Por José Arregi
Publicado por Fe Adulta
Publicado por Fe Adulta
¿Cuál es el mandamiento principal? Jesús respondió:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante al éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas” (Mt 22,37-40).
Los expertos discuten acerca de si este doble y único mandamiento lo formuló Jesús mismo de esta manera. Pero de lo que no cabe duda es que expresa magníficamente la enseñanza y la práctica de Jesús.
Por lo demás, Jesús no inventa nada en esas palabras. No hace sino citar Dt 6,4 y Lv 19,18.
El primer texto citado (Dt 6,4) es el famoso shemá, la principal oración que los judíos deben rezar a diario, la oración que muchos rezaban mientras se dirigían a las cámaras de gas en Auschwitz, las palabras que colocan en los marcos de todas las puertas, para tocarlas y acariciarlas con la mano al entrar o al salir.
No son dos mandamientos, sino uno solo.
El amor al prójimo es mediación y expresión del amor a Dios. El amor a Dios es fuente y horizonte último del amor al prójimo.
El que ama al prójimo ama siempre a Dios; el que ama a Dios no puede no amar al prójimo.
Cuando realmente se ama, es lo mismo que se ame al prójimo “por Dios” o que se ame a Dios “por el prójimo”.
El que ama sin “creer” en Dios tiene una “fe anónima”; y el que “cree” en Dios sin amar al prójimo, tiene un “ateísmo anónimo”.
Si amas, ya eres perfecto, Dios está en ti, y eres libre.
El amor doble y único no es el mandamiento más importante, sino el único mandamiento. Es el que les da sentido, sustancia, valor a todos los mandamientos. El que ama cumple todo. Sin amor, todos los mandamientos se convierten en leyes opresoras, impuestas desde fuera. Una fidelidad sin amor es sumisión servil, o mero formalismo, o búsqueda engañosa y fracasada de sí mismo.
Nuestro amor nunca es perfecto, ni siquiera debemos pretender que lo sea, pero sólo es perfecto en nosotros lo que hay de amor, fragmentario y frágil y herido como es, el amor humilde, el amor necesitado, el amor que perdona, el amor que se levanta, el amor de cada día.
Al afirmar que el amor es el mandamiento principal y único, Jesús se sitúa frente al legalismo y la casuística.
El legalismo consiste en cumplir la ley y quedarse tranquilos; la casuística es la necesidad de “saber” qué manda exactamente la ley en cada situación concreta, para así estar seguros ante Dios. El legalismo y la casuística son las dos tentaciones fundamentales de toda moral religiosa.
El mandamiento del amor, por el contrario, no nos ofrece una aplicación normativa para cada caso. Sino que nos pide un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mentalidad y una sensibilidad nuevas.
Lleva consigo el riesgo de la decisión de cada momento, decisión particular e insegura como toda circunstancia única; lleva consigo la exigencia de verdad y de paz interiores, de humildad y de confianza radicales.
Jesús no nos ofrece un código o un sistema moral, sino que nos revela cuál es el centro de la moral y de la ética: humanidad solidaria, felicidad compartida; la máxima humanidad posible, la máxima armonía y felicidad posibles para todos los seres de la creación entera. En eso consiste la gloria de Dios.
Este doble y único mandamiento constituye la esencia de la ética, de la moral, de la religión, de todas las cosas. Es la esencia de la moral tanto en lo que se refiere al contenido como en lo que se refiere a la motivación. El amor es el contenido esencial, y es la motivación esencial. El amor es la esencia de todas las cosas. Y cuando el amor sea pleno y definitivo, todas las cosas habrán llegado a su plena realización.
La dicha del ser humano y de toda la creación es el sueño y la meta de Dios y, por consiguiente, la suprema ley de la ética y de la religión.
Las diferencias entre las personas y entre los países, la miseria en que vive un tercio de la humanidad, las guerras provocadas por quienes no van al frente, el hambre que es la guerra más terrible, el armamentismo, el expolio de la naturaleza... ésos son los pecados más grandes contra la ética de Jesús. Y, sin embargo, nos remuerden tan poco esos males y nos remuerden tanto otros “pecados” que tal vez ni siquiera lo son...
El bien del ser humano y de la creación es el bien de Dios, y por ese bien se comprometen la verdadera moral y la verdadera religión.
Tampoco en este caso tenemos por qué buscar a toda costa en Jesús una originalidad absoluta. Jesús no inventó los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, ni siquiera su vinculación mutua. G. Theissen demuestra que todas las grandes enseñanzas del Sermón de la Montaña encuentran algún paralelo en la literatura rabínica (aunque no se encuentre cosa importante ningún rabino que las reúna todas, como enseguida veremos).
