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viernes, 26 de junio de 2009

XIII Domingo del T. O. (San Marcos 5,21-43) - Ciclo B: CLAVES SIMBÓLICAS DEL DOBLE RELATO DE MARCOS


Marcos construye, en este capítulo, un relato doble, tan peculiar como cargado de simbolismo. Para empezar, es interesante destacar los elementos que ambos episodios tienen en común: se trata de dos mujeres, enfermas de gravedad (una terminará en la muerte), que se curan al contacto con Jesús. Pero quizás lo más significativo es que, en ambos casos, se repite una cifra: doce. Un dato innecesario que invita al lector a leer el relato en clave simbólica.

En efecto, el número doce es símbolo del pueblo judío. Ambas mujeres representan a Israel, que no encuentra solución en sus instituciones ni en su religión (la sinagoga), sino que se va extinguiendo, después de haber hecho lo indecible –“se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor”-, hasta morir.

En el primer caso, no se trata sólo de una mujer enferma –el pueblo que, literalmente, pierde la vida: a eso apunta la enfermedad de la que se habla y que la hace perder la sangre-, sino además marginada por impura: tenía prohibido, por la Ley, el contacto con cualquier persona –de ahí su miedo- y nadie podía tampoco tocarla.

Sin embargo, es justamente al incumplir la Ley, tocando a Jesús, cuando empieza a vivir. “Tocar el manto” significa adherirse a Jesús –el manto es símbolo de la persona misma- pero, paradójicamente, los discípulos todavía no lo han experimentado. De ahí su pregunta, cargada de tanto desconocimiento como insolencia. No han comprendido que “tocar” a Jesús, adherirse cordial y efectivamente a él, produce vida.

La mujer, sin embargo, se postra ante él: “se le echó a los pies”. Es el gesto de adoración ante lo divino, que provoca la respuesta de Jesús, marcada por el amor (“hija”, término que denotaba una particular amistad o intimidad), el reconocimiento de la confianza que cura (“tu fe te ha curado”) y el regalo de la paz (“vete en paz y con salud”). El pueblo, exhausto y marginado por la institución religiosa, encuentra en Jesús la posibilidad de vivir.

Pero el pueblo no sólo estaba gravemente enfermo, sino prácticamente muerto. Hasta el punto de que ha decidido desistir: “¿Para qué molestar más al maestro?”.

Sin embargo, es el propio Jesús quien sale al paso. Sólo se requiere confiar, no dejarse sucumbir ante el miedo. La vida siempre puede resurgir –parece decir Jesús-, porque realmente nunca muere.

Por eso mismo, para Jesús, la niña “no está muerta, sino dormida”. Donde la mirada superficial ve muerte, y se deshace en alboroto de llantos y gritos, Jesús ve simplemente “sueño”. Por eso, hasta el nombre del padre de la niña –el “jefe de la sinagoga”, que ya ha dejado de creer en la institución judía y se ha acercado a Jesús en busca de solución- resulta evocador: Jairo significa “él despierta”.

Esta niña simboliza al propio pueblo, al que la religión ha conducido a la muerte, y al que Jesús va a “levantar” (literalmente, resucitar): se trata, por tanto, de una alusión a la comunidad cristiana, históricamente “descendiente” de la sinagoga, pero recreada por Jesús.

El autor, sin embargo, aporta otros datos significativos –el ya mencionado número doce, y la presencia de los padres de la niña-, que nos hacen leer el relato en clave del Libro del Cantar de los Cantares. “Doce años” era la edad de los esponsales; los padres son quienes entregan la hija al esposo. Nos hallamos, pues, ante la nueva comunidad, desposada con Jesús, presentado previamente como “el novio”, por el propio evangelista (2,19).

El relato termina con una doble indicación. La primera –“les insistió en que nadie se enterase”-, tan inexplicable -¿cómo silenciar lo ocurrido?- que sólo puede entenderse en clave simbólica, como alusión al “secreto mesiánico” que recorre el evangelio de Marcos.

La segunda –la insistencia en dar de comer a la niña- parece referirse a la necesidad de proponer el mensaje, como alimento para quien empieza a vivir. La nueva comunidad, que acaba de nacer de la mano de Jesús –la comunidad cristiana-, necesita ser alimentada por el mensaje de la Buena Noticia. En la misma línea, será significativo que, en el próximo capítulo, sea Jesús mismo quien alimente al pueblo hasta la saciedad, en el relato conocido como de la “multiplicación de los panes”.

Marcos había empezado su evangelio presentando a Jesús como la novedad. A su contacto, nos sigue diciendo, el pueblo empieza a renacer y es recreado: surge la nueva comunidad.

Pero, más allá de ese primer sentido del relato, el lector se reconoce también a sí mismo como la mujer que siente estar perdiendo su vida, o como la niña que escucha la palabra que le dice: “levántate”. Y, a esa luz, es invitado a preguntarse: ¿por dónde se me escapa la vida?, ¿qué es lo que me tiene postrado?, ¿estoy decidido a levantarme, a vivir y favorecer la vida? Y es muy probable que, creyente o no, en la respuesta a esos interrogantes, se reconozca a sí mismo en la persona, la vida y el mensaje del maestro de Nazaret.

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