La Iglesia se engalana –nos engalanamos– de luces y de flores para cantar a los cuatro vientos “Santo y Feliz Jesucristo”. El Resucitado porta las llagas del Crucificado, pero anda en una vida nueva: “su vivir es un vivir para Dios”. Ha sido glorificado y así nos ha abierto el camino hacia el Padre. La Iglesia lo celebra –lo celebramos– y se dispone a renovar su condición de familia de los bautizados, “vivos para Dios en Cristo Jesús”.
Conozco un matrimonio compuesto por un hombre al que no le gusta nada viajar y por una mujer que es una viajera incorregible. Han sabido encontrar la forma de respetar sus gustos. La mujer realiza un par de viajes al año con algunas amigas. A la vuelta a casa, cuenta a su esposo con todo detalle todo lo que ha visitado y recorrido en ese viaje. Por eso el hombre suele decir que conoce muchas partes de nuestro mundo a través de los ojos de su esposa.
A los cristianos con la resurrección de Jesús nos pasa algo similar. No hemos visto directamente a Jesús resucitado. Pero lo podemos percibir en los ojos de sus discípulos los que significa la resurrección de Jesús. Ellos nos transmiten su mirada en los textos del evangelio en los que se nos narra la resurrección de Jesús. Todos esos textos proclaman que Jesús ha resucitado. Pero también nos dan alguna indicación sobre la manera con la que nosotros hoy podemos vivir la resurrección.
Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.
1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el “Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es “divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.
I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor. Al principio, los apóstoles solamente tenían como “palabra” radical este anuncio ante el mundo. La fuerza de este mensaje, poco a poco cambió el mundo.
2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.
III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.
*“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. Así de sencillo. Así de grande.
Hermanos, hermanas: de todo corazón, felicidades. Celebramos con especial gratitud, entrañable cariño y profunda alegría la resurrección de Jesús. Ésta es, en efecto, la noche grande de la Pascua; grande porque sobre ella se apoya toda nuestra vida cristiana; grande porque en ella culmina toda esa historia de salvación rememorada en los relatos de la creación, de Abraham, del éxodo, de los profetas...; grande porque celebra el compromiso definitivo de Dios con los deseos de plenitud y de felicidad que pueblan los corazones de sus hijos; grande porque en ella sabemos que Jesús y sólo Jesús es el Señor.
Es verdad que muchos otros aspiran a serlo tiranizando a sus hermanos, disponiendo caprichosamente de sus vidas, sirviéndose de ellos, manipulándolos. Son los que dominan y oprimen a las naciones, como decía Jesús, pero también los que dominan y oprimen a sus familias, a sus vecinos, a sus compañeros, a sus comunidades religiosas, a sus empleados y un largo etcétera. Resulta ser, bien mirado, que tenemos muchos candidatos a ser señores, pero resultan ser, bien mirados, pretenciosos que se lleva el viento. No saben que la única forma de ser verdaderamente grande es dar la vida por los suyos.
Ésta es la buena noticia: sólo Jesús es el Señor. El que quiere cerca a los niños, el que se sienta a las mesas de los pecadores, el que acoge a los extranjeros, el que tiende su mano a la mujer abatida, el que prefiere a los pobres, el que escucha a la madre desconsolada, el que toca a los leprosos, el que enseña que Dios es Padre, el que declara que la persona es más importante que las instituciones religiosas, el que lava los pies de sus discípulos, el justo torturado, el crucificado, el que al caer de la tarde nos examinará del amor..., ése es el Señor, el Señor de la Iglesia y el Señor de la historia; un Señor como Dios manda, y nunca mejor dicho. Ése es Jesús, nuestro hermano.
*La noche del “ya”.
Ésta es la noche del “ya”, una palabra pequeñita, de sólo dos letras, pero todo un adverbio: complementa la significación del verbo, de un adjetivo, de otro adverbio y de ciertas secuencias. “Ya” expresa novedad, cambio, modificación. Es una palabrita valiente, que sabe ponerse en pie, mirar hacia el pasado y hacia el futuro y declarar que, en adelante, nada volverá a ser igual.
De la resurrección de Jesús en adelante nada vuelve a ser igual. En esta noche sabemos y celebramos que el tesoro de Jesús –la humanidad de hermanos y hermanas o el Reino de Dios, como decía él– cuenta con el aval del propio Dios. Sabemos y celebramos, más aún, ese Reino ha empezado a estar entre nosotros y que crece, además, como el grano de mostaza. El futuro del mundo no es otro que el Reino de Dios, su paternidad, nuestra fraternidad. La mujer de futuro es la hermana. El varón del futuro es el hermano.
