Amarás a Dios sin que se note demasiado

Por Gonzalo Fernández, cmf.
Publicado por Claretgazteak

Comprendo que, a primera vista, parece ir en contra de las repetidas llamadas a un testimonio confesante en el seno de nuestra sociedad secularizada. Como no pretendo provocar por provocar, te debo una explicación. Lo que se nota es lo que salta a la vista: una catequesis, una homilía, un artículo, una convivencia, una entrevista. Estas cosas son visibles y, en buena lógica cristiana, todas pueden ser expresiones de amor. Pero pueden también alimentarse a sí mismas y no remitir a nada.

O devolvernos la seguridad de que estamos en el tajo y no nos perdemos en sentimientos hueros. Es decir: pueden ser fuentes de agua reciclada, no arroyos de manantial. Entonces, aunque resulte duro admitirlo, todos nos convertimos en aprendices de San Manuel Bueno, mártir: fingimos lo que no vivimos por exigencias del guión.

El verdadero amor no se hace notar mucho: se percibe. Lo cuenta González Faus en uno de los ensueños del rabino Ben Shalom: "Creo que el pudor con que Isabel Allende calla siempre el nombre de su tierra chilena, en la que está constantemente pensado cuando escribe, vuelve más amable aquella tierra". Y concluye: "Los mapas están poblados de gentes que tienen el don de amar a sus patrias de una manera que sólo consigue hacerlas insoportables a los demás".

Esto es aplicable a Dios. Todavía hay algunos evangelizadores que, si no meten su nombre hasta en la sopa, creen que no están amándolo en serio, que no están defendiendo "su causa", que están sucumbiendo a la presión social. Salvo en los muy convencidos, esta actitud insistente suele provocar una reacción espontánea de rechazo. A mucha acción, mucha reacción. Estamos un poco saturados del "Dios dice", "como Dios manda", etc. Como estamos también hartos de los que siempre nos hablan de "su" tierra, de "su" madre, de "su" equipo de fútbol, de "sus" asuntos.

¿Por qué hay evangelizadores que se hartan de hablar de Dios y no transmiten más que una cantinela monocorde y cansina? ¿Por qué hay otros que, sin nombrarlo apenas, o nombrándolo con un amor tan profundo como discreto, parece que nos colocan en el umbral del Misterio?

María de Nazaret sigue llevando a Dios a muchas personas que no acaban de sentirse a gusto en cauces demasiado estrechos o en caminos demasiado mediáticos. Es llamativo que, en tiempos de fuerte desafección eclesial, María siga conservando en muchos bautizados un poderoso atractivo y una gran capacidad de convocatoria. ¿No representa ella otro modo de creer: profundo, sencillo, cercano? Habría que imaginar una evangelización más mañana, conectada con las experiencias centrales de la existencia, disuelta en la discreción de la vida cotidiana.

"Amarás a Dios sin que se note demasiado". No, no se trata de postular una evangelización diplomática frente a otra beligerante o explícita. No hay nada menos diplomático y más convincente que el verdadero amor. Se trata de creer que Dios es un tesoro de tal calibre que uno puede vender todas sus posesiones para adquirirlo, incluso el carné de pertenencia a "su" partido. La alegría consiguiente es la mejor tarjeta de acreditación.