús. No está incluido en el canon hebreo. La Iglesia lo ha tenido siempre en mucho aprecio, y se lee frecuentemente en la Eucaristía. Como todos los libros sapienciales, “sabiduría” es saber vivir, aplicar la Palabra de Dios a la vida, obrar sensatamente según la voluntad de Dios. El texto que hoy leemos es magnífico, y nos ofrece una doble reflexión: Dios no quiere la muerte, sino la vida, para eso lo ha creado todo; se engañan los impíos al pensar que todo acaba aquí y por tanto lo único que importa es disfrutar.
Me llama la atención la palabra “impíos”, sobre todo aplicándola a nosotros hoy. Entiendo por “nosotros” a la sociedad del primer mundo, de occidente, del Norte o como se quiera llamar, que se dice (nos decimos) seguidores de Jesús, pero que sentimos la muerte como el desastre definitivo y aspiramos ante todo ante la felicidad efímera del consumo. Es decir, impíos.
Son temas que por una parte nos llenan de esperanza y de vergüenza y, por otra, animan a una vida regida por los criterios de Jesus, dirigida al Vida Definitiva.
LA CARTA A LOS CORINTIOS
Pablo ha organizado una colecta a favor de los hermanos de Jerusalén, que están pasando penurias económicas. En estas líneas, exhorta a los hermanos de Corinto a que sean generosos. El tema no tiene relación directa con los otros dos textos, pero en el contexto de nuestra sociedad actual de occidente surge una conexión sorprendente: el ideal de vida de buena parte de nuestra sociedad, que se manifiesta en la juventud de manera estrepitosa pero reside en todas las edades, de formas más refinadas y menos espectaculares (a veces) muestra la conexión profunda de las actitudes: poner la meta de la vida en disfrutar de lo inmediato y desinteresarse de los problemas ajenos. La palabra “nivelar” se queda corta. Jesús hablará de sentir como propios los problemas de los demás. Y en las primeras comunidades “nadie considerada como propios a sus bienes” sino que los ponían a disposición de la comunidad de manera que “no había entre ellos ningún indigente”.
EL EVANGELIO DE MARCOS
Se relatan dos sucesos que, al parecer, ocurrieron juntos, puesto que en los tres Sinópticos se relatan entrelazados (Mateo 9, Lucas 8). El relato forma parte de la actividad de Jesús, que pasa por toda Galilea curando a los enfermos, de tal modo que su fama se hace enorme, y acuden a él de todas partes. Es notable la diferencia entre la gente normal, que lleva sus enfermos a Jesús, y la gente importante, que le pide que acuda a su casa y los cure. Pero Jesús no se niega a nadie.
El relato de la mujer que toca la orla del manto de Jesús es bastante misterioso, y tiene ciertos ribetes semi-mágicos que nos sorprenden. Muy probablemente estamos en presencia de una amplificación semi-legendaria. La actividad de sanador de Jesús le dio fama indiscutible, y sus “hazañas” fueron sin duda engrandecidas al ser repetidas de boca en boca. El evangelista transcribe sin embargo el relato por su contenido, tan importante: el poder de la fe.
REFLEXIÓN
Dos temas importantes en estas lecturas: el Dios de la Vida y el poder de la fe.
Una interpretación ingenua y superficial de los milagros de Jesús tiende a entenderlos como manifestaciones del poder divino. Con ellos demuestra Jesús su naturaleza divina. No es suficiente, ni es esa la intención de los evangelistas. Jesús cura porque en él está el Espíritu, porque se parece a su Padre, que es compasivo, que es el Médico, que es el que nos ha creado para la vida y la salud. Lo más importante de los milagros no es que se manifiesta un poder sino qué poder se manifiesta: el poder de sanar. La acción de Jesús muestra lo acertado del Libro de la Sabiduría: No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera… El Dios de Jesús es un padre que crea por amor, no un ingeniero que fabrica para exhibir poder. El Dios de Jesús es un padre que engendra y trabaja por sacar adelante a sus hijos. Éste es el fundamento primero de nuestra confianza en Dios.
No pocas personas piensan en un dios lejano, creador hace miles de años, ausente durante nuestra vida, que espera al final como un juez implacable. No es ése el Dios que vemos en Jesús. Es una madre que sueña en tener hijos porque a ello le empuja el amor. No ama a los hijos que ya tiene y conoce, sino que engendra porque ama de antemano. Y no los abandona: trabaja por sacarlos adelante, los alimenta, los cura, los corrige. Y prepara un banquete para ellos cuando lleguen al final del camino. Estas imágenes de la vida humana son mucho más estimulantes, pero, sobre todo, son las de Jesús, no las que nosotros nos hemos inventado.
Jesús completa y fundamenta al libro de la Sabiduría. Nuestra fe en la inmortalidad no se funda en ninguna filosofía, ni en Pitágoras ni en Platón ni en ninguna sabiduría humana; se funda en que conocemos a Dios, y sabemos cómo es el corazón del Creador. La historia de la Creación se concibe a veces en tres estadios: primero, el Gran Ingeniero, solo; después, el Gran Ingeniero que crea todas las cosas como un alarde de poder y Sabiduría; finalmente, el Gran Ingeniero vuelve a estar solo, cuando todas las cosas, criaturas temporales, hayan desaparecido. El Dios de Jesús nos hace pensar en otro esquema: primero, la madre soñando en tener hijos y queriéndolos
antes de que nazcan; después, la madre trabajando por sacar a sus hijos adelante, instruyendo, alimentando, curando; finalmente, todos los hijos reunidos en casa, al final del largo viaje, fuera ya del todo peligro y de todo mal.
