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miércoles, 14 de octubre de 2009

Las multitudinarias manifestaciones de piedad popular: un desafío para la Iglesia



La asistencia a las grandes convocatorias religiosas volvió a crecer este año. Pero la práctica religiosa se mantiene baja. Un sacerdote, una socióloga y un dirigente analizan el fenómeno y cómo darle cauce institucional.

-¿Cómo evalúan las últimas expresiones multitudinarias de fe? P. Carlos Galli: En las últimas décadas estamos asistiendo a un crecimiento explosivo de las peregrinaciones en el mundo y, sobre todo, en América Latina. Esto se vincula con la centralidad que adquirieron los santuarios y la mayor movilidad de la gente y con una mayor conciencia de que la Iglesia es un pueblo peregrino, además de que Latinoamérica y la Argentina son profundamente marianos.

Persisten y se recrean con nuevos acentos fenómenos de religiosidad popular.

Graciela Dotro: Estas manifestaciones no tienen que ver con una clase social, con una condición educativa o con una pertenencia más activa o más pasiva a grupos de la Iglesia. La peregrinación a Luján, por ejemplo, es popular porque es de todos, más allá de que las expresiones de piedad popular tienen su impronta.

Marcelo Michel: Acá hay alguien que convoca que excede una campaña por los medios o un llamado de una parroquia, de un colegio, de un grupo juvenil. Acá hay algo que moviliza a pesar de nuestros errores y de nuestro propósito de atraer a la gente a nuestros grupos. Acá lo que hay es una gran fe.

-¿Cuánto influyen las crisis que recurrentemente sufre el país? MM: Por caso, este interrogante surgió ya en la primera marcha a Luján, en 1975, cuando muchos se preguntaban si acaso la concurrencia era una respuesta al desencanto con la política. Después, durante la dictadura, si iban por la falta de participación política. Siguiendo esa línea, cuando volvió la democracia, cabía preguntarse por qué seguían yendo. Para mí, la respuesta es más profunda y tiene que ver con la fe. Es cierto que en épocas de crisis uno se acerca a la religión, pero porque sabemos, como dijo el cardenal Bergoglio en Luján, que la Virgen es la única que nunca nos deja de mirar.

CG: Algo de eso siempre influye porque en situaciones de desgracia o crisis social las personas experimentamos nuestros límites y nos abrimos más a Dios. Pero nosotros rescatamos el hecho religioso como un valor originario en sí mismo e irreductible a explicaciones de otros ámbitos de la vida. Vale por sí. Que el chico vaya a Luján es algo que lo pone en contacto con Dios y muestra el precioso don de la fe. Y, como dice Benedicto XVI, la religiosidad popular es un precioso tesoro de América Latina.

-¿No hay, por caso en la marcha a Luján, hechos que desnaturalizan un poco la expresión de fe como la música no religiosa o el alcohol? GD: La peregrinación, por ser juvenil, siempre es festiva. Por eso, no debe inquietar que en los últimos años haya habido más música no religiosa. Además, los datos de los organizadores nos dicen que el consumo de alcohol o los disturbios son ínfimos en relación a la cantidad de gente.

-Algunos dicen que muchos de los que participan en estas expresiones tienen una fe poco cultivada...

CG: ¿Quién puede medir la calidad de la fe de una persona? Pobre de aquel cristiano, aún de aquel dirigente cristiano que les ponga el termómetro de la fe a sus hermanos. Además, ¿qué es mejor? ¿Qué un joven vaya una sola vez en la vida a Luján o que no vaya nunca? ¿Qué vaya varias veces y así se abra a lo que Dios pueda transformar en él? Cuántas vidas se transformaron caminando a Luján. Cuantas vocaciones, no solo religiosas, sino de compromiso social y aún político nacieron caminando a Luján.

-Sorprenden las cifras que se barajan, sobre todo en el caso de Luján.

¿Son tantos los que van? CG: A nosotros no nos gusta hablar de cifras, de por sí un poco inverificables. Y que se prestan a tentaciones triunfalistas que pueden llevar a que algunos las utilicen como un elemento de presión, de arriba hacia abajo, en la sociedad. Está claro que va mucha gente y que esto impacta culturalmente porque vivimos una época de desencuentros, desencanto, desmovilización y no hay convocatorias multitudinarias tan fuertes. Sobre todo, teniendo en cuenta que estas expresiones de fe tienen muy poca difusión previa, pero igual acude mucha gente.

-¿Pero no hay un fuerte contraste entre muchos que van una vez al año a una peregrinación y la poca práctica religiosa cotidiana? MM: Muchos de los que fuimos a Luján terminamos teniendo compromisos muy concretos y la peregrinación nos marcó la vida. Ahora bien, es cierto que esa brecha importa y hay que abrir canales de participación que respondan en alguna medida a las necesidades de la gente. No sólo en lo estrictamente religioso, sino frente a diversas problemáticas como las adicciones o la pobreza. Hay una interpelación y gente que está buscando respuestas creativas.

GD: Un desafío para este momento de la Iglesia es el repensarse como Iglesia misionera. Una Iglesia que, desde el amor, salga al encuentro de la gente. No solo con una respuesta religiosa, sino también social, partiendo de actitudes sencillas que nos permitan crecer como sociedad.

CG: A nivel personal, tenemos el desafío de caminar cada día en la fe, la esperanza y el amor. A nivel de la religiosidad mariana, el de potenciar, de dar más profundidad evangélica y más impulso misionero a estas manifestaciones. A nivel de la pastoral juvenil, el de tratar de ver entre todos las nuevas formas de transmisión de la fe para una juventud que ama a la Virgen y vive la religión como un fenómeno en movimiento. Y, en general, el de encontrar cauces de una comunicación de valores a través de las realidades culturales actuales y construir una sociedad más justa y unida.

MM: De todas formas, no creo que el planteo central debe pasar por si la Iglesia lleva más gente a sus grupos particulares y busca, pues, abrir algo así como una gran inscripción de socios, sino por si hacemos más creíble el Evangelio, por si tenemos una fe que sólo explota el día de la peregrinación a Luján, pero que en lo cotidiano no tiene un correlato. Debemos saber leer lo que nos está pidiendo nuestro pueblo peregrino.

-Menudo desafío no sólo como Iglesia sino como argentinos...

CG: Debemos ver cómo traducir los valores que se viven caminando en conductas personales y sociales que nos ayuden a ser mejores. En ese sentido, Luján es un mensaje de esperanza en otro sentido: la esperanza de que lo difícil es posible. Caminar 60 km 15 horas es difícil, pero la esperanza lo hace posible. ¿No tendríamos que aprender de la peregrinación los argentinos? ¿Qué ser mejores y hacer un país mejor es difícil, pero posible por la esperanza?

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