En el judaísmo helenístico, particularmente, estaba extendida la idea de que elmonoteísmo es el mandamiento principal.
Rabbí Hillel y Rabbí Aquiba, comentando Lv 19,18 (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”), afirman rotundamente que la solidaridad es el corazón de laTorá.
Por otra parte, había tradiciones que unían entre sí el amor a Dios y el amor al prójimo. He aquí unos ejemplos:
“Respetad y venerad a Dios, al tiempo que cada cual ama al herman@ con misericordia y justicia” (Jubileos 36,7-8);
“Amad al Señor en vuestra vida entera y amaos mutuamente con un corazón sincero” (Testamento de Daniel 5,3);
Hijos míos, observad la ley de Dios, adquirid la pureza y vivid sin malicia, no hurguéis en las acciones del prójimo, sino amad al Señor y al prójimo, apiadaos del débil y del pobre (Testamento de Isaías 5,1-2);
“Al Señor amé e igualmente a cada ser humano con todas mis fuerzas. Hacedlo también vosotros” (Testamento de Isaías 7,6).
“Hay en cierto modo dos principios básicos a los que se subordinan las innumerables enseñanzas y leyes concretas: en referencia a Dios, el mandamiento de la piedad y adoración; en referencia al ser humano, la filantropía y la justicia; cada uno de estos mandamientos se desglosa en múltiples y nobles subespecies”. (Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús)
Vemos, pues, que los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo, en su mutua vinculación, constituyen la esencia misma del judaísmo. Y Jesús no pierde nada porque no sea el primero o el único en haber expresado los dos mandamientos. Jesús no perdería nada aunque no fuera el primero o el único en nada. Sí habría de perderse la pretensión de superioridad que nos es tan cara a los cristianos, y sería bueno perderla. Las pretensiones cristianas no dan gloria a Dios y nos impiden cumplir el mandamiento del amor que nos dio Jesús.
De todos modos, es verdad lo que observa Hans Küng: “No se puede negar que es muy distinto que tres docenas de sentencias pronunciadas por tres docenas de rabinos se hallen documentadas en tres docenas de pasajes del Talmud y que todas ellas estén concentradas en un solo rabino. Es decir, lo inconfundible no son las frases sueltas de Jesús, sino el conjunto de su mensaje”.
El mandamiento del amor es universal. El amor es el anhelo y la tarea de todos los seres. Y es el mandamiento más fácil y más difícil: el más fácil, porque no es necesario perderse entre normas e interpretaciones; el más difícil, porque exige superar todo cálculo y toda medida. El amor no es una ley, no es una norma. Jesús supo y nos enseñó a amar a Dios y al prójimo sin cuidarse de normas, interpretaciones, cálculos y medidas.
La Regla de oro en las tradiciones religiosas
“Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti" (Lc 6,3). Este principio, aparentemente tan humilde, expresa la plenitud del amor. Y no importa tanto que se expresa en esa forma positiva, o en una forma negativa, es decir: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Pues, al final, cada uno desea todo para sí (y no quisiéramos que otros no nos den “todo”).
Esa “regla de oro” se encuentra en todas las grandes religiones, de una forma u otra:
Hinduismo: "Uno no debe comportarse con otros en una forma que para uno mismo es inadecuada: ésta es la esencia de la moral" (Mahabharata XIII).
Budismo: "Un estado que no es adecuado para mí o que no me es grato, tampoco ha de serlo para él; y un estado que no es adecuado para mí o que no me es grato, ¿cómo puedo exigírselo a otro?" (Samyutta Nikaya V).
Jainismo: "Indiferente frente a la cosas del mundo, el hombre debe actuar y tratar a todas las criaturas del mundo como él quisiera ser tratado" (Sutrakritanga I).
Confucio: "Lo que no desees para ti, tampoco se lo hagas a otros hombres" (Discursos 15).
Rabino Hillel: "No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti" (Sabbat31,a).
Islam: "Ninguno de vosotros es un fiel si no desea a su hermano lo que desea para sí mismo" (40 hadices de an-Nawawi 13).
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante al éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas” (Mt 22,37-40).
Los expertos discuten acerca de si este doble y único mandamiento lo formuló Jesús mismo de esta manera. Pero de lo que no cabe duda es que expresa magníficamente la enseñanza y la práctica de Jesús.
Por lo demás, Jesús no inventa nada en esas palabras. No hace sino citar Dt 6,4 y Lv 19,18.