Evidentemente, esta imagen no explica por qué el camino es oscuro, por qué corremos tantos riesgos, por qué ha permitido el Padre tanto mal en el camino. Pero la imagen sigue siendo válida, aunque no sea completa. Y es la fuente de nuestra fe en la Vida definitiva (y de nuestra esperanza en que ninguno falte en el banquete, porque si alguno faltase, no podría ser completa la alegría del Padre)
La enorme abundancia de curaciones que consignan los evangelios, y muy en especial Marcos, revelan por tanto un aspecto básico de Jesús. El Hijo “está en las cosas de su Padre”. Las cosas de su Padre son sus hijos, y el Primogénito, el Hijo Preferido, lleno del Espíritu de su Padre, se dedica en cuerpo y alma a sanar y a iluminar, a liberar de esclavitudes, con todos los que tropieza, pobres, ricos, judíos, paganos, samaritanos, publicanos, prostitutas: para Jesús no hay ninguna diferencia: son todos hijos que necesitan la luz y la curación. Los detalles de cada curación son anecdóticos, y nos ayudan a comprender que se trata de sucesos, no de narraciones míticas, aunque estén amplificados por la leyenda. Nos importa, en todas las curaciones de Jesús, ver con los ojos de la fe: entender cómo es Dios, recordando la frase del evangelio de Juan: “El que me ve, ve a mi Padre”.
Éste es el lugar correcto de la fe. Sería ingenuo pensar que el secreto de la curación reside exclusivamente en el poder mental de alguien que está plenamente convencido de que se va a curar, o, más aún, que Dios premia la confianza que se pone en él. Esta actitud es semejante a la de los que piensan que la oración todo lo alcanza, como si pudiéramos “forzar la voluntad de Dios”. La fe de que habla Jesús no es el disparador de un efecto mágico. Jesús está alabando a la mujer y a Jairo, que han confiado en él, mientras otros sospechan o lo rechazan. Los que creen en él, se acercan y son curados.
Más significativa aún que la fe de la mujer es la incredulidad y burla en casa de Jairo.
Pero “No temas, basta con que tú tengas fe”.
PARA NUESTRA ORACIÓN
Nuestra fe en la Vida Eterna, en la bondad de Dios, en Jesús mismo. No podemos permitirnos la ingenuidad de atribuir a todas estas convicciones la categoría de certezas racionales, de evidencias. Estamos hablando de fe y, concretamente, de fe en Jesús, es decir, de fiarse de él, de apostar por él. Todo el mundo apuesta: los “impíos” de que habla el Libro de la Sabiduría hacen su apuesta: no hay más vida que ésta, disfrutémosla. Es una apuesta, que puede salir mal. Algunos apostamos por Jesús de Nazaret, por sus criterios y valores. Y es una apuesta razonable: da sentido a la vida para todas las personas, lleva a más desarrollo personal, a más solidaridad. Y se funda en la fiabilidad de una persona admirable… De aquí en adelante, la fe, nuestra apuesta personal, por Jesús y por el Dios de Jesús, con todas sus consecuencias.
Pero hay también un desafío a la felicidad. Todo el mundo quiere curarse, porque todo el mundo aborrece el dolor, el mal, porque todo el mundo quiere ser feliz. Contra la felicidad se interpone la enfermedad y la muerte … y tantas cosas más. El desafío del ser humano es ser feliz en una vida frecuentemente hostil.
La apuesta por una felicidad basada en que todo me salga bien fracasa. El Antiguo Testamento se aferra a que a los justos todo les sale bien porque Dios les protege, pero es mentira. La realidad es que a todos les salen muchas cosas mal, y que todos mueren.
¿Es posible la felicidad en un mundo lleno de mal y abocado a la muerte?
Esta certeza existencial de fracaso global ha desesperado a muchos y se ha constituido en argumento para negar que pueda haber un dios tras tanto absurdo y tanto dolor.
Los que creen a Jesús y le siguen hacen otro planteamiento, más existencial, menos cognitivo.
Ante todo, no entienden la felicidad como algo que viene de fuera, resultado de satisfacciones recibidas, sino como una satisfacción interior, que puede ser más fuerte que la alegría o tristeza que deparen los acontecimientos.
En segundo lugar, entienden la vida no como búsqueda de la propia satisfacción sino como misión de evitar en lo posible el dolor de los demás.
En tercer lugar, no pretenden entender la providencia divina, sino que dejan su propio destino y el de todos en las manos de Dios, confiando en que el Padre sabrá los porqués y tiene en su mano el futuro de sus hijos.
Así, la búsqueda de la felicidad se transforma: ya no se busca simplemente sentirse a gusto porque todo salga bien, sino sentirse bien por tener sentido, misión y confianza en el Amor es Todopoderoso … a pesar de la infelicidad del mundo.





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