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jueves, 4 de junio de 2009

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo B (Mt 28,16-20): Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Publicado por Dominicos.org
Introducción

Comenzamos los domingos, que se llaman del tiempo ordinario con algo tan extraordinario como es celebrar la Santísima Trinidad. Es el misterio inicio y fin de todo: La Trinidad creó, la Trinidad recreó por medio de Cristo, la Trinidad hace efectiva en cada uno esa recreación del ser humano por medio del Espíritu Santo. Toda nuestra historia se desarrolla bajo la mirada de ese Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Bien está que, terminado el tiempo de la celebración de los misterios fundamentales de la fe, el tiempo de Pascua, fundamentemos nuestra historia en su origen, miremos hacia su horizonte que es Dios y tratemos de que en ese camino un Dios-comunidad nos ayude a caminar hacia Él.



Comentario bíblico

El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de este Dios en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando «llegó la plenitud de los tiempos», con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los primeros siglos tuvo que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello significa que el mundo de Dios no es la soledad omnipotente y trascendente, sino que se expresa en el “humus” familiar, de relaciones y de comunión; y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor de entrega absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un misterio de relaciones de amor sin medida.

*
Iª Lectura: Deuteromio (4,32-40): Dios eligió a un pueblo marginal

I.1. Este texto de Dt es una exhortación muy doctrinal, desde luego, pero no menos entrañable y comunicativa por parte de Dios. Los autores han querido presentar la elección de Israel como una decisión muy particular y decisiva de Yahvé. Se pasa revista a los grandes acontecimientos que le han dado al pueblo una identidad: la liberación de Egipto, la teofanía o manifestación en el Sinaí (o en el Horeb), el don de la tierra de Canaan. Todo esto forma el “credo” fundacional de la fe israelita. Esto llama al pueblo a un destino.

I.2. Al contrario de lo que cabía esperar, nos habla del Dios cercano de Israel, del que ha elegido a este pueblo, sin méritos, sin cultura, sin pretensiones, para que haga presente su proyecto de salvación y liberación sobre la humanidad. Esto lo interpretó Israel como un privilegio, pero en contrapartida, en este texto se exige el guardar sus mandamientos para que esa nación pueda considerarse como privilegiada. El Dios que hace escuchar su voz en medio de signos y prodigios, según expresiones bíblicas, es un Dios histórico, no se queda en el arcano, porque es en la historia donde se encuentra con nosotros. El conjunto tiene un acento de condición apasionada. No olvidemos que éste no es un texto muy antiguo, más bien se cree que pertenece a la escuela deuteronomista que lo ha redactado en tiempos del Segundo Isaías. Es de raíces muy monoteístas, pero debemos reconocer que es uno de los pasajes más bellos del libro del Deuteromio.

* IIª Lectura: Romanos (8,14-17): El Espíritu nos hace sentirnos hijos de Dios

II.1. Pablo, inmediatamente antes de estos versos, habla de la lógica de la carne (que lleva a la muerte) y de la lógica del Espíritu (que lleva a la vida). Por eso, los que se dejan llevar por el Espíritu sienten algo fundamental e inigualable: se sienten hijos de Dios. Esta experiencia es una experiencia cristiana que va mucho más allá de las experiencias de Israel y su mundo de la Torá. Se trata de una afirmación que nos lleva a lo más divino, hasta el punto de que podemos invocar a Dios, como lo hizo Jesús, el Hijo, como Abbá. Que el cristiano, por medio del Espíritu, pueda llamar a Dios Abba (cf Gál 4,6), viene a mostrar el sentido de ser hijo, porque hace suya la plegaria de Jesús (especialmente tal como se encuentra en Mc 14,36, aunque también en Lc 11,2, mientras que Mt ha preferido en tono más judío o más litúrgico, con “Padre nuestro”. Eso significa, a la vez, una promesa: heredaremos la vida y la gloria del Hijo a todos los efectos. Ahora, mientras, lo vivimos, lo adelantamos, mediante esta presencia de Espíritu de Dios en nosotros.

II.2. La carta de Pablo a los Romanos, pues, nos asoma a una realidad divina de nuestra existencia. Decimos divina, porque el Apóstol habla de ser «hijos de Dios». Pero sentirse hijos de Dios es una experiencia del Espíritu. Es verdad que nadie deja de ser hijo de Dios por el hecho de alejarse de El o a causa de vivir según los criterios de este mundo. Pero en lo que se refiere a las experiencias de salvación y felicidad no es lo mismo tener un nombre que no signifique nada en el decurso del tiempo, a que sintamos ese tipo de experiencia fontal de nuestra vida. Y por ello el Espíritu, que es el «alma» del Dios trinitario, nos busca, nos llama, nos conduce a Dios para reconocerlo como Padre (Abba), como un niño perdido en la noche de su existencia, y a sentirnos coherederos del Hijo, Jesucristo. Por ello, el misterio del Dios trinitario es una forma de hablar sobre la riqueza del mismo, que es garantía de que Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu nos considera(n) a nosotros como algo suyo.

* Evangelio: Mateo (28,16-20): El bautismo sacramento del amor trinitario

III.1. El evangelio del día usa la fórmula trinitaria como fórmula bautismal de salvación. Hacer discípulos y bautizar no puede quedar en un rito, en un papel, en una ceremonia de compromiso. Es el resucitado el que “manda” a los apóstoles, en esta experiencia de Galilea, a anunciar un mensaje decisivo. No sabemos cuándo y cómo nació esta fórmula trinitaria en el cristianismo primitivo. Se ha discutido mucho a todos los efectos. Pero debemos considerar que el bautismo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios.

