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lunes, 5 de abril de 2010

¿Esperando la Resurrección?

Por Ron Rolheiser
Traduccion: P. Carmelo Astiz
Publicado por Ciudad Redonda

“Cuando me desespero, recuerdo que, a través de la historia, el camino de la verdad y del amor ha vencido siempre. Han existido asesinos y tiranos, que durante cierto tiempo parece que son invencibles. Pero, al fin, siempre se derrumban y caen. Tenedlo en cuenta: siempre”. Fue Mohandas K. Ghandi quien escribió estas líneas, que pueden sernos útiles en tiempos difíciles.

Vivimos en tiempos difíciles. Sólo tenemos que ver las noticias en la tele, cualquier noche. Si hay un Dios omnisciente, todopoderoso y de verdad afectuoso que es dueño y Señor de este universo, su presencia no resulta muy evidente en las noticias de la noche: Existe violencia alrededor de todo el planeta, alimentada por ideologías farisaicas que autorizan el odio, por el egoísmo que deja que la comunidad se valga por sí misma, y por una avaricia socialmente admitida que deja a los pobres abandonados a su suerte para que se valgan también por sí mismos.

Es justo y sabio preguntarse: ¿Dónde está la resurrección en todo esto? ¿Por qué Dios está aparentemente tan inactivo? ¿Dónde está, y en qué consiste, la reivindicación del Domingo de Pascua?

Son preguntas importantes, aun cuando no sean ni especialmente profundas ni totalmente nuevas. Éstas eran las preguntas utilizadas por los esbirros para mofarse de Jesús en la cruz: “¡Si eres tú el Hijo de Dios, baja de esa cruz! ¡Si eres Dios, pruébanoslo! ¡Actúa ahora ya!” Tanto entonces como ahora, según parece, nunca nos hemos figurado por qué la salvación no puede actuar como una película normal, en la que, al final, una violencia moralmente superior aniquila todo lo malo.

Pero Dios no actúa (ni ahora ni nunca) como en una película de Hollywood. Durante siglos los judíos oraron para que viniera un mesías, un superman, a mostrar un poder y una gloria que sencillamente superara al mal; pero lo que consiguieron fue un niño desvalido acostado sobre la paja. Y, cuando aquel niño creció, querían que derrocara al imperio romano, pero, en cambio, él se dejó crucificar. No hemos cambiado mucho con respecto a lo que esperamos de Dios.

Pero Dios, tal como queda revelado en la muerte y resurrección de Jesús, no satisface nuestras expectativas, aunque las sobrepasa infinitamente. Lo que enseña la resurrección es que Dios no interviene contundentemente para parar el dolor y la muerte. En cambio redime el dolor y reivindica la muerte. Dios libra del mal al mundo no utilizando fuerza para borrarlo, sino reivindicando lo bueno a los ojos del mal, de forma que al fin lo que permanezca sea sólo el bien. El mal tiene que “mirar para siempre a aquel a quien él mismo atravesó”, hasta que comprenda lo que ha hecho y se deje transformar a sí mismo. ¿Cómo “funciona” esto?

Lo que la resurrección de Jesús nos revela es que existe una profunda estructura moral aplicada al universo; que los contornos o formas curvas del universo son el amor, la bondad y la verdad; y que esta estructura moral, anclada en su centro por el Último y Único amor y poder, no es negociable: Tú vives la vida en su forma propia, como Dios manda, o simplemente tu vida no será correcta ni aceptable. Y lo que es más importante, lo contrario también es cierto: Si respetas la estructura moral y vives tu vida como Dios manda, lo bueno, lo verdadero y lo cordial al fin triunfará, siempre, a pesar de todo. Si esto es cierto -y lo es-, entonces no tenemos por qué evitar el dolor y la muerte para lograr la victoria; solamente tenemos que mantenernos fieles, buenos y verdaderos, aun en el dolor y la muerte.

Sin embargo, parte de lo que aquí se nos revela es que necesitamos una enorme paciencia, una paciencia llamada esperanza. El día de Dios llegará, pero parece que Dios no tiene ninguna prisa.

La bondad y la verdad siempre triunfarán, pero tenemos que esperar para conseguirlo, no porque Dios quiera que aguantemos el dolor como una especie de prueba, sino porque Dios, a diferencia nuestra, no utiliza coerción o violencia para conseguir su fin. Dios se vale sólo de la verdad, de la belleza, de la bondad y del amor; y se vale de ellos, estructuralmente y de forma no-negociable, incrustándolas en el universo mismo, como un sistema gigante de inmunidad moral que, al fin, siempre, restaura al cuerpo para la salud.
Dios no tiene necesidad de intervenir como un super-héroe al final de una película de Hollywood, ni de usar una violencia moralmente superior para eliminar a los malos, de forma que se libre a los buenos del dolor y de la muerte. Dios deja que el universo se recupere a sí mismo, de la misma forma que un cuerpo actúa cuando se siente atacado por un virus. El sistema de inmunidad realiza al fin su trabajo, aun cuando, a corto plazo, haya dolor y muerte. Pero siempre, al fin, el universo se recupera a sí mismo.

Sencillamente: Cuando cometemos cualquier disparate, esa situación no se va a convertir en algo justo y recto. No puede. La estructura del universo no lo asumirá, y entonces retorna a nosotros, de una forma u otra. Y, a la inversa, cuando hacemos algo correcto, cualquier cosa que sea verdadera, buena, cordial o bella, el universo la reivindica y la hace suya. El universo juzga cada acto; y su juicio no admite excepciones.

Quizás ese juicio parece no ser inmediato; el tiempo intermedio puede parecer excesivo y entonces, por un tiempo, podemos sentir confusión y plantearnos la cuestión: “¿Por qué Dios, que es verdad y bondad, no baja de la cruz?” Pero, al fin, como dice Ghandi, siempre, sin excepción alguna, el mal queda avergonzado y el bien triunfa. La resurrección funciona.

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