El primer texto citado (Dt 6,4) es el famoso shemá, la principal oración que los judíos deben rezar a diario, la oración que muchos rezaban mientras se dirigían a las cámaras de gas en Auschwitz, las palabras que colocan en los marcos de todas las puertas, para tocarlas y acariciarlas con la mano al entrar o al salir.
No son dos mandamientos, sino uno solo.
El amor al prójimo es mediación y expresión del amor a Dios. El amor a Dios es fuente y horizonte último del amor al prójimo.
El que ama al prójimo ama siempre a Dios; el que ama a Dios no puede no amar al prójimo.
Cuando realmente se ama, es lo mismo que se ame al prójimo “por Dios” o que se ame a Dios “por el prójimo”.
El que ama sin “creer” en Dios tiene una “fe anónima”; y el que “cree” en Dios sin amar al prójimo, tiene un “ateísmo anónimo”.
Si amas, ya eres perfecto, Dios está en ti, y eres libre.
El amor doble y único no es el mandamiento más importante, sino el único mandamiento. Es el que les da sentido, sustancia, valor a todos los mandamientos. El que ama cumple todo. Sin amor, todos los mandamientos se convierten en leyes opresoras, impuestas desde fuera. Una fidelidad sin amor es sumisión servil, o mero formalismo, o búsqueda engañosa y fracasada de sí mismo.
Nuestro amor nunca es perfecto, ni siquiera debemos pretender que lo sea, pero sólo es perfecto en nosotros lo que hay de amor, fragmentario y frágil y herido como es, el amor humilde, el amor necesitado, el amor que perdona, el amor que se levanta, el amor de cada día.
Al afirmar que el amor es el mandamiento principal y único, Jesús se sitúa frente al legalismo y la casuística.
El legalismo consiste en cumplir la ley y quedarse tranquilos; la casuística es la necesidad de “saber” qué manda exactamente la ley en cada situación concreta, para así estar seguros ante Dios. El legalismo y la casuística son las dos tentaciones fundamentales de toda moral religiosa.
El mandamiento del amor, por el contrario, no nos ofrece una aplicación normativa para cada caso. Sino que nos pide un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mentalidad y una sensibilidad nuevas.
Lleva consigo el riesgo de la decisión de cada momento, decisión particular e insegura como toda circunstancia única; lleva consigo la exigencia de verdad y de paz interiores, de humildad y de confianza radicales.
Jesús no nos ofrece un código o un sistema moral, sino que nos revela cuál es el centro de la moral y de la ética: humanidad solidaria, felicidad compartida; la máxima humanidad posible, la máxima armonía y felicidad posibles para todos los seres de la creación entera. En eso consiste la gloria de Dios.
Este doble y único mandamiento constituye la esencia de la ética, de la moral, de la religión, de todas las cosas. Es la esencia de la moral tanto en lo que se refiere al contenido como en lo que se refiere a la motivación. El amor es el contenido esencial, y es la motivación esencial. El amor es la esencia de todas las cosas. Y cuando el amor sea pleno y definitivo, todas las cosas habrán llegado a su plena realización.
La dicha del ser humano y de toda la creación es el sueño y la meta de Dios y, por consiguiente, la suprema ley de la ética y de la religión.
Las diferencias entre las personas y entre los países, la miseria en que vive un tercio de la humanidad, las guerras provocadas por quienes no van al frente, el hambre que es la guerra más terrible, el armamentismo, el expolio de la naturaleza... ésos son los pecados más grandes contra la ética de Jesús. Y, sin embargo, nos remuerden tan poco esos males y nos remuerden tanto otros “pecados” que tal vez ni siquiera lo son...
El bien del ser humano y de la creación es el bien de Dios, y por ese bien se comprometen la verdadera moral y la verdadera religión.
Tampoco en este caso tenemos por qué buscar a toda costa en Jesús una originalidad absoluta. Jesús no inventó los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, ni siquiera su vinculación mutua. G. Theissen demuestra que todas las grandes enseñanzas del Sermón de la Montaña encuentran algún paralelo en la literatura rabínica (aunque no se encuentre cosa importante ningún rabino que las reúna todas, como enseguida veremos).
En el judaísmo helenístico, particularmente, estaba extendida la idea de que elmonoteísmo es el mandamiento principal.
Rabbí Hillel y Rabbí Aquiba, comentando Lv 19,18 (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”), afirman rotundamente que la solidaridad es el corazón de laTorá.
