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viernes, 18 de septiembre de 2009

Trabajar por el Reino, confiar en el Padre


XXV Domingo del T.O. (Marcos 9, 30-37) - Ciclo B
Por Fernando Torres Pérez, cmf

Hoy, teóricamente, parece que lo tenemos todo claro en la Iglesia. Tenemos dogmas, tenemos los documentos que periódicamente publica la Santa Sede o los obispos, tenemos hasta un Catecismo de la Iglesia Católica donde en 700 páginas se explica perfectamente todo lo que es ser cristiano en el mundo de hoy. Teoría no falta. El problema viene luego con la práctica. O mejor, el problema viene a la hora de entender el mensaje de Jesús con el corazón.
Es lo que vemos en el Evangelio de este domingo. Los discípulos no entienden el mensaje de Jesús. O no quieren entender. O las palabras que dice Jesús las dice con un significado y una intención y ellos las entienden con otro significado y otra intención. El domingo pasado Jesús les ha dicho que “el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”. Y poco antes les había explicado lo que para él significa ser el Mesías.


Los discípulos no entienden

Pues bien, después de toda esa catequesis –y no es cuestión de dudar de la capacidad pedagógica de Jesús– los discípulos no entienden nada. ¿En qué se ve? En que en cuanto se quedan solos se dedican a hablar entre ellos sobre quién sería el más grande en el reino de que hablaba Jesús. Y, cuando hablaban del más grande, no se referían al más santo sino al más poderoso, al que estaría más cerca de Jesús en la cadena de mando, al que dispondría de más riquezas, de más esclavos... Es decir, que cuando Jesús decía “reino” los discípulos oían la palabra “reino” pero la entendían con muy diverso significado.
Pero Jesús, como buen maestro, era inasequible al desaliento y tenía una paciencia infinita. Si los alumnos eran un poco borricos, él repetía la lección buscando nuevos ejemplos y nuevas formas de explicar la lección. Ahora lo que hace es tomar en sus brazos a un niño y explicar una vez más que el reino no va de poder ni de autoridad sino de servicio y entrega total por la vida de los demás, que el reino es un lugar donde se acoge a todos y, como prueba de que realmente se acoge a todos, en él se acogen en primer lugar a los más excluidos, a los que no son nadie en la sociedad, a los que no tienen dignidad ni trato ni consideración de personas, que todo eso eran los niños en aquel tiempo y cultura.
La lección es hoy para nosotros. El reino no es poder sino acogida e integración. No es envidia y deseo de subir por encima de los demás sin reconciliación, misericordia, sinceridad, paz. Hay que leer con detenimiento la segunda lectura. Quizá encontraremos retratadas en las palabras de Santiago algunas de las actitudes que hacen que nuestras comunidades sean cualquier cosa menos signo del reino de Jesús.


Aprender la lección, vivir confiando

El reino no se impone por la fuerza sino por la fe y la confianza en que es el Padre de Jesús el que lo promueve. Nosotros somos colaboradores y estamos seguros de que Dios velará por nosotros, de que nos librará de la mano de nuestros adversarios, no porque los vayamos a vencer en la batalla sino porque, al final, en algún momento y de alguna manera, tocará su corazón y les hará comprender –el buen maestro lo hará– lo que es el reino.
El camino no está exento de dificultades. Pero vale la pena. Jesús era consciente que su propuesta y su modo de comportarse conmovía los cimientos de la sociedad judía de su tiempo. Hablar de Dios como él hablaba y con los gestos de cercanía y presencia entre los marginados que hacía podía tener consecuencias graves. Pero su confianza estaba puesta en su Padre. El que le había dado la vida y le había encomendado la misión de anunciar el reino no le dejaría en la estacada. Dios no le dejaría de su mano.
Hoy es tiempo para mirar a Jesús, para tratar de asimilar su mensaje, para escucharle sin prejuicios y para ponernos a su lado. El camino puede ser difícil. Hacer el reino aquí y ahora tiene riesgos. Pero, como Jesús, pondremos la confianza en el Padre y la mirada en el horizonte. Dios mismo se encargará de que, por encima de odios, violencias, guerras, envidias y tantas otras cosas malas, su amor llegue al corazón de todos los hombres y mujeres. Nosotros, hoy, aquí y ahora, vamos a seguir creyendo y confianza en él.

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