III.2. Bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. El Señor resucitado, desde Galilea, según la tradición de Mateo (en Marcos falta un texto como éste) envía a sus discípulos a hacer hijos de Dios por todo el mundo. Podíamos preguntarnos qué sentido tienen hoy estas fórmulas de fe primigenias. Pues sencillamente lo que entonces se prometía a los que buscaban sentido a su vida. Por lo mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* El misterio de Dios

Celebramos un Dios único que es comunidad. Comunidad de palabra y de amor. Comunión tan estrecha o tan complementaria que constituye un único Dios. Es celebrar un misterio. Confesémoslo sin ambages. Expresarlo tiene sus complicaciones. Las ha tenido a lo largo de la historia de la fe. Al final se ha expresado esa realidad combinando los conceptos de “naturaleza” y “persona”. La Trinidad de Dios es la confesión de tres personas que forman una única Naturaleza, un único Dios. “Naturaleza” y “persona” son términos técnicos cuyo significado no está al alcance de cualquiera. Por eso podemos quedarnos con que hablamos de un Dios uno, que lo es en relación amorosa entre sí como Padre, Hijo y el Espíritu Santo. En cualquier caso, misterio.

* ¿Por qué Dios revela su intimidad?

La encarnación de Dios parece exigir esa realidad de tres personas. El Hijo como distinto del Padre y del Espíritu hace creíble la Encarnación. El Hijo encarnado, Jesús de Nazaret, a su vez es quien revela ese misterio de la intimidad de Dios: habla de su unidad con el Padre y con el Espíritu. El Espíritu, sin necesidad de encarnarse, actuará continuando la obra del Hijo. Dios envió el Hijo al mundo, el Espíritu Santo a nuestros corazones: a lo íntimo de nuestro ser, al lugar donde, como dice Gaudium et spes, el ser humano decide su destino.

* Misterio de Dios y misterio nuestro

Podemos buscar, si no razones, si consecuencias de esa revelación de la Trinidad. El autor del Génesis, que de la Trinidad no sabría nada, dice que el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” de Dios. Que Dios descubra su íntima realidad comunitaria nos ilumina para conocer a quien ha sido así creado: el ser humano se ha de definir, como Dios, por una dimensión comunitaria. Dimensión comunitaria quiere decir que el ser humano es realmente ser humano en la medida que establece relación de Palabra y afecto con otros. El misterio de la Trinidad descubre el misterio del ser humano. Comunión afectiva es lo que constituye la realidad del Dios cristiano. Comunicación –diálogo- afectivo es lo que define al hombre y mujer cristianos. Y esa es la revelación auténtica: saber cómo nos quiere Dios.

* Quedémonos con ambos misterios

El misterio es lo que hace más noble a la condición humana. El misterio no se entiende sólo como el límite de nuestro saber. Es el horizonte entrevisto hacia donde caminar. No limita, sino que estimula la búsqueda de la verdad. Pero el misterio expresa algo más importante que no es sólo cognoscitivo. Nos sitúa en el ámbito de lo no controlable, no utilizable, no reducible a instrumento de nada ni de nadie, en el ámbito de lo absoluto e incondicionado, en el ámbito de Dios. Cada ser humano es siempre algo más que lo que van sabiendo las muchas ciencias que tratan del hombre. Supera el conocimiento científico, por muy alto que vaya siendo el desarrollo que alcance. Ser imagen y semejanza de la Trinidad proclama que el misterio humano es sobre todo un misterio de comunicación y ésta afectiva, misterio de comunión. Sentirse cada uno misterio; sentir al otro como misterio con quien tengo que relacionarme en diálogo afectivo, es aproximarse al misterio, la verdad, del ser humano y de Dios-Trinidad.

* Contemplación

El misterio no está en nuestras vidas sólo para contemplarlo. Sí para reconocerlo y obrar actuar de acuerdo con él. Pero la contemplación es necesaria,esa larga y amorosa mirada sobre las cosas como ha sido definida. Larga porque necesita tiempo y pausa, “darse tiempo” para contemplar. Amorosa, porque sin afecto no existe verdad honda si nos referimos a personas divinas o humanas. Contemplar el misterio –de Dios-Trino y del ser humano- nos sitúa adecuadamente para encontrarnos con ambos. Ese encuentro es el momento más elevado de la condición humana.

Hoy se celebra el día de la vida contemplativa, bajo el título de Jornada pro orantibus, es decir, por los que oran. Monjes y monjas que, en comunidad, pretenden encontrar ámbito y tiempo para contemplar a Dios, su misterio; y, así, aproximarse al propio misterio y al de los demás. Los monasterios de monjes y monjas son un grito a favor de dejar tiempo a la contemplación, como modo de desarrollar lo mejor de lo que somos. Son un grito y un testimonio que proclaman que existen ecosistemas humanos constituidos por personas que no necesitan de tanto como creemos necesitar para vivir; que oxigenan nuestra contaminación por el tener, para centrarse en lo mejor del ser, la contemplación afectiva del misterio de Dios. Y, a su luz, la de nuestro propio misterio. Hemos de agradecer y potenciar su existencia. Los necesitamos. Aunque los monjes y las monjas no se dediquen a atender enfermos o educar o a labores asistenciales, nos son útiles, porque nos ayudan a ser lo que debemos ser, a vernos ante Dios.

Fray Juan José de León Lastra

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