Por Angel Moreno
Al inicio del verano, en pleno estío, la Palabra nos presenta al Dios de la vida, dador de vida y mantenedor de la vida: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera” (Sab 1, 13-15). San Ireneo afirma: “La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida es visión de Dios”. San Mateo proclama: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22, 32).Como mejor cumplimiento de la promesa e identidad divina de ser quien da consistencia a todo lo que existe, Dios nos reveló su Palabra por la que todo fue hecho. La Palabra de vida, Jesucristo, aparece en el relato del Evangelio de San Marcos de este domingo curando a una mujer estéril, que padecía flujos de sangre, y a una niña, que llega a morir a la edad de ser fecunda y a quien devuelve la vida (cf 5, 21-43). Ambas mujeres pueden ser imagen de la ley que mata, de la letra que asfixia, frente al Único que se presenta de manera personal como fuente de Vida y de salud.
El salmista reza: “Te ensalzaré, Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa” (Sal 29 [30], 4). Expresiones que amplían la experiencia vivificadora a dimensiones espirituales que se viven en los momentos de mayor oscuridad, desánimo, peligro de sucumbir en el propio egoísmo, y que nos dicen que por la oración y la fe en la Palabra se pueden superar las condiciones adversas o, al menos, la interpretación fatalista de los acontecimientos.
El Evangelio de este domingo resalta el motivo por el que se resolvió la grave situación. “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz”. “No temas, basta que tengas fe”. Creer es fuente de vida, por la certeza que infunde en toda circunstancia de que nada es irreversible. El creyente sabe interpretar como bien mayor todo lo que sucede, aunque no se resuelva según sus deseos, confiado en la promesa divina.
Al contemplar en este contexto el pasaje de la carta a los Corintios que se proclama en la Liturgia, coincidiendo con la clausura del año paulino y en vísperas de la solemnidad de los Santos Apóstoles, San Pedro y San Pablo, cabe que nos convirtamos en mediaciones vivificadoras por la compasión. En situaciones de precariedad, riesgo extremo de hambre, por causa de la crisis, o en sufrimientos de una grave enfermedad y hasta en riesgo de muerte, ante Aquel que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9), una forma de acreditar al Dios de la vida y testimoniar nuestro nombre de cristianos es la opción de compartir los bienes.
“No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar: En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen, y un día la abundancia de ellos remediará vuestra falta, así habrá igualdad” (2 Cor 8, 14).




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