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lunes, 5 de abril de 2010

DIOS NO ESTABA EN EL TERREMOTO


¿En que pie nos encontró el terremoto respecto al creer o no en Dios?

Vale la pena preguntarnos cuales fueron las reacciones de las poblaciones afectadas, también escuchar las declaraciones de las autoridades, de las iglesias y del público en general.
Por lo que se vio, por lo que se escuchó, por lo que nos quisieron transmitir los medios de comunicaciones, el impacto, los sentimientos y las reacciones de la gente fueron muy diferentes de lo que se pudo vivir en circunstancias dramáticas anteriores.
Las primeras impresiones nos llevan a preguntarnos: ¿Estaremos más fatalistas que nuestros padres? o ¿A lo contrario, seremos más solidarios?

Concentrándonos muy particularmente en una perspectiva religiosa, se puede observar un cambio importante en todo lo acontecido. Las reacciones espontáneas que surgieron nos revelan que se aprendió (por fin), la lección que nos dejo la historia bíblica de la teofanía a Elías en la montaña del Horeb (I Reyes 19,11). En este encuentro con Dios, ocurrieron “huracán, terremoto, rayo…” pero nos dice la Biblia: “Dios no estaba en el terremoto, en el fuego… pero después vino el susurro de una brisa suave, al oírlo Elías se cubrió su rostro con el manto y se puso a la entrad de la cueva… y se escucho una voz…”

En Chile, los más antiguos recuerdan que para el terremoto del 60 no faltaron las iglesias que implicaron a Dios para causar o permitir el terremoto, convocaron a celebrar ceremonias penitenciales, unos predicadores hablaron derechamente de los castigos de Dios para los impenitentes aprovechando así urgir las conversiones para su credo. No faltaron tampoco los que vaticinaron una vez más el fin del mundo interpretando la visión de la” séptima copa del furor de Dios” de l’ Apocalipsis (16, 18): “Se produjeron relámpagos, fragor, truenos y un violento terremoto como no hubo desde que existen hombres sobre la tierra, un terremoto tan violento”.

Esos sentimientos de culpabilidad y de temor divino encontraban eco entre los creyentes y cooperaban a afianzar la autoridad del clero o de los pastores.

Esta vez, las explicaciones geológicas del deslizamiento de las placas continentales dejaron felizmente por obsoletas esas interpretaciones perversas de un Dios castigador como causante de lo ocurrido. Las mismas responsabilidades que se podrían haber atribuidas en algunos casos a las victimas (su imprudencias, su ignorancia …) se silenciaron por completo, sólo se anotaron algunas fallas humanas de lo que ocurrió como: las autoridades que avisaron mal, que no controlaron…, las constructoras que levantaron obras endebles…

Las iglesias asociándose con los organismos fiscales movilizaron rápidamente sus instituciones asistenciales y llamaron sus feligreses a la caridad. Esta actitud pragmática ha sido muy oportuna. Pero después de estas medidas de emergencia, se podría haber escuchado una interpretación religiosa de lo ocurrido. En realidad, se escucharon muy pocos posicionamientos de fe y este silencio religioso impresiona. Esta tragedia humana, las muertes de inocentes, las ruinas personales y sociales, los terrores y los sufrimientos dejaron a los cristianos sin palabra. Para ciertos temas de moralidad como los referentes a la sexualidad, la familia, la vida por nacer… abundan los discursos pero en ocasión de catástrofes naturales bien pocos encuentran palabras que decir referente a Dios.

No se escucharon interrogaciones angustiantes (recordando las de Auschwitz y de Hiroshima) de ¿Porque Dios permitió tanto dolor, tantos sufrimientos?, ¿Puede uno todavía creer en Dios viendo todo esto? Estas preguntas obligaron ayer a los teólogos a meditar de la autonomía de la evolución del universo, de la libertad y de la responsabilidad personal y colectiva de los humanos pero esta reflexión progresó bien poco. No es de extrañar que los cristianos que perdieron familiares, que perdieron su casa, que perdieron a veces todo en este desastre del terremoto se guardaron, ellos también, sus “porque”. Es como si las explicaciones científicas ya no les permiten interrogar el cielo y de no haber responsabilidad precisa por algunos daños, no les queda otra que recibir agradecidos las ayudas caritativas aún sin cuestionar las desigualdades y injusticias sociales que este drama revela.