Por otra parte, había tradiciones que unían entre sí el amor a Dios y el amor al prójimo. He aquí unos ejemplos:
“Respetad y venerad a Dios, al tiempo que cada cual ama al herman@ con misericordia y justicia” (Jubileos 36,7-8);
“Amad al Señor en vuestra vida entera y amaos mutuamente con un corazón sincero” (Testamento de Daniel 5,3);
Hijos míos, observad la ley de Dios, adquirid la pureza y vivid sin malicia, no hurguéis en las acciones del prójimo, sino amad al Señor y al prójimo, apiadaos del débil y del pobre (Testamento de Isaías 5,1-2);
“Al Señor amé e igualmente a cada ser humano con todas mis fuerzas. Hacedlo también vosotros” (Testamento de Isaías 7,6).
“Hay en cierto modo dos principios básicos a los que se subordinan las innumerables enseñanzas y leyes concretas: en referencia a Dios, el mandamiento de la piedad y adoración; en referencia al ser humano, la filantropía y la justicia; cada uno de estos mandamientos se desglosa en múltiples y nobles subespecies”. (Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús)
Vemos, pues, que los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo, en su mutua vinculación, constituyen la esencia misma del judaísmo. Y Jesús no pierde nada porque no sea el primero o el único en haber expresado los dos mandamientos. Jesús no perdería nada aunque no fuera el primero o el único en nada. Sí habría de perderse la pretensión de superioridad que nos es tan cara a los cristianos, y sería bueno perderla. Las pretensiones cristianas no dan gloria a Dios y nos impiden cumplir el mandamiento del amor que nos dio Jesús.
De todos modos, es verdad lo que observa Hans Küng: “No se puede negar que es muy distinto que tres docenas de sentencias pronunciadas por tres docenas de rabinos se hallen documentadas en tres docenas de pasajes del Talmud y que todas ellas estén concentradas en un solo rabino. Es decir, lo inconfundible no son las frases sueltas de Jesús, sino el conjunto de su mensaje”.
El mandamiento del amor es universal. El amor es el anhelo y la tarea de todos los seres. Y es el mandamiento más fácil y más difícil: el más fácil, porque no es necesario perderse entre normas e interpretaciones; el más difícil, porque exige superar todo cálculo y toda medida. El amor no es una ley, no es una norma. Jesús supo y nos enseñó a amar a Dios y al prójimo sin cuidarse de normas, interpretaciones, cálculos y medidas.
La Regla de oro en las tradiciones religiosas
“Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti" (Lc 6,3). Este principio, aparentemente tan humilde, expresa la plenitud del amor. Y no importa tanto que se expresa en esa forma positiva, o en una forma negativa, es decir: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Pues, al final, cada uno desea todo para sí (y no quisiéramos que otros no nos den “todo”).
Esa “regla de oro” se encuentra en todas las grandes religiones, de una forma u otra:
Hinduismo: "Uno no debe comportarse con otros en una forma que para uno mismo es inadecuada: ésta es la esencia de la moral" (Mahabharata XIII).
Budismo: "Un estado que no es adecuado para mí o que no me es grato, tampoco ha de serlo para él; y un estado que no es adecuado para mí o que no me es grato, ¿cómo puedo exigírselo a otro?" (Samyutta Nikaya V).
Jainismo: "Indiferente frente a la cosas del mundo, el hombre debe actuar y tratar a todas las criaturas del mundo como él quisiera ser tratado" (Sutrakritanga I).
Confucio: "Lo que no desees para ti, tampoco se lo hagas a otros hombres" (Discursos 15).
Rabino Hillel: "No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti" (Sabbat31,a).
Islam: "Ninguno de vosotros es un fiel si no desea a su hermano lo que desea para sí mismo" (40 hadices de an-Nawawi 13).
José Arregi
Para orar
Si el amor nos hiciera poner
hombro con hombro,
fatiga con fatiga
y lágrima con lágrima.
Si nos hiciéramos uno.
Unos con otros.
Unos junto a otros.
Por encima del oro y de la nieve,
aún más allá del oro y de la espada.
Si hiciéramos un bloque sin fisura
con los seis mi millones
de rojos corazones que nos laten...
¡qué hermosa arquitectura
se alzaría del lodo!
Anónimo
Si el amor nos hiciera poner
hombro con hombro,
fatiga con fatiga
y lágrima con lágrima.
Si nos hiciéramos uno.
Unos con otros.
Unos junto a otros.
Por encima del oro y de la nieve,
aún más allá del oro y de la espada.
Si hiciéramos un bloque sin fisura
con los seis mi millones
de rojos corazones que nos laten...
¡qué hermosa arquitectura
se alzaría del lodo!
Anónimo
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