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domingo, 5 de julio de 2009

SUPERAR EL EGOCENTRISMO

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
Por Enrique Martínez Lozano
Publicado por Fe Adulta

La mirada del yo no se caracteriza por el asombro ni la admiración, sino más bien por el interés y la comparación. El motivo es que el yo, carente de sustancia propia, únicamente puede vivir apropiándose de algo, con lo que se identifica.

Como vacío que es, su funcionamiento está marcado por la insatisfacción y la necesidad de reconocimiento. Aquélla le hace vivir constantemente proyectado hacia el futuro, cargado de ansiedad, en una expectativa incesante; ésta le lleva a girar sobre sí mismo, en un movimiento egocéntrico, desde el que los otros son fácilmente percibidos como rivales.

En cualquier caso, se halla demasiado atrapado por sus propias necesidades, como para poder vivir la gratuidad, la desapropiación, el asombro, la alegría compartida y el amor desinteresado.

Inconscientemente instalado en una actitud defensiva, se especializará en descubrir los “puntos débiles” de los otros, para salir “airoso” en la comparación con ellos. En la misma medida en que busca ser el primero, el yo se las ingeniará para “rebajar” a los demás, particularmente a aquéllos que le son más “cercanos”, a los de la propia tierra. Podrá tolerar que alguien lejano destaque por encima de él, pero le resultará intolerable que lo haga un vecino.

Éstos suelen ser los mecanismos que se activan con tanta mayor intensidad cuanto mayor sea la identificación con el propio yo. En la medida en que la persona crece en desidentificación con respecto a él, crece en desegocentración, es decir, en libertad interior y en amor gratuito.

Lo que narra Marcos en este breve episodio (Mc 6, 1-6), al tiempo que refleja lo que suele ser el comportamiento habitual del yo, pone de relieve la ceguera en que incurrimos al identificarnos con él.

La ceguera nace de la ignorancia básica: tomarme a mí mismo como el yo que mi mente cree que soy. A partir de ella, todo se encadena, en una serie de consecuencias reductoras y empobrecedoras, entre las que podrían señalarse las siguientes:

• la percepción de sí mismo como un yo encapsulado en los límites de la propia piel y de la propia mente;

• el encierro en un funcionamiento egocentrado, dirigido a sostener y alimentar ese mismo yo;

• la exposición a un sufrimiento inútil, que nace del hecho de sentirnos afectados personalmente por todo aquello que supuestamente es negativo para el propio yo;

• la reducción al insignificante mundo de lo pragmático, en un inmediatismo chato, que nos mantiene en la superficialidad –“la epidemia más grande del mundo moderno” (R.Panikkar), contagiados de la “anemia espiritual de nuestra sociedad, atrapada en el despotismo de los valores estrictamente pragmáticos” (M.Cavallé)-, blindados ante el Misterio y las riquezas que encierra;

• la incapacidad de “ver a Dios” en lo cotidiano –en “el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago…”- y de descansar en el Misterio.

Necesitamos escuchar nuestro Ser profundo. Su “voz” nos llevará a reconocer nuestra Identidad verdadera, no-separada del Misterio de Lo Que Es, hasta descansar en ella y permitir que fluya en toda nuestra vida, nuestras relaciones y nuestra actividad.

El primer paso consiste, paradójicamente, en la aceptación lúcida y humilde de hasta qué punto solemos vivir identificados con nuestro pequeño yo y, en consecuencia, egocentrados. Únicamente a partir de este primer reconocimiento, será posible iniciar un proceso de desidentificación progresiva.

En este proceso, nos ayudará el ejercitarnos en algunas actitudes:

• Aprender a venir al presente, una y otra vez, en la certeza de que sólo existe el ahora; en el presente, el yo se silencia, el sufrimiento desaparece, emerge la Unidad y se percibe que todo está bien; el presente es integrador, por lo que en él se vive novedad, gozo y gratitud. Ya no buscas ser “algo” o “alguien”, sino simplemente, ser; no vives ya perdido en los meandros y vericuetos interminables de la mente, sino que, simplemente, estás… en la conciencia, sin pensamientos.

• Aprender a observar nuestra mente –pensamientos, sentimientos y emociones-, para reducir pensamiento y crecer en consciencia. Gracias a esa observación, empezamos a descubrir que el yo, que habíamos tomado como nuestra identidad, es sólo un objeto dentro del campo de nuestra conciencia y, pasando de ser “pensadores” a “observadores”, notamos cómo, poco a poco, nos percibimos como el Testigo que observa todo movimiento mental, hasta reconocer que no somos el yo, sino el Testigo que lo observa.

• Ejercitarnos en vivir la bondad hacia todos los seres. Si una existencia identificada con el yo se caracteriza por el egocentrismo, la toma de distancia con respecto al yo, se traduce en bondad. Al ser compartida, nuestra Identidad más profunda nos abre al Misterio de la Unidad, que se plasma en una existencia marcada por el amor.

• Ser lúcidos para “contradecir” a nuestro ego. Si sigo sus dictados, no conseguiré sino inflarlo, identificándome más y más con él. Por el contrario, si estoy atento a su “lenguaje” –demandas y expectativas: deseos, miedos y necesidades-, podré tomar distancia de él y notaré cómo, desde la Identidad más profunda, percibo y reacciono de modo diferente: ésa es la metanoia, la transformación espiritual.

Como dice Eckhart Tolle, si pudiéramos des-identificarnos del ego, dejaríamos de adularlo, no nos preocuparía tanto “tener razón”, y nos daríamos cuenta de que es más importante entender el punto de vista de los demás que defender el propio.

Deja que disminuya el ego. Por ejemplo, cuando alguien te critica, te culpa o te insulta, en lugar de contraatacar, no hagas nada. Deja que la imagen del yo se mantenga disminuida, y ponte alerta a lo que ocurre dentro de ti. Si te mantienes, notarás un espacio interior que está intensamente vivo. Caes en la cuenta de que no has perdido nada; al contrario, al hacerte “menos”, eres más: has dado un paso del “yo” individual al “Yo soy” infinito y compartido.

El camino espiritual es aquél que nos permite tomar distancia del propio yo –espiritualidad implica desapropiación del yo-, introduciéndonos en un camino de descanso, libertad, amor y Unidad.

Salimos del “mundo chato” –la realidad “aburrida, muda, inodora e incolora, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material” (A. Whitehead)- y empezamos a morar en el Misterio no-dual, que nada desecha y todo lo abraza.

En ese Misterio, podremos dejarnos admirar por la sabiduría de cualquier “carpintero”, de cualquier “hijo de María” y de cualquier “hermano de Santiago y José y Judas y Simón”… Abandonaremos la desconfianza mezquina y envidiosa, saborearemos el milagro de la Vida y disfrutaremos en profundidad del Misterio que somos y que en todo se expresa. Aquel día habremos empezado a entender la Buena Noticia del carpintero de Nazaret.

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