¡Que tan fácil soportamos la existencia de todas las miserias en la tierra! Dejando creer que se esta haciendo lo posible, hemos asumido con fatalismo todas las miserias, las enfermedades y los sufrimientos de una buena parte de la humanidad. A los oprimidos, les hemos, de quitado el cielo a quien reclamar, si se puede decir.

El problema del Mal no es para los filósofos, es un tema para cada cristiano que termina su Padre Nuestro pidiendo: “líbranos del Mal”.

Dejaremos, por ahora, de lado el relato bíblico polémico que le echa todo la culpa a Adam que comiendo del fruto prohibido habría traído todas las desgracias a la humanidad. Recogeremos otro texto que no nos da explicaciones del origen del mal pero que nos propone una actitud frente al sufrimiento.

El viejo Job postrado en la ceniza y el polvo, es la imagen de la tragedia humana y sus conversaciones con sus visitantes tratan del problema del Mal. Job refuta a sus consoladores: él, no es más pecador que otro, tampoco acepta que Dios sea quien le pone a prueba su fe, también habría rechazado la idea que Dios le abone sus sufrimientos como meritos para su salvación eterna como lo predicaron algunos. Job no entiende pero se niega rotundamente a hablar mal de Dios y deja callados sus interlocutores testimoniándoles con fuerza su confianza tan paradójica en Dios (Job 41,1ss)

El problema del mal, a muchos nos deja sin habla. En este terremoto del bicentenario de Chile, las iglesias dejaron de ser esos consoladores sofisticados como lo fueron los de Job. Ahorraron los discursos y privilegiaron la solidaridad práctica. El gobierno y los medios levantaron banderas para levantar los ánimos y despertar la solidaridad nacional. Con los lemas “Fuerza Chile” y “Chile ayuda a Chile” se alentaron las victimas a no desanimarse dándole una muestra del apoyo de sus conciudadanos. Pero faltaron testimonios específicamente cristianos que hablarán “bien” de Dios en esta tragedia y si los hubo, se les dieron poca publicidad.

Algunos podrán explicar este aparente vacío religioso por la privatización de la religión que por una parte ha recluido el sentir religioso en las percepciones individuales e intimas y que por otra parte se ha normalizado tanto el creer que la feligresía deja al clero y los pastores pronunciarse en esos temas.

Se sabe que una proporción importante de la población da a Dios por “sentado”, su existencia es un supuesto que no se cuestiona La religiosidad popular, una práctica por lo menos mínima de los sacramentos, algunas referencias a un código moral y el reconocimiento de una afiliación a una agrupación religiosa particular de una mayoría de la población lo comprueba. Pero esta exagerada discreción de los tantos cristianos después de este terremoto preocupa.

También se debe tomar en cuenta que existe una minoría de la población pero una minoría en una progresión numérica que se alejó de los ritos y de las creencias de sus mayores, su silencio se puede entender ¿Será que el silencio de estos nuevos “paganos” contagie a los creyentes?

El quiebre cultural que estas nuevas generaciones preparan en la civilización cristina es ya una realidad palpable en las poblaciones de Europa. Los jóvenes de las familias tradicionalmente muy cristianas viven sin referirse a ninguna transcendencia, viven su vida como un hecho por el cual no se requieren cuestionamientos, en su individualismo fanático, no buscan convicciones fuertes para hacer sus vida, buscan más bien un “modus operandi” de vivir y tantean la mejor manera de hacerlo.

A futuro, para muchísima gente, Dios dejará de ser un presupuesto. Las diferentes iglesias cristinas siguen pelean sus doctrinas pero ¿quienes se preguntan si será posible hacer descubrir de nuevo la transcendencia a esas generaciones?

La tragedia de este terremoto como todas las tragedias humanas podría hacer resurgir la preocupación por una dimensión olvidada de la vida (según la expresión de Paul Tillich). ¿Quién podría levantar de nuevo estas preguntas antiguas de la existencia del mal para moros y cristianos. ¿Quién, como Job, podrá hablar bien de Dios en estas circunstancias?

Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la teología de la liberación escribió en los ochenta un librito precioso que nos puede abrir perspectivas: “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente”, en este estudio del libro de Job, ilustra muy bien el testimonio revelador de los pobres y oprimidos de Latino America y el lugar teológico en que se encuentran los sufridos de la tierra para anunciar el evangelio.

La opción para los pobres molestó mucho a los vaticanistas porque la interpretaron como una mera opción política y económica pero es hora que ya se le reconozca el rol ineludible de los pobres y de los sufridos para hablar “bien” de Dios hoy día y siempre.

