«… Que no duerma la fe en sus corazones. Porque -se dice- “no es cierto que Cristo, el Señor, tuviera dominio sobre la muerte, como no es verdad que lo tuviera sobre el sueño: ¿o es que el sueño no venció muy a pesar suyo al Todopoderoso mientras navegaba?”. Si así piensan, duerme Cristo en ustedes; si por el contrario está en vela, vigila su fe. Dice el Apóstol: “Que Cristo habite por la fe en sus corazones” (Ef 3,17). Luego también el sueño de Cristo es el signo de un sacramento. Los navegantes son las almas que surcan este mundo en el madero. También aquella barca era figura de la Iglesia. Además, todos y cada uno son templo de Dios y cada cual navega en su corazón: y no naufraga, a condición de que piense cosas buenas.
¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)»(1).
¿ESTÁ DIOS DORMIDO?
La humanidad se encuentra al borde de un abismo que tiene que sortear para llegar a la otra orilla. Ese es el gran desafío.
Frente a la aparente ausencia de un Dios dormido, el mundo, atormentado por el viento impetuoso de las corrientes de distintas ideologías y sumergido en la violencia, la xenofobia y el materialismo, parece estar arrollado y hundido en el abismo de la nada y del sin sentido.
Todo parece perdido, las escalas de valores se han convertido en utopías. No se encuentran parámetros viables. Todo se ha convertido en relativo y nada es absoluto.
El subjetivismo y el egoísmo se dan la mano. La tormenta oscurece el horizonte y no permite ver la otra orilla. El dicho comamos y bebamos que mañana moriremos recobra actualidad.
Y nos olvidamos que asoma la otra orilla de una nueva era. Un nuevo día esta apareciendo, aunque en esta nuestra noche atormentada no lo podamos contemplar.
Frente a esta situación límite solo una Voz puede ahuyentar nuestros temores y expulsar nuestros fantasmas.
En la Liturgia la Iglesia reza cada día un salmo emblemático que dice así: “La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 29,1-4. 11).
Solo la voz de Jesús podrá reanimar nuestros corazones, llenándolos de fe y de confianza en que la ultima palabra la tendrá Él. Y será una palabra de vida y de salvación.
[1] San Agustín, Sermón 43,1-2: PL 38,424; trad. en: http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/TIEMPOS/EV/ev_to_domingo_12.htm). Agustín nació en Tagaste, África del norte, el año 354. Luego de un largo y, por momentos, penoso itinerario de búsqueda de la verdad, en la Vigilia Pascual del año 387 recibió el bautismo. En todo este proceso su madre, Mónica, tuvo una influencia determinante. El obispo y el pueblo de Hipona lo eligieron para el ministerio sacerdotal en el 391. En 395, el obispo Valerio lo eligió para su coadjutor, y a su muerte Agustín ocupó la sede episcopal. Murió el 28 de agosto de 430.
¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)»(1).
¿ESTÁ DIOS DORMIDO?
La humanidad se encuentra al borde de un abismo que tiene que sortear para llegar a la otra orilla. Ese es el gran desafío.
Frente a la aparente ausencia de un Dios dormido, el mundo, atormentado por el viento impetuoso de las corrientes de distintas ideologías y sumergido en la violencia, la xenofobia y el materialismo, parece estar arrollado y hundido en el abismo de la nada y del sin sentido.
Todo parece perdido, las escalas de valores se han convertido en utopías. No se encuentran parámetros viables. Todo se ha convertido en relativo y nada es absoluto.
El subjetivismo y el egoísmo se dan la mano. La tormenta oscurece el horizonte y no permite ver la otra orilla. El dicho comamos y bebamos que mañana moriremos recobra actualidad.
Y nos olvidamos que asoma la otra orilla de una nueva era. Un nuevo día esta apareciendo, aunque en esta nuestra noche atormentada no lo podamos contemplar.
Frente a esta situación límite solo una Voz puede ahuyentar nuestros temores y expulsar nuestros fantasmas.
En la Liturgia la Iglesia reza cada día un salmo emblemático que dice así: “La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 29,1-4. 11).
Solo la voz de Jesús podrá reanimar nuestros corazones, llenándolos de fe y de confianza en que la ultima palabra la tendrá Él. Y será una palabra de vida y de salvación.
[1] San Agustín, Sermón 43,1-2: PL 38,424; trad. en: http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/TIEMPOS/EV/ev_to_domingo_12.htm). Agustín nació en Tagaste, África del norte, el año 354. Luego de un largo y, por momentos, penoso itinerario de búsqueda de la verdad, en la Vigilia Pascual del año 387 recibió el bautismo. En todo este proceso su madre, Mónica, tuvo una influencia determinante. El obispo y el pueblo de Hipona lo eligieron para el ministerio sacerdotal en el 391. En 395, el obispo Valerio lo eligió para su coadjutor, y a su muerte Agustín ocupó la sede episcopal. Murió el 28 de agosto de 430.
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