Atención, no vamos tampoco a incurrir en triunfalismos ingenuos. Bien sabemos que existen y seguirán existiendo muchas violencias, calumnias, inhumanidades, desamores, crucifixiones... Seguirá habiendo muchas noches oscuras, pero la fe pascual nos permite confiar en que también en ellas Dios sabrá actuar y estar a la altura de su compromiso. Y es que las grandes intervenciones de Dios en la historia de la humanidad –que es, por eso mismo, historia de salvación– han tenido lugar de noche. Aún tendremos que atravesar muchas noches, pero el futuro pertenece a la fraternidad.
La victoria de Jesús es ya nuestra victoria. Él es desde ahora lo que todos estamos llamados a ser y un día seremos: plenitud de vida, comunidad de hermanos en Dios.
1. En el evangelio de este domingo se nos presenta una situación curiosa. Dos discípulos, Pedro y Juan, salen corriendo al sepulcro de Jesús tras la noticia que les da María Magadalena que el sepulcro está vacío. En vez de ir juntos, uno de ellos, Juan, corre más que el otro. Llega antes al sepulcro y sin embargo no entra, dejando que sea Pedro, el que ha llegado el último, el que entre el primero. Pero el primero en entrar no se percata de lo que allí ha ocurrido hasta que Juan, entra y entiende lo ocurrido.
2. Para comprender esta escena curiosa tenemos que pensar la situación de las comunidades cristianas a finales del siglo I, que es cuando se escribe el evangelio de Juan. Los grupos iniciales de seguidores de Jesús habían crecido en número y comenzaban a desarrollar formas organizativas. Algunas personas comienzan a detentar la autoridad en la comunidad, los Apóstoles, y se introducen ministerios y funciones. Una excepción era la comunidad de Juan en la que se escribe este evangelio. En esta comunidad más que de la autoridad de los Apóstoles se hablaba de la importancia del discipulado. Todos los bautizados son discípulos. y el discipulado no se sustenta en la autoridad sino en el amor a Jesucristo.
3. Muchos ejemplos traslucen el ideal igualitario de las comunidades de Juan en la que el amor es el criterio decisivo para la vida cristiana. Uno de los más llamativos es que es este evangelio en el que hay más presencia de mujeres a las que además se las adjudica un puesto destacado. En el evangelio de Juan, una mujer, María de Magdala, es la primera que ve al resucitado y es la encargada de anunciar la resurrección a los discípulos.
4. El evangelio de este domingo nos transmite una idea muy importante para la vida cristiana. Es la siguiente. En la vida de la iglesia es importante la organización y el servicio de la autoridad, que en este evangelio está representado por la figura de Pedro. Pero más decisivo que la organización es el servicio y el amor, que está representado en la figura de Juan “el discípulo amado”.
5. El amor es el que hace correr a Juan más deprisa hacia el sepulcro. Y el amor es el que le ilumina para que entienda que las vendas por el suelo son un signo de la resurrección. Pedro, que entró el primero, pudo ver también las vendas por el suelo y sin embargo no le dio importancia.
6. Aunque las estructuras no sean lo principal en la iglesia el evangelio de Juan no las menosprecia. Juan, que llegó primero al sepulcro deja entrar primero a Pedro. De este modo expresa su respeto y consideración a quien detenta la autoridad en la Iglesia.
7. Este evangelio nos recuerda que la iglesia del resucitado no surge donde la organización se impone sobre la vida y el amor. Pero tampoco surge donde se desprecia y olvida la necesidad de formas organizativas. La iglesia del resucitado surge allí donde el amor y la vida inspiran y animan la organización. Nuestra Iglesia será la Iglesia del resucitado si todos sabemos poner vitalidad y la fuerza del amor en nuestra fe.
8. No es la buena organización, los medios técnicos, lo que garantiza el buen funcionamiento de la Iglesia. Todo ello es necesario pero la Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos abrimos a otros a la esperanza. Está allí donde los cristianos tenemos el valor y la fuerza de apostar por un mundo en el que no se margine a nadie. La Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos corren a servir a los otros, sobre todo a los más necesitados. La Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos ayudamos a otros a quitarse las vendas: las de los ojos que impiden ver y las de las heridas del amor. La Iglesia del resucitado, en definitiva, está allí donde el amor vence sobre el mal.
Misa del día
Conozco un matrimonio compuesto por un hombre al que no le gusta nada viajar y por una mujer que es una viajera incorregible. Han sabido encontrar la forma de respetar sus gustos. La mujer realiza un par de viajes al año con algunas amigas. A la vuelta a casa, cuenta a su esposo con todo detalle todo lo que ha visitado y recorrido en ese viaje. Por eso el hombre suele decir que conoce muchas partes de nuestro mundo a través de los ojos de su esposa.
A los cristianos con la resurrección de Jesús nos pasa algo similar. No hemos visto directamente a Jesús resucitado. Pero lo podemos percibir en los ojos de sus discípulos los que significa la resurrección de Jesús. Ellos nos transmiten su mirada en los textos del evangelio en los que se nos narra la resurrección de Jesús. Todos esos textos proclaman que Jesús ha resucitado. Pero también nos dan alguna indicación sobre la manera con la que nosotros hoy podemos vivir la resurrección.
Comentario bíblico
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida
Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.
1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el “Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es “divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.
I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor. Al principio, los apóstoles solamente tenían como “palabra” radical este anuncio ante el mundo. La fuerza de este mensaje, poco a poco cambió el mundo.
2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.
III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Pautas para la homilía
Vigilia Pascual
Felicidades: sólo Jesús es el Señor.
Vigilia Pascual
Felicidades: sólo Jesús es el Señor.
*“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. Así de sencillo. Así de grande.
Hermanos, hermanas: de todo corazón, felicidades. Celebramos con especial gratitud, entrañable cariño y profunda alegría la resurrección de Jesús. Ésta es, en efecto, la noche grande de la Pascua; grande porque sobre ella se apoya toda nuestra vida cristiana; grande porque en ella culmina toda esa historia de salvación rememorada en los relatos de la creación, de Abraham, del éxodo, de los profetas...; grande porque celebra el compromiso definitivo de Dios con los deseos de plenitud y de felicidad que pueblan los corazones de sus hijos; grande porque en ella sabemos que Jesús y sólo Jesús es el Señor.
Es verdad que muchos otros aspiran a serlo tiranizando a sus hermanos, disponiendo caprichosamente de sus vidas, sirviéndose de ellos, manipulándolos. Son los que dominan y oprimen a las naciones, como decía Jesús, pero también los que dominan y oprimen a sus familias, a sus vecinos, a sus compañeros, a sus comunidades religiosas, a sus empleados y un largo etcétera. Resulta ser, bien mirado, que tenemos muchos candidatos a ser señores, pero resultan ser, bien mirados, pretenciosos que se lleva el viento. No saben que la única forma de ser verdaderamente grande es dar la vida por los suyos.
Ésta es la buena noticia: sólo Jesús es el Señor. El que quiere cerca a los niños, el que se sienta a las mesas de los pecadores, el que acoge a los extranjeros, el que tiende su mano a la mujer abatida, el que prefiere a los pobres, el que escucha a la madre desconsolada, el que toca a los leprosos, el que enseña que Dios es Padre, el que declara que la persona es más importante que las instituciones religiosas, el que lava los pies de sus discípulos, el justo torturado, el crucificado, el que al caer de la tarde nos examinará del amor..., ése es el Señor, el Señor de la Iglesia y el Señor de la historia; un Señor como Dios manda, y nunca mejor dicho. Ése es Jesús, nuestro hermano.
*La noche del “ya”.
Ésta es la noche del “ya”, una palabra pequeñita, de sólo dos letras, pero todo un adverbio: complementa la significación del verbo, de un adjetivo, de otro adverbio y de ciertas secuencias. “Ya” expresa novedad, cambio, modificación. Es una palabrita valiente, que sabe ponerse en pie, mirar hacia el pasado y hacia el futuro y declarar que, en adelante, nada volverá a ser igual.
De la resurrección de Jesús en adelante nada vuelve a ser igual. En esta noche sabemos y celebramos que el tesoro de Jesús –la humanidad de hermanos y hermanas o el Reino de Dios, como decía él– cuenta con el aval del propio Dios. Sabemos y celebramos, más aún, ese Reino ha empezado a estar entre nosotros y que crece, además, como el grano de mostaza. El futuro del mundo no es otro que el Reino de Dios, su paternidad, nuestra fraternidad. La mujer de futuro es la hermana. El varón del futuro es el hermano.
Atención, no vamos tampoco a incurrir en triunfalismos ingenuos. Bien sabemos que existen y seguirán existiendo muchas violencias, calumnias, inhumanidades, desamores, crucifixiones... Seguirá habiendo muchas noches oscuras, pero la fe pascual nos permite confiar en que también en ellas Dios sabrá actuar y estar a la altura de su compromiso. Y es que las grandes intervenciones de Dios en la historia de la humanidad –que es, por eso mismo, historia de salvación– han tenido lugar de noche. Aún tendremos que atravesar muchas noches, pero el futuro pertenece a la fraternidad.
La victoria de Jesús es ya nuestra victoria. Él es desde ahora lo que todos estamos llamados a ser y un día seremos: plenitud de vida, comunidad de hermanos en Dios.
Fray Javier Martínez Real
San Gerónimo - Rep. Dominicana
San Gerónimo - Rep. Dominicana
Misa del día
La Iglesia del Resucitado
La Iglesia del Resucitado
1. En el evangelio de este domingo se nos presenta una situación curiosa. Dos discípulos, Pedro y Juan, salen corriendo al sepulcro de Jesús tras la noticia que les da María Magadalena que el sepulcro está vacío. En vez de ir juntos, uno de ellos, Juan, corre más que el otro. Llega antes al sepulcro y sin embargo no entra, dejando que sea Pedro, el que ha llegado el último, el que entre el primero. Pero el primero en entrar no se percata de lo que allí ha ocurrido hasta que Juan, entra y entiende lo ocurrido.
2. Para comprender esta escena curiosa tenemos que pensar la situación de las comunidades cristianas a finales del siglo I, que es cuando se escribe el evangelio de Juan. Los grupos iniciales de seguidores de Jesús habían crecido en número y comenzaban a desarrollar formas organizativas. Algunas personas comienzan a detentar la autoridad en la comunidad, los Apóstoles, y se introducen ministerios y funciones. Una excepción era la comunidad de Juan en la que se escribe este evangelio. En esta comunidad más que de la autoridad de los Apóstoles se hablaba de la importancia del discipulado. Todos los bautizados son discípulos. y el discipulado no se sustenta en la autoridad sino en el amor a Jesucristo.
3. Muchos ejemplos traslucen el ideal igualitario de las comunidades de Juan en la que el amor es el criterio decisivo para la vida cristiana. Uno de los más llamativos es que es este evangelio en el que hay más presencia de mujeres a las que además se las adjudica un puesto destacado. En el evangelio de Juan, una mujer, María de Magdala, es la primera que ve al resucitado y es la encargada de anunciar la resurrección a los discípulos.
4. El evangelio de este domingo nos transmite una idea muy importante para la vida cristiana. Es la siguiente. En la vida de la iglesia es importante la organización y el servicio de la autoridad, que en este evangelio está representado por la figura de Pedro. Pero más decisivo que la organización es el servicio y el amor, que está representado en la figura de Juan “el discípulo amado”.
5. El amor es el que hace correr a Juan más deprisa hacia el sepulcro. Y el amor es el que le ilumina para que entienda que las vendas por el suelo son un signo de la resurrección. Pedro, que entró el primero, pudo ver también las vendas por el suelo y sin embargo no le dio importancia.
6. Aunque las estructuras no sean lo principal en la iglesia el evangelio de Juan no las menosprecia. Juan, que llegó primero al sepulcro deja entrar primero a Pedro. De este modo expresa su respeto y consideración a quien detenta la autoridad en la Iglesia.
7. Este evangelio nos recuerda que la iglesia del resucitado no surge donde la organización se impone sobre la vida y el amor. Pero tampoco surge donde se desprecia y olvida la necesidad de formas organizativas. La iglesia del resucitado surge allí donde el amor y la vida inspiran y animan la organización. Nuestra Iglesia será la Iglesia del resucitado si todos sabemos poner vitalidad y la fuerza del amor en nuestra fe.
8. No es la buena organización, los medios técnicos, lo que garantiza el buen funcionamiento de la Iglesia. Todo ello es necesario pero la Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos abrimos a otros a la esperanza. Está allí donde los cristianos tenemos el valor y la fuerza de apostar por un mundo en el que no se margine a nadie. La Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos corren a servir a los otros, sobre todo a los más necesitados. La Iglesia del resucitado está allí donde los cristianos ayudamos a otros a quitarse las vendas: las de los ojos que impiden ver y las de las heridas del amor. La Iglesia del resucitado, en definitiva, está allí donde el amor vence sobre el mal.
Fray Ricardo de Luis Carballada
Salamanca
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