Es Jesús mismo que, en una oportunidad, se “llenó de gozo… y dijo: yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños…”(Mat.10,21ss)

Pero las voces de los pobres no pueden seguir unas voces débiles e aisladas. Es importante fortalecer cuantas comunidades cristianas pueden sobrevivir en las regiones devastadas. De ellas, se podrá escuchar hablar “bien” de Dios. Esta voz de los pobres no debe ser cubierta ni por los discursos eclesiásticos ni por el poder institucional de la caridad, a lo contrario debe ser amplificada como una nueva evangelización. La Iglesia necesita esta expresión libre y comunitaria de fe y no debe equivocar las prioridades en sus intervenciones para las poblaciones afectadas.

Como ejemplo, vale la pena recordar el testimonio de Mons. Santos, obispo de Valdivia en la época del terremoto del 60 que buscó levantar cuantas capillas se podían en los barrios en reconstrucción postergando para mejores tiempo la reconstrucción de su propia catedral.

Cuanta manías eclesiásticas y distorsiones del evangelio se podrían evitar devolviendo a los pobres y sufridos su rol de guía para construir un mundo que inicia el Reino de Dios en la tierra.

La Iglesia católica se ha posicionado muy luego con toda su institucionalidad caritativa. La virtud de caridad de muchos cristianos que permite este pragmatismo asistencial es loable pero habla bien de ellos mismos pero no tan directamente de Dios que les inspira esta caridad. También, hay que reconocerlo, las intervenciones asistenciales dejarán siempre en la ambigüedad las exigencias de la estricta justicia. Las limosnas no logran crear la fraternidad a la que incita el “Padre Nuestro”.

El terremoto habrá sacudido también la fe de mas de uno, una fe dormida que se despertó cruelmente, una fe que deberá purificarse si no quiere volver a caer en el infantilismo de las devociones baratas.

Para algunos la angustia de haberlo perdido todo les habrá devuelto la fe en el folio cero y deberán tomar el camino penoso de una fe mas honesta.

Entonces, la fe de los cristianos victimas del terremoto se escuchará como ese “susurro de una brisa suave” que les hablará, del Amor de Dios, de la Solidaridad Divina y humana, de la Esperanza, de la Vida.

No debemos olvidar que existe también una población, la más juvenil quizás, que habrá vivido la tragedia como si Dios no existiera.

Nos cuesta ubicarnos en esta postura y compartir este sentir post moderno de los que no están “ni allí” con Dios. Si uno lo piensa bien esta postura es también común a la mayoría de los medios de comunicaciones y a la mayor parte de los ambientes públicos donde se pretende evitar hablar de política y de religión argumentando una tolerancia absoluta.

Muchas cosas profundas se pueden vivir y compartir humanamente sin referir a ningún creer religioso: el desamparo, el hambre, la debilidad, la angustia, el miedo, la inseguridad, el amor, la familia, la vida, la muerte. Se puede lamentar el individualismo, la violencia, los saqueos estúpidos, la irresponsabilidad de los constructores … Se pueden compartir así las emociones, los sentimientos, los criterios, fomentar las iniciativas de solidaridad humana a nivel local, nacional o internacional, se puede buscar también superarnos a nosotros mismos para cambiar las malas estructuras sociales y económicas imperantes. Se llega a compartir esperanzas y deseos de vivir, se puede despertar los mejores sueños de un mundo mejor participando de nuestra gran historia humana a todos.

Este camino de la secularización, este vivir la solidaridad humana “etsi Deus non daretur”( como si Dios no contará) no es el de los catecismos y de los sacramentos pero es el camino en que se puede llegar a escuchar ese “susurro de una brisa suave”.

El compartir nuestros temores y angustias, la solidaridad fraterna que alivia los sufrimientos, el coraje que une frente a los reveses de la vida, volver a encontrar lo que mas nos importa en la vida, estas vivencias nos llevan al descubrimiento de la profundidad de la vida. Logramos encontrarle una perspectiva insospechada.

Quizás, si Dios quiere, recibiremos el testimonio que da los evangelios de una persona que impactó tantas generaciones hablándonos de su Padre y de nuestro Padre y que nos invita a construir su Reino.

Las comunidades cristianas que atraviesan la tragedia del terremoto son las privilegiadas para hablar bien de Dios. Pero, también, todos los hombres de buena voluntad por su camino de solidaridad humana en los sufrimientos pueden mantenerse en el camino para descubrir esta Solidaridad de Dios que se hizo hombre para liberarnos de todas las tragedias de la vida.

* Consejo Editorial de revista Reflexión y